Sin historial (18 page)

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Authors: Lissa D'Angelo

Tags: #Ciencia ficción, #Romántico, #Juvenil

BOOK: Sin historial
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No me importa si es gato o mujer, si esto es real o un cruel sueño, Irah es el único capaz de recordar y eso no tiene precio. Para él soy alguien, existo. Gatito ha sido el único que me ha hecho querer ser tal y como soy. Irah, me enseñó a aceptarme.

Acerco mucho más mi rostro para alcanzar sus labios, pero es un intento vano porque Irah baja la pierna de la silla, se pone de pie y otra vez me deja lejos. De repente, me siento pequeña, ridícula y culpable, como si acabara de hacer algo realmente malo.

—No podemos —dice él y cierra los ojos como si verme fuera de por sí doloroso—. Ve a dormir Aya.

—Pero… —vuelvo a secarme los ojos con la manga, esto duele mucho, es un dolor extraño. Siento como si me incendiaran el pecho y el fuego se propagara por todo mi cuerpo—. No, no puedo respirar.

—No eres la única. —Dice enarcando una ceja y reprimiendo una sonrisa, como si escondiera un secreto—. Ve a dormir Aya, vete antes de que sea tarde para los dos.

—Sigo sin entender. Si hice algo mal, te ofrezco disculpas.

—No te merezco Aya, ese es el porqué. Así que guárdate tus disculpas para quién las merezca y lo digo en serio, guárdatelas, no se las des a cualquiera. Y no permitas que te roben otro beso.

Muerdo mi labio evitando llorar otra vez, pero no ayuda en nada porque siento las lágrimas correr furiosas por mi mejilla.

—Preparé tu cuarto acá abajo —dice doblando una gasa y llevándola hasta su herida—, en el pasillo, la primera puerta de la derecha.

Se detiene un momento y por un segundo parece dudar, al final se inclina y me da un rápido beso en la frente, pero no me reconforta porque es un gesto igual a los anteriores: frío e impersonal.

—Voy a sacarte de aquí Aya, a ti y a tu amiga, aunque me cueste la vida —sentencia apenas en un susurro.

Llego a la pieza dando tumbos, mis pies se arrastran y las botas parecen pesar una tonelada. Me siento débil, incluso el pelo me duele, no tengo heridas, mi piel y huesos están intactos. Sin embargo, mi corazón. Mi corazón es una historia diferente.

«¿Por qué? ¿Qué hice o dije para que Irah crea no merecerme?»

Tal vez es porque vengo de La Grata o quizás los gatos, le tienen fobia a las mujeres. Son animales muy quisquillosos. Lo sé, lo leí.

Eso explicaría porque durante la tarde insistió en que me disfrazara, pero… No. Es imposible, vi a otras mujeres en la ciudad y los gatos parecían perfectamente a gusto con ellas. Uno de ellos incluso la llevaba atada de un collar, como si se tratara de un perro.

«¿Qué es entonces?» « ¿Qué hice mal?»

Está claro que él necesita algo más de tiempo para hacerse a la idea de dejarme ayudarlo.

16:00

Despierto de pésimo humor, y como un acto reflejo, miro mi muñeca sólo para recordar que mi reloj está parado. Por supuesto, existen cosas mucho peores como mi pesadilla. Cuando la primera imagen del horror llega a mi mente, sacudo mi cabeza para alejarla, no quiero pensar en eso y vuelvo a mi nuevo presente, a mi entorno.

La habitación está a oscuras, anoche cuando me acosté, estaba tan exhausta y enojada, que me arrojé sobre la cama con los ojos cerrados, sólo tomé un momento para quitarme las botas y el corpiño.

Me levanto con la intención de buscar la bolsa negra donde Irah dejó el reloj, pero no logro encontrarlo. Me prohíbo ir a despertar al gatito, soy yo la que sufre de insomnio, no tengo porqué castigar a los demás.

