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Authors: Lissa D'Angelo

Tags: #Ciencia ficción, #Romántico, #Juvenil

Sin historial (8 page)

BOOK: Sin historial
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Algo oscuro y húmedo impacta mis ojos, éstos comienzan a arder, pero no puedo hacer mucho, justo cuando oigo gritar mi nombre de los labios del gato, siento los colmillos en mi piel

Un molesto ruido me despierta, parece un molino en pleno proceso. Mi oído izquierdo zumba y las encías me duelen.

—Eres tan impetuosa. Te dije que no te movieras —Hay un dolor lacerante en la parte baja de mi nuca, y desde el ángulo interno superior del hombro izquierdo duele como la mierda.

—¿Cómo te sientes?

—Yo, hum… Can-sa-da

—Sí, apuesto a que sí. Tus vertebras dorsales deben estar ardiendo mucho.

Posa su mano en la parte alta de mi columna, justo donde no deseo ser tocada.

—¿Arde?

Muerdo mi boca para contener un gemido, no sólo arde. El dolor me está matando.

—Maldición, por una vez no podías sólo quedarte quieta.

Quiero replicar, pero estoy demasiado agotada para eso, ni siquiera soy capaz de abrir los ojos, me pregunto si es debido a mi falta de fuerzas o porque me da miedo encontrar lo que sé que veré en su rostro.

—No estoy enojado —admite de repente, como si hubiera leído mis pensamientos, como si conociera los secretos que escondo en mi corazón—. Maldición mujer, estoy completamente aterrado. Cuando te vi…

Se hace un silencio.

—Pensé que morirías.

Yo no puedo respirar, no tanto por el dolor en mi tórax como por sus palabras. ¿Es posible que él esté preocupado? Imposible, nadie nunca se ha preocupado por mí. Nadie me conoce lo suficiente como para que le importe, punto.

—¿Voy a morir? —consigo decir y me enorgullece hacerlo sin que mi voz se corte, él no responde de inmediato, esa es razón suficiente para que intente abrir los ojos, los párpados me pesan y la tentativa de continuar así, sin conocimiento de mi entorno, simplemente descansando, me gana la partida.

Me dejo vencer por el sueño y de inmediato me arrepiento, pero ya estoy en ello y no hay nada que pueda hacer.

Antes, solía soñar con hombres, bestias y gatos. Las pesadillas que sufría parecen dulces sueños cuando las comparo con la realidad. Los hombres existen y están acá, tan malditamente cerca. Ni siquiera el agotamiento es suficiente para hacerme olvidar, estúpidos recuerdos, estúpida memoria.

Ahora tendré que volver a La Grata para avisar al resto, tengo que ir con mis hermanas para explicarles que han sido engañadas, que toda nuestra educación está basada en libros de ficción, en mitos. Todo está mal, nuestra sociedad está cimentada en una gran mentira, que esas bestias no están extintas, ¡una de ellas me mordió!

En cuanto pienso en esto, inmediatamente una imagen de su feroz postura y sus colmillos relampaguea en mi cabeza. Es tan monstruosa y macabra, sus gigantes colmillos, la repugnante luz de sus ojos viéndome con esa crueldad deliberada.

Despierto gritando a todo pulmón. Los brazos del gato no tardan en cubrirme, me envuelven como la crisálida a la mariposa, y no quiero que me suelte, no quiero dejarlo ir. No entiendo el cómo, ni el porqué, pero su olor, su tacto, es algo tan nuevo y anormal, tan extrañamente rico y me encanta.

Por increíble que parezca, me siento a salvo, así que me acurruco más cerca de él, enterrando la nariz en su pecho y me impregno de su olor. Huele a noche, bosque y él.

—Tranquila —pide en un susurro, su boca está tan cerca de mi piel como lo están mis manos de la suya. Me recuerda a Emil, a su íntima compañía y el calor de su recuerdo, pero no es como ella en absoluto—. Todo está bien.

El único problema es que tengo la fuerte sensación de que voy a morir en cualquier momento.

—Tienes tus pies fríos —nota, estirando su torso para alcanzar mis tobillos. Extraño, estoy descalza.

Un momento…

—¿Dónde estoy? —Pregunto, girando mi rostro hacia la izquierda, donde una pequeña chimenea alumbra nuestros cuerpos recostados sobre una alfombra cubierta de cojines, algo así como una improvisada cama.

—En el infierno —hay culpa en su voz—. Lo siento mucho, no debí traerte hasta acá, pero fuiste mordida por una Naja rabiosa.

—¿Naja rabiosa? —repito sin entender, las palabras no tienen ningún sentido. Sólo recuerdo a esa bestia, ese… ese hombre, luego no conforme con ello se introdujo en mis pesadillas y ¡Maldición! Todo es tan confuso. Además, necesito recuperar a…

—¿Emil? ¿Dónde está ella?

