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Authors: Jane Austen,Ben H. Winters

Sentido y sensibilidad y monstruos marinos (28 page)

BOOK: Sentido y sensibilidad y monstruos marinos
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¿Qué podía significar?, se preguntó sintiendo un lacerante martilleo en las sienes mientras los otros seguían intercambiando trivialidades a su alrededor. ¿Por qué se había vuelto a producir ese tormento? ¿Por qué la presencia de las señoritas Steele había generado esa visión, junto con el intenso dolor que le causaba? Decidió preguntárselo al coronel Brandon, un hombre muy sabio en muchos aspectos, hasta que recordó la triste historia que le había relatado y comprendió que el desdichado coronel ya tenía suficientes preocupaciones.

—Lamento que no podamos ver a su hermana, señorita Dashwood —dijo la señorita Steele, pues Marianne había abandonado la habitación en cuanto las dos jóvenes habían llegado.

—Es usted muy amable —respondió Elinor, alegrándose de que la interrupción la obligara a centrarse de nuevo en su inmediata realidad, distrayéndola del misterioso poliedro de cinco puntas que bailaba con gesto amenazante en su imaginación—. Mi hermana también lamentará no haber tenido el placer de verlas, pero de un tiempo a esta parte padece unas jaquecas de carácter nervioso que le impiden atender a sus amistades y conversar con ellas.

—¡Qué lástima! ¡Pero Lucy y yo somos viejas amigas suyas! Creo que debería acceder a vernos. Estoy segura de que habríamos permanecido calladas como un cubo de almejas.

—Pero menos maloliente —se apresuró a apostillar Lucy.

Elinor declinó la propuesta con suma educación. Suponía que su hermana estaría descansando en cama, o en bata, y por tanto no podría salir a saludarlas.

33

Esa noche, Marianne tuvo un sueño agitado, aquejada por unas pesadillas terroríficas. Las Dashwood se habían instalado de nuevo en Norwood, y Willoughby estaba con ellas. Marianne paseaba con él por la playa, mientras MonsieurFierre brincaba alegremente a su lado. De pronto se detuvieron, mirándose a los ojos, y Willoughby extendió una mano afectuosamente; volvía a ser el mismo de quien ella se había enamorado como una loca en Barton Cottage. Pero cuando Marianne tomó su mano, oprimiéndola contra su mejilla, ésta se transmutó en el tentáculo de un pulpo, de color púrpura y oscilante, que aplicó su poderosa ventosa sobre su boca. Asfixiándose, tratando desesperadamente de recobrar el resuello, Marianne se despertó mientras gruesos lagrimones rodaban por sus mejillas.

Elinor también sufrió pesadillas. En sus sueños, la figura de cinco puntas cobraba vida con toda nitidez, bailando cruelmente en su imaginación, pulsante y trémula en una siniestra paleta de negros violáceos y escarlatas como la sangre.

Poco después de medianoche, se despertó sobresaltada y se levantó de la cama, temblando, con la frente perlada de sudor. Permaneció en vela hasta el amanecer, contemplando las oscuras profundidades del mar más allá del cristal de observación. Comprendió que sus horripilantes visiones no sólo la aterrorizaban, sino que la prevenían contra algo, pero ¿contra qué? ¿La traición de Willoughby? ¡Era demasiado tarde para eso!

En la tenue bioluminiscencia de una anguila tragona que pasaba en esos momentos, Elinor distinguió una pequeña grieta en el cristal de la Cúpula, en el mismo lugar donde había visto al pez espada golpeándolo. Preocupada aún por las terroríficas imágenes de su sueño, agotada físicamente por la agitación que le había producido, apenas reparó en la pequeña telaraña formada por unas minúsculas grietas antes de que la anguila tragona se alejara en pos de un desventurado banco de copépodos, y el mar se sumiera de nuevo en la oscuridad.

Marianne paseaba con Willoughby por la playa, mientras Monsieur Pierre brincaba alegremente a su lado.

Cuando las primeras luces del día extendieron sus largos dedos desde la superficie y alcanzaron las profundidades de la Estación Submarina, una sirena de niebla resonó estruendosamente en toda la Cúpula. El sonido de la sirena significaba que habían detectado la presencia de un presunto tritón. El acusado sería conducido de inmediato al Muelle de Justicia para ser juzgado, y si se comprobaba la veracidad de la acusación, sería ejecutado con un cuchillo de destripar pescado.

Después de cierta oposición, Marianne cedió a los ruegos de su hermana y consintió en ir con ella y la señora Jennings para asistir a dichas solemnidades.

