—¡Vaya, vaya! —exclamó la señora Jennings—. ¡Muy bonito! Y el reverendo está soltero, supongo.
—Ahí tiene —dijo la señorita Steele, con una sonrisita afectada—; todo el mundo me hace bromas con el reverendo, y no me imagino por qué. Mis primas dicen estar seguras de que hice una conquista; pero, por mi parte, les aseguro que nunca he pensado ni un minuto en él. «¡Cielo santo, aquí viene tu galán, Nancy!», me dijo mi prima el otro día, cuando lo vio cruzando la calle hacia la casa. «¡Mi galán, qué va!», le dije yo, «No puedo imaginar de quién estás hablando. El reverendo no es para nada pretendiente mío».
—Claro, claro, todo eso suena muy bien… pero no servirá de nada: el reverendo es el hombre, ya lo veo.
—¡No, de ninguna manera! —respondió su prima con afectada ansiedad—, y le ruego que lo desmienta sí alguna vez lo oye decir.
La señora Jennings le dio de inmediato todas las seguridades del caso de que por cierto
no
lo haría, haciendo completamente feliz a la señorita Steele.
—Supongo que irá a quedarse con su hermano y su hermana, señorita Dashwood, cuando ellos vengan a la ciudad —dijo. Lucy, volviendo a la carga tras un cese en las insinuaciones hostiles.
—No, no creo que lo hagamos.
—Oh, sí, yo diría que lo harán.
Elinor no quiso darle el gusto y continuar con sus negativas.
—¡Qué agradable que la señora Dashwood pueda prescindir de ustedes dos durante tanto tiempo seguido!
—¡Tanto tiempo, qué va! —interpuso la señora Jennings—. ¡Pero si la visita recién comienza!
Tal respuesta hizo callar a Lucy.
—Lamento que no podamos ver a su hermana, señorita Dashwood —dijo la señorita Steele—. Siento mucho que no esté bien —pues Marianne había abandonado la habitación a su llegada.
—Es usted muy amable. También mi hermana lamentará haberse perdido el placer de verlas; pero últimamente ha estado muy afectada con dolores de cabeza nerviosos, que la inhabilitan para las visitas o la conversación.
—¡Ay, querida, qué lástima! Pero tratándose de viejas amigas como Lucy y yo… quizá querría vernos a
nosotras; y
le aseguro que no diríamos palabra.
Elinor, con la mayor cortesía, declinó la proposición. «Quizá su hermana estaba acostada, o en bata, y, por tanto, no podía venir a verlas».
—Ah, pero si eso es todo —exclamó la señorita Steele— igual podemos ir nosotras a verla
a ella
.
Elinor comenzó a encontrarse incapaz de soportar tanta impertinencia; pero se salvó de tener que controlarse por la enérgica reprimenda de Lucy a Anne, que aunque quitaba bastante dulzura a sus modales, ahora, como en tantas otras ocasiones, sirvió para dominar los de su hermana.
Tras una cierta oposición, Marianne cedió a los esfuerzos de su hermana y una mañana aceptó salir con ella y la señora Jennings durante media hora. Sin embargo, lo hizo con la expresa condición de que no harían visitas y que se limitaría a acompañarlas a la joyería Gray en Sackville Street, donde Elinor estaba negociando el cambio de unas pocas alhajas de su madre que se veían anticuadas.
Cuando se detuvieron en la puerta, la señora Jennings recordó que en el otro extremo de la calle vivía una señora a quien debía pasar a ver; y como nada tenía que hacer en Gray's, decidió que mientras sus jóvenes amigas cumplían su cometido, ella haría su visita y luego retornaría.
Al subir las escalinatas, las señoritas Dashwood encontraron tal cantidad de personas delante de ellas que nadie parecía estar disponible para atender su pedido, y se vieron obligadas a esperar. No les quedó más que sentarse cerca del extremo del mostrador que prometía un movimiento más rápido; sólo un caballero se encontraba allí, y es probable que Elinor no dejara de tener la esperanza de despertar su cortesía para que despacharan pronto su pedido. Pero la exactitud de su vista y la delicadeza de su gusto resultaron ser mayores que su cortesía. Estaba encargando un estuche de mondadientes para sí mismo, y hasta que no decidió su tamaño, forma y adornos —que combinó a su gusto según su propia inventiva tras examinar y analizar durante un cuarto de hora todos los estuches de la tienda—, no se dio tiempo para prestar atención a las dos damas, salvo dos o tres miradas bastante atrevidas; un tipo de interés que sirvió para grabar en Elinor el recuerdo de una figura y rostro de acusada, natural y genuina insignificancia, aunque acicalado a la última moda.
Marianne se ahorró los molestos sentimientos de desprecio y resentimiento ante la impertinencia con que las había examinado y los jactanciosos modales con que el sujeto elegía los diferentes horrores de los distintos estuches que se le presentaban, permaneciendo ajena a todo ello; era capaz de ensimismarse en sus pensamientos e ignorar todo lo que ocurría a su alrededor en la tienda del señor Gray con la misma facilidad que en su propio dormitorio.
Por fin el asunto fue resuelto. El marfil, el oro y las perlas, todos recibieron su ubicación, y tras fijar el último día en que su existencia podía sostenerse sin la posesión del estuche, el caballero se calzó los guantes con estudiada calma y, arrojando otra mirada a las señoritas Dashwood, pero una mirada que más parecía pedir admiración que manifestarla, se retiró con un aire satisfecho en que se mezclaban un verdadero engreimiento y una afectada indiferencia.
Sin pérdida de tiempo, Elinor expuso sus asuntos y estaba a punto de concluirlos cuando otro caballero se colocó a su lado. Se volvió a mirarlo, y con algo de sorpresa se encontró con que era su hermano.
El afecto y placer que mostraron al encontrarse fue el suficiente para hacerlos creíbles en la tienda del señor Gray. En verdad, John Dashwood estaba lejos de lamentar volver a ver a sus hermanas; más bien, los tres se alegraron y él indagó acerca de la madre de ellas en forma respetuosa y atenta.
Elinor se enteró de que él y Fanny llevaban dos días en la ciudad.
—Tenía grandes deseos de haberlas visitado ayer —dijo John—, pero fue imposible, porque tuvimos que llevar a Harry a ver a los animales salvajes en Exeter Exchange y pasamos el resto del día con la señora Ferrars. Harry estaba absolutamente feliz. Tenía todas las intenciones de ir a visitarlas
boy
en la mañana, si es que podía encontrar una media hora libre, ¡pero siempre hay tanto que hacer cuando recién se llega a la ciudad! He venido acá a encargar un sello para Fanny. Pero creo que con toda seguridad mañana podré acudir a Berkeley Street y conocer a la señora Jennings. Tengo entendido que es dueña de una muy buena fortuna. Y a los Middleton
también
tienen que presentármelos. Como son parientes de mi suegra, me complacerá presentarles mis respetos. Han resultado excelentes vecinos para ustedes, según he sabido.
—Excelentes, sin ninguna duda. Su preocupación por nuestra comodidad, la amistad que en todo nos han demostrado, van más allá de las palabras.
—Créanme que me alegra muchísimo escucharlo; en verdad, muchísimo. Pero era de esperar: son gente de gran fortuna, están emparentados con ustedes, y era natural que les ofrecieran todas las muestras de cortesía y las comodidades necesarias para hacerles grata la situación. Entonces, están confortablemente instaladas en su casita de campo y no les falta nada. Edward nos describió el lugar como algo encantador; lo más completo en su tipo que podía existir, dijo, y que todas ustedes parecían disfrutarlo mucho. Para nosotros fue una gran alegría saberlo, les aseguro.
Elinor se sintió un poco avergonzada por su hermano, y no lamentó que la llegada del criado de la señora Jennings, que venía a decirle que su señora las estaba esperando en la puerta, la liberara de la necesidad de responderle.
El señor Dashwood las acompañó hasta las escalinatas, fue presentado a la señora Jennings en la puerta de su carruaje, y tras manifestar de nuevo su esperanza de poder visitarlas al día siguiente, se retiró.
La visita se cumplió como es debido. Llegó con la falsa excusa de que su esposa no había podido venir pues «estaba tan ocupada con su madre, que en verdad no tenía tiempo de ir a ninguna otra parte». La señora Jennings, por su parte, le aseguró de inmediato que ella no se andaba con ceremonias, porque todos eran primos, o algo así, y que de todas maneras iría muy pronto a visitar a la señora de John Dashwood, y que llevaría con ella a sus cuñadas. El trato de él hacia
ellas
, aunque reservado, fue muy afectuoso; hacia la señora Jennings, de solícita cortesía; y al llegar el coronel Brandon poco después, lo observó con una curiosidad que parecía decir que sólo esperaba saber que era rico para extender
a él
idéntica cortesía.
Tras permanecer media hora, le pidió a Elinor ir con él a Conduit Street para que lo presentara a Sir John y lady Middleton. Como hacía un hermoso día, ella accedió de inmediato. Y no bien se habían alejado de la casa, él comenzó a hacerle preguntas.
—¿Quién es el coronel Brandon? ¿Es un hombre de fortuna?
—Sí, tiene una muy buena propiedad en Dorsetshire.
—Me alegro. Parece un hombre muy caballeroso, y creo, Elinor, que puedo felicitarte por la perspectiva de una situación muy respetable en la vida.
—¿A mí, hermano… qué quieres decir?
—Le gustas. Lo observé muy de cerca, y estoy convencido de ello. ¿A cuánto asciende su fortuna?
—Creo que a dos mil al año.
—Dos mil al año. —Y luego, esforzándose por alcanzar un tono de entusiasta generosidad, agregó—: Elinor, por ti, desearía con todo el corazón que fuera el
doble
.
—Sí, te creo —respondió Elinor—, pero estoy segura de que el coronel Brandon no tiene el menor deseo de casarse
conmigo
.