—No tengo idea de lo que estás hablando. Y que conste, no fue un hombre quién te atacó —él aleja su rostro luciendo algo así como molesto, otra vez, hay un montón de desconcierto en su voz— Mujer, fuiste mordida por una Naja, cobra, serpiente, ¿Sí sabes lo que son, verdad?

Niego, la verdad es que la cabeza ha comenzado a dolerme.

—Emil, es mi amiga… Ella está mal, se la han llevado ¡tengo que salvarla!. Mi boca… —trago, la siento fría y me cuesta trabajo mantenerla cerrada, un sabor entre metálico, ácido y amargo reverbera en ella—.

Necesito agua.

—Sí, lo has repetido como cuarenta veces en los últimos días…

Un momento ¿Dijo días?

Pestañeo aturdida, esto no puede ser… él debería haberme olvidado.

—¿Cuánto?

—¿Te refieres a cuánto tiempo llevas en casa? —su voz suena más viva, casi divertida. Ya no percibo ese matiz culposo. Menos mal, me deprime ese tono.

—Exactamente dos días y medio.

—¿Cómo? —niego de inmediato—. No es posible.

—¿Qué cosa no lo es?

—Tú, los recuerdos, no está bien. No es normal.

—Mujer…

—¡Deje de llamarme mujer! —exploto— ¿Es que no lo ve? Algo no va bien, primero aparece, todo esquivo ignorándome. Luego, actúa raro como… como si le importara y dice que una “Cobra” fue y me mordió, cuando ambos sabemos perfectamente que se trata de un hombre. No sé porque los encubre, pero no está bien, ellos son malos, son peligrosos.

—Mujer…

—¡Que no me llame mujer le dije!

—¡Vale! —él se mueve en la alfombra y deja mi cuerpo recostado entre las mantas y almohadones. A continuación, lo veo caminar hasta una puerta de madera barnizada—. Hembra, ¿Está mejor así?

Arrugo mi cara, eso se pasa de mal.

—Como sea, la cosa es, tú y yo necesitamos hablar, pero está claro que necesitas descansar, el antídoto aún no hace efecto completamente en tu organismo.

—Me llamo Anaya, ya se lo dije —consigo decir, mi reciente arrebato a agotado mis reservas de energías, él tiene razón, necesito dormir—, pero puede decirme Aya.

—Muy bien, prefiero Aya, eso es un avance. Yo soy Irah Levi y tienes siete horas para reponerte, si no estás despierta para ese entonces, tendrás que enfrentarte a mis manos y un montón de agua fría.

Abro un poco mis parpados, no dejo pasar que tiene el mismo apellido que mi maestra de Historia. Es raro, pero he leído que a veces, los gatos son apellidados por el nombre de sus dueños, quizás este gato era de alguna hermana lejana de Adel, o algo parecido. Abro un poco más mis ojos, consigo ver algo del rostro de Irah, no está demasiado lejos así que no me pierdo el momento en que esboza una sonrisa.

—No es tan malo, hablo de una ducha. No pienses mal —no entiendo por qué se defiende. No he pensado nada malo.

Siete horas después, con los rayos de luz atravesando el cristal de la cabaña, me siento mucho más tranquila.

Él tenía razón, el antídoto necesitaba unas horas más contrarrestar completamente lo que sea que me haya contagiado el maldito hombre. En lo que a mí respecta, esa poción es realmente mágica.

Recibo el tazón que él me ofrece, es gigante y parece más una cacerola, pero la acepto de cualquier forma, cuando pruebo el líquido que hay en su interior, me quedó atónita, es tan dulce como la miel.

—Entonces —empieza, sus enigmáticos ojos ámbar repasando mi rostro— Eres algo así como una heroína, ¿Cierto? —No lo llamaría así, pero desde que le conté mis intenciones de salvar a Emil, él no para de repetirlo.

—Sólo quiero lo mejor para ella.

—¿Qué es, tu novia o algo así?

—Sabe, la mayor parte del tiempo, ni sé de lo que habla.

—Tienes razón. Debe ser porque soy muy inteligente.

—¿Es broma?

—Sí, pero eres demasiado tonta para notarlo.

—¡Oiga! —exclamo molesta, pero el empuja el tazón a mis labios antes de que pueda añadir algo más.

—Es usted un mal educado —consigo decir cuando he tragado.

—Así somos los gatos, defecto congénito supongo.

—Sí, debe ser eso.

Él suelta una amplia sonrisa, revelándome sus dentadura completa mientras estrecha los ojos levemente, yo me pregunto qué otro problema congénito puede tener. Realmente hay algo mal con él.

—¿Qué tengo que hacer para que se comporte de forma civilizada?

—Bueno —se toma su tiempo examinando nuestra mesa, no tiene mantel y rayas feas cubren la madera de la superficie, parecen marcas de garras—. Para empezar, ¿Podrías sólo dejar de mirarme?

—¿Es malo? —Frunzo el ceño—. No le duele, ¿O sí?

