Simulacron 3 (2 page)

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Authors: Daniel F. Galouye

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Simulacron 3
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La muchacha me interrumpió con una sonora carcajada metálica:

—Me imagino a los encuestadores al acecho tras cada arbusto.

Yo asentí:

—Se cuentan a porrillo los que acechan la opinión pública. Por descontado que en muchos aspectos es una tontería. Pero hay muchos que disfrutan del status actual amparándose en el Código de Monitores de Reacciones.

—¿Y Mr. Siskin va a acabar con todo eso... Mr. Siskin y usted?

—Gracias a Hannon J. Fuller hemos hallado un medio mejor. Podemos, electrónicamente, simular un medio ambiente social. Podemos popularizar las situaciones subjetivas, las unidades reaccionales. Apoyándonos en el medio ambiente, aguijoneando las unidades de identificación, podemos llegar a hacer una estimación de la conducta de un pueblo en situaciones hipotéticas.

Sonrió de un modo forzado, dio paso a una expresión incierta, y luego recuperó su estado normal:

—Ya comprendo — musitó—. Pero era evidente que no había entendido una palabra.

Esto dio un nuevo impulso a mi táctica.

—El simulador es un modelo electromatemático aplicable a una comunidad de tipo medio. Permite realizar previsiones a largo plazo. Y tales previsiones poseen un valor mucho mayor que los resultados que lleguen a obtenerse enviando a todo un ejército de papagayos encuestadores — a recorrer a pie de un extremo a otro toda la ciudad.

Ella rió tímidamente:

—Claro que sí. Bueno, ¿vamos a tomar un trago... cualquier cosa... quiere, Doug?

Movido por el sentido de la obligación que imperaba en los Locales Siskin, yo, quizá hubiera terminado por ir a buscarle algo para beber. Pero, la barra, se hallaba situada exactamente al otro extremo de la habitación, y mientras me lo pensaba, uno de los jóvenes que formaban la reunión se acercó decidido hacia Dorothy.

Relevado pues, de mis obligaciones caballerescas, caminé despacio e indiferente, hacia el bar. Cerca estaba Siskin, rodeado de algunos periodistas, a quienes hacía declaraciones explosivas acerca de las maravillas, que próximamente serían reveladas a todo el mundo, del simulador REIN.

Manifestaba con efusión:

—En realidad, es posible que esta nueva aplicación de las simuelectrónicas —que como ustedes saben es un procedimiento secreto— produzca un impacto tal en nuestra cultura que el resto de los Establecimientos Siskin se tendrán que ver quizá relegados a un segundo orden ante la importancia y magnitud de Reactions, Inc. Uno de los hombres hizo una pregunta, y la respuesta de Siskin fue como un reflejo:

—Las simuelectrónicas en sí, es algo
primitivo
comparado con esto otro. El cálculo de probabilidades previsibles por los medios actuales, está subordinado a
una
línea de la investigación del estímulo-respuesta. El simulador total del medio ambiente REIN —que dicho sea de paso, nosotros le llamamos
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— nos proporcionará la respuesta a
cualquier
pregunta concerniente a reacciones hipotéticas a lo largo del espectro del comportamiento y conducta humanos.

Sin lugar a dudas, se estaba esforzando por imitar a Fuller, como una cotorra. Pero en boca de Siskin, las palabras no alcanzaban más que un sentido de jactancia. Fuller, por el contrario, había confiado en su simulador, poniendo en él, toda la fe y respeto, como si de una creencia religiosa se tratara, en lugar de considerarlo como un edificio de tres pisos, repleto de complejos circuitos.

Pensé en Fuller, y me sentí incapaz una vez más de seguir sus pasos directoriales.

Había sido para mí un superior, pletórico de abnegación, y al mismo tiempo un verdadero y considerado amigo. Estoy de acuerdo en que era un hombre un tanto excéntrico. Pero ello no era mas que la consecuencia de su propósito, que era para él la cosa más importante del mundo. En lo concerniente a Siskin, el
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, quizá no fue más que una inversión monetaria. Pero en lo tocante a Fuller, era una intrigante y prometedora puerta, cuyos batientes no tardarían en abrirse a un mundo nuevo y mejor.

Su alianza con los Establecimientos Siskin, no había pasado de ser un expediente financiero. Pero su propósito fue siempre de que mientras el simulador fuese arañando de los ingresos contractuales, también iría explorando los insospechados campos de la interacción social y de las relaciones humanas, como medios para sugerir una sociedad más ordenada, en todos sus estamentos sociales.

Me fui acercando hacia la puerta, y con el rabillo del ojo vi a Siskin que se separaba repentinamente de los periodistas. Cruzó la habitación, y sujetó la puerta a medio abrir ante mí, entre sus manos:

—¿No nos va a abandonar usted, verdad?

