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Authors: Lissa D'Angelo

Tags: #Ciencia ficción, #Romántico, #Juvenil

Sin historial (2 page)

BOOK: Sin historial
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Un sutil sonido llama mi atención, es un crujido como el de una rama al romperse, pero no se trata de eso… lo sé. No sé cómo, pero sencillamente lo sé. Son casi las doce. A esta hora nadie está fuera ni remotamente cerca de las puertas de la ciudad, a excepción de las guardias.

Si pudiera dar alguna explicación para el origen de ese sonido, seguramente lo más probable es que dijera que se trata de un Alíen aterrizando en nuestro bosque. Conozco los Alíens, al menos los que vendía la industria cinematográfica siglos atrás antes de que los televisores fueran reemplazados por DG-7 y las actrices por réplicas computarizadas.

Al final, supongo que fue lo mejor para todos: los artistas ahorraban dinero en operaciones y vivían más felices. Las actrices vendían los derechos de propiedad de la imagen de sus cuerpos, de ese modo si el papel requería un aumento o disminución de peso, no debían caer en dietas extremistas. De paso, así, cientos de adolescentes evitarían caer en trastornos alimenticios para asemejársele a la estrella objeto de turno.

Cuando giro la esquina en dirección al estanque, cerca de la puerta principal, sé que no estoy sola. He notado que el crujir de ramas me acompaña desde hace minutos y lo peor de todo es que sé que no se trata de un extraterrestre, porque no existen.

Estoy temblando y no es debido al frío… sé que los hombres tampoco existen, pero aún así no dejo de pensar en que una criatura hambrienta de carne, sangre y algo más se abalanzará sobre mí y drenará mi alma. Cierro mis parpados esperando lo peor, sin embargo al alzar mi rostro, todo lo que veo es el rostro de Adelfried, lo que es aún peor.

Pequeños restos de maquillaje bordean sus ojos azules y su piel lechosa luce igual que la descripción de las ninfas en los libros de mitos y leyendas. Trae unos anchos pantaloncillos de seda del color de la sangre y su cabello negro cae trenzado sobre su hombro derecho.

«Me han pillado», grité mentalmente.

—¡Anaya Sonnenschein!, ¿tienes idea de lo tarde que es?

La verdad es que no, pero me encantaría saberlo. Lástima que no pueda sacar mi reloj en presencia de ella, sería demasiado delator. Otra cosa que me preocupa es que me ha llamado por mi nombre en lugar de hermana, esa es su forma de decirme que estoy metida en grandes problemas, y sé que eso es todo lo que dirá esta noche.

—No podía dormir —le digo. Como respuesta deja mucho que desear, pero es lo primero que se me vino a la mente, mientras tanto los minutos corren—. Lo siento.

—Un lo siento no solucionará nada, acompáñame Anaya —la voz sale de forma cortés, al igual que sus facciones y el gesto que pone al estirar su palma para ofrecérmela como si se tratara de la entrada al paraíso; pero yo sé lo que hará, tendré que acompañarla a mi habitación, con la amenaza de ser castigada al día siguiente. Se supone que mañana despertaría sin recuerdos ni castigo, sin memorias del día anterior y desde luego, con veinticuatro nuevas horas para aprender de mis errores, los que seguiría sin conocer.

Pero esto no se aplica a mí que, a diferencia del resto de las vivas, tengo un cerebro dañado, no logra funcionar como el de una mujer normal, que en lugar de desprenderse de los recuerdos los mantiene arraigados, manteniéndome atada al pasado, incapaz de avanzar, convirtiéndome en lo que soy: un bicho raro.

—Está bien —respondo, pero he comenzado a contar en silencio.

«Cuarenta y siete, cuarenta y ocho, cuarenta y nueve…»

Justo cuando llegamos a la puerta de la entrada las campanas de la plaza central comienzan anunciar las doce, y en un gesto desesperado le lanzo todo el polvo de Valeriana que hay en el saquito que escondo en mi bolsillo, mis manos quedan pasadas a Valeriana, horrible y penetrante, como queso curado. Es tan chocante que me quedo inmóvil. Adel cae inconsciente sobre las baldosas y cinco segundos después su cuerpo comienza a sufrir unos espasmos. Sé lo que sucede, el microchip en su cerebro está siendo formateado, lo que me deja con sólo cincuenta y cinco segundos para huir de ahí, antes de que una vigía nos encuentre. Yo tomo esa oportunidad como un regalo del cielo, aunque dude mucho de la existencia de la Virgen y la use como mero tecnicismo. Subo la escalera corriendo hasta que finalmente doy con la puerta de mi habitación.

Está cerrada y comienzo a desesperarme hasta que recuerdo que escondí la llave en la tarjetita que cuelga en su interior. Una caricatura a mano alzada adorna la tapa. Emil y yo lo hicimos, aunque ella no tiene imágenes de esa vez, como tampoco de muchas otras actividades.. Saco la llave adherida con cinta sobre la tarjeta y me apuro en abrir la puerta.

—¡Maldición! —suspiro, dejándome caer sobre la cama, mientras espero que mi respiración se normalice y hago lo posible por encontrar un lado bueno de mi fallido intento de huída. Al menos la hermana Adel no lo recordará…

01:00

La mujer es fuente de vida.

Nace y es. Existe y coexiste.

No hay nada superior a ésta y sin embargo, no se refiere a nada como un ser inferior.

Tengo la tentación de bostezar, de hecho la tentación es muy grande. Por fortuna Cecania se me adelanta y lo hace varias notas más alto de lo que yo, o cualquiera de los presente se permitiría.

Liese Odell, la única profesora de La Grata que es capaz de convertir una cátedra en un cuento de horror, detiene su discurso sobre Religión y se voltea hacia mi compañera. Casi me siento culpable, yo soy quién debería estar cansada. No he conseguido dormir mucho debido a mi frustrada fuga de ayer, pero luego recuerdo que Ceca suele hacer cosas como esta, molestar al resto, sacar de sus casillas a Liese.

Ahora la clase completa se encuentra bajo un silencio sepulcral, distingo entre el montón los rostros de siempre, por desgracia Jarvia Roth es la primera que veo y, a pesar de que se encuentra en primera fila, soy capaz de atisbar su sonrisa engreída sin perder detalle.

Menuda suerte.

Me resulta curioso que, con el paso de los días, su carácter se vuelva aún peor, supongo que hay personas que simplemente nacen para ser malas, sin importar las veces que vuelvan a empezar.

Jarvia es el mejor ejemplo de que el formateo de la memoria es un tema de basura. No recuerda detalles, pero de la misma manera en que yo me aferro a mis recuerdos, ella se aferra a su maldad. Paso de ella y continúo con mi escaneo. En la fila de la izquierda contigua a la ventana están Martha Brooke y Patrinix Anouk como siempre juntas, sus manos entrelazadas por encima de la mesa y ese brillo en sus ojos que reflejan pura autenticidad.

Algo se despierta en mi interior, conozco el sentimiento porque he leído sobre él, nadie sabe esto por supuesto, ya que visitar la biblioteca está estrictamente prohibido. Una regla estúpida si me lo preguntan, quiero decir ¿Para qué otra cosa podrían tenerla? Porque eso de que “se trata de un monumento nacional“, no me lo trago.

Sacudo mi cabeza, ignorando el discurso sobre respeto de Liese y vuelvo a posar mi atención en Martha y Patrinix, mi pecho se contrae. Es horrible lo mal que se siente… no lo sé, es como si tuviera un hueco repleto de concreto, porque ejerce una fuerte presión y se me hace difícil respirar libremente. Me siento obstruida. Desgraciadamente las mismas sensaciones, se repiten en mi corazón.

Martha ahora descansa su cabeza en el hombro de Patrinix y ésta ha comenzado a acariciar su cabello con su mano izquierda, parecen perdidas en su propio mundo. Al igual que yo, no prestan atención a la profesora, sin embargo yo tengo razones muy distintas y es ahí cuando el sentimiento sobre el cual he leído comienza a canturrear en mi cabeza.

«Envidia».

Supongo que podríamos llegar a ser amigas, si no tuviera la certeza de que mañana me tratarían como a una más del montón. Nadie, a excepción de nuestras compañeras de habitación puede desarrollar una memoria a largo plazo, y ni siquiera es tal cosa, la verdad es que dichos recuerdos consisten en mantener información básica de la otra para así evitar interrogatorios, malos entendidos, hasta gritos colectivos cuando en cada amanecer, nos encontremos con una extraña dormida a nuestro lado. De modo que… sí, puede que nuestras compañeras de cuartos manejen más información, pero es algo así como una ficha básica sobre la otra: edad, nombre, etcétera.

La amistad es una anomalía. Una extravagancia. Aunque en ocasiones sí se da, como parece ser el caso de Martha y Patrinix. Da la impresión que cada vez que despiertan se ven y deciden que todo irá bien, que no importa lo rápido que el reloj marque las doce, están determinadas a volver a encontrarse, conocerse…

Dejo escapar un suspiro, es bastante idiota pensar así, yo soy la que está rota, no ellas. Ni siquiera debería juzgar, ellas están bien, siguen adelante, continúan con sus vidas. Aún así las envidio, porque estamos destinadas a recordar lo necesario y mientras vamos creciendo, nuestro cerebro añade datos esenciales para actuar de acuerdo a la edad cumplida, de otro modo La Grata estaría llena de ancianas actuando como niñas.

Vuelvo mi rostro hacia Ceca, quien se sienta una fila por delante de la mía. Pese a que no somos compañeras de banco, nos llevamos bien. Bueno, cuando no despierta con aires de grandeza, aunque eso no pasa muy a menudo. Cecania Egbert, es traviesa y divertida, no le tiene miedo a las reglas, prueba de eso fue su indecoroso bostezo en medio de la clase de Religión, en eso se parece a mí, y lo cierto es que la prefiero cien veces más, ante a la persona con quien comparto mi pupitre.

