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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantasía

Sendero de Tinieblas (61 page)

BOOK: Sendero de Tinieblas
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El Guerrero no dijo nada. Tenía la lanza apoyada en tierra y sus manos se aferraban al astil. El Sol se puso. En el oeste, la estrella de la tarde que recibía su nombre de Lauriel parecía brillar más que nunca. Todavía había en el cielo del oeste un débil resplandor, pero pronto caeria la noche. Algunos hombres llevaban antorchas que aún no habían encendido.

Paul dijo:

-Nos hablaste de lo que ocurría siempre, todas y cada una de las veces que eras llamado. Eso ha cambiado, Arturo. Creíste que ibas a morir en Cader Sedat y no ocurrió así. Luego creíste que había llegado tu hora en el combate contra Uathach, y no ocurrio así.

-Creo que estaba escrito que llegara mi hora entonces -dijo Arturo; eran las primeras palabras que pronunciaba.

-Eso creo yo también -repuso Paul-. Pero Diarmuid decidió que ocurriera de otro modo.

Hizo que sucediera de otro modo. No somos esclavos del Telar, no estamos encadenados para siempre a nuestro hado. Ni siquiera tú, mi señor Arturo. Ni siquiera tú después de tanto tiempo.

Hizo una pausa. Un silencio absoluto reinaba en la llanura. A Kim le pareció que se levantaba un viento que soplaba de todas direcciones, o de ninguna. En aquel momento sintió que estaban en el centro absoluto de las cosas, en el eje de los mundos. Tenía una sensación de anticipación, como si se estuviera acercando, de allende los mundos, el momento culminante Era una sensación más intensa que el pensamiento: una especie de fiebre en la sangre, una especie de latido. Era consciente de la tácita presencia de Ysanne en lo más íntimo de su espíritu.

Una luz nueva que brillaba en medio de la oscuridad.

-¡Oh, Dana! -suspiró Jaelle, como una plegaria.

Nadie más dijo nada.

En el este, la Luna llena se alzaba sobre Fionavar por segunda vez en una noche que no era de plenilunio.

Esta vez no era roja; no era un desafío ni una llamada a la guerra. Era de plata y espléndida, como se suponía debía ser la Luna llena de la diosa, brillante como un sueño de esperanza, e inundó Andarien con una apacible y benéfica luz.

Paul ni siquiera elevó la mirada. Tampoco el Guerrero. La mirada de cada uno de ellos estaba clavada en el rostro del otro. Y en aquella plateada luz, en aquel silencio, Arturo dijo con una voz que reflejaba su profundo sentimiento de autocondenación:

-Dos Veces Nacido, ¿cómo podría cambiar todo? Asesiné a los niños.

-Y ya has pagado un precio, un precio más que sobrado -replicó Paul sin dudar.

Ahora en su voz todos oyeron el retumbar del trueno:

-¡Alza los ojos, Guerrero! -gritó-. Alza los ojos y mira la Luna de la diosa que brilla sobre tu cabeza. Escucha a Mórnir que habla a través de mí. Siente la tierra de Camlann bajo rus pies. ¡Arturo, mira en ti mismo! ¡Escucha! ¿No lo ves? Ha llegado después de tanto tiempo. Ahora eres llamado para la gloria, no para el dolor. ¡Ha llegado la hora de tu liberación!

El trueno sonaba en su voz, y un resplandor de la más pura luz iluminaba su rostro.

Kim se estremeció y se rodeó con sus propios brazos. En torno soplaba el viento, arreciando más y más con las palabras de Paul, con el estruendo del trueno, y, al mirar hacia arriba, Kim creyó ver que el viento arrastraba estrellas y polvo de estrellas ante sus ojos.

