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Authors: Lissa D'Angelo

Tags: #Ciencia ficción, #Romántico, #Juvenil

Sin historial (19 page)

BOOK: Sin historial
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Hay un largo silencio. Abro la boca para decir algo, pero vuelvo a cerrarla. Vuelvo a intentarlo.

—No puedo creerlo.

Se me adormece todo el cuerpo. Siento la sangre latiendo frenética en mis orejas y mi boca se ha secado.

—Eres demasiado perspicaz para no hacerlo. Mierda —pega un brinco en la cama y corro hasta él, sólo para comprender que, me había alejado de Irah mientras hablaba. ¡Dea-mater! No puedo estar asustada, no puedo porque eso significa que le creo.

—Los hombres no existen.

El rostro de Irah está empapado y no estoy segura si se trata de lágrimas o sudor, sus ojos lucen vidriosos y unas ojeras enormes acampan bajo éstos.

Deslizo las manos por mi camiseta para secar la traspiración de mis manos. Me cuesta trabajo enfocar la vista en un punto fijo: techo, cama, pared, todo parece dar vueltas.

«¿Me estaré volviendo loca?»

¬—¿No? Entonces explícame qué soy —me ordena en apenas un susurro.

Lo miro sin comprenderlo aún.

—Un gato.

Inspira profundamente y suelta una carcajada cargada de sorna, pero a pesar del compostura que exhibe, la satisfacción no le llega a los ojos. Apunta mi espalda con un dedo.

—¿Qué hay ahí?

—Mi armario.

Tomo una bocanada de aire y frunzo el ceño, sólo veo la puerta y ésta parece ondear. Me estoy ahogando y no sé si siento mucho frío o mucho calor. Además, las manos me tiemblan y sigo sin poder enfocar un punto exacto.

Mierda, realmente estoy asustada.

—No veo nada.

—Está detrás de la puerta, “gatita”.

Un escalofrío me recorre todo el cuerpo cuando lo oigo llamarme así y le secunda un dolor en mi pecho. Me levanto a toda prisa para encontrar el armario. Lo pillo, está justo donde Irah dijo.

—¿Ahora qué?

—Primer cajón a la derecha.

—Sólo hay cartas y dos cajas, una gris grande y cuadrada, la otra es alargada y de color rojo…

—La roja.

Camino lentamente hacia donde está Irah, de algún modo, me siento fuera de mi propio cuerpo, es un milagro que mi curiosidad esté a raya. En otro momento, estaría gritando, exigiendo respuestas a preguntas… ahora, extrañamente no formuladas.

Tal vez era verdad. Pero, ¿en qué posición me deja esto? Hace un momento había reconocido que lo amaba, bueno al menos al gato considerado y amable que me había mostrado hasta el momento. ¿Estaré en peligro al estar encerrada con él si es realmente un hombre? Yo no lo sé, tal vez mi corazón sí.

Él siempre sabe.

—Supongamos que te creo…

—Abre la caja Aya —me dice apenas en un murmullo. Los temblores han empeorado y yo. ¡Yo no sé cómo actuar!

—Pero tú dijiste…

— ¡Abre-la-maldita-caja! —ordena entre dientes.

Si no fuera por la tensa situación en la que estábamos, me sentiría feliz. Por primera vez desde que nos conocemos, no hace ese estúpido intento de acercarse a mí para controlar los hechos y dominarme. Por el contrario, está en silencio, abatido y débil. Lo miro en detalle, tiene las manos quietas, actitud resignada, casi vergonzosa, ojos tristes y sonrisa gastada. En ese momento es cuando, caen sobre mí un montón de imágenes del pasado y vinculo todos los fragmentos hasta que finalmente llego a una conclusión.

No necesito que él me lo diga, sé lo que le pasa. Las imágenes del ahora se unen con las del pasado una y otra vez, hasta llegar a Jarvia.

Cuando al fin el entendimiento se deja caer en mí, suelto la caja y cientos de fotografías de animales peludos caen esparcidas a mis pies.

—Ahí tienes tu gato —grita apuntando las imágenes.

Miro las fotos; animalitos grises, atigrados; peludos, de pelo corto, con ojos azules, otros verdes. Inhalo aire, levanto mi rostro y busco los ojos de Irah. La verdad reflejada en su rostro, termina por deshacer las últimas dudas que albergaba.

—Dijiste que éramos iguales —trago y me paso una mano por la nariz.

—Sé lo que dije —me responde—, te mentí, lo siento mucho.

Las disculpas están demás, pero aún así las dice, una y otra vez.

« ¿Por qué no se puede volver atrás?»

« ¿Por qué no podemos, no lo sé, sólo seguir como si nada?»

—Lo cierto es que… —Cubro mi cara con las manos. Esto no es verdad, esto es un sueño, por favor Virgen, permite que lo sea. Refriego mis ojos fuertemente, me pellizco, incluso tiro un mechón de mi pelo, pero él sigue ahí, Irah no ha desaparecido y se siente peor que una pesadilla. En este momento creo que lo odio. Quiero escupirle, gritarle, arañarle la cara, pero puedo golpearlo, no estamos en la misma posición—, aquella vez, cuando nos encontramos en el bosque intenté decírtelo, el peso de tu inocencia era demasiado para mí, así que recurrí a medidas extremas para mantenerte a salvo sin perderte en el proceso. Para ser justos, me lo hiciste muy fácil, sólo te dejé seguir con la fantasía que habían creado en tu cabeza.

—Creí que luchábamos juntos…

Se limita a asentir.

—Aya, lo hacíamos, sólo que de formas distintas. He luchado con mis pensamientos todo este tiempo. Traté de ser alguien mejor, ser sincero, pero no era fácil. Tú me odiabas ¿recuerdas?

—¡No te odiaba! Confié en ti —grité, furiosa.

—Odiabas lo que yo representaba, lo que te hicieron creer que era. Soy un hombre Aya, es lo que soy. —suspira y luego de un incómodo silencio, continúa—. Yo… yo quería conocerte, quería saber lo que se sentía recordar, tener un pasado, una historia. Siento haberte ocultado la verdad, pero no ofreceré disculpas por haberte conocido.

Mientras Irah argumenta el porqué de su engaño, no puedo dejar de pensar en que él es un hombre, una bestia que está muy por debajo de mí. No somos iguales, nunca fuimos los dos contra el mundo.

—Entonces, no… puedes… recordar… —intento expulsar las palabras y él niega, pero esta insidia aún tiene cientos de vacíos. Hay mucho que no me cuadra, así que le presiono un poco más—. Pero te vi. Hemos estado juntos por casi una semana y no me has olvidado.

—Bueno Aya, siento decirte que eso va a cambiar.

—Explícate, no te entiendo.

Duda apenas un segundo.

—No me quedan muchas horas.

Observo su estado actual: el sudor de su piel junto al temblor de sus articulaciones y se pienso lo peor.

—Cambia esa cara, no me estoy muriendo.

—Júralo.

Me sorprende lo mucho que me importa su respuesta. Es un hombre, debería estar corriendo a kilómetros de aquí, lejos, a salvo de estas bestias roba-vidas. Tal vez se deba a la conmoción, sí, debe ser eso, sigo aturdida por la sorpresa.

Él tose una mezcla de gemido, risa, y balbucea algo así como “do judo”.

—¿De verdad?

Asiente, le doy tiempo para que se recupere, me carcome la conciencia por haberme tomado su agua, cojo el vaso y lo llevo al baño, necesito que se controle, que sea capaz de hablar para entender qué rayos sucede.

—Ten —le paso el vaso con brusquedad y ni siquiera espero que lo termine de sujetar bien, así que se derrama un poco sobre su pecho desnudo—. Ahora explícame cómo es que has podido engañarme todo este tiempo.

