Read Sin historial Online

Authors: Lissa D'Angelo

Tags: #Ciencia ficción, #Romántico, #Juvenil

Sin historial (3 page)

BOOK: Sin historial
8.17Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Pienso en Emil, en Cecania, incluso la engreída de Jarvia y las pistas están ahí, todas frente a mí, aunque me duela aceptarlo.

Es como si reencarnaran a diario. Hay veces en que son tímidas, al siguiente día son osadas. Por supuesto, esto no se trata de volver a vivir en un cuerpo diferente, sino del mismo cuerpo, pero una personalidad distinta en cada ocasión.

—No puedo creer esto —murmuro contra mi almohada negando—, no lo acepto.

Siento algo moverse junto a mí, es Emil y me hago a un lado porque la verdad es que no me molesta que se acomode junto a mí, a veces lo hace.

—¿Qué va mal? —pregunta y me gustaría decirle que todo, que yo estoy mal, que el resto del mundo me hace daño… porque son felices, son felices sin mí y duele saber que para el resto no eres nadie, duele saber

que eres tan prescindible como un diente de león y mientras siento una gota tibia deslizarse por mi mejilla, todo en lo que puedo pensar es en que necesito salir de aquí.

02:00

Cuando me despierto, estoy sola.

Ayer, mientras escuchaba a Emil dormir y yo fingía hacer lo mismo, me pregunté si ella soñaría conmigo. Creo que puede ser posible, ella habla dormida, se ríe y de vez en cuando deja escapar unos suspiros. Quisiera que alguna de sus risas fueran por mí, quisiera importarle la mitad de lo que a mí me importa ella.

Con un suspiro largo me levanto de la cama, si hubiera dormido las ocho horas que corresponden no estaría así de cansada. Hago una mueca cuando entro al baño de mi cuarto y veo mi rostro en el espejo.

Tengo unas ojeras del tamaño de mi boca.

—Gracias Emil —murmuró malhumorada mientras cepillo mis dientes, pero sé que no es su culpa, ella sólo fue a mi cama a consolarme, a reanimar mi ánimo, bastante bajo por ser una maldita rareza.

«Maravilloso»

A veces hace cosas como esas, tiene gestos tan tiernos que me hacen pensar que tal vez me recuerde, que tal vez… sólo tal vez le importo. Pero no es posible.

Además, no es culpa suya que yo me pase las madrugadas al pendiente de su sueño, lo que dice o deja de decir, el modo en que arruga su entrecejo o incluso los hoyuelos que se forman en su redonda cara.

Sacudo mi cabeza.

Pensar en su rostro hace que le preste atención al mío. Mala idea. Emil y yo somos polos apuestos. Donde ella es fina yo soy tosca, si ella es blanco yo soy negro. Mi cabello es cobrizo, más cercano al tono miel que al de una zanahoria. Tengo pecas por doquier, mejillas, nariz, hombros y espalda. Además, mis ojos son violeta como la piel de una lagartija, hay montones de ellas en la Grata, grandes, pequeñas, de todos los colores posibles y las veo recorrer los muros intentando alcanzar el sol, volviendo con mis ojos, tienen un sesgo anómalo en la zona donde deberían formar una almendra, es casi como si hubieran querido extenderse hasta salir de mi rostro, pero la línea natural de mi fisonomía no se los permitió.

De todos modos, la mayoría de las profesoras dice que soy hermosa, lo terrible del asunto es que se supone que todas lo somos, pero a mí no me parece así. Quiero decir, la cara de Jarvia se me hace fea, una vez lo admití en voz alta y tuve la mala suerte de que Adelfried me descubriera, ella me obligó a acompañarla a su oficina en dónde me repitió, al menos diez veces que la belleza va por dentro.