Y entonces Pwyll el Dos Veces Nacido, que era el señor del Árbol del Verano, se alejó de todos ellos y se dirigió hacia el oeste, encarándose con el lejano océano y dándole la espalda a la resplandeciente Luna; y lo oyeron gritar con voz poderosa:

-¡Liranan, hermano del mar! Te he llamado tres veces hasta ahora, una desde la orilla, otra desde el mar, y otra en la bahía del Anor. Ahora, en este momento, te llamo de nuevo desde un lugar muy alejado de tus aguas. En nombre de Mórnir y en nombre de Dana, dueña de la Luna que se cierne sobre nosotros, te ruego que me envíes tus mareas.

¡Envíamelas, Liranan! Envía el océano para que la alegría pueda poner punto final a un cuento de sufrimiento tantas veces contado. La fuente de mi poder procede de la tierra, hermano, y mía es la voz del dios. ¡Te ruego que vengas!

Mientras hablaba, Paul extendió los brazos en un amplio gesto, como si quisiera abarcar todos los tiempos, todos los mundos del Tejedor. Luego permaneció en silencio.

Todos esperaban. Pasó un momento, luego otro. Paul seguía sin moverse. Mantenía los brazos extendidos de modo que el viento vibraba en ellos, fuerte y salvaje. Tras él brillaba la Luna y, ante él, la estrella de la tarde.

Kim oyó un rumor de olas.

Y las aguas del mar comenzaron a invadir la árida llanura de Andarien, plateada a la luz de la Luna. Y el nivel de las aguas fue subiendo y subiendo, aunque muy despacio, de un modo guiado y controlado. Paul tenía la cabeza erguida y los brazos extendidos por completo, como si atrajera el mar hacia la tierra desde la bahía de Linden. Kim pestañeó; tenía los ojos llenos de lágrimas y de nuevo le temblaban las manos. Olió la sal en el aire de la tarde y vio que las olas refulgían bajo la Luna.

Lejos, muy lejos, vio una figura que resplandecía sobre las olas, con los brazos extendidos, como Paul. Adivinó quién tenía que ser. Enjugándose las lágrimas, se esforzó por aclarar la visión. La figura brillaba bajo la blanca luz de la Luna, y le pareció que todos los colores del arco iris danzaban en las vestiduras que llevaba.

En el lado Oeste de la colina vio que Shahar todavía sostenía a su hijo en el regazo, pero a Kim le pareció que ahora estaban solos sobre un promontorio, sobre una isla que se levantaba entre las aguas del mar.

Una isla como había debido de ser Glastonbury Tor en otro tiempo, erguida entre las aguas que habían cubierto la llanura de Somerser. Aguas sobre las que había flotado en otro tiempo una barcaza que transportaba hacia Avalon a tres llorosas reinas y el cadáver de Arturo Pendragon.

Y, mientras la asaltaban tales pensamientos Kim vio que un bote surcaba las aguas hacia ellos. Era largo y hermoso, con una única vela blanca que se hinchaba con aquel extraño viento. Y en la popa, guiándolo, iba una figura familiar, alguien a quien ella le había concedido, por la fuerza, lo que anhelaba su corazón.

Las aguas habían llegado hasta ellos. El mundo y todás sus leyes habían cambiado.

Bajo una Luna llena que jamás debería haber brillado en aquel cielo, la pedregosa llanura de Andarien quedó sumergida bajo las aguas excepto el lugar donde se encontraban, al este del campo de batalla. Las plateadas aguas de Liranan, en efecto, habían cubierto por entero a los muertos.

Paul bajó los brazos. No dijo nada; permanecía en pie, sin moverse. El viento fue amainando y, empujado por aquel viento apacible, Flidais de los andains, que había sido Taliesin hacía mucho tiempo en Camelor, condujo el bote hacia ellos y arrió la vela.

Todo estaba en silencio, en absoluto silencio. Entonces Flidais se puso en pie en la popa del bote, miró a Kim y en medio de aquel silencio dijo:

-«De la oscuridad de lo que acabo de hacerte surgirá la luz.» ¿Te acuerdas, vidente?

¿Te acuerdas de la promesa que te hice cuando me dijiste el nombre?

-Me acuerdo -susurró Kim.

