—Es que… —Imposible, no puedo decirle.
—¿Necesitas algo?
¡Gracias Virgen!
—Ajá.
Él baja el volumen de su voz, por lo que tengo que acercarme a la rendija de la puerta para oírle.
—¿Quieres que te traiga tus cosas o prefieres que te preste algo limpio mientras lavamos tu ropa?
¡Ahora entiendo porque Irah dice que es la versión femenina de Emil, Jairo es un sol!
—¿Haría eso por mí?
—Cuenta hasta ciento veinte, ya vuelvo.
¿Contar hasta ciento veinte?
—Uno, dos, tres, cuatros, cinco… Noventa y ocho, noventa y nueve, cien, ciento uno, ciento…
— ¡Listo!
—… dos —dejo de contar y abro la puerta lentamente, escondiéndome tras ella. Jairo está con una torre de ropa perfectamente doblada entre sus dos manos, las tiene extendidas hacia mí, miro su rostro y no puedo evitar sonreír, tiene los parpados cerrados y tan fuertemente apretados que apenas se distinguen.
—Sé que está viendo —le aviso—. No soy tonta.
Jairo abre un ojo y frunce ceño.
—¿Qué me delató?
—Sus párpados, los arruga demasiado.
—Rayos, sabía que exageraba con eso. Bueno, al menos ya sé a qué atenerme para la próxima.
Sonrío ante su comentario. Dudo que haya una próxima vez.
—Qué payaso —le recrimino cuando se acerca y me entrega las prendas.
—Es uno de mis talentos. Desde ya te aviso: estas son ropas de Irah, aunque ya no le quedan, son de cuando era niño. Lo digo por las pulgas, con eso de que somos “gatos” —hace comillas con las manos—. Miau-Miauuu.
Me quedo viéndolo seria sin entender una sola palabra.
—Olvídalo, nos vemos abajo.
Pensar que Irah fue alguna vez pequeño me resulta imposible. Siento ese familiar aguijonazo en mi corazón: son celos, esta vez los reconozco de inmediato, como cuando me pasaba con Patrinix y Mónica, ellas compartían algo que yo jamás conocería, lo mismo ocurre ahora. Jairo conoce una parte de Irah que yo no veré jamás.
Es difícil imaginarme una versión pequeña de esa fuerza bruta corriendo descalza por el suelo del bosque, cabello despeinado, carita sucia. Me pregunto quién lo curaría, me pregunto quién le enseñaría a nadar.
—Te dejo para que te cambies —me avisa y salgo de mis ensoñaciones para descubrir que aún no se ha marchado—. Irah y yo estamos esperándote para comer.
—Entiendo y gracias, otra vez.
—No hay de qué —dice y me guiña un ojo, demasiado tarde reparo en que los tiene rojos e hinchados. No alcanzo a preguntar, me preocupa. ¿Habrá estado llorando? Tal vez picó cebolla mientras cocinaba. Más tarde le preguntaré.
Me apresuro en ponerme la ropa, me queda nadando. Dudo mucho que esto haya sido de Irah en versión niño, si cabe adolescente, aunque sigue sin parecer creíble. Sus mangas son demasiado largas al igual que sus piernas, todo es demasiado grande
Me doy por vencida y llego a la cocina con la camiseta de Irah remangada. Ahora parece un vestido de mangas cortas. Ninguno de los gatos me ve, están demasiado concentrados en su plática, así que me desvío a la sala para sacar la ropa sucia de mi mochila. No pretendía escuchar, pero mi nombre salta en la conversación y es inevitable acercarme.
—Es cosa de Aya —explica Irah, ambos gatos están dándome la espalda. Jairo de pie, revolviendo un cuenco e Irah sentado en una silla.
—Tampoco es tan malo.
—¿Pero un gato? ¿Quiero decir, por qué no un tigre o un león?