«Somos mujeres Aya y nuestra alma es lo más valioso. A diferencia de los hombres quienes, a pesar de su aparente atractivo, solían ser seres malévolos y la naturaleza siniestra de su alma fue lo que finalmente terminó por volverlos horrendos en el exterior»

O lo que los transformó en bestias…

Desvío mi rostro del espejo. A fin de cuentas, mi cara no es algo que me importe, y menos mi frente, que parece dos veces más grande de lo normal.

Me apuro en tomar una ducha y cuando regreso a mi cuarto soy sorprendida con una bandeja con el desayuno.

—¿Y eso? —pregunto, porque a pesar de que sé reconocer las tostadas y el jugo de naranja, no sé qué significa aquel gesto.

Generalmente, comemos todas juntas en el comedor, nunca en las habitaciones.

—Es tu desayuno —me indica Emil encogiéndose de hombros. Algo en sus ojos no va bien, probablemente sea idea mía, pero de todas maneras le pregunto.

—¿Te sientes bien?

Emil se queda viéndome confusa, sus ojos celestes más sabios de lo habitual. Muerde su boca como dudando y camina hacia mí. Sus manos se mecen a sus costados y parece que quiere tocarme. Me pregunto el porqué.

Observo su cabello rubio caerle por un hombro, está húmedo al igual que el mío, sólo que yo lo llevo varios centímetros más largo, rozando mi cintura; el de Emil se limita a un corte recto a la altura de sus hombros.

—Te has duchado antes que yo.

—No —sus labios apenas se han movido para decirme eso. ¿Estará enojada conmigo? Eso sería algo nuevo y también absurdo, no tan temprano al menos. Necesitaría de al menos una hora para generar recuerdos y alguno de esos, tendría que ser uno malo para que la hicieran molestarse conmigo.

—¿No te has duchado o no te sientes bien?

—No me siento bien

Tal vez la golpeé mientras dormía y se cayó de la cama, esa parece una razón lógica. Salvo que cuando la vuelvo a mirar no luce para nada molesta sino triste. Sigue cerca de mí y comienzo a preocuparme…

—¿Por qué quieres tocarme? —le pregunto sintiendo mis cejas unirse. Emil eleva las suyas y abre su boca en una gigantesca O.

—No lo sé.

—¿En serio?

Ella asiente.

—Parecía correcto.

—¿Tocarme? —le pregunto asombrada, pero la curiosidad supera la sorpresa inicial y me acerco a ella, quien se ha detenido justo a dos pies de mi cama, donde dejó la bandeja con mi desayuno.

Tomo sus manos entre las mías, han comenzado a temblar.

—¿Qué te pasa?

Ahora estoy preocupada, hay un pequeño rubor en sus mejillas.

—¡Tienes fiebre! —Seguro es eso, pero cuando me giro para salir de la habitación y buscar ayuda, siento su mano aferrándose a mi brazo y arrastrándome de vuelta hacia ella, hacia su cuerpo y entonces tengo su boca sobre mí.

Sus manos tan aferradas a mi piel como podrían estarlo dos piezas ensambladas. Me alejo de ella, sobando la zona de mi mejilla donde sus labios dejaron restos de saliva.

—No tengo fiebre —dice mordaz con su mandíbula en alto y es extraño el modo en que todo su cuerpo ha cambiado. Ya no parece Emil, mi compañera de cuarto, sino una cosa extraña que planea abalanzarse sobre mí a la menor provocación.

Lo que me recuerda…

—Emil —dudo, luego trago el nudo en mi garganta y empujo la pregunta fuera de mis labios, se lo debo—, ¡¿qué edad tienes?!

Incluso antes de oír su respuesta, las cifras han comenzado a tener sentido en mi cabeza, las fechas, el día de hoy.

Su cumpleaños.

—Diecisiete

«¡No!», grita mi mente justo cuando un cúmulo de imágenes comienza a transitar por ella, me digo que no es posible, que no es real, salvo que lo es. Pillo a Emil llevándose una mano a la boca, tocándose. Joder, no.

—¿Estás segura?

Ella eleva una ceja.

—Creo que estoy bastante segura de la edad que tengo. Lo que por si lo has olvidado, me hace dos años mayor que tú.