Le resultaba difícil hablar, pero sonreía entre las lágrimas. Estaba llegando, había llegado.

Flidais miró a Arturo e, inclinándose, dijo con humildad y deferencia:

-Señor, he sido enviado para llevarte a casa. ¿Querrás subir a bordo para que podamos navegar a la luz del Telar hacia las Salas del Tejedor?

Kim oía que a su alrededor hombres y mujeres lloraban silenciosamente de alegría.

Arturo se estremecio. Su rostro fue haciéndose más y más resplandeciente a medida que iba entendiendo lo que ocurría.

Y, cuando por fin entendió que había llegado el momento de liberarse del ciclo de su dolor, Kim vio el esplendor de su hado. Apretó tanto las manos, que las uñas se le clavaron en las palmas hasta hacer brotar la sangre.

Arturo miró a Ginebra.

Podrían haber dicho miles de palabras en el silencio de sus miradas. Pero era un cuento tantas veces contado en las más profundas entrañas del corazón, que ya no quedaban palabras. Y en especial entonces y allí, con todo lo que había ocurrido.

Con infinita gracia e infinito cariño, ella avanzó. Levantó el rostro hacia él y lo besó en los labios como despedida; luego retrocedió otra vez.

El no habló ni lloró, ni le hizo ninguna pregunta. En los ojos de ella había amor, sólo amor. Había amado sólo a dos hombres en todos sus días, y ellos dos la habían amado y se habían amado uno a otro. Pero, tan dividido como su amor, había habido algo más, y todavía lo había: una pasión constante y prolongada, sin final en el final de los mundos.

Arturo apartó de ella los ojos, tan lentamente que parecía que cargaba con el peso del tiempo, y miró a Flidais con expresión angustiada. El andain se retorció las manos y luego las separó en un gesto de desesperanza.

-Sólo me está permitido llevarte a ti, Guerrero -susurró-. Tenemos que ir muy lejos y el mar es inmenso.

Arturo cerró los ojos. ¿Siempre tiene que haber dolor?, pensó Kim. ¿La felicidad no podría ser nunca absoluta? Vio que Lancelot estaba llorando.

Y fue en ese preciso momento cuando las dimensiones del milagro se pusieron totalmente de manifiesto. Fue en ese preciso momento cuando descendió sobre ellos la gracia. En efecto, Paul Schafer habló de nuevo y dijo:

-No es así. Está permitido. Tengo el suficiente poder para que eso pueda suceder.

Arturo abrió los ojos y miró incrédulamente a Paul, quien asintió con completa seguridad.

-Está permitido -repitió.

Y así, después de todo, reinó la felicidad. El Guerrero miró de nuevo a su reina, la luz y la pena de sus días, y por primera vez lo vieron sonreír. Ella sonrió también, y sólo entonces, cuando ya todo les había sido otorgado, preguntó:

-¿Me llevarás contigo a donde vayas? ¿Hay un lugar para mi entre las estrellas del verano?

A través de las lágrimas Kim vio que Arturo Pendragon se acercaba a ella y la cogía de la mano, y contempló cómo los dos subían a bordo del bote que flotaba sobre las aguas que habían cubierto Andarien. Era demasiado hermoso, demasiado. Apenas podía respirar. Sentía como si su alma fuera una flecha, plateada a la luz de la Luna, disparada para no caer jamas.

Entonces ocurrió algo más: el último regalo que completaba y sellaba todo. Bajo la brillante Luna de Dana vio que Arturo y Ginebra se volvían para mirar a Lancelot.

Y oyó que Paul decía otra vez con un profundo poder entretejido en la voz:

-Está permitido, si así lo deseáis. Ha sido pagado un sobrado precio.

Con un grito de alegría surgido de lo más profundo de su generoso corazón, Arturo le tendió la mano:

-¡Oh, Lance, ven! -gritó-. ¡Oh, ven!