Sir John, en su calidad de respetado anciano experto en la zona acuosa del mundo, estaba a cargo del procedimiento. Mientras la multitud se congregaba, muchos presentes observaron su desarrollo a través de unos gemelos de ópera. Sir John ordenó que siete tritones sospechosos fueran alineados junto al borde del agua, donde permanecieron temblando de miedo. Entrecerrando sus perspicaces ojos, el anciano apuntó con un dedo acusador al primer sospechoso, quien de inmediato fue envuelto en una red por los empleados de la Estación, como si se tratara de un gigantesco pez aguja, lo cual, en cierto sentido, quizá fuera. A continuación sir John tomó en brazos al individuo envuelto en la red y, emitiendo un gruñido debido al esfuerzo, arrojó al reo, que no cesaba de gritar, al canal.

—Pero ¿qué...? —inquirió Elinor.

—Es muy sencillo —respondió la señora Jennings aplaudiendo de gozo junto al resto de la multitud mientras el tritón sospechoso se revolvía impotente dentro de la red—. Si es un auténtico tritón, preferirá mostrar su cola antes que ahogarse, en cuyo caso sir John lo sacará del agua y lo rajará desde la ingle hasta el cuello. Si la cola no aparece, y resulta que es un ser humano normal y corriente, el tío de usted lo sacará del agua y lo rajará desde la ingle hasta el cuello, como advertencia a los demás.

—¿Cómo dice? —preguntó Elinor—. Se me antoja...

—Es mejor no hacer preguntas, querida —le advirtió la señora Jennings.

Después del siniestro espectáculo —durante el cual tres de los sospechosos resultaron ser tritones, y los otros cuatro inocentes, aunque todos fueron ejecutados por sir John—, incluso Marianne convino en que un paseo contribuiría a serenarlas y a borrar de su mente el macabro ritual que acababan de presenciar. Las tres se dirigieron hacia el Muelle Comercial, donde Elinor deseaba negociar el cambio de unos anticuados collares de perlas de su madre por otros artículos.

Cuando se detuvieron ante la puerta de la tienda, la señora Jennings recordó que deseaba visitar a una dama que vivía en el otro extremo del Causeway, por lo que volvió a montar en la góndola, anunciando que después de la visita regresaría para reunirse con ellas.

Las señoritas Dashwood comprobaron que había tantas personas en la tienda que en esos momentos no podía atenderlas ningún dependiente. Así pues, no tuvieron más remedio que sentarse en un extremo del mostrador, donde tan sólo había un caballero, que estaba encargando un traje flotador. El diseño de los trajes estaba estrictamente regulado por las normas de la Estación Submarina, pero era frecuente que las personas adineradas se los encargaran a medida y repletos de caprichosos detalles. Hasta que el dependiente no hubiera tomado nota del tamaño, la forma y las decoraciones que debería llevar, no podía atender a las dos damas. Por fin el cliente terminó de indicar al hombre lo que deseaba. Un brazalete inflable ostentaría la palabra Hail y el otro la palabra Britannia, bordadas en marfil, oro y perlas. Acto seguido el caballero se marchó con el aire satisfecho de un tipo arrogante y fingida indiferencia.

Elinor se apresuró a explicar al dependiente lo que deseaba, y casi había concluido cuando apareció a su lado otro caballero. Al volverse, comprobó que era su hermanastro John.

Las efusivas y alegres muestras de satisfacción al encontrarse bastaron para ofrecer una escena auténticamente entrañable en la tienda. Elinor averiguó que John y Fanny llevaban varios días en la Estación.

—Quería ir a visitaros ayer —dijo su hermanastro—, pero me fue imposible, porque tuvimos que llevar a Harry a ver las peleas de nutrias en el Exeter Exchange. Es asombroso cómo han logrado adiestrar a esos resbaladizos animales para que se ataquen mutuamente con navajas de barbero. Pero creo que mañana podré ir a veros, para que me presentéis a vuestra amiga, la señora Jennings. Tengo entendido que es una mujer de gran fortuna, salvo por la infortunada circunstancia de que su marido y sus hijos fueron asesinados y sus dos hijas secuestradas y sometidas a una esclavitud conyugal. Me gustaría que me presentarais también a los Middleton. He oído decir que son excelentes vecinos vuestros en las islas.

—En efecto, excelentes. No puedo expresar lo agradecidas que les estamos por sus atenciones y la amistad que nos han demostrado. Los conocimientos de sir John sobre los hábitos y puntos vulnerables de los monstruos marinos nos han salvado en más de una ocasión.

Al día siguiente, el señor Dashwood cumplió su palabra y fue a visitarlas. Su actitud hacia sus hermanas, aunque sin grandes alharacas, fue muy afectuosa; hacia la señora Jennings, atenta y cortés; y cuando al poco rato apareció el coronel Brandon, el señor Dashwood se apresuró a coger un cuchillo de cocina, que dejó de inmediato cuando le explicaron que, pese a sus apéndices faciales, se trataba de un ser humano.