¿Qué anda mal contigo, Aya?

Conmigo nada, a excepción de mi habitual desperfecto, Emil en cambio… Rayos no, su cumpleaños no debía llegar tan rápido.

Pestañea molesta mientras comienzo a dar círculos por nuestra habitación, su actitud tan… cercana, tan anormal.

¡¿De qué me sorprendo?! Ella ya ha entrado en estado fértil, se supone que actúe así. Son los síntomas. Demonios.

—¿Tienes algo que quieras decirme? —, pregunta aún irritada, asumo que es porque notó la comprensión en mi rostro.

No quiero que se sienta incómoda ni irritada, no quiero que se sienta mal. Punto.

Camino hacia ella sin pensármelo dos veces y le devuelvo el beso. Es menos fuerte que el de ella, no quiero que su mejilla quede manchada de baba como la mía, pero el gesto se entiende.

—Te quiero —le digo, porque sé que mañana no lo recordará. Incluso cuando mis palabras las siento de verdad, no las he dicho por ello, sino porque parece ser la última oportunidad que tengo para demostrarlo, no se trata de que yo necesite hacérselo saber, sino de que nos queda poco tiempo, sólo semanas o incluso días.

Esto es por ella no por mí.

—Pero, yo pensé…

—¿Qué pensabas? —Esta vez estoy curiosa mientras que espero una respuesta, pero su respuesta no llega nunca.

Ella se lleva el dedo pulgar hasta la boca y comienza a morder su uña, es un gesto que ha tenido desde siempre. Antes creía que éramos iguales, si ella podía mantener el mismo tic nervioso de su uña por cada día que renacía, tal vez significaba que inconscientemente era capaz de recordar algo. Me tomó ocho años comprender que no funcionaba de ese modo.

—¿Has dicho algo?

—No, nada… Vamos a comer.

—Aya, al menos vístete antes.

Bajo mi vista hacia mi cuerpo, recordando que he salido de la ducha con sólo una toalla.

—Te olvidaste de mi cumpleaños —adivina Emil, una vez que me he vestido y comemos nuestras tostadas y jugo.

—No es eso, sólo me tomaste por sorpresa. Se supone que yo debo darte regalos en tu día y no al revés.

Se encoge de hombros como si se tratara de algún tema trivial en lugar de su cumpleaños número diecisiete…

—Sólo me levanté más temprano de lo habitual y convencí a las hermanas para que nos dejaran desayunar en la habitación —sonríe mientras me pone al día—. Les dije que no me sentía bien, no era realmente una mentira..

—Lo sabía, ¿Te boté de la cama mientras dormía?

Ella deja escapar una risita.

—No seas exagerada —se ríe entre dientes, algo inaudito en ella..

—Emil… —le advierto.

—Sólo un par de codazos —acepta—, nada demasiado grave.

—Sabes que tengo mal dormir, no deberías colarte en mi cama.

—Supongo que lo olvidé —No luce como alguien que ha olvidado.

Se me queda viendo más tiempo de lo normal, podría jurar que recuerda algo.

—¿No estás nerviosa? —le pregunto, es un intento por cambiar el tema. No es sano para mí continuar con las esperanzas de que alguien, aparte de mí, recuerde algo.

—¿Debería? —pregunta con voz firme.

Me doy cuenta, ha vuelto la Emil de costumbre, segura de todo y casi condescendiente. Por lo general es bastante impaciente, por lo que me asombra ver que espere en silencio mientras que yo busco qué palabras decir.

—Me refiero a si deberías tener miedo por lo que te espera. Pues, no quiero asustarte, pero no tienes idea de qué rayos es.

—Traer niños no es tan difícil, ya sabes. Incluso Jennifer sobrevivió.

—¿Olvidas lo que pasó con su hija?

—¿Te preocupa más la bebe que yo? —Hay desazón en su rostro cuando eleva su voz. Yo niego rápidamente, porque he notado que sus cejas casi blancas comienzan a juntarse.