Naturalmente, se refería a la posibilidad de que abandonara la reunión. Pero... ¿
se había referido a eso
? Me di cuenta en aquellos momentos de que a la sazón, yo era una pieza indispensable para él. No, REIN podría continuar sus éxitos sin mí. Pero si Siskin tenía que recuperar todas sus inversiones, yo tendría que quedarme para llevar a efecto algunos detalles muy importantes que Fuller me había confiado.

En aquel instante, se oyó un timbre, de tono sordo, y la pantalla de televisión se iluminó, produciendo una serie de rayas en todas direcciones, hasta que un momento después la imagen quedó centrada, apareciendo un hombre correctamente vestido, y cuya manga izquierda lucía el distintivo de los Monitores de Reacciones Colegiados.

Siskin frunció el ceño con sorpresa:

—¡No podía ser más que un encuestador! Pues ahora mismo hemos dado por terminada la reunión. —Apretó un botón. La puerta se abrió y el que había llamado se anunció a sí mismo:

—John Cromwell, CRM Número 1146-A2. Represento a la Fundación de Opinión Diversa Foster, bajo contrato del State House of Representatives Ways and Means Committee. El hombre separó por unos instantes la mirada de Siskin, para contemplar el racimo de gente que se apiñaba alrededor de la mesa y de la barra. Se mostraba impaciente y apologéticamente incómodo.

—¡Pero hombre de Dios! — protestó Siskin haciéndome un guiño—. ¡Pero si es prácticamente la mitad de la noche!

—Es el Tipo A de vigilancia prioritaria, ordenada y respaldada por la autoridad legislativa del estado. ¿Es usted Mr. Horace P. Siskin?

—Sí, yo soy. —Siskin se cruzó de brazos y con ello redobló la apariencia con que Dorothy Ford le había descrito poco antes, un muñequito.

—Bien. —El otro sacó un manojo de papeles oficiales y una pluma—. Quiero que usted me dé su opinión sobre la situación económica del próximo año fiscal, desde el punto de vista de la repercusión que pueda ejercer sobre los ingresos del estado.

—No voy a responder a ninguna pregunta — dijo Siskin con testarudez.

Intrigados por el desenlace que podría tener aquello, algunos de los invitados detuvieron sus chismes y comentarios para ver en qué terminaba. Sus risas anticipadas, sobresalían del murmullo de la conversación.

El encuestador frunció el ceño:

—Pues debería hacerlo. Es usted en estos momentos un hombre interrogado oficialmente, y a quien se tiene catalogado en la categoría de los hombres de negocios.

Sus palabras y la manera que tenía de expresarlas, resultaban pomposas. Por regla general, cuando se lleva a cabo una investigación comercial, el procedimiento ya no es tan formal.

—De todos modos, no pienso responder — se reiteró Siskin—. Si se fija usted en el artículo 326 del Código RM...

—...podré darme cuenta de que las actividades recreativas no se pueden interrumpir con fines investigadores de encuesta — se le anticipó el otro. Y añadió —: Pero el privilegio de esta cláusula es inaplicable, cuando la investigación se lleva a efecto en interés de las agencias públicas.

Siskin rió de buena gana ante la obstinada formalidad del hombre, lo cogió por un brazo y lo condujo a lo largo de la habitación:

—Vamos. Tomaremos un trago. A ver si así me decido a responderle.

La puerta comenzó a cerrarse. Pero se detuvo y quedó entreabierta, en deferencia a una segunda llamada.

Calvo, de rostro enjuto, recorrió impaciente la habitación con la mirada, mientras entrecruzaba unos con otros los dedos incansablemente. Él no me había visto todavía, porque yo estaba tras la puerta, viéndole a través del panel televisor movible.

Avancé para que pudiera verme.

—¡Lynch! — exclamé—. ¿Dónde estuviste metido durante toda la semana pasada?

La misión de Morton Lynch era la seguridad interior de REIN. Últimamente, había trabajado en el turno de noche, lo cual le hizo estar bastante en contacto con Hannon Fuller, que por su parte también prefería el trabajo nocturno.

—¡Hall! — susurró nervioso, clavando los ojos en los míos — ¡Tengo que hablar contigo! ¡Dios, tengo que hablar con
alguien
!

Le dejé entrar. Anteriormente ya había faltado al trabajo en dos ocasiones, para volver, macilento y deshecho al cabo de una semana de soportar una estimación cerebral electrónica. En las últimas ocasiones se había especulado la posibilidad de si su ausencia había sido motivada por una reacción de congoja producida por la muerte de Fuller, o bien si se habría metido en alguna covacha de ESB. No, en realidad él no era adicto a tales cosas. Y aún en aquel momento se podía apreciar perfectamente que había estado bajo los efectos de una borrachera.

Le saqué de allí inmediatamente y le llevé al jardín.

—¿Es algo que tenga que ver con el accidente de Fuller?

—¡Oh, sí! — sollozó, dejándose caer en una silla y ocultando el rostro entre sus manos—. ¡Sólo que no fue un accidente!

