Sexo en Milán

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Authors: Ana Milán

Tags: #Humor

BOOK: Sexo en Milán
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Seamos
top models
o más bien normalitas, tengamos veinte, treinta, cuarenta… o quizá cincuenta, todas tenemos los mismos problemas: los hombres. Si mezclas todo esto con unas ligeras pinceladas sobre la vida, la comida, pensamientos acerca de la amistad y, cómo no, sobre el amor, descubrirás un entretenido libro que te enganchará desde la primera a la última página.

Ana Milán, una de las actrices más populares y glamurosas de la pequeña y gran pantalla, nos sorprende con este fresco e imaginativo debut literario acompañado de una divertida maqueta interior. Disfruta en un asiento preferente de todas aquellas historias que conforman la vida y aprende nuevas y suculentas recetas mientras ríes a carcajadas con las aportaciones de Patricia Conde, Malú, Raquel Martos, Màxim Huerta, Imanol Arias, Santi Millán, Maribel G. Milán, Cristina Alcázar, Alexandra Jiménez o Raquel Sánchez Silva.

Porque toda receta tiene una historia y muchas veces esa historia va pareja al amor, te invitamos a que nos acompañes a través de esta experiencia culinaria y de sentimientos en lo que no tiene más pretensión que ser una reunión de amigos. ¿Te vienes?

Ana Milán

Sexo en Milán

ePUB v1.0

nalasss
20.08.12

Título original:
Sexo en Milán

Ana Milán, 2011.

Ilustraciones: Shutterstock, Marta Orozco Segura

Diseño/retoque portada: Grupo Planeta

Editor original: nalasss (v1.0)

ePub base v2.0

Dedicado

a todas las chicas

que besaron varias veces

por primera vez

Prólogo

Aquí estoy, escribiendo un prólogo de un «disco escrito» que no conozco… seguido de un abrazo que Ana y yo nos debíamos desde hace mucho tiempo.

La verdad y solo la verdad, es que prometí escribirlo hace mucho tiempo y era hoy cuando tenía previsto sentarme a hacerlo, así estaba anotado en mi agenda, pero antes de que eso ocurriera, la magia de los encuentros ha hecho que Ana y yo nos encontráramos tan cerca como para darnos ese abrazo…

Y aquí estoy, escribiendo la verdad de lo que siento, porque este encuentro y este abrazo nos ha sentado frente a un zumo de naranja recién exprimido, ¡tan recién exprimido como estas palabras!

Cuando me habló de su libro, cuando le pregunté de qué trataría, Ana me dijo: «Comida…», y yo dije: «A fuego lento…». «Amor», añadió Ana, «A fuego lento, tú o nada…» y Ana remató con: «Primeras citas» y yo con un: «A fuego lento me haces agua…».

Gracias, Ana, por regalarme este encuentro, este abrazo largo y ese zumo de naranja recién exprimido.

Porque el amor es tan grande que caben todas las formas…

Las comidas tan ricas que caben todos los sabores…

¡¡¡¡Te quiero, Anita!!!!
… ¡pero ese es otro prólogo!

Rosana

Introducción

No se cocina jamás
para alguien a quien se odia… A no ser que seas Hannibal Lecter (en ese caso se cocina directamente a quien se odia). Pero tú y yo, cuando cocinamos para alguien, es porque le queremos, porque queremos quererlo, o porque cabe la posibilidad de que le queramos. Si echas la vista atrás en tu vida, te darás cuenta de que muchos de tus recuerdos más felices están unidos a la comida, a la celebración que supone sentarse alrededor de una mesa.

A pesar de que la frase «somos lo que comemos» me parece exagerada, básicamente porque no tengo ni la menor intención de ser un lenguado meunière, sí creo que toda la ilusión, el afecto, las ganas y el amor que pone el que cocina para nosotros actúan como el mejor de los antioxidantes, la más poderosa de las vitaminas o el brebaje más antidepresivo que pueda existir.

¿Cómo es la sensación de levantarte una mañana sabiendo que el hombre que te gusta y que sientes que te gustará aún más viene a tu casa a cenar? Ese cosquilleo, ese «por Dios,
¡¿qué-me-pongo-no-tengo-nada?!
», esa sensación de que algo empieza como deben empezar las cosas buenas, esa llamada a tu mejor amiga a las 9.45 de la mañana pidiéndole consejo, leyéndole los sms que os intercambiasteis él y tú la noche anterior…

De repente, tú pasas a ser la protagonista de tu vida. Y eso mola. ¿O no?

En cualquier caso, no son solo los hombres los que merecen que les preparemos un
«te quiero»
o un
«me gustas»
en forma de cena: cuando cocinas para tu madre es que te has hecho mayor de manera oficial (el día que le digas que una prenda te hace «muy buena lavada», ese día llorará), cuando son tus amigas a las que invitas a casa, te estás ahorrando el equivalente a seis meses de terapia intensiva buscando tu «superyó»… y cuando el homenaje te lo regalas a ti misma, ese, sin duda, es el gran paso.

Si hay algo importante que he aprendido a mis treintaitantos (no es que no quiera decir la edad, es que no sé cuándo estarás leyendo este libro, lo juro…) es que la vida hay que celebrarla a la menor ocasión, que el día de hoy no vuelve y que pasado mañana tendremos ochentaitantos y no habrá marcha atrás. Piénsalo, no importa la edad que tengas, jamás serás más joven que hoy, y cuando con esos ochentaitantos estés plácidamente sentada pensando en tu vida, no vas a recordar todos los disgustos que te llevaste en el trabajo, ni los atascos, ni la crisis de 2008, ni el día en que te diste cuenta de que tenías un poco de celulitis (solo las mujeres genéticamente imperfectas no la tienen). No recordarás lo limpia que siempre has tenido la cocina ni a esos hombres que jamás volvieron a llamar… Tampoco recordarás el suspenso por el que pensaste que te matarían tus padres ni el nombre de la modelo del «especial culos» de la revista Elle del verano de 2009 (Dios mío, la odio con todas mis fuerzas, aún hoy… y aquí da igual cuándo estés leyendo esto).

Lo que recordarás serán las risas, los estribillos de todas las canciones que cantaste como las locas de Lorca a voz en grito en el coche, las veces que conseguiste reconquistar al que se mereció el título de
ÉL,
la complicidad con tus amigas, el día en que te atreviste a ponerte rubia (para volver discretamente a tu castaño original tres días después, arriesgando el cuero cabelludo como si no hubiese un mañana capilar), el día en que cogiste el coche y condujiste cinco horas de un tirón para darle una sorpresa a alguien, y las veinte veces que te besaron por primera vez.

Te invito a que me acompañes en estas páginas.
Este libro no tiene más pretensión que la de ser una reunión de amigos a la que me gustaría que asistieses en asiento preferente.

Son solo algunos pensamientos sobre el amor, la amistad y la felicidad cotidiana, la que está al alcance de tu mano y de la mía, la que a menudo se nos olvida porque eso que llamamos vida nos arrastra.

Pero, si paras un momento, te darás cuenta de que ponerte un tema de Hombres G (sí, los sigo adorando como cuando tenía quince años) a todo volumen mientras preparas una cena para ese hombre con el que llevas siete años viviendo (y últimamente te desespera) no va a solucionar nada… Pero seguro que va a conseguir que mañana sonrías un poco más.

Y él también.
¿Te vienes?

Da igual
los años que vayamos cumpliendo, los desengaños que sumemos, todo lo que, supuestamente, hemos aprendido, los miles de canciones de Luis Miguel que podemos gritar de memoria cada vez que hemos sentido que la canción triste que sonaba, sonaba por nosotras.

Desde la primera vez que un chico te declaró su amor lanzándote un puñado de tierra a los ojos en el jardín de infancia, a la edad de tres años (porque eso es amor, que no le tiró tierra a las demás, NO), pasando por el primer beso robado en el que estuvo seriamente comprometida tu ortodoncia, hasta el día de hoy, en el que podríamos decir que hemos dicho en voz alta más veces de las que reconoceríamos en ausencia de un abogado aquello de «jamás volveré a enamorarme»…

Cada vez nos lo hemos creído, y hemos llorado sobre las hombreras de nuestras amigas… (los años ochenta fueron una época, textilmente hablando, cruel).

Da igual que hayamos consumido decenas de kilos de helado de vainilla con cookies delante de la pantalla viendo por enésima vez
Los puentes de Madison
, y las veces que le imploramos a moco tendido a Francesca que se bajase de la camioneta y se fuese con Robert Kinkaid, o lo que venía siendo Clint Eastwood…

Todo esto da igual, ¿y sabes por qué? Porque
volvemos a enamorarnos.

Y todo lo demás pasa a un segundo plano.

Y, en nuestra mente, Francesca se baja de la camioneta… Y olvidamos todo el helado, la vainilla y hasta las cookies, salvo por algún kilo rebelde que ha decidido, de forma unilateral, quedarse a vivir en tu cadera… Y creemos que, esta vez sí, todo puede ser diferente…
¿Y por qué él, esta vez, no puede ser ÉL?

Y ahí estamos. Una vez más. Igual de ilusionadas que cuando teníamos acné, pero con la sabiduría adquirida durante… digamos que unos pocos años más. Y nos hemos llegado a convencer de que todos los hombres son iguales de tanto repetirlo… Pero, afortunadamente, no lo son.

Para empezar, hay hombres buenos y hombres malos, los hay que nos joden la vida y los hay que nos la alegran, los hay que nos dejan notas románticas antes de irse a trabajar y los que no se acuerdan de tu cumpleaños… Los hay que dividen la cuenta del restaurante a medias y los hay que te invitan a cenar, los hay que arrancan sin acordarse de que tú también te ibas a montar en el coche y los que te abren la puerta, los que se ofrecen a ir a la farmacia y los que te dicen que siempre estás mala, los que hacen el esfuerzo por sonreír a tu madre y los que no sonríen ni a la suya. Así que estaría muy bien que dejásemos de decir que todos los hombres son iguales, que los guapos son gilipollas, que si no les damos caña no reaccionan, que son incapaces de ser fieles, de comprometerse y un largo etcétera que no hace más que empañar los millones de esfuerzos que ellos son capaces de hacer por nosotras.

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