Single & Single (14 page)

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Authors: John Le Carré

Tags: #Policíaca, Intriga

BOOK: Single & Single
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Oliver aguardó la segunda parte de este anuncio pero, viendo que no llegaba, apoyó el mentón en la mano y el codo en la enorme rodilla y clavó en Brock una mirada estimativa.

– Trans-Finanz Viena, según recuerdo, pertenecía íntegramente a la empresa andorrana First Flag Construction Company -dijo a través de un ramillete de gruesos dedos.

– Pertenecía y pertenece, Oliver. Conservas la portentosa memoria de siempre.

– Al fin y al cabo, esa jodida empresa la monté yo,¿no?

– Ahora que lo mencionas, creo que sí.

– Y First Flag es el feudo exclusivo de Yevgueni y Mijaíl Orlov, los principales clientes de la Casa Single, ¿o eso ha cambiado?

Oliver no había alterado el tono de voz. Aun así, Brock advirtió que le requería cierto esfuerzo pronunciar el nombre Orlov.

– No, Oliver, no lo creo. Existen tensiones, pero sospecho que formalmente tus buenos amigos los hermanos Orlov ocupan aún el primer lugar para Single.

– ¿Y Alix Hoban sigue siendo su representante?

– Sí, Hoban es aún el representante de los Orlov.

– Todavía es de la familia.

– Todavía es de la familia, eso tampoco ha cambiado -confirmó Brock-. Está en nómina y cumple órdenes, sean cuales sean sus otras actividades.

– ¿Y por qué, pues, mató Hoban a Winser? -Perdiendo el hilo de su propia argumentación, Oliver se contempló las anchas palmas de las manos como si buscase la respuesta en las líneas-. ¿Por qué el hombre de confianza de los Orlov mató al hombre de confianza de Tiger? Yevgueni apreciaba a Tiger. Más o menos. En la medida en que les permitiese hacerse de oro. Y también Mijaíl. Tiger devolvía el cumplido. ¿Qué ha cambiado, Nat? ¿Qué ocurre?

Brock no tenía previsto llegar tan pronto a ese punto. Ilusamente, había imaginado un proceso gradual del que surgiría la verdad. Pero con Oliver, para ahorrarse sorpresas, uno no debía dar nada por supuesto. Había que dejarlo a su aire y seguirle el ritmo, reajustando el paso sobre la marcha.

– Verás, Oliver, me temo que es uno de esos casos en que el amor degenera en rencor -explicó con cautela-. Un vaivén del péndulo, por así decirlo. Uno de esos cambios de tiempo que se producen incluso en las familias mejor organizadas, me temo. -Dado que Oliver no parecía dispuesto a echarle una mano, continuó-: A los hermanos se les han torcido las cosas.

– ¿Cómo?

– Algunas de sus operaciones se fueron al traste. -Brock andaba con pies de plomo, y Oliver lo sabía. Brock estaba poniendo nombre a los peores temores de Oliver, movilizando los fantasmas siempre alertas de su pasado, añadiendo nuevos miedos a los ya existentes-. Una considerable suma de dinero caliente que pertenecía a Yevgueni y Mijaíl quedó bloqueada antes de pasar por el reciclaje de Single.

– ¿Antes de llegar a First Flag, quieres decir?

– Quiero decir cuando estaban aún en circuito de espera.

– ¿Dónde?

– Por todo el mundo. No todos los países cooperaron, pero sí la mayoría.

– ¿Todas aquellas pequeñas cuentas que abrimos? -preguntó Oliver.

– Ya no tan pequeñas. Había alrededor de nueve millones de libras en la que menos. Los saldos de las cuentas de España ascendían ya a ochenta y cinco millones. En mi opinión, los Orlov empezaban a actuar de una manera un tanto descuidada, francamente. ¿Quién conservaría cantidades así en activos líquidos? Como mínimo podrían haber invertido en obligaciones a corto plazo durante la espera, pero no.

Oliver se había llevado las manos a la cara de nuevo, encerrándola en una prisión privada.

– Para colmo, uno de los barcos de los hermanos fue abordado cuando transportaba un cargamento embarazoso -añadió Brock.

– ¿Rumbo adonde?

– A Europa. A cualquier parte. ¿Qué más da?

– ¿A Liverpool?

– De acuerdo, a Liverpool. Directa o indirectamente, viajaba con rumbo a Liverpool… ¿Puedes bajar ya de las nubes, Oliver, por favor?

conoces el hampa rusa. Si te aprecian, todo lo ven bien. Si creen que juegas con dos barajas, te ponen una bomba en la oficina, te echan un misil por la ventana del dormitorio y tirotean a tu mujer en la cola de la pescadería. Así es esa gente.

– ¿Qué barco era?

– El
Free Tallinn.


Procedente de Odessa.

– Exacto.

– ¿Quién lo abordó?

– Ni más ni menos que los rusos, Oliver. Sus compatriotas. Las fuerzas especiales rusas, en aguas rusas. Rusos abordando a rusos, sin colaboración de nadie.

– Pero los informasteis vosotros.