—Estás equivocada, Elinor; muy equivocada. Con un pequeño esfuerzo de tu parte lo conseguirías. Quizá por el momento esté indeciso, lo escaso de tu fortuna pueda coartarlo o sus amigos se lo desaconsejen. Pero esas pequeñas atenciones y estímulos que las damas tan fácilmente pueden ofrecer, lo persuadirán a pesar de sí mismo. Y no hay razón alguna para que no intentes ganártelo. No debe suponerse que algún otro afecto que hayas tenido antes… en pocas palabras, tú sabes que un afecto como ése es totalmente imposible, las objeciones son insuperables… eres demasiado sensata para no darte cuenta. El coronel Brandon es el hombre; y por mi parte, no me ahorraré ninguna amabilidad con él, de manera que tú y tu familia le agraden. Es una unión que debe complacer a todos. En fin, es algo que —bajando la voz hasta un fatuo susurro— será extremadamente conveniente para
todas las partes
. —Reconsiderando las cosas, sin embargo, agregó—: Esto es, quiero decir… todos tus amigos anhelan verte bien establecida, Fanny en especial, porque tu bienestar le es muy caro, te lo aseguro. Y a su madre también, la señora Ferrars, una mujer muy bondadosa, estoy cierto de que le daría un gran placer; ella misma lo dijo el otro día.
Elinor no se dignó responder. — Ahora, sería extraordinario —continuó—, algo muy gracioso, si Fanny pudiera ver a un hermano y yo a una hermana llegando a una situación estable en sus vidas al mismo tiempo. Y no es muy improbable.
—¿Es que se casa el señor Edward Ferrars? —dijo Elinor con tono resuelto.
—Todavía no está decidido, pero hay algo de eso en el aire. Tiene una excelente madre. La señora Ferrars, con la mayor generosidad, se hará presente y le asignará mil libras anuales si la unión tiene lugar. La dama en cuestión es la honorable señorita Morton, hija única del fallecido lord Morton, con treinta mil libras: una unión muy deseable por ambas partes, y no me cabe duda de que a la larga se materializará. Mil libras anuales es una importante cantidad para que una madre se deshaga de ella, la ceda para siempre; pero la señora Ferrars tiene un espíritu muy noble. Para darte otro ejemplo de su generosidad: el otro día, apenas llegamos a la ciudad, consciente de que en este momento no abundábamos en dinero, puso en las manos de Fanny doscientas libras en billetes. Algo muy bienvenido, porque nuestros gastos son enormes acá.
Hizo una pausa esperando su aprobación y simpatía, y ella se obligó a decir:
—Sin duda los gastos de ustedes, en la ciudad y en el campo, deben ser considerables, pero también cuentan con una buena renta.
—No tan buena, me atrevería a decir, como supone mucha gente. No me quejo, sin embargo; sin duda es holgada y, así lo espero, mejorará con el tiempo. Actualmente estamos cercando el ejido de Norland, lo que es un gasto muy serio. Y también hice una pequeña compra este medio año, la granja de East Kingham, debes recordarla, allí donde solía vivir el viejo Gibson. Esas tierras me eran tan convenientes en todo sentido, tan directamente colindantes con mi propiedad, que sentí que era mi deber comprarlas. No me habría perdonado dejarlas caer en otras manos. Hay que pagar por lo que a uno le conviene, y ello sí me ha costado una gran cantidad de dinero.
—¿Más de lo que crees que valen real e intrínsecamente?
—Vamos, espero que no. Podría haberlas vendido al día siguiente por más de lo que pagué; pero en cuanto al precio, en verdad habría sido bastante desafortunado, porque en ese momento estaban tan bajos los valores, que si no hubiera tenido la cantidad necesaria en el banco tendría que haberlas rematado con una gran pérdida.
Elinor no pudo sino sonreír.
—Cuando llegamos a Norland tuvimos también otro gasto grande inevitable. Nuestro respetado padre, como bien sabes, legó todos los efectos de Stanhill que quedaban en Norland (y bien valiosos que eran) a tu madre. Lejos estoy de quejarme por ello; el derecho que le asistía a disponer de sus bienes a su antojo es incuestionable. Pero, como consecuencia, hemos debido hacer importantes compras de ropa blanca, vajilla, etc., para reemplazar lo que se entregó. Podrás imaginar, tras todos estos gastos, cuán lejos de ser ricos estamos y cuán bienvenida es la bondad de la señora Ferrars.
—Por supuesto —dijo Elinor—; y con el respaldo de su generosidad, espero que puedan llegar a vivir en condiciones más holgadas.
—Uno o dos años más pueden contribuir mucho a ello —respondió él gravemente—; no obstante, aún queda mucho por hacer. Todavía no se ha colocado ni una piedra del invernadero de Fanny, y del jardín de flores lo único que hay es el proyecto.
—¿Dónde estará situado el invernadero?
—En la pequeña loma tras la casa. Hemos echado abajo todos los viejos nogales para hacerle espacio. Será una hermosa vista desde varias partes del parque, y justo en la pendiente frente a él irá el jardín de flores, así que se verá muy lindo. Ya hemos eliminado los viejos espinos que crecían a manchones en la cima.