—Entonces..., ¿quién le mató? ¿Cómo...?

—Nadie.

—Pero...

Hacia el sur, más allá de las luces parpadeantes que cubrían la ciudad como una alfombra de simétrico resplandor, un Cohete Lunar, empezaba a despegar, entre el silbido de sus motores y los destellos rojizos que invadieron la oscuridad de la noche, mientras el cohete se iba abriendo paso hacia el espacio.

Lynch, sorprendido por el ruido instantáneo, casi cayó de la silla. Le cogí por los hombros y trate de reanimarle y tranquilizarle.

—Espérate aquí. Te traeré algo de beber.

Cuando volví con un burbón seco, se lo bebió de un trago y dejó escapar después el vaso de entre sus manos.

—No —comenzó a decir mostrando la misma agitación—, Fuller no fue asesinado. La palabra asesinato no sería suficiente para describir lo ocurrido.

—Se metió en un tendido de alta tensión —le recordé—. La noche estaba muy avanzada. Sin duda estaba exhausto. ¿Lo vio usted?

—No. Tres horas antes habíamos estado charlando. Llegué a pensar que estaba loco... por las cosas que me dijo. Me dijo que no quería que yo me viera envuelto en todo aquello, pero que bien se lo tenía que explicar a
alguien
. Usted no había regresado todavía. Entonces... entonces...

—¿Sí?

—Entonces me confesó que creía que le iban a matar, porque había tomado la determinación de no callar por más tiempo un secreto.

—¿No callar
qué
secreto?

Pero Lynch estaba demasiado concentrado en sus pensamientos como para que se le pudiera interrumpir:

—Y me dijo también, que si él llegaba a desaparecer o a morir quería que supiera que no había sido un accidente.

—¿Pero cuál era ese secreto?

—Más no se lo podía decir a nadie... ni a usted. Porque si lo que había dicho era verdad... bueno, creo que no he hecho otra cosa en toda la semana que andar dando vueltas de un lado a otro tratando de llegar a decidir lo que tenía que hacer.

La cacofonía de las voces de la reunión, surgió de pronto en el jardín, al abrirse las puertas que hasta entonces habían permanecido cerradas.

—¡Oh! ¡Pero si estás aquí, Doug, cariño!

Ojeé
un instante a Dorothy Ford, cuya silueta quedaba recortada ante la puerta, dando la impresión, a juzgar por el balanceo, que se hallaba bajo los efectos de una buena dosis de combinados. He hecho resaltar la palabra «ojeé» como un medio de señalar y dejar bien patente, que mis ojos no se separaron de Morton Lynch durante más de una décima de segundo.

Pero cuando volví a mirarle, la silla estaba vacía.

CAPÍTULO II

Al día siguiente, a las doce de la mañana aproximadamente, los esfuerzos promocionales de Siskin, estaban dando sus frutos. Por lo que yo pude ver, dos programas televisivos de la mañana, habían hecho unos comentarios, bastante unilaterales, donde se veía perfectamente la mano de Siskin, sobre el inminente desarrollo de las simuelectrónicas. Y las primeras ediciones de los tres periódicos más tempranos de la tarde, hablaban en primera plana largo y tendido, acerca de Reactions, Inc., y su «increíble» simulador total del medio ambiente,
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.

Sólo en un rincón, sin embargo, pude hallar algo concerniente a la desaparición de Morton Lynch. Stan Walters, en el
Evening Press
, terminaba su comentario con estas palabras:

«Parece que la policía está dedicada hoy, aunque de un modo superficial, a la búsqueda de un tal Morton Lynch, responsable de la seguridad interna de Reactions Inc., fabulosa nueva propiedad de Horace P. Siskin. El mencionado Morton, se dice que desapareció. Apostaríamos cualquier cosa, de todos modos, a que no se va a perder mucho sueño en su búsqueda. El denunciante manifiesta, pura y simplemente, que Lynch desapareció. Como era de suponer, todo ello ocurrió en la fiesta-reunión de la pasada noche, en la mansión de Siskin. Y todo el mundo sabe que cosas más increíbles que esta se han comentado en ocasiones, y situado los hechos además, en la citada mansión de Siskin».

Efectivamente, yo me había presentado en la comandancia de policía, con la historia.

¿Qué otra cosa podía haber hecho? El ver desaparecer a un hombre, no es una cosa de la que uno se pueda encoger de hombros y olvidarla tranquilamente.

El timbre del intercomunicador se oyó repetidamente sobre mi mesa, pero yo hice caso omiso, prefiriendo mirar hacia un carromato aéreo, que descendía pausadamente en dirección al islote central de la calle, destinado exclusivamente para aterrizajes. Manteniéndose después a una altura de seis pulgadas, el vehículo ocupó por unos instantes una posición oblicua respecto al resto del tráfico, hasta que al fin fue a situarse junto a un bordillo. Una docena de hombres, con la insignia característica del CRM sobre sus brazos, salieron al exterior.

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