Sin historial (10 page)

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Authors: Lissa D'Angelo

Tags: #Ciencia ficción, #Romántico, #Juvenil

BOOK: Sin historial
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Rehago mi trenza, recordando lo peligrosas que son las ramas del sector, más ahora que el sol ha desaparecido casi por completo. Estoy exhausta. Me apoyo en un tronco menudo para quitarme la mochila, desato el pasador y comienzo a buscar mi pantalón. Lo encuentro, está justo bajo mi ropa interior, lo que me recuerda que con hoy, llevo tres días sin mudar mis pantaletas. No hace frío, así que guardo de nuevo todo en el bolso, excepto mi reloj. Camino en busca de algún lago para así poder asearme y cambiar mi ropa interior.

El sonido de un riachuelo no tarda en aparecer, pero está oscureciendo demasiado rápido y no estoy segura, alguna bestia salvaje puede aparecer, una en particular me tiene especialmente preocupada.

Con la ayuda de una rama, me abro paso en la espesura del follaje. El destello dorado-rojizo se ha perdido por completo en las hojas del bosque, en su lugar una bruma grisácea lo cubre mientras poco a poco los primeros rayos lunares van penetrando con rapidez entre las ramas. Apoyo mi cabeza en uno de los troncos para descansar un poco y tomar aire, la corteza del tronco me raspa la sien, pero no es la gran cosa, así que una vez que recobro mis fuerzas retomo la marcha.

Exactamente quince minutos más tarde, el tranquilo susurro del riachuelo me avisa que he llegado. Necesito desentumecer mis sentidos, así que pongo el doble de atención para identificar de dónde exactamente proviene el ruido, quiero aprender a escuchar.

A medida que avanzo, lo sé, he tomado la dirección correcta, el rico y dulce sonido de gotas arrastrándose en fuerte flujo me lo confirma. Me guía hasta el vórtice de la corriente. Comienzo a avanzar con rapidez, concentrándome únicamente en ese sonido, en los latidos del bosque, en el líquido sonido de la vida, todo con tal de no detenerme a pensar más, no quiero prestar atención al resto de los ruidos, a los chillidos agudos que me hacen pensar en bestias o esos alaridos que me erizan la piel de los brazos y nuca.

Al fin doy con el lago, sin perder más tiempo camino hasta el borde y me siento en cuclillas encima de una roca lisa que está tibia. Probablemente porque recibió toda la furia del sol durante el día, y me viene perfecto, dejo mis cosas en ella, mientras me inclino para tomar un sorbo de agua. Sabe bien, pero muy fría, así que me inclino sólo un poco para enjuagarme la cara. Desgraciadamente, no puedo obviar la capa de sudor en mi piel, así que no me queda más opción que deshacer mi trenza y humedecerla ya que está toda apelmazada.

Es prácticamente de noche, así que no puedo pegarme una zambullida, tampoco es que esté muriéndome de ganas, pero aunque lo deseara, sería imposible. A falta de opciones, decido lavarme parte por parte.

Me quito la ropa y me quedo sólo en bragas y el sujetador. Doblo mi camiseta y la dejo sobre el pantaloncillo corto también doblado.

—¡Ay!—, dejo escapar un jadeo cuando mi mano húmeda alcanza la zona de mi cuello. Mi piel se enchina y resulta bastante doloroso. Y el contacto con la brisa, no mejora mi situación. Luego, con movimientos bruscos y rápidos, sigo con los hombros y axilas. Repito el proceso con el lado izquierdo, pero es, ¡rayos!, muy difícil, está heladísima. Me rearmo de fuerzas y vuelvo a tomar un poco de agua, y la deslizo por mi cuerpo.

Guiándome sólo por el tacto, vuelvo a curvar mis manos con la intención de acunar el máximo de agua posible e inclino la cabeza para llevármela hasta los labios, las mejillas, incluso la nariz. La sensación es liberadora.