Emil, mi compañera de cuarto y clases, La veo más de lo que desearía y en cierto modo es ella quién me ha convencido de que mi actuar está mal. Recuerdo la primera vez que la odié y con eso me refiero a que estuve realmente enojada; fue un día después de mi cumpleaños número ocho. Al ser mi compañera de habitación, Emil estaba al tanto de esas fechas, como dije antes, las compañeras de habitación retienen más datos sobre la otra que del resto de las personas.

Yo estaba tan emocionada que en aquel entonces no estaba segura de ser capaz de contener el sentimiento en mi pecho, Emil me había regalado un precioso llavero hecho con sus propias manos, de lana y diente de león. Era magnífico, tenía dos ojos y una boca, no le hizo nariz, porque no estaba segura de si los gatos tenían una o no, tampoco yo lo estaba, así que su regalo me pareció fenomenal.

Por eso, cuando al día siguiente me preguntó qué era “esa cosa” que tenía en mis manos no pude hacer otra cosa que gritarle que se metiera en sus asuntos y me dejara en paz. Fui todo lo madura que podía llegar a ser una niña de ocho años.

Lo peor fue que después de ignorarla todo el día, y de paso, sentirme podrida, al día siguiente ella despertó como si nada hubiera pasado, de modo que mientras Emil vivía en su mundo de indiferencia, yo sólo acumulaba más y más amargura.

Es por eso que prefiero a Cecania, hablar con ella duele menos, porque no la conozco lo suficiente para que su falta de recuerdos me dañe. Emil en cambio, sabe todo de mí y aún así, es como si no me conociera. Miro de reojo a Liese, sus mejillas están atiborradas de carmesí, pura ira, tanta que casi puede olerse.

—Lo siento —se excusa Ceca, pero la sonrisa de su boca la delata, escucho un suspiro cabreado y miro hacia mi lado, Emil por supuesto. No es un misterio para mí que no se llevan bien. En un momento llegué a creer que yo era la causa, que tal vez… ¡Imposible!, no tengo tanta suerte y los celos son algo que Emil no conocería ni por error.

—Que no se repita —le advierte Liese con una mirada preventiva, mientras dice esto su rostro me parece demasiado fino e infantil para la crueldad que la caracteriza.

A Ceca no le queda otra que asentir, bostezar en religión es casi tan aberrante como rayar los retratos de nuestras mártires.

—Bien, como les decía antes de que fuera groseramente interrumpida. La mujer es el único ser vivo tripartito: alma, cuerpo y espíritu. Renace de sus cenizas y es capaz de procrear por sí misma.

—No sé qué mierda tiene que ver esto con religión —me susurra Ceca, girándose hacia atrás y estirando el cuello para que pueda verla. Tiene una linda tez, del color de la canela y la arena seca. A menudo me pregunto cómo se sentirá tocarla. ¿Será como la mía?

Ahora que lo pienso, esto no es probable. Yo soy todo lo contrario, tengo una piel blanca, tan blanca como la leche, por lo general traigo mi cara cubierta por un centímetro de bloqueador, de otro modo me llenaría de ampollas.

—Ni siquiera habla de Diosas.

—Diosa —le corrige Emil y puedo ver, por la forma en que retuerce el bolígrafo en su mano, que no le agrada para nada Cecania. Aunque esto último yo ya lo sabía.

—Diosa —repite Ceca, moviendo sus labios con torpeza y todavía susurrando. Puedo ver que le cuesta digerir esa palabra, me pregunto el porqué.

—¿Han tenido suficiente allá atrás? —reacciono saltando en mi puesto cuando distingo la voz de Liese, y

esta vez, las tres enfocamos nuestra mirada en la pizarra y no volvemos a dirigirnos la palabras hasta que acaba la clase.

Horas más tarde, mientras estiro las mantas para poder acostarme, vuelvo a pensar en lo que dijo Liese luego de ser interrumpida por el bostezo de Ceca. Tal vez sea cierto, oí su discurso tres veces en la última semana. De hecho, fueron sus palabras las que me impulsaron a huir de La Grata.

«La mujer es el único ser vivo tripartito: alma, cuerpo y espíritu»

Escondo mi cabeza bajo las mantas, es un acto masoquista, porque hay cerca de treinta y cinco grados, pero incluso en tardes como estas, cuando el sol se comporta como un tirano e ilumina todo a su paso, me siento perdida en la oscuridad.

—¿Aya, estás bien? —me llega su voz desde la cama vecina y por poco olvido que Emil se encuentra aquí, a mi lado, a escasos centímetros de distancia, pero a la vez tan lejana como lo podría estar la constelación de Orión. Nunca he podido ver bien la silueta en el firmamento, pero según cuentan, él fue el primer hombre.

—¿Aya…?

Doblo mis brazos y piernas hasta quedar en posición fetal intentando que el miedo no me invada, no está bien. Apenas y tiene sentido, pero las palabras de la profesora están tan latentes. Sólo Liese tiene el don para enviarnos a casa con pesadillas aseguradas.

Aunque quizás. No, pero… ¡joder! ¿y si es verdad? ¿Y si realmente se trata de reencarnación?

En sus palabras, la reencarnación solía ser la creencia de que la esencia individual de las personas (ya sea mente, alma, conciencia o energía) adoptaba un cuerpo material no sólo una vez, sino varias.

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