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Authors: Lissa D'Angelo

Tags: #Ciencia ficción, #Romántico, #Juvenil

Sin historial (26 page)

BOOK: Sin historial
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Yo no deseaba más que revivirlo.

—Señorita Cab, creo que ambas sabemos la nobleza que se esconde tras su sacrificio. —se escucha la voz autoritaria de mi madre.

—Claro —dice la rubia y yo acomodo mis rodillas, para quedar al nivel de la señorita Sonnenschein. Ella no me da un mínimo de atención, está demasiado ocupada fingiendo que no existo.

Mamá se pone de pie y le entrega su puñal personal, es una mierda espeluznante, el mango tiene forma de feto y la hoja termina en una mano diminuta.

—¡Emil, no! —grita la chica que tanto he dañado. Soy incapaz de recordar, sin embargo puedo sentir y cargo una culpa inmensa, no lo puedo explicar.

La chica rubia gira hacia nosotros con una expresión molesta, pero la señorita Sonnenschein no se acobarda.

—No vayas, no mueras por mí.

—No me pidas eso —responde la rubia y por primera vez desde el rato que lleva dentro, da la impresión de que está afectada—, porque es lo único que no puedo cumplir.

—No lo hagas, no vale la pena.

—Tú lo hubieras hecho por mí —sonríe tensa, su rostro levemente inclinado evitando mirar a la señorita Sonnenschein.

—¡Ordénale a tu sangre que corra! —presiona mi madre, ahora enojada y me encuentro en la incógnita de no saber qué hacer. ¿Puedo detenerla? Desde luego que sí, impedirá eso que la mate, de ninguna manera.

De todos modos, me pongo de pie y corro con toda mi fuerza hasta interponerme entre el chichillo y la mujer. Hubiera sido dramático si me diera en el pecho, pero sólo me pasó a llevar una esquina del hombro.

—Mierda.

—Irah, afuera.

—¿Qué vas a hacer con ellas?

—Ya veré, por ahora ve a curarte eso.

—No, no hasta que me prometas que las devolverás a su sitio.

Le permito arrastrarme de un brazo hasta la puerta del salón sin oponer resistencia, ella se cruza de brazos con expresión asesina.

—¿Por qué tendría que hacer lo que tú pides? —expulsa las palabras de su boca con una suavidad aterradora. Sacudo mis hombros esperando lo peor, después de todo no tengo nada que perder.

—Porque si no lo haces, tienes veinticuatro horas para despedirte de un heredero.

—Puedo tener otro hijo, el día que quiera.

—Ambos sabemos que el tío Evian no te dará otra muestra —esto lo digo en voz suficientemente baja sólo para que ella me escuche—, le das asco.

La demente de mi madre se pone lívida y sus siguientes palabras salen escupidas a borbotones.

—Regresarán a La Grata.

—No se me ocurriría algo mejor.

—Sin recuerdos —tiene la mirada fija en mí, pero no logra intimidarme, nada podría empañar mi humor.

—Es más de lo que merezco.

—No hijo —dice entre dientes—, no lo es, no aprenderás nunca sin un sacrificio.

Oigo un par de gemidos tras de mí y me doy vuelta. Mierda. Había olvidado que las pequeñas seguían ahí.

—Démosle espacio, ya han pasado por mucho.

—Son los momentos difíciles los que hacen que valoremos las cosas bellas de la vida.

—Anda al grano y dime qué pretendes pedirme, se que la jodí, también lo jodí anoche, aunque no recuerdo que hice.

—Voy a devolver esas niñas a La Grata y me aseguraré de que borren sus recuerdos, la de cabello largo ni siquiera tiene chip, jugué a ser audaz y salí perdiendo. Pero gobierno ambos países, eso me ha dado la experiencia para siempre tener mi plan B.

—¿Entonces?

—Ellas no recordarán nada, pero tú lo recordarás todo.

Es cruel admitirlo, por el momento y todo eso, pero siento una sonrisa tirar de mi boca cuando la bruja de mi madre dice eso.

—Este debe ser un jodido milagro. Tú me estás dando la opción de recordar y ¿dices que es un castigo?

—Eventualmente lo será, y comprenderás que durante todo este tiempo no he hecho otra cosa más que protegerte.

Vuelvo a girar mi rostro atrás y la pequeña chascona comienza a levantarse lentamente, sus pisadas son inestables mientras camina hacia la ventana, luce perdida, rota.

Cierro los ojos y todo lo que veo es su cara cubierta de pelo rebelde implorándome: «Máteme, por favor máteme». Me pregunto qué infierno habrá vivido para desear algo así.

22:00

Ha pasado un año, desde que fui, no sé si premiado o castigado, con la extirpación de chip DMR, devolviéndome de paso, todos los recuerdos. Sobre todo a ella.

—Me enamoré de ella y lo primero que hice fue dañarla.

—Creo que si viera la exposición que has armado en el centro, te perdonaría sin rechistar.

Ahogo una carcajada y me giro para guardar el conjunto gris que Jairo me da, con éste ya son cuatro pijamas idénticos. Él no tiene idea.

—De hecho, lo más probable es que acabara huyendo en cuanto pisara el suelo del lugar.

Mi compañero de cuarto se rasca la cabeza y luce perdido. ¿Puedo culparle? Ni siquiera yo soy capaz de entender.

—Me parece un lindo detalle, esos ojos violetas son…

—Únicos —le digo, recordando la primera vez que los vi. Yo estaba en una de mis excursiones en el bosque, las agendaba una vez al mes.

Ahora es tarde, ya que ella se ha ido. Ella se ha ido y no hay nada que pueda hacer al respecto.

Tampoco es realmente una exposición, soy el encargado de la publicidad de un par de prestigiosas tiendas, puede que haya abusado de la inspiración que me provoca mi musa, ojos violetas por aquí y por allá. De hecho, hace poco renuncié a “69 F”. Una tienda de juguetes sexuales para satisfacer a los de mi especie e implementar a las Meretrix.

No se sentía bien.

—Sécate la cara —dice apuntándome con el dedo. Ahora está menos relajado, lo que está bien, entendiendo la situación en la que estamos metidos—, y asegúrate de quemar la ropa una vez que acabes.

—Lo haré —le aseguro y él se queda un poco más tranquilo—. Intenta relajarte, toma una leche caliente y añádele valeriana.

—¿Quieres que me duerma rápido, eh? Algo como esto no se puede olvidar.

Por supuesto, eso no es realmente cierto y ambos lo sabemos, mañana despertará sin cargos de consciencia y yo… Yo también. No porque lo olvide, sino porque recordarlo me hace feliz.

Horas más tarde, la noche cae y estoy en la cabaña, de regreso al inicio de todo. He encendido una fogata para destruir las evidencias. Observo las brazas chamuscarse y no deseo que acabe nunca, no quiero que mis ropas dejen de arder ni que el fuego se acabe.

Necesito de esto, de este fuego purificador que elimina todas las evidencias de un asesinato que nadie recordará, que quedará inmune, que aliviará en algo mi conciencia.

Soy como el hombre al inicio de los tiempos, antes de la locura feminista, antes de la peste que arrasó con la humanidad, vuelvo a mis orígenes, al génesis, soy como Caín, que mató a su hermano y el tener las manos manchadas de su sangre, me sabe a gloria.

Aitor debía morir, no podría seguir viviendo si él siguiera respirando.

—Aya —suspiro, pensando en la dueña de mis risas, de mis noches y mataría por meterme en su cabeza. Ella no me recuerda, pero tal vez lo hace en sus sueños.

¿Me recordará en ellos? ¿Apareceré en sus pesadillas o ni siquiera merezco eso?

Intento continuar con mi vida, día a día, hora tras hora, pero no es tan fácil, porque estoy condenado a no olvidar. Esto que siento: una sensación de impotencia que bulle en mis entrañas, carece de remedio porque no se trata de una enfermedad.

No tiene cura.

Hay tanto que ver, tanto que analizar. Pienso en el ayer, pienso en ella, también pienso en mi madre. Sobre esta última, en ocasiones fantaseo con ahorcarla mientras duerme o meterme de noche a esa ciudad que tanto defiende, que tanto protege de las “bestias” que tiene por hijos. O tenía.

No comprendo por qué lo hace. De todos modos no puedo simplemente asesinarla, ella es la única capaz de cambiar nuestros cerebros, ella es la única que decide quién puede y no puede olvidar.

Hace poco encontré su libro de crónicas, me encantaría saber si Aya lo leyó, si alcanzó a comprender algo de esto, de este loco mundo. Como decía, encontré el libro, estaba junto a mi diario, mis recuerdos, y ella. La señorita Sonnenschein, mi Aya.

La parte más difícil de seguir viviendo, es saber que no puedo hacer nada, teniendo la certeza de que iría por ella, haría algo si eso estuviera en mis manos, pero no hay opciones. Mi camino ya fue trazado.

Me resigno pensando en lo mucho que la amo, y que prefiero mil veces resignarme a no tenerla, que saberla mía muerta en vida. No, no podría. Yo vi sus ojos, sólo horas después de que el bastardo de mi hermano la violara, vi sus piernas ensangrentadas bajo el vestido. La vi pedir la muerte mientras yo me aferraba a la vida, porque ella fue vida para mí, Aya trajo esperanza a mis mañanas.

Por eso me sienta tan bien esta muerte, esta fogata, estas ropas. Soy consciente de que un asesinato puede ser considerado un acto irracional, más animal que humano. Tal vez llegado el momento, termino por convertirme en esa bestia que ella tanto teme, en ese hombre que Aitor le enseñó a aborrecer.

—Por fin llegas —le digo a Evian, cuando lo veo entrar.

—Fue difícil fugarme —reclama mi tío, ese engendro que se hace llamar papá.

—¿Irónico, no te parece? Sobre todo teniendo en cuenta que eres el dueño de la ciudad.

Evian me mira al principio enajenado, pero luego se detiene como sopesando las palabras que va a decir y al final, opta por sentarse en el tronco que está a mi lado. Su cabello claro cada vez que la luz de las llamas rebotan en él. Es curioso que no lo notara antes, ambos parecemos una proyección del otro, ambos “debemos” recordar todo, entonces pienso que compartimos mucho más que el color de cabello. Incluso el asco por Adel.

—Debes estar triste, acabas de perder un hijo.

—Me gusta pensar que era mi sobrino

—Él era un monstruo —tomo una rama y comienzo a revolver los escombros—. Merecía morir.

—Nadie merece morir Irah, pero en esta ocasión, tienes algo de razón, así que intentaré aplazar el momento que Adel se entere de la verdad.

—Ella va a matarme.

No estoy asustado, sólo destaco lo obvio.

—No lo hará, necesita un heredero, y me temo que Aitor padecía la demencia que atormentaba a nuestros ancestros.

—¿Qué has hecho con el cuerpo?

—Lo mismo que hace tu madre con nuestros niños defectuosos.

—¡Aitor era defectuoso, debió morir ahí, al momento de nacer! —la rama se quiebra en mis manos—. No tenía que hacerlo yo, este era su trabajo.

—Aitor era hijo de su madre.

—También lo soy yo, su maldita sangre corre por mis venas, sucia y envenenada. ¿Cuándo demonios va a parar?

—Pronto, pero no está en ti acelerar el proceso. Llegado el momento, tú gobernaras y podrás hacerte responsable de tus actos y los del resto, si quieres…

Sé lo que me está pidiendo, que tenga paciencia, que espere, y en el fondo sé que tiene razón, así que asiento, pero saber que hago lo correcto no aminora el dolor. Porque el dolor no se va, ni se acaba, sólo muta.

Hoy viendo hacia el pasado, recuerdo aquella vez en que nos sentamos por horas sobre mi tejado, esperando el amanecer, Aya se quejaba porque no había nada de interesante. Ingenua, no tenía idea que la miraba a ella.

No soy tonto, sé que me ha olvidado, sé que no le hago bien. Pero sólo porque no pueda no significa que vaya a renunciar a ella.

Incluso ahora, existen ocasiones como esta, en las que me escabullo a la cabaña en medio del bosque, siempre con la esperanza, siempre con el anhelo.

Pidiendo perdón, dando las gracias y ofreciendo un favor antes que el día acabe.

—Nunca estarás lo suficientemente lejos, como para que mis recuerdos no te alcancen.

Llego a la cabaña cerca del medio día. Había planeado este fin de semana con un mes de antelación, después de pasar más de dos años sin vacaciones. Mantenerme ocupado los siete días de la semana era la vía de escape perfecta y menos sospechosa para huir del dolor de los recuerdos tristes, de esos ojos violetas.

Ese era mi plan, matarme trabajando y como actividad extracurricular, aprender sobre la organización y administración del Estado. Por supuesto mi cuerpo tenía otros planes y el mes pasado, comenzó a mostrar los primeros signos de cansancio, motivación suficiente para tomarme un fin de semana libre. Sí, unas maravillosas vacaciones forzadas en mi infierno personal. La cabaña del bosque, lugar puedo ahogarme en delirios autocompasivos. Aunque en mi defensa, debo decir que si mi tío no me hubiera dado la orden-amenaza, seguiría en La Große, rompiéndome el lomo.

Lo sé, debo parecer patético probablemente lo soy. Tengo veinticuatro años y sigo recibiendo órdenes de Evian Levi, pero el cabrón sabía muy bien cómo manipularme. Había ayudado a encubrir la muerte de Aitor, dos años atrás, eso es suficiente para obligarme hacer cualquier cosa.

Sobre la muerte de Aitor, me gusta pensar que fue una “falta”, un trabajo sucio y necesario que alguien debía ejecutar, quiero decir, le hice un bien a la humanidad, no es realmente un asesinato, no soy como los bastardos de La Große que se me meten con seres indefensos. Yo exterminé una bestia, ni más ni menos.

Evian siempre ha sido un manipulador de primera, así que cuando amenazó con contarle a la bruja la verdadera razón detrás del desafortunado accidente de mi hermano, en el que falleció calcinado, preferí acatar su “in-vi-ta-ción” de venir a pasar unos días al bosque. Era eso o enfrentarme a la ira de Adel, sinceramente no me apetecía esto último. No cuando debía mantenerme a salvo para lograr mi último objetivo.

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