Después de permanecer con ellas media hora, el señor Dashwood pidió a Elinor que le llevara a casa de sir John y lady Middleton para presentárselos. Hacía un tiempo espléndido, y ella accedió encantada. En cuanto salieron de la casa, su hermano la asedió a preguntas.

—¿Quién es el coronel Brandon? ¿Es un hombre adinerado? ¿Qué rayos le ocurre en la cara?

—Posee una magnífica propiedad en Dorsetshire. Y, según dicen, se trata de un maleficio que le arrojó una bruja marina.

—Parece un hombre muy caballeroso, y creo, Elinor, que debo felicitarte por la perspectiva de hacer un matrimonio tan ventajoso.

—¿Yo, hermano? ¿A qué te refieres? —Tú le gustas. Estoy convencido.

—Estoy segura de que el coronel Brandon no tiene el menor deseo de casarse conmigo.

—Estás equivocada, Elinor; muy equivocada. Puede que el coronel aún no se haya decidido, es posible que tu exigua fortuna le haga dudar, o que sus amigos le hayan aconsejado que desista. Pero algunos de esos pequeños detalles y atenciones que las damas conocéis tan bien bastarán para que lo conquistes, por más que se resista. Roza sus tentáculos como sin querer con el dorso de tu mano, ajústale la corbata, limpíale las secreciones de la barbilla. Esa unión nos complacerá a todos. Tus amigos están impacientes por que te cases, en especial Fanny, la cual te tiene un gran cariño, te lo aseguro. Y su madre, la señora Ferrars, una mujer muy bondadosa, me consta que se sentirá también muy satisfecha. Ella mismo me lo dijo el otro día.

Elinor no se dignó siquiera responder.

—Sería extraordinario —prosiguió el señor Dashwood— que Fanny tuviera un hermano y yo una hermana que van a contraer matrimonio al mismo tiempo.

Tras la sorprendente declaración de John, en la mente de Elinor apareció la estrella de cinco puntas de forma tan inesperada y violenta como un disparo de pistola; tras lo cual, volvió a desaparecer.

—¿Es que va a casarse el señor Edward Ferrars? —preguntó con tono decidido.

—El asunto aún no está decidido, pero se está cociendo. Si la boda tiene lugar, su madre le concederá mil libras anuales. La dama es la honorable señorita Morton, hija única del difunto lord Morton, el ingeniero y héroe público encargado de la creación de la Estación Submarina Alfa. Es una unión muy apetecible para ambas familias, y no tengo la menor duda de que se llevará a cabo. Es muy generoso por parte de su madre conceder a Edward mil libras al año, pero la señora Ferrars es un espíritu noble. Te diré en confianza que a veces entrega a Fanny un puñado de billetes, lo cual me parece extremadamente aceptable, dado que residir aquí nos ocasiona muchos gastos. Pero he hallado la forma de redondear nuestros ingresos.

—¿De veras?

—Sí. Estoy... participando.

Tras haber vivido en la Estación varias semanas, Elinor conocía el significado de esa expresión. Su hermano se estaba sometiendo a las manipulaciones de los científicos gubernamentales en la Estación, cuyos persistentes esfuerzos por perfeccionar a los seres humanos estaban destinados a procurarles ciertas ventajas sobre las bestias que no cesaban de atacar a su raza. En suma, John dio a entender a su hermana que había decidido permitir que experimentaran con su cuerpo, a cambio de una recompensa pecuniaria. Tras haber dicho lo suficiente para dejar claro que no tenían un céntimo, John preguntó por Marianne.

—No tiene buen aspecto —dijo.

—Hace semanas que padece una dolencia de carácter nervioso.

—Lo lamento. A su edad, cualquier enfermedad puede mermar su lozanía. Cuando la vi en septiembre, me pareció tan bella como siempre, y más que capaz de atraer a cualquier caballero. Pero ahora me pregunto si logrará casarse con un hombre que disponga de más de quinientas o seiscientas libras al año, a lo sumo, y, o mucho me equivoco, o tú harás un matrimonio más ventajoso.

Elinor se esforzó en convencerle de que no existía la menor posibilidad de que se casara con el coronel Brandon, pero su hermano estaba decidido a intimar con el caballero y promover por todos los medios un matrimonio entre él y la mayor de sus hermanastras, hasta que por fin se puso su traje flotador y se fue.

34

La señora de John Dashwood tenía tanta confianza en el criterio de su esposo, pese a tener éste sus percepciones químicamente alteradas, que al día siguiente fue a presentar sus respetos a la señora Jennings y a su hija. Su confianza se vio recompensada al comprobar que la mujer con la que se alojaban sus cuñadas era una dama cuya amistad merecía ser cultivada, y en cuanto a lady Middleton, le pareció una de las mujeres más encantadoras del mundo, aunque hubiera salido, literalmente, de un saco.

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