No soy la única que se ha cambiado, mientras me duchaba Irah ocupó otro baño y remplazó sus pantalones de tela por unos jeans azul oscuro y una camiseta negra, no es ajustada, pero se le ciñe a su pecho y brazos, marcando su fuerte musculatura.
También se ha afeitado. Bueno, supongo que la maquinilla de mi baño no era la única de la casa, eso es bueno, hace que me sienta menos avergonzada por utilizar algo tan personal, sin pedir permiso a sus dueños.
—Deja de quejarte y da las gracias, condenado suertudo.
—No son quejas Baldwin, es preocupación. Trata de ponerte por cinco minutos en mi lugar.
—No gracias, me gusta más el papel de espectador. A propósito de eso ¿Cómo lo vas a hacer con el asunto de Rapunzel?
—No estoy seguro, había pensado en ir dentro de unas horas.
—¿Estás loco?
—No hablo de introducirme en La Große,, sino de reconocer el terreno.
—Doblemente estúpido. ¿Tomar el riesgo en vano? Irah, amigo mío, quién lo hubiera dicho. Menos de una semana con la chiquilla y ya te chafó un tornillo.
—Jairo, tú no la conoces, si no la llevo hoy se desquiciará.
Ambos guardan silencio un momento, al principio pienso que me han atrapado husmeando, pero no, al parecer las palabras de Irah tienen un efecto devastador en Jairo y gatito teme que yo me vuelva loca si no veo otra vez a mi amiga y para ser sincera, no estoy segura de que él no tenga razón.
—¿Piensas disfrazarla o algo?
—No tengo más opciones.
—Bueno. Conozco una…
—Ni hablar.
—Pero ni siquiera te la he dicho.
—No hace falta, tu mirada pervertida lo dice todo.
—Tiene el porte de una Meretrix.
—Estás enfermo. Hoy me encontré con Tadeo y Aitor, éste último la reclamó.
Irah se inclina en la silla donde está sentado y estira la cabeza hacia atrás. Sus ojos se abren desorbitados cuando nota que estoy en la cocina y se cae con silla y todo.
—¿Qué rayos? —exclama Jairo—. Dónde demonios tienes la cabeza I… Anaya.
—¿Interrumpo?
Los ojos irritados de Jairo se desvían hacia gatito, pero yo no sigo su mirada, aún no me siento lo suficientemente cómoda para dirigirme hacia él.
—Nada que ver, por el contrario. Estábamos trazando el plan para ayudarte con la “Operación Rescate”
—Sí, oí algo de eso. Reconocer el terreno y algo de disfrazarme. Por cierto ¿Qué es Meretrix? Es segunda vez que oigo esa palabra.
Ellos se miran, pero ninguno dice nada. Un silencio incómodo de sitúa en la cocina y sólo es interrumpido por el quejido de Irah cuando se levanta.
—Vale, como ninguno de ustedes me responde, me imaginaré lo peor.
Me doy por vencida, y ambos suspiran aliviados, más tarde tendré tiempo para discutir, por el momento necesito tragar algo para salir rápido de aquí.
Irah retira una silla encajonada bajo la mesa y me la ofrece, por supuesto, me siento. No quiero actuar distinto a como siempre lo hago, no quiero que se dé cuenta que su beso me afectó, más que nada porque él no luce afectado en absoluto.
«Cosa de gatos»
—Oye Anaya, sácame de una duda —dice Jairo, sirviendo una porción de carne al jugo y un molde de arroz sobre mi plato—. ¿Cómo descubriste que recordabas más de lo que recordaba el resto?
—Acababa de cumplir los ocho años y Emil me había regalado un llavero —no mencioné que lo había hecho con sus propias manos. Para los gatos algo como eso no debe tener mayor valor—. Al día siguiente lo encontró y me preguntó qué era esa cosa y me sentí ofendida. Antes de eso hubo situaciones semejantes, pero ninguno tan doloroso como para analizar los hechos y darme cuenta que no era normal recordar todo.