Jennifer es un caso especial, fue la madre más joven de la historia, pero su final no es bonito. No quiero que Emil se enoje, pero algunas cosas necesitan ser dichas.

—Para ser sincera, lo que me preocupa es tu falta de preocupación.

Espero por su respuesta y cuando ésta llega, me deja sin habla, por unos segundos.

—Es sólo reproducción, no veo porque armas tanto lío.

Esta es una de esas ocasiones en las que comenzaría a contar esperando el final del día, de los recuerdos, los problemas, pero estoy demasiado molesta para ser paciente, así que llego al cien de diez en diez.

«Setenta, ochenta, noventa…». Cuando finalizo, me doy cuenta de que es apenas de mañana, no llegarán las doce y, por mucho que esta vez añore como nada el reseteo diario, sé que éste no llegará.

Frente a mí, Emil continúa intacta, observándome a la defensiva.

—¡Es una vida! —escupo con furia, ya sin deseos de comer ni beber el maldito zumo de naranja.

Reproducción y una mierda, se trata de traer una vida al mundo… a La Grata, a los árboles, a la tierra. Se trata de una Emil pequeñita corriendo por los pasillos. La reproducción no es algo para banalizar al punto de rebajarnos al nivel de una mosca, y que me perdonen las moscas, pero Emil está en un error.

Me levanto de la mesa arrastrando la silla y casi me detengo cuando la oigo responder en un hilo de voz:

—Una vida que no pedí traer.

03:00

No veo a Emil por el resto de la tarde, en cambio me entretengo con Cecania gastándoles bromas a las chicas de los niveles básicos.

Ella es bastante buena con las bombas de humo, sólo necesita robar los cigarrillos de alguna hermana y romper en trocitos pequeños una pelota de ping-pong para hacer magia asustando mocosas.

Estamos todavía intentando reponernos del ataque de risa que nos provocó ahuyentar a esa rubia cuando la veo venir. Sus labios pintados de un carmesí exagerado y los ojos tan verdes como los de un reptil. Nunca he entendido su necesidad de usar tanta cosa en la cara, en serio… no tiene sentido.

—Pero miren que bonito, un par de adultas asustando a las más pequeñas. ¿Muy maduro eh? —pregunta Jarvia, su voz monocorde y chillona.

En lo personal, no me considero adulta, apenas he cumplido los quince. Y esa ruba no tiene nada de pequeña; la sorprendimos fumando en el baño así que dejamos caer la bomba por la ventana, de hecho, aterrizó sobre el retrete donde tenía apoyado su bolso.

¡Ni siquiera le dañó el cabello!

—Metete en tus cosas —le advierte Ceca, en cambio yo me quedo callada, más que nada porque tiene razón. En honor a la verdad, Jarvia Roth generalmente la tiene, lo que sólo logra que me caiga peor.

—¿Mis cosas? —la aludida voltea sus ojos, el cabello rojo cayéndole por los hombros y unas diminutas trenzas más largas que el resto de su melena, le rozan los hombros—. Estamos en La Grata, no hay tal cosa como las tuyas o las mías.

Si una tiene problemas, entonces todas tenemos problemas.

—En serio, si ese es tu modo de decirnos que dejemos de divertirnos, la empatía se te da muy mal.

Cubro mi boca para no soltar una risa, pero en serio, no es fácil. La cara de Jarvia no tiene precio.

—De todos modos, no veía para eso, sino para avisarte a ti —me apunta con su estrafalario dedo índice, lo trae tan lleno de anillos, que me pregunto cómo rayos no se tuercen—, que tu compañera te necesita.

BOOK: Sin historial
8.17Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Make Believe by Smith, Genevieve
The Demonica Compendium by Larissa Ione
A Gift of Trust by Emily Mims
Monkey Suits by Jim Provenzano
Romancing the Running Back by Jeanette Murray
The Secrets of Life and Death by Rebecca Alexander