—¿Está muy helada? —Ni siquiera me detengo a pensar en el dueño de esa voz, sé de quién se trata aún sin verle, el problema es otro, algo extraño, una actitud completamente involuntaria toma el control dentro de mí y de pronto me encuentro estirando ambas manos para cubrir mi cuerpo, lanzando en esa acción, mis pantaloncillos y camiseta, al lago.

—Mierda —dice el gato cuando giro un cuarto de mi rostro hacia él—, no quería asustarte —añade, pero justo en ese momento un rayo de luna se filtra en medio de nosotros dejando a la vista su rostro, y la sonrisa en su boca lo delata.

—¿Qué está haciendo aquí? —pregunto más molesta de lo que he estado nunca, mientras gateo hasta el inicio de la roca, donde dejé mi mochila y me maldigo internamente por no haber dejado también mi ropa ahí, así hubiera prevenido este accidente—. Le dije que quería estar sola.

—En realidad no. Tú dijiste que no confiabas en mí y luego… sólo te fuiste. En ningún momento mencionaste algo sobre querer estar sola y ahora que lo recuerdo, necesitas mi ayuda para salvar a tu amiga.

—¿No es un poco tarde para eso? Además, antes estaba vuelto un loco.

—Sí, siento haber actuado así.

Haciendo caso omiso de él, comienzo a ponerme el chaleco y saco el pantalón que había guardado para momentos como este, desgraciadamente, ahora me he quedado sin muda de ropa. Y todavía tengo que lavar mi ropa interior ¡Demonios!

—Espera un poco —me dice Irah, pasando junto a mí y dejando una ráfaga de perfume a su paso justo antes de saltar al riachuelo.

No soy una experta en la exploración, pero soy buena tomando nota de cada nuevo acontecimiento que toma lugar en mi vida, supongo que es un efecto secundario de tener una memoria a la que no se le agota la pila.

Y algo que he aprendido en las dos ocasiones que he podido explorar el bosque, es que posee olores verdaderamente sutiles. Desde el musgo que se aloja en las zonas más húmedas hasta el romero que no veo pero que sé que está cerca; ambos tienen una esencia única y diferente entre sí, así como también la acidez de la hierba junto a la amalgama de aromas florales que emanan de los diferentes confines de este paraíso, incluso el calor del Sol rebotando en la piedra donde ahora estoy sentada tiene un perfume específico. Y aún así, el aroma de Irah no se parece a nada que conozca.

A duras penas consigo ver su silueta entre las aguas negras, unos tímidos rayos lunares se atreven a salpicar el agua y me dejan verlo moverse.

Con el chaleco a medio abrochar y los pantalones aún en mi mano, me acerco a la orilla con cuidado para ver al gato, pero no hay señales de él y demasiado tarde recuerdo lo que él dijo la primera vez que nos vimos: los gatos odian el agua.

Rápidamente, comienzo a desabrocharme el chaleco y lo arrojo lejos del agua, justo detrás de la mochila, hago lo mismo con el pantalón.

—Estúpido gato con aires de héroe. ¡Estúpido Irah!

Me acerco al borde lista para saltar y una lluvia de gotas me salpica cuando el gato emerge a la superficie con ambas manos alzadas, en cada una lleva una de mis prendas: camiseta y pantaloncillos cortos.

Veo que ha recuperado mi ropa y un sentimiento raro se agita en mi interior, sin embargo no hago caso a eso, así que me agacho y se los arrebato de las manos, pero Irah es más rápido y me sujeta de la muñeca con su mano izquierda mientras se apoya en la roca con la derecha.

—De nada —dice sin soltarme.

Me lleva bastante trabajo actuar normal, debe ser porque no lo soy. En mi caso, la definición de normalidad es actuar como un jodido bicho raro, eso es normal en mí, así que intento aplacar los temblores de mi cuerpo, que supongo son por culpa del frío e intento que Irah suelte mi mano. Por supuesto, no lo hace.

—¿Entonces? —me pregunta, pero le cuesta trabajo pronunciar palabra, su boca está temblando, está muerto de frío. «Somos dos compañero», quiero decirle, pero en lugar de eso respondo:

—Fue estúpido. Ya suélteme, me duele la mano.

Él no dice nada, en cambio, da un vistazo a mi cuerpo completo y eso es incómodo; muy incómodo a decir verdad. Debe ser porque estoy de rodillas en la piedra y es dura, claramente la responsable de mi creciente incomodidad. La áspera y rugosa roca, traspasa mi piel, se entierra en mis rótulas causando un dolor persistente. Como el sonido de una abeja en el oído. Bastante irritante en realidad. Eso lo explica todo.

—¿Tienes frío? —su tono es pura malicia y como no quiero parecer débil le miento.

—Nada que ver, estoy muerta de calor.

—Buenísimo —suelta una risita infantil, luciendo más feliz de lo que le he visto nunca. Inmediatamente sé que algo no va bien, esa sonrisa no es de fiar. Por desgracia, tardo demasiado en notarlo e Irah ya ha tomado ventaja, su brazo es al menos tres veces más fuerte que el mío. Me jala hacia él y antes de poder gritar, me encuentro con el agua dentro de mi boca, oídos y nariz.

Estoy hundiéndome y es desesperante.

—Te tengo.

Mientras el cuerpo de Irah rodea el mío, me debato entre patearlo en el estómago o aferrarme más a él, opto por la segunda ya que de otro modo terminaremos los dos ahogados en el lago.

—Pudiste mencionar que no sabías nadar —Tiene la desfachatez de recriminarme.

—An-tes o después de que me… me a-rr-o-ja-ra al a-gua.

—Dijiste que tenías calor —otra vez lo escucho reír, pero no puedo ver su cara, tengo mi rostro enterrado en

la curvatura de su hombro y de algún modo me las arreglé para enrollar mis brazos entorno a su cuello.

Es como una baya de la salvación.

—Muy bien, ahora me estás ahorcando. Ya no es gracioso.

Claro que no es gracioso, me provoca matarlo a golpes, ahora todo tiene sentido. Con razón no nos dejaban leer cualquier libro, es demasiado obvio. No en vano el perro es el mejor amigo de la mujer. ¡Los gatos apestan!

—Sáqueme de aquí —exijo, porque mi rabia se ha convertido en furia asesina y es muy difícil luchar contra los deseos de patearlo en el estómago—. ¡Irah!

Él traga un poco de agua cuando lo pateo en el estómago, pero se recupera al instante. Me agarro con fuerza de su cuello, porque el agua hace que me resbale y aunque quiero verle la cara para ver si se está riendo, me aguanto las ganas porque tengo miedo de ahogarme.

«Emil», pienso y me siento mal por recordarla apenas ahora. No puedo ahogarme, ¡Claro!, tengo que salvarla. No huí de La Grata para salir de paseo, ni domesticar a un animal. Estúpido gato distractor.

—Ya sabes, estoy esperando una disculpa o gracias, como mínimo.

Las manos del gato están aferradas a mi cintura y es tan alto que da la impresión de que ni siquiera está na

dando, ya que no mueve las manos, sólo las usa para afirmarme. Rayos, no sé qué pensar.

—¿Está de pie?

—Sí —dice y por la forma en que siento su mandíbula presionar mi cabeza, noto que está asintiendo.

—Bueno, yo no.

—Eso ya lo había notado, ¿entonces?

—Oh, ¿en serio va a obligarme? —es más fácil decir esto cuando no puedo verlo a la cara, no entiendo el porqué. Sólo sé que sus ojos amarillentos me intimidan.

—Hago mi mejor esfuerzo.

—Pues no es divertido —digo saltando en el agua mientras recuerdo que puedo flotar—. Dese por enterado.

—No se supone que lo sea —reconoce, pero percibo cierta risa en su voz—. Aunque podemos ponerle remedio a eso.

Antes de que pueda procesar sus últimas palabras, Irah me gira y pone su brazo tras mi cabeza. Me giro y noto que hemos vuelto al principio, estamos apoyados en el borde del lago. Yo atrás y él cubriéndome, formando una cárcel gatuna con su cuerpo. Estiro uno de mis pies para ver si consigo tocar fondo ahora que estamos en la orilla, pero no lo logro, así que me sujeto fuerte del gato.

—No tenía idea de que fuera tan hondo —murmuro, pero me callo al recordar que ahora puede verme la cara y claramente yo puedo ver la suya. Hay que decirlo, está muy cerca de la mía, tiene esos ojos amarillos que involuntariamente me hacen recordar a esa bestia hambrienta de la que me salvó la última vez.

—Lo que demuestra que eres una irresponsable. Ni siquiera puedes cuidar de ti misma y pretendes salvar a tu amiga. Oh, pobre Emilia. ¿Así se llamaba, verdad?

—Oiga, yo estaba perfecto hasta que usted llegó a interrumpirme. Y su nombre es Emil, ¡no Emilia!

Irah se queda viéndome serio, su mano no abandona nunca su lugar en mi cintura. No hay demasiada luz y los ruidos que oí antes ahora comienzan a preocuparme.

—Tengo frío —le recuerdo, un poco nerviosa ya que no deja de mirarme—, salgamos de aquí.

Su cabello claro luce oscuro porque está empapado, igual que el mío, y se le adhiere a la frente, look que lo hace lucir diferente, mejor. Una de esas gotas se desliza hasta abajo por la piel de su frente hasta la ceja y se queda ahí, distrayéndome, está inmóvil en su pestaña por tanto tiempo que parece que no se va a mover, pero lo hace y aterriza justo donde no quería, donde será imposible de olvidar: en el lunar de su mejilla.

—Sí, salgamos —murmura con tono distraído y un atisbo de alegría destella en mí: no me hizo disculparme. Qué extraño que ahora eso no parezca tan genial.

En el trayecto de regreso a la cabaña, me las arreglo para lucir molesta y no hablar. Hay varias razones para hacer esto: eh, bueno estoy molesta. Además tengo mucho frío, pero la razón principal es que no sé qué decir. Algo raro ocurrió antes en el lago, algo a lo que no sé dar nombre. Irah tampoco hace mucho por socializar, una vez que salimos del lago, le pedí que se girara para poder cambiarme y él lo hizo sin rechistar, ni siquiera respondió, en realidad, tuve que darme vuelta para constatar que no estaba espiándome, pero se había ido sin decir nada. Ya vestida, cuando me preparaba para continuar con mi travesía, él apareció de la nada, arrebatándome la mochila y ofreciéndome su brazo.

Pude haberle dicho que no quería regresar con él, pero ¿a quién quiero engañar? ambos sabíamos que estaba lo suficientemente sola y desesperada como para rechazar su ayuda.

—¿Estás bien? —me pregunta y yo asiento, pese a que no puede verme. La oscuridad ha descendido al menos dos tonos en la escala de diez las hojas crujen bajo mis pies, los de Irah en cambio no hacen el menor ruido.

—No luces nada bien —me provoca, pero no tengo ganas de responder, no tengo ganas de nada en cualquier caso, el lago me dejó agotada y sólo quiero llegar a la cabaña a dormir.

—¿Cuánto falta? —pregunto, apurando mis pisadas, este gato camina realmente rápido.

—Otra media hora, por qué ¿Ya te cansaste?

A diferencia de la última vez, Irah está con camiseta junto a unos vaqueros raídos de forma natural, desgraciadamente no sirven de mucho ya que está empapado. Él no traía muda, claro, debió pensarlo antes de arrojarse como un idiota al lago. Nadie le pidió que trajera mis cosas de vuelta. Además, por su culpa las dejé caer al agua.

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