—Eso debió ser fuerte —murmura Jairo para sí mismo, sin desviar la vista de su plato de comida.
—Para una niña de ocho años lo fue, hoy comprendo que hay cosas mucho peores.
—¿Cómo qué? —Pregunta Irah, quién acaba de arrastrar la silla que se encuentra a mi lado para sentarse en ella.
—Como los hombres por ejemplo.
Ambos, tanto Irah como Jairo comienzan a toser ahogados. ¡Virgen santísima! ¿Qué tienen los gatos con la comida que se ahogan tan a menudo?
—¿Están bien?
Ambos asienten sincronizados como hermanas siamesas, del mismo modo dan un sorbo a sus respectivos vasos, tragan, y finalizan dándose golpecitos en sus pechos.
—Es la carne —me explica Jairo. Tiene sus ojitos todavía más claros y recién logro distinguir que son marrones—. Me quedó muy dura.
—A mí me parece perfecta, además sabe exquisita.
—Gracias.
La conversación gira en torno a Emil. Irah decide que lo mejor es vestirme de gato, así levantaré menos sospechas. Jairo por su parte, le advierte que ya estoy vestida como uno de ellos y que sólo necesito vestimentas que se acerquen más a mi tamaño, a lo que Irah sólo responde con una mirada autoritaria, la misma que me lanza después de una orden, por lo que el gato regordete se pone de pie y corre al segundo piso en busca de ropa adecuada.
Mientras los gatos discuten a la distancia sobre qué o cuál sombrero debo llevar para ocultar mi larga cabellera, logro escabullirme al comedor para ver la hora en el reloj de muro.
—¡Ya son las cuatro y media! —grito frustrada en dirección del gatito. A veces, tengo la impresión de que tardan a propósito, como si quisieran mantenerme encerrada en esta casa para siempre.
—Listo ¡Lo encontré! —Jairo continúa gritando desde el segundo piso.
Irah y yo nos miramos en silencio. No hemos tenido una conversación real desde que me besó en el baño. Sigo en mi intento por parecer normal: rio cuando él ríe y no desvío la vista cuando él me mira, al menos no demasiado. Pero no es tan fácil, no se siente natural. Desde que sentí sus labios en mi boca, esas extrañas sensaciones en mi cuerpo se han acentuado. Siento mi estomago apretado, como si estuviera cayendo en picada desde el cielo, pero nunca toco el suelo. La verdad sigo sin poder explicarlo y me disgusta en la misma medida que me gusta.
Es todo tan confuso.
—Uff —exhalo aire sobre un mechón de cabello que cae sobre mi cara. Irah observa lo que hago y tiene el descaro de reírse, si no fuera porque tanto él como su amigo son todo lo que tengo para recuperar a mi amiga, no estaría aguantando sus burlas, ni sus miradas cálidas, ni sus besos. «¡Para! No pienses más en eso», me digo mentalmente.
—Aquí tienes princesita.
Estaba tan sumida en los gestos faciales de Irah que no advertí que Jairo ya había bajado con los accesorios para mi disfraz.
Me rodea el cuello con sus manos y desliza una cinta de seda como de siete centímetros de ancho entorno a él. Es como los listones que utilizaban para peinarnos los días domingo en La Grata, pero mucho más grande
—¿Por qué ese nudo?
Él me mira extrañado.
—¿No debería ser una rosita?
—Definitivamente nada de rositas, ni rosones, ni rosas. Déjatelo tal cual está ¿Vale preciosa?
—Vale.
—¿Y la gorra? —pregunta Irah, su voz brota grave y malhumorada.
—Tú espera y verás. Date vuelta y no mires. Tiene que ser sorpresa, ya que si logro bien mi propósito, y te crees que esta princesita es un “gato”, cualquier otro lo hará también.
No entiendo el objetivo de Jairo, así que sólo me limito a obedecer. Miro a Irah darse vuelta de cara a la pared, mientras me apoyo en el perchero con forma gatuna y dejo que Jairo haga conmigo lo que sea que tenga en mente: toma mi pelo y lo gira en un apretado moño, luego pasa un elástico para impedir que los mechones se suelten.
—Y ahora, el toque final —dice con un tono gracioso y pone una gorra sobre mi cabeza, ideal para cubrirme del sol. Virgen, es perfecta. Me pregunto si me dejará quedármela una vez que esta misión termine.
—Irah, ya puedes mirar.
Murmura algo incompresible, luego gira lentamente.
—Date prisa, no tenemos todo el día —presiona Jairo.
Irah obedece y esconde las manos en sus bolsillos mientras repasa mi vestimenta.
—Mucho mejor —dice.
—¿Eso es todo? —reclamo sin siquiera pensar, pero ya es tarde para retractarme, así que sigo—. ¡Luzco como un verdadero gato!
Los gatos reales me miran atónitos y yo corro hacia el fondo del pasillo y subo las escaleras con la intención de llegar al baño.
—Acá también hay un espejo —me grita Jairo desde la primera planta, pero ya estoy aquí y necesito comprobar si lo que le dije a Irah es verdad.
Abro la puerta del baño y mi reflejo en el cristal dice sólo una cosa respecto a mi apariencia: soy un gato.
Traigo puesta una camisa blanca a tono con mi chaleco gris, los pantalones son del mismo color, pero más oscuros. Lo único que desentonan, son mis botas, pero ninguno de los zapatos que Jairo me dio a probar, eran tallas menores de los cuarenta y seis.
—Luzco fenomenal —murmuro alucinada con la vista fija en mi reflejo.
—Lo sé —dice Irah, quién ha aparecido a mi lado.
—Sabes, tienes que dejar de hacer eso.
—¿Hablar?
—No, aparecer de la nada y sin hacer ruido. Asustas a las personas, intenta hacer algo para prevenirnos. En serio, podrías matar a alguien,
—¿Asusto a las personas o te asusto a ti?
Entorno los ojos y dejo de prestarle atención para acomodarme la corbata y la visera de mi gorra.
—¿Andando? —pregunta con una sonrisa maliciosa, ofreciéndome la mano. Esta vez me da igual ser irrespetuosa, ignoro su ofrecimiento y paso rápido por su lado hasta llegar a las escaleras.
—Andando —le grito mientras bajo los peldaños a toda velocidad.
Antes de salir de casa, Irah escruta mi atuendo por última vez. Luego de que está seguro de que mi disfraz está perfecto para cumplir su objetivo, abre la puerta y salimos hacia la calle. Cruzamos sin decir nada. Me asombra la facilidad con la que me adapto a situaciones extrañas, ¡Virgen! estoy en el fondo de un gran cráter y mi capacidad de asombro es nula. Quiero pensar que se debe a que, desde mi ubicación la ciudad parece bastante normal, la vía es lisa, sin baches y las construcciones colorinches ya no lo parecen tanto desde acá. Sin embargo, al mirar hacia arriba todo cambia, y soy presa de un sentimiento claustrofóbico insoportable. Comienzo a girar en mi eje sin apartar la vista del cielo, de reojos veo los colores mezclándose unos con otros, formando figuras ilegibles, pero hermosas, como si estuviera en el centro de un caleidoscopio.
—Para. Te vas a marear.
—Esto es fan-tás-ti-co —balbuceo, porque su advertencia llegó demasiado tarde. Estaba mareada y me sentía muy divertida. Comienzo a reír como loca.
—Aya, cálmate, deja la mirada fija en un punto en un punto y se te pasará —me dice el gatito, tomándome de los hombros para luego guiarme hacia mi punto fijo: La Große, tan imponente, creo que desde el sitio más recóndito de esta ciudad se puede ver, no hay lugar lo suficientemente lejos donde ir, para evitarla.