En ese momento recuerdo que había empacado polvo de valeriana, este es el momento ideal para probar de mi propia medicina, me relajará y eso es mejor que nada. Subo las escaleras lentamente, tratando de no hacerlas crujir y tanteo con las manos la baranda para notar cuándo debo doblar. El hecho de que los peldaños estén alfombrados, me dificulta la tarea. La puerta del baño es la primera a mano izquierda, lo recuerdo porque fue en ese lugar donde Irah me besó.

—¿Qué vas a hacer? —digo una vez que cierro la puerta tras de mí y enciendo el interruptor.

Doy un sorbo de agua y me enjuago el rostro. Mis necesidades biológicas se presentan y aprovecho de orinar. Termino de lavar mis manos y abro la puerta lista para volver a mi habitación, tomar la valeriana y relajarme para analizar, corrijo, esclarecer mis pensamientos.

En las pasadas veinticuatro horas he visto más de lo que he visto en toda mi vida. Es necesario que haga un repaso mental de las experiencias, es vital que ordene la maraña de imágenes y emociones que azotan mi raciocinio. Mientras camino hacia mi cama, recuerdo que esta es una de esas ocasiones en las que comenzaría a contar. Lo hago siempre, le hace bien a mi cabeza: esperando el final del día, de los recuerdos, los problemas.

«Uno, dos», empiezo en mi cabeza y veo la luz filtrarse por una de las puertas del pasillo. Paso de largo la escalera y sigo derecho hacia la luz.

«Tres, cuatro, cinco…»

—Seis, siete —digo en voz bajita mientras apoyo mi mano en la manija de la puerta. Pero estoy demasiado ansiosa para ser paciente, así que llego al cien de diez en diez y abro la puerta.

—¿No te enseñaron a golpear?

Aprieto mis dedos nerviosa en el borde de la puerta, incluso desde acá, a unos tres metros de él, puedo ver los detalles de su lecho. Este es su espacio, este cuadrado de paredes blancas encierra todo lo que es Irah y, de alguna forma, me siento más cercana a su mundo. La cama es grande, algo normal para alguien que tiene un cuerpo como el suyo, la mía en cambio, es pequeña, como de una plaza. El gatito está sobre un plumón a rayas azules, me recuerda los vestidos que solía usar Adelfried. Lo último que quiero recordar ahora.

No hay zapatos desperdigados en el piso, ni camisas sin planchar. La casa en general es una oda a la pulcritud, tan diferente a esa cabaña sencilla a mitad del bosque, tan opuesto al gato travieso con pantalones sucios que me arrojó al lago.

Hay un sencillo buró negro con una lamparilla en su base, un vaso mediano con agua a medio terminar, y un par de pastillas blancas similares a las que tomó Jarvia antes de sufrir el ataque.

Cierro los ojos reprimiendo los sentimientos indeseados, no quiero pensar en ella, no ahora. Vuelvo abrirlos esperando que la imagen desaparezca y en parte lo hace, no veo a Jarvia por ninguna parte, pero la realidad es peor que la pesadilla, porque es desconocido y tentador, es Irah y me está mirando cabreado, puedo notarlo a pesar de que lleva lentes, también tiene el pelo revuelto, se ve divertido. Como un gato intelectual y loco.

Irah está sentado en su cama. No lleva camisa. ¡Vaya novedad! Lo he visto sin ella un montón de veces: en el bosque, la cabaña, incluso el lago. Seco, mojado, para gustos y colores.

El problema radica en que, no logro acostumbrarme a la rutina y me quedo viéndolo como si fuera la primera vez. Tanto así que sólo consigo apartar la vista de su plano abdomen cuando veo la flecha de vello dorado descendiendo por éste, hasta perderse en unos pantaloncillos ajustados con una extraña turgencia en ellos.

Espero que no sea un tumor. En La Grata tuvimos un caso así, fue hace un tiempo. La hermana Melissa padecía de un tumor en la pierna, tenía un bulto redondo que creció hasta que era visible a través del pantalón, parecía otra rodilla, pero diez centímetros más abajo de la original. Con el tiempo, la hermana Melissa dejó de caminar, después de tres meses, el bulto seguía creciendo y falleció. El gato tenía un quiste similar entre sus piernas, menos redondo y más alargado. ¿Cuánto le quedaría al gato antes de que el tumor le impidiera caminar y lo postrara? La hermana Melissa solía sentirse aliviada cuando alguien le masajeaba la pierna. Me acerco a Irah un tanto insegura.

—Debe ser incomodo caminar con eso ¿no? —pregunto.

Él me mira sonrojado mientras su boca se abre y cierra como un pez.

—Lo siento, pensé…

—Podría jurar que esta vez no pensaste —dice y acomoda la montura de sus gafas—. Seguro que viste la luz prendida y decidiste: “Qué diablos, no puedo dormir, iré a molestar al gato para que me cante una canción de cuna”.

—No es verdad.

—¿Ah, no? —deja sus anteojos sobre el buró y cruza una pierna por encima de la rodilla, descansando el tobillo del pie herido encima de ésta.

« ¡El tumor! Auch, eso debió doler».

—No entiendo sus cambios de humor —el libro descansa sobre su estómago y la curiosidad insana que reside en mí se prende como una fogata avivada por hierba seca.

Irah nota dónde ha ido a parar mi atención y se apresura a guardar el libro tras su almohada, esto me hace enojar

—¿Sabe qué?, olvídelo.

—Ya, eso dicho por una mujer se traduce en algo así como “No es nada, no lo vas a entender”.

—Ajá.

—Y esa fue una indirecta para que me calle —explica con actitud más beligerante que maliciosa.

—¿Realmente quiere que me vaya? —pregunto dando un paso dentro de la habitación. La molestia desaparece y una tristeza absoluta le oscurece el rostro.

—Quiero que te quedes —Susurra en un tono amable—, pero no puedo tener todo lo que quiero —concluye.

Mientras me acerco, puedo ver que la tristeza no sólo envolvió su rostro, sino que también sus ojos. ¡Virgen santa! ¿Realmente los ojos son las ventanas del alma? porque si eso es cierto, Irah tiene el alma desolada.

Doy otro paso. Contengo mi aliento y muerdo mis labios, el habitual vértigo que siento cuando Irah está cerca o dice cosas que me confunden, se incrementa. Ahora no sólo son cosquillas y mareos, sino que también necesidad. ¿De qué? Desearía saberlo, desearía conocer la razón para saciar… Sacudo mi cabeza e intento disipar todas esas emociones y sensaciones desconocidas que están consumiendo mi cuerpo.

—¿Qué hacía despierto? —pregunto aún un poco aturdida.

—Leía un libro —estira el brazo y agarra el vaso—. ¿No es obvio?

—Es tarde —recalco lo que es realmente obvio.

—Exacto —dice mientras da un sorbo—, ahora ve a dormir.

—Se lo dije antes, no puedo dormir una vez que me despierto.

Irah vuelve a poner el vaso en el buró, pero lo deja caer tan fuerte que provoca un ruido grave y ensordecedor.

—¡Hey!, me asustó .¿Es que no tiene un mínimo de consideración por su amigo? Jairo aún duerme,

Estira las piernas arrugando el plumón azul en el proceso. Todavía sin decir nada, se cubre la cara con una mano, no parece que esté bien, mucho menos con ánimos de leer un libro.

—Lo cargué al segundo piso cuando ni se podía mover de ebrio.

Camino hacia él pensando en lo que dijo hace un momento “no quiero que te vayas” y omitiendo la última oración. No me importa si no me quiere acá o quiere y no puede, necesita mi ayuda y punto.

Me detengo a un lado del buró, esperando que el gatito diga algo. Sólo necesito algo, unas palabras, pero estas no llegan así que me quedo viendo las píldoras.

Mientras más tiempo paso con él, más me convenzo que esta necesidad se debe a que por primera vez he encontrado a un igual. Alguien con quién no necesito estar contando los segundos, alguien que, al día siguiente, recordara cuando le digo: Te quiero.

—Me lo vas a hacer difícil, ¿verdad?

—Todo lo contrario, quiero que confíe en mí, quiero ayu…

—No —me corta sentándose rápidamente en la cama, suelta un suspiro cuando entierra los puños en el plumón—. Por favor no lo hagas, no digas que quieres ayudarme —cierra sus ojos demasiado rápido para que logre verlos bien y sus facciones atormentadas me quitan de una vez por todas, las ganas de hablar—. Es difícil de soportar.

Han pasado siete años desde la última vez que confié en alguien, siete años desde que descubrí que era diferente, no quiero decir que se trató de un infierno. Sí, no era como el resto, pero no había razón para culpar a los demás por eso. Simplemente tenía que ser más lista, más fría y no depender de nadie. Sin embargo, incluso ahora, con una pérdida sobre mis hombros, en la semioscuridad, sólo con el débil destello que proyecta la lamparilla, soy débil, y lo hago otra vez: confío.

Por un momento, me quedo parada donde estoy, intentando leer las facciones del gatito, es difícil porque mantiene los ojos cerrados. Él suspira y me deleito escuchando el ronroneo que brota desde sus labios, pero es más que un mero suspiro, es más intenso y gutural, Irah está intentando controlarse.

Las pastillas blancas siguen sobre el buró, como una pista con letras grandes y rojas, siento que me pierdo algo, pero no logro unir las aristas de los datos que se me van presentando. Entonces ahí se quedan, burlándose de mí. ¡Es tan frustrante!, siento que mi cabeza va a estallar de preguntas.

Me dejo guiar por los instintos y me exijo tomar el control, aunque por ahora no soy capaz de hablar. Tomo la mano de Irah y lo obligo a destapar su rostro. Cuando abre los párpados, sus ojos sin vida me devuelven una mirada irritada; repleta de una mezcla horrorosa de vergüenza, culpa y dolor. Hace cuatro días encontré un gato, un acompañante, un amigo y en el trayecto perdí a Emil porque recién entiendo que Irah ha usurpado su lugar.

¡Me ha robado el corazón!, y fue lo suficientemente sigiloso como para no darme cuenta. Sin embargo ¿podré amar del mismo modo a dos personas? No creo ser capaz.

—No soy —dice él—, realmente un gato—. Soyunhombre… —expulsa las palabras tan rápido que apenas logro entenderlo.

«¿Por qué dice eso?, ¿Qué tiene que ver?»

Me muerdo el labio para mantenerme seria, aún estoy procesando la revelación de mis sentimientos, no es fácil de aceptar, no estoy acostumbrada a sentir tantas emociones y de formas tan intensas.

—Soy un hombre —repite.

—Deje las idioteces para otro momento, está claro que no se siente bien.

Irah respira hondo y clava la mirada en mí una vez más, sus ojos son distantes y fríos. Y como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, su cuerpo me da la razón: uno de sus brazos empieza a temblar y sus ojos ya de por sí rojos, dejan escapar lágrimas. Finalmente cae vencido de espaldas hacia la cama y me quedo viéndolo sin creer nada.

—Sabes qué soy —su mandíbula se tensa cuando traga. ¿Pueden esos ojos volverse más rojos?—, ya no eres tan ingenua como para no deducirlo.

—Los hombres están extintos ¿Recuerda?

—Tú sabes que no —responde con tristeza—, incluso nos confundiste con una cobra.

—¿”Los” confundí? —tomo su vaso de agua y me lo bebo antes de arrojárselo en la cara o peor aún rompérselo en la cabeza—. Estás loco.

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