Por un momento, Lancelor no se movió. Luego, algo largo tiempo reprimido, largo tiempo negado, brilló en sus ojos con más fulgor que el de cualquier estrella. Avanzó, cogió la mano de Arturo y luego la de Ginebra, y entre los dos lo subieron a bordo. Y de este modo se reunieron los tres, curada por fin la pena de un larguisimo cuento.

Flidais soltó una carcajada de alegría y tiró del cabo que izaba la blanca vela. Se levantó viento del este. Entonces, poco antes de que el bote empezara a alejarse, Kim vio que Paul por fin se movía y se arrodillaba junto a una sombra gris que había aparecido a su lado.

Por unos instantes enterró el rostro en la desgarrada piel del perro que lo había salvado junto al Arbol del Verano, que lo había salvado para que la rueda del tiempo pudiera seguir girando para llegar a aquel momento que aguardaba en Andarien.

-Adiós, corazón generoso -lo oyó decir Kim-. Nunca te olvidaré.

Esa vez habló con su propia voz, en la que no resonaba el trueno, sino una dulce tristeza y una alegría insondable. Sentimientos que también la asaltaron a ella al ver que Cavalí saltaba al bote y caía a los pies de Arturo en el momento en que viraban hacia el oeste.

Y así se hizo realidad lo que Arturo le había dicho en Cader Sedat al perro que lo había acompañado en tantas guerras: llegaría un día en que no tendrían necesidad de separarse.

Y había llegado. Bajo el plateado resplandor de la Luna, aquel largo y ligero bote, empujado por el viento, se llevó a Arturo, a Lancelot y a Ginebra. Pasaron junto al promontorio, y, desde aquella solitaria altura, Shahar levantó la mano en señal de despedida y los tres lo saludaron a su vez. Entonces, a los que los contemplaban desde la llanura les pareció que la embarcación empezaba a elevarse en la noche, siguiendo no la curva de la Tierra sino una senda muy diferente.

Se alejaron más y más, elevándose sobre las aguas de un mar que no pertenecía a ningún mundo pero que pertenecía a todos ellos. Durante tanto tiempo como fue posible, Kim forzó la vista para vislumbrar los rubios cabellos de Ginebra -los cabellos de Jenifer-brillando al resplandor de la Luna. Luego se alejó en la lejana oscuridad y lo último que vieron fue el fulgor de la lanza de Arturo que brillaba en el cielo como una estrella.

QUINTA PARTE - Flor de Fuego
Capítulo 18

Ningún hombre vivo podía recordar una cosecha semejante a la que se recogió en el Soberano Reino al final de aquel verano. También en Cathal los graneros estaban llenos y los jardines de Larai Rigal día a día crecían más frondosos y hermosos, inundados de perfume y exultantes de color. En la llanura, las bandadas de eltors corrían sobre la suave yerba verde, y la caza resultaba una ocupación fácil y divertida bajo el anchuroso cielo.

Pero en ningún lugar la yerba crecía tan tupidamente como en el Túmulo de Ceinwen, junto a Celidon.

Incluso Andarien había recuperado la fertilidad, de la noche a la mañana, cuando se hubieron retirado las aguas que se habían desbordado para llevarse al Guerrero. Se hablaba de colonizar de nuevo aquellas tierras, y. también la playa de Sennett. En Taerlindel de los maríneros, en Cynan y en Seresh se hablaba de construir barcos para recorrer la costa de norte a sur, mis allá del Anor de Lisen, de los acantilados del Rhudh, hasta Sennert y la bahía de Linden. Se hablaba de muchas cosas mientras se acercaba el final del verano, y eran palabras entretejidas de paz y tranquila felicidad. Durante las primeras semanas después de la batalla, había habido poco tiempo para celebraciones.

El ejército de Cathal había cabalgado hacia el norte a las órdenes del supremo señor, y Shalhassan, junto con Matt Soren -puesto que el rey de los enanos no iba a permitir que su pueblo descansara hasta que hubiera muerto el último de ios servidores de Maugrim-, había asumido la responsabilidad de eliminar los últimos reductos de urgachs y svarts alfar que habían huido del Bael Andarien.

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