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Authors: David Moody

Tags: #Terror

Septiembre zombie (22 page)

BOOK: Septiembre zombie
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—Michael —susurró. El silencio mortal del edificio pareció amplificar su voz de una forma inesperada.

No hubo respuesta.

—Michael —volvió a llamar, esta vez un poco más alto—. Michael, Carl... ¿dónde estáis?

Esperó durante un momento y se concentró en el silencio de la casa, esperando que la siniestra quietud se vería rápidamente rota por la respuesta de uno de sus dos compañeros. Cuando no llegó ninguna respuesta, avanzó un par de pasos cautelosos y lo intentó de nuevo.

—Michael —llamó por cuarta vez, con la voz casi a su volumen normal—. Por Dios, contestad, por favor.

Otro paso adelante. Se detuvo de nuevo, esperó y escuchó. Estaba a punto de moverse de nuevo cuando el opresivo silencio se vio roto por un golpe sordo que venía del exterior. Se quedó inmóvil a causa del miedo. Había oído ese mismo ruido la pasada noche.

Otro golpe. Después otro y otro. Luego el sonido de miles de cuerpos golpeando contra la barrera que rodeaba la casa, martilleando contra la puerta del puente, lanzando sus puños putrefactos contra los graneros.

Desesperada, Emma corrió escaleras abajo. El ruido incesante estaba aumentando de volumen. Ya era mucho, mucho más alto que la noche anterior. La pasada noche, los cadáveres habían parecido cansados y letárgicos. Esa mañana parecían tener un propósito y decididos.

—Michael —susurró de nuevo, completamente desorientada. Miró a un lado y a otro del vestíbulo vacío buscando señales de vida.

El ruido del exterior alcanzó un poderoso
crescendo
y paró. Confundida y aterrorizada, Emma se quedó ante la puerta principal, mirando más allá del patio. Al cabo de un instante se dio la vuelta y corrió hacia el interior de la casa, porque vio que la puerta que cerraba el puente había caído y un torrente imparable de cuerpos tambaleantes se desbordaba en dirección a la casa.

Segundos después se produjo otro ruido, esta vez en la cocina. Cristal al quebrarse. Emma corrió hacia allí y se quedó petrificada. Apretados contra las amplias ventanas de la cocina se encontraban incontables rostros demacrados y descompuestos. Ojos fríos, velados y sin expresión seguían cada uno de sus movimientos mientras pesadas manos empezaban a golpear los frágiles vidrios. Con un horror abyecto contempló que una serie de rajas zigzagueantes recorrían rápidamente en diagonal la ventana, desde la esquina inferior derecha hasta la esquina superior opuesta.

Emma se dio la vuelta y echó a correr. Tropezó con una alfombra en el vestíbulo y medio corriendo, medio tropezando, entró en la sala de estar y aterrizó sobre la alfombra como un bulto. Levantó la mirada y vio a través de las puertas acristaladas que más rostros putrefactos la estaban contemplando desde el exterior. Olvidando a Michael y Carl, supo que su única oportunidad era atrincherarse en el dormitorio de Carl en la buhardilla, la parte más alta y esperaba que más inaccesible de la casa.

Mientras corría hacia la escalera, la puerta principal se abrió de golpe bajo la fuerza de miles de cadáveres furiosos. Como si se hubiera roto una presa una oleada imparable de criaturas enloquecidas y horrendas entró en la casa. Emma luchó para abrirse camino entre los primeros cadáveres y llegó a la escalera. Corrió hacia arriba, deteniéndose durante una fracción de segundo para mirar atrás. Toda la planta baja de la casa bullía ya con una masa de carne furiosa y putrefacta.

Corrió hacia su habitación y cerró de golpe la puerta a su espalda. En la oscuridad, quitó de en medio una silla que obstaculizaba su camino y apartó a patadas una pila de ropa sucia de Michael. Cuando llegó a la ventana descorrió las cortinas y miró hacia fuera para ver confirmados sus peores temores. La barrera alrededor de la casa había caído al menos en tres puntos que ella pudiera ver. Incontables cuerpos seguían acercándose hacia la casa, y el patio era un hervidero de cadáveres. La furgoneta, su único medio de huida, estaba rodeada y fuera de su alcance. Más allá de los restos de la valla, hasta donde podía ver en todas las direcciones, cientos de miles de siluetas imprecisas caminaban penosamente hacia Penn Farm.

De repente oyó que algo se rompía a su espalda, y al volverse se encontró cara a cara con cuatro cadáveres. Podía ver a más en el rellano; el simple volumen de cuerpos en la casa los había forzado a entrar en la habitación. El más cercano de los cuatro la miró durante un momento antes de lanzarse hacia delante. Emma gritó e intentó romper la ventana para salir.

Cuando la atacaron los cuerpos, se dio la vuelta y pateó a la primera criatura directamente en sus marchitos testículos en descomposición. La cosa no se dobló ni mostró el más mínimo atisbo de emoción. En lugar de eso fue de nuevo a por ella con unos dedos como garras, consiguió agarrarla del pelo y la tiró sobre la cama.

32

Emma se despertó completamente empapada de un sudor helado, demasiado asustada para moverse. Una vez se hubo convencido que sólo había sido una pesadilla y que se encontraba a salvo, o tan a salvo como podía esperar, se inclinó hacia la derecha para comprobar que Michael seguía tendido en el suelo a su lado. Sintió un gran alivio cuando estiró la mano y encontró su hombro. La mantuvo allí durante unos segundos hasta que estuvo completamente segura de que todo estaba en orden. Los movimientos suaves y rítmicos que el cuerpo dormido hacía al respirar resultaban tremendamente tranquilizadores.

Antes de que su mundo fuera puesto del revés, Emma había intentado analizar con frecuencia el significado oculto de los sueños. Había leído muchos libros que ofrecían explicaciones para las metáforas y las imágenes que le llenaban la mente mientras dormía. Sus sueños habían cambiado desde que llegaron a Penn Farm. No había nada sutil u oculto en lo que había visto en su sueño. Le mostraba, en términos muy claros, una visión terrorífica de un futuro demasiado plausible.

Emma bajó de la cama, procurando no molestar a Michael, se acercó a la ventana y descorrió las cortinas. Mantuvo los ojos cerrados durante unos segundos, en parte por la brillante luz que inundó de repente la habitación, pero principalmente porque temía ver el exterior. Respiró, profundamente aliviada, cuando se atrevió a mirar y vio que sólo treinta o cuarenta figuras harapientas seguían al otro lado de la barrera. La mayor parte de la gran multitud que se había reunido durante la noche anterior había vuelto a dispersarse por el campo, quizá distraída por cualquier otro sonido o movimiento. Desde que habían apagado el generador, la granja había parecido, en todos los aspectos, tan muerta y vacía como cualquier otro edificio.

Emma oyó ruidos en la planta baja. Eran casi las ocho de la mañana, una hora razonable para levantarse. Se puso algo de ropa, bajó corriendo la escalera y se encontró a Carl en la cocina.

—Buenos días —saludó mientras bostezaba y se estiraba.

Excepto por un murmullo ininteligible, Carl no se detuvo o levantó la vista de lo que estaba haciendo. Emma se lo quedó mirando. Carl estaba totalmente vestido, lavado y afeitado. Buscaba algo en los cajones de la cocina y había reunido una pila de comida y provisiones sobre la mesa.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Emma con cautela.

—Nada —contestó Carl, reticente y sin mirarla.

—Esto no me parece nada.

Carl no respondió. Emma se acercó a la cocina, levantó la tetera y la agitó. Satisfecha de que había suficiente agua, la volvió a bajar y encendió el quemador de gas. La tetera y el hornillo estaban fríos y no habían sido utilizados. Fuera lo que fuese que estuviera haciendo Carl, era importante, porque no se había molestado en prepararse nada desde que se había levantado. Algo que habían descubierto enseguida que los tres compartían era la necesidad de tomar algo caliente por la mañana antes de ponerse en funcionamiento.

—¿Quieres un café? —le preguntó Emma, determinada a no permitir que su hostilidad la afectara.

—No —contestó él con brusquedad mientras metía comida en una bolsa pequeña—. No, gracias.

Emma se encogió de hombros y puso café instantáneo en dos tazas, una para ella y otra para Michael.

—Carl —dijo, empezando a perder la paciencia—, ¿qué es exactamente lo que estás haciendo? Y, por favor, no insultes mi inteligencia diciéndome que nada cuando está más que claro que no es así.

Él siguió sin contestar. Emma se dio cuenta de que había una mochila bien provista apoyada en una de las paredes de la alacena junto a la cocina.

—¿Adónde vas?

Tampoco esa vez hubo respuesta.

La tetera empezó a hervir. Emma se hizo el café y lo sorbió hirviendo. Contempló a Carl por encima del borde de la taza.

—¿Adónde vas a ir? —volvió a preguntar, con una voz deliberadamente baja y tranquila.

Carl le dio la espalda y se inclinó sobre el mueble de cocina más cercano.

—No lo sé —contestó finalmente. Pero era evidente que sabía exactamente adónde iba y qué tenía planeado hacer.

—¿Realmente esperas que me crea eso?

—Créete lo que quieras —la cortó él—. No me importa.

—No puedes dejar la casa, es demasiado peligroso. Maldita sea, ya viste cuántas de esas cosas consiguieron llegar aquí la pasada noche. Si realmente piensas que...

—Ése es todo el puto problema, ¿no? —replicó Carl furioso, y finalmente se dio la vuelta hacia ella—. Vi cuántos cuerpos llegaron aquí la pasada noche y había demasiados. Quedarse aquí ya no es seguro.

—Ya no hay ningún sitio seguro. Acéptalo, Carl, este lugar es lo mejor que vas a encontrar.

—No es cierto. Aquí nos la estamos jugando. No podemos ir hacia ningún lado. Si esa barrera cae, estamos totalmente jodidos...

—Pero ¿no te das cuenta de que podemos superarlo? Cuando vienen muchos sólo tenemos que callarnos y quedarnos quietos. Si guardamos silencio y nos mantenemos fuera de la vista durante el suficiente tiempo, desaparecerán.

—Eso ya no funciona. Siguen ahí fuera, lo sabes.

—No tantos como la pasada noche.

—No, pero... En cualquier caso, ¿es eso lo que quieres? ¿Te sientes feliz al quedarte sentada y escondida durante horas cada vez que se acercan esas malditas cosas? Cada día son más fuertes y no pasará mucho hasta que...

—Por supuesto que no es lo ideal, pero ¿qué alternativa tenemos?

—La alternativa es volver a casa. Conozco Northwich como la palma de la mano y sé que allí hay otros supervivientes. Creo que tendré más posibilidades de sobrevivir en la ciudad. Venir aquí fue un error.

Emma intentaba comprender lo que estaba oyendo.

—¿Estás loco? ¿Sabes los riesgos que vas a correr...?

—Lo sé, pero todo irá bien...

—¿Cómo lo sabes?

—Ahí fuera sigue habiendo personas.

—Pero ¿cómo lo sabes?

—Porque las he oído, ¿recuerdas? El otro día cuando entraste en mi habitación, ¡las oí por la radio!

—Carl todo lo que oíste fue...

—Emma, me voy. Si no tienes nada constructivo que decir, entonces hazme un favor y no digas nada en absoluto. La seguridad está en el número. Esas malditas cosas de ahí fuera lo dejaron bien claro la pasada noche, ¿no te parece? Más supervivientes son para mí el equivalente a más posibilidades...

—Te equivocas —lo interrumpió Michael.

Estaba de pie en la puerta. Ni Emma ni Carl sabían cuánto rato llevaba allí o cuánto había oído. Michael se apoyó en el marco de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho. Carl negó con la cabeza.

—No.

—Marcharte de aquí es una puta estupidez.

—Quedarse aquí también me parece una puta estupidez.

Michael respiró hondo y entró en la cocina. Se sentó al borde de la mesa y se quedó mirando a Carl mientras éste intentaba no prestarle atención y parecer ocupado.

—Convénceme —le propuso Michael mientras cogía el café que le ofrecía Emma—. ¿Cuánto tiempo llevas pensando esto?

—No tengo que convencerte de nada —contestó Carl enojado—, pero lo he pensado lo suficiente y durante el tiempo suficiente desde que oí la voz en la radio. No se trata de algo que haya decidido de repente.

—Pero no sabes quién era. No sabes dónde están...

—¿Y qué?

—Entonces, ¿cuál es el plan?

—Regresar a Northwich e intentar llegar al centro comunitario. Ver quién queda allí...

—¿Y después?

—Y después encontrar algún lugar seguro donde establecer mi base.

—Pero acabas de decir que no quieres encerrarte y esconderte. ¿No resultará que vas a hacer eso mismo en cualquier otro lugar? —preguntó Emma.

—Existe un almacén de obras municipales entre el centro comunitario y donde yo solía vivir. Está rodeado por un muro de tres metros de altura. Una vez dentro, estaremos a salvo y allí hay camiones y todo tipo de cosas.

—¿Cómo vas a entrar?

—Entraré.

—¿Y qué pasará si no hay nadie en el centro comunitario?

—Me iré solo al almacén.

—¿Cuándo te piensas ir? —preguntó Michael.

—Tendremos que salir en busca de provisiones en algún momento durante los próximos días —contestó Carl con rapidez—. Intentaré conseguir algún transporte mientras estemos fuera de la casa y entonces me iré desde allí.

—Podríamos salir a buscar provisiones hoy mismo —comentó Michael, sorprendiendo a Emma, que lo miró con una expresión de completa incredulidad en el rostro.

—¿Qué demonios estás haciendo? Dios santo, ¿estás planeando irte tú también?

Michael negó con la cabeza.

—Me parece que Carl se va a ir hagamos lo que hagamos.

Carl asintió.

—Tienes toda la maldita razón. Me iría ahora mismo si pudiera.

—Entonces no parece que vaya a servir de nada que Emma o yo perdamos el tiempo intentando convencerte de que estás cometiendo un gran error.

—Yo no pienso eso. Pero tienes razón, perderíais el tiempo.

—Y si intentásemos detenerte, probablemente acabaríamos partiéndonos la cara y el resultado sería que te irías igualmente. ¿Estoy en lo cierto?

—Lo estás.

Michael se volvió hacia Emma.

—Así las cosas, no tenemos muchas alternativas, ¿no te parece?

—Pero acabará muerto. Ahí fuera no durará ni cinco minutos.

Michael suspiró y vio cómo Carl entraba en la alacena.

—Ése no es nuestro problema —replicó—. Nuestra prioridad es mantenernos a salvo, y si eso significa que tenemos que dejar que se vayan, entonces lo haremos. Piensa en él como en un mensajero. Hoy lo enviamos y si las cosas no funcionan, volverá aquí con el resto de los supervivientes de Northwich.

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