—¿Qué? ¡No, cómo crees! Es sólo… bueno, tú sabes —me quedo mirándolo seria, esperando a que continúe.

—Es raro ¿Vale? Me incomoda. Además, ni siquiera es como si te limitaras a echar un vistazo, estás prácticamente pegada a mi piel, tocándome con tu nariz.

—Soy corta de vista.

—¿No tienes lentes?

—Estaba a punto de operarme en La Grata —me detengo, recordando todas las ideas inconclusas que dejé en mi antiguo hogar.

—Emil me necesita —afirmo—, mi vista puede esperar.

—Sí, sí… si pudieras dejar de repetirlo al menos una vez, juro que no me quejaré. Te lo aseguro. Pero la cuestión es, lo veo difícil una vez que te descubran.

—¿Descubrirme?

—Ah, bueno… —admite llevándose el pulgar a su boca, muerde su uña tal y como lo hacía Emil, mi corazón se acelera sin que pueda evitarlo—. De eso es de lo que te quería hablar ayer.

10:00

Mientras espero a que el gato termine lo que tiene que decir, me vuelvo consciente de cada detalle en la cabaña, desde su claustrofóbica forma hasta su sencilla decoración. Mesa destartalada, alfombra transformada en cama, apenas una ventana y esa extraña puerta que parece más un mueble que la entrada de un hogar.

La cabaña está tan silenciosa que da la impresión de que, incluso, el aletear de una abeja podría emitir un eco.

—¿A qué se refiere con que tenemos que hablar?

Sin responderme, el gato se pasa una mano por la cara, es un gesto que nunca antes he visto, ninguna de mis hermanas en La Grata lo utilizaba. No contento con eso, camina hacia el cristal de la ventana, lejos de la mesa, dándome la espalda. Para ser sincera, me parece el colmo del descaro. ¿Cómo puede soltarme una bomba como esa? ¿y el tono que usó? Todo indica que es algo grave. ¡Y se da el lujo de hacerme esperar!

Desearía haber traído a Cecania para que le diera una paliza como lo hizo con Jarvia, en cuanto lo pienso, me siento culpable. ¿Pensar en ella sólo cuándo necesito ayuda? ¿Acaso era así como se sentía Emil respecto a mí? ¿Pensaba en mí sólo cuándo necesitaba ayuda para algo?

No lo creo, Emil no era de ese tipo de personas. Ella era independiente, no necesitaba ayuda de nadie, una contradicción colosal con su apariencia tan vulnerable. Pero Emil tampoco me podía recordar y entonces me doy cuenta de que no quiero seguir pensando, no me hace bien, porque en algún lugar de esa torre se encuentra mi amiga y está sufriendo, no parece justo que pierda mi tiempo ocupada en sentimentalismos.

—¿Gatito?

Me tomo de un sorbo el resto del tazón y me doy prisa por alcanzarlo. La cabaña es pequeña, así que no me lleva mucho tiempo unirme a él. Parece molesto. No, a decir verdad luce preocupado, o tal vez, asustado.

Me detengo a sólo dos pasos del gato, quien está empuñando su mano contra el cristal. Sigo su mirada, unos hilos de luz lo atraviesan formando líneas difusas en su mano, pero no son sus dedos los que llaman mi atención sino más arriba donde se encuentran sus nudillos, lucen blancos y tensos. Otra vez un gesto similar a los que hacía Emil, no puedo evitar pensar en ella, en la forma en que solía perder el control por tonterías, cuando estropeaba la ropa que acababa de ordenar o se hartaba por algún comentario de Ceca, cosas como estas solían descomponerla y apretaba sus nudillos hasta arrancarles el color.

—¿Gatito? —intento otra vez y los músculos de su espalda, aún desnuda, se tensan. Al parecer, le disgusta que lo llame así—. Irah —pruebo y él golpea el vidrio. No es la respuesta que esperaba, pero molestia es mejor que indiferencia.

—No estás a salvo aquí.

—Vaya novedad —respondo con tono aburrido, pensando en lo cerca que estuve de morir a manos de esa bestia tres días atrás, pero también un tanto aliviada de que vuelva a hablarme, incluso si es sólo para decir bobadas. Siempre he ligado el silencio a la soledad y para ser sincera, estoy cansada de estar sola—. Sólo para que usted sepa, me da igual.

—Puedo verlo —dice, aún sin mirarme—, verás, mientras dormías salí a dar un paseo. Ya sabes, alguno de nosotros debía hacer algo útil.

—¿Llama útil a salir de paseo?

—Lo es cuando se trata del sitio de donde provengo —esta vez se gira hacia mí y hace ademán de esconder las manos en la pretina de su pantalón, pero elige enganchar sus pulgares en los bolsillos delanteros con actitud despreocupada, aunque el gesto no es suficiente para ocultar sus nudillos lívidos—. Bastante útil a decir verdad.

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