Él se toma su tiempo para tragar, antes de responderme.

—No era mi intención mentirte…

—Ahórrate el discurso redentor y ve al grano, quiero saber cómo rayos voy a salir de aquí y de paso salvar a mi amiga.

—Como habrás notado no soy realmente un gato. Te dejé creer lo que querías para poder ayudarte, no me excusa, pero quería hacer algo útil. Es frustrante manejar tanta información y no poder hacer algo con ella. Ya ves, al menos en eso somos similares.

—Continúa.

—Soy hijo de una persona influyente, esperaba que mañana por la noche pudiéramos internarnos en la torre y…

—¿Contabas con que pasáramos la noche aquí?

—No. Pensaba traerte mañana, pero estabas tan ansiosa y hoy por la mañana… Quiero decir ayer, cuando estabas en el pozo. Aya, si hubieras podido verte, lucías tan ilusionada, nunca vi a nadie con una mirada así. No tuve fuerzas para decirte que no.

Los temblores en su cuerpo han pasado, esto me hace preguntarme otra cosa.

—Esas pastillas… ¿Las tomaste?

—¿Te refieres a Vigilia? No, no las he tomado aún, pero estoy a punto.

—¿Para qué son?

—Para permanecer más horas despierto. Se toman cada ocho horas y te pueden dar hasta setenta y dos horas más.

—No entiendo.

Él vuelve a temblar y lo que queda de su vaso de agua comienza a esparcirse por todo su cuerpo. Siento lástima por él y junto a ese sentimiento, nace el impulso por acercarme y ayudarlo, pero no lo hago. Si lo derrama entero, puedo ir por más, eso es todo lo que haré por él.

—Te dije que era un hombre, a estas alturas habrás notado que te traje a una ciudad de puros hombres.

—Sí, también noté que trataban a las mujeres como perros, nada más cercano a lo que me enseñaban en mi ciudad. ¿Los derechos de las mujeres significan algo para ustedes? A estas alturas, no me sorprende que los hayan mantenido alejados.

—Esa no es la razón.

—Entonces dime cuál es la razón.

—El placer está sobre los derechos de las mujeres —espeta con vergüenza—. Por otro lado, ninguna mujer está aquí obligada. Reciben el mismo placer que dan.

—Al parecer, el placer es un cimiento fundamental en la constitución de tu sociedad. Qué básicos.

—No. Estás equivocada, no es fundamental para todos.

—¿Tú eres la excepción de la regla? Virgen, me siento afortunada.

Tuerce levemente los labios.

—Has comenzado a tutearme. Al menos hemos conseguido algo bueno de todo esto.

—Por favor dime que no estás intentando bromear.

Él abre la boca para decir algo, pero al final la cierra, supongo que la mirada que le di tuvo algo que ver.

—Aún no me explicas cómo pudiste estar todos estos días sin olvidarme.

—La señal de la torre no llega hasta el corazón del bosque. Me aseguré de construirla lejos del límite.

—¿Señal de la torre? —pregunto y la cabeza me empieza a doler, es demasiada información, demasiadas cosas en un día, pero no puedo parar ahora—. ¿Qué tiene que ver eso?

—La torre emite una onda magnética de largo alcance. Ésta ordena a nuestros cerebros formatearse a las cero horas de cada día —entorna los ojos—. Bueno, no realmente a nuestro cerebro, sino a los chip incrustados en nuestros cerebros. Cada hombre tiene una pequeña placa de titanio que emite una señal recibida por La Große y viceversa, lo sé porque fue mi abuelo quién la diseñó, ni siquiera necesita batería ¿No es jodidamente hermoso? Funciona a base de la energía que produce nuestro propio cuerpo, o más específicamente la ATP (Adenosin Trifosfato) ¿entiendes lo que digo? No hay una puta manera de sacarlos de ahí, se recargan solos con la energía que el nucleótido obtiene de nuestras células. Es como tener pequeños demonios en la cabeza, esos malditos electrodos penetraran a diario en la zona de nuestro lóbulo frontal.

Me quedo viéndolo sin entender nada, él capta el mensaje y se apresura en explicar:

—Ahí es dónde están tus funciones motoras: socialización, espontaneidad —traga con dificultad y sus palabras comienzan a salir por borbotones—, también el comportamiento sexual. Los electrodos también trabajan en la amígdala, aquí es donde más nos joden, porque ahí están las emociones como la rabia, la ansiedad y el miedo… Tú ponle nombre.

—Esa es una historia muy… Creativa, sí, esa es la palabra. Pero cómo explicarías que ese chip, si es que existe, sea capaz de hacernos —ruedo los ojos, recordando que no soy parte de ese grupo—, hacerles —aclaro y esta vez es turno del gato de entornar los ojos—, olvidar detalles ligados a sus emociones y no cosas como el hecho irrefutable de que los días pasan.

—Bah, pensé que sería algo más difícil, esa respuesta es obvia, sobre todo para ti.

—Hasta ahora oigo mucho bla bla y pocas respuestas claras.

—Apuntan a zonas específicas del centro regulador. Por ende, el chip nos hace olvidar información ligada a una emoción, como por ejemplo una pelea o un encuentro emotivo. Pero recordamos perfectamente cómo hacer ecuaciones matemáticas.

Irah hace ademán de bajarse de la cama, pero se tambalea en el proceso. Es realmente duro verlo así.

—Cuando te fuiste, sabías que te quedaba poco tiempo. ¿Qué pensabas hacer? —Me doy cuenta de lo estúpida que es mi consulta mucho antes de acabar la frase, pero ya está dicho—. ¿Dejarme sola en una ciudad repleta de bestias? Suena como una cena para mí.

—¡No comemos mujeres! Lo creas o no, eso acá es visto como canibalismo.

—¿Qué pensabas hacer?, tardaste mucho en volver.

—Si no fuera porque ahora mismo tienes una expresión asesina, juraría que estás celosa y quieres saber con quién pasé la tarde.

—Eres un enfermo —tomo un respiro—, y además un descarado. Sobre todo porque hace tan sólo unos minutos eras tú quién actuaba como un asesino.

—Tenía mis razones —dice ahora más serio—, la culpa no me dejaba respirar y sabía que el tiempo corría, no podía dejar pasar más horas sin decirte la verdad.

—Recuperaste tu reloj —digo apuntando su muñeca—. Supongo que Jairo lo cuidó.

—Sí, lo hizo. Tu ropa está en el otro cajón de mi armario, encima de las cajas.

—Excelente momento para sacarlo a colación —las piernas comienzan a dolerme por estar tanto rato de pie, el suelo de la habitación de Irah está alfombrado, al igual que el pasillo y las escaleras, podría sentarme en él, pero eso dejaría en evidencia mi cansancio y lo último que necesito en lucir débil frente a él.

—Antes que todo, debo añadir que tú sacaste primero el tema a colación, aclarado ese punto, las pastillas eran justamente para evitar dejarte a la deriva, sola en una ciudad llena de tipos que no conoces. Incluyéndome, ya que no podría recordarte.

—¿Pensabas tomarlas para no dormir esta noche?

—Esta noche y las dos próximas.

—Tienes que estar loco —no importa quién sea, desear la muerte está mal, incluso para alguien como él—. ¿Has tomado esto antes?

—La verdad es que no —es increíble que aún débil sea capaz de intimidar. Maldito hombre-gato-tonto—. La Vigilia es considerada una droga ilegal. Por supuesto, ese factor no hace más que aumentar su popularidad entre la población

—¿Conoces sus efectos secundarios?

—Vale la pena correr el riesgo.

Comienzo a preocuparme, pero me recuerdo que los roles han cambiado, y no debo hacerlo más. Él curva la comisura de la boca, y me recorre con la vista perezosamente con la seguridad de un hombre, de un depredador.

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