– No, eso es precisamente lo que no hicimos -respondió Brock-. El soplo les llegó de otra parte. Tal vez los Orlov pensaron que los había delatado Alfie. Son sólo suposiciones.

Oliver hundió aún más la cara entre las manos y siguió en conferencia con sus demonios interiores.

– Winser no traicionó a los Orlov. Los traicioné yo -declaró con voz de ultratumba-. En Heathrow. Hoban mató al mensajero equivocado.

La ira de Brock, cuando se desataba, inspiraba miedo. Surgía de la nada, sin previo aviso, y cubría todo su rostro como una mascarilla mortuoria.

– Nadie los traicionó -dijo entre dientes-. A los delincuentes no se los traiciona, se los atrapa. Yevgueni Orlov es un vulgar matón georgiano, al igual que el retrasado mental de su hermano.

– No son georgianos; simplemente quieren serlo -masculló Oliver-. Y Mijaíl no es un retrasado mental; es diferente, sólo eso. -Pensaba en Sammy Watmore.

– Tiger blanqueaba el dinero de los Orlov y Winser era un cómplice muy dispuesto. Eso no es traición, Oliver. Es justicia. Por si no lo recuerdas, ése era tu deseo. Querías arreglar el mundo, y estamos en ello. Nada ha cambiado. Yo nunca te dije que fuésemos a hacerlo con polvos mágicos. La justicia no es eso.

– Prometiste que esperarías -reprochó Oliver, todavía desde detrás de las manos.

– Y esperé. Te prometí un año, y he tardado cuatro. Uno para garantizar tu seguridad. Otro para seguir el rastro de papeles. Otro para que las damas y caballeros de Whitehall se convenciesen de que había que mover el culo y el cuarto para hacerles que se diesen cuenta de que no todos los policías ingleses son maravillosos ni todos los funcionarios ingleses son unos santos. En ese tiempo podrías haberte ido a cualquier parte. Tuvo que ser Inglaterra. La elección fue tuya, no mía. Como huida escogiste tu matrimonio, tu hija, su cuenta fiduciaria, tu país. Durante esos cuatro años Yevgueni Orlov y su hermano Mijaíl han inundado lo que antes llamábamos el mundo libre de toda aquella inmundicia que cae en sus manos, desde heroína afgana para los adolescentes hasta semtex checo para los amantes de la paz irlandeses o detonadores nucleares rusos para los demócratas de Oriente Próximo. Y Tiger, tu padre, ha financiado sus operaciones, ha blanqueado sus ganancias y les ha allanado el camino. Por no hablar del dinero que él mismo se ha embolsado. Tendrás que perdonarme si después de cuatro años me he impacientado un poco.

– Prometiste que no lo pondrías en peligro.

– Si corre peligro, no es culpa mía. Eso es cosa de los Orlov. Y si unos maleantes deciden empezar a volarse mutuamente los sesos e informar acerca de sus respectivos envíos a Liverpool, de mí no oirán más que aplausos. No siento el menor cariño por tu padre, Oliver. Eso es tarea tuya. Soy quien soy. No he cambiado. Ni yo ni Tiger.

– ¿Dónde está?

Brock prorrumpió en una carcajada de desdén.

– Al borde del colapso nervioso, ¿dónde si no? Con un dolor inconsolable, deshecho en lágrimas. Puedes leerlo en los comunicados de prensa. Alfie Winser era su amigo y compañero de armas de toda la vida, te complacerá saber. Superaron juntos los obstáculos del arduo camino, compartieron los mismos ideales. Amén -se burló. Oliver seguía esperando-. Ha desaparecido de nuestros radares. No ha sonado una sola campana en ninguna parte, y permanecemos alertas las veinticuatro horas del día. Media hora después de enterarse de la muerte de Winser se marchó de la oficina, pasó un momento por su piso, y ya no se ha sabido nada más de él desde entonces. Hoy hace seis días que no se pone en contacto con la oficina: ni una llamada de teléfono ni un fax ni un mensaje por el correo electrónico. Nada, ni siquiera una postal. Es un hecho sin precedentes en la vida de Tiger. Un día sin una llamada telefónica de él, es una emergencia nacional; seis, el apocalipsis. El personal da la cara por él en todo, telefonea discretamente a sus lugares de retiro conocidos, y de paso a las casas de alguna gente que podría haberle dado refugio, y hace lo imposible por no levantar revuelo.

– ¿Dónde está Massingham? -preguntó Oliver. Massingham, el jefe de personal de Single.

Ni la expresión ni la voz de Brock se alteraron. Mantuvo el mismo tono de reprobación, de desprecio.

– Limando asperezas. Vagando por el mundo. Tranquilizando a los clientes.

– ¿Y todo eso por Winser?

Brock hizo como si no lo oyese.

– Massingham telefonea de vez en cuando, básicamente para preguntar si hay novedades. Aparte de eso, no dice mucho más. Al menos por teléfono. Lo propio de Massingham. Lo propio de cualquiera de ellos, si nos paramos a pensar. -Cavilaron los dos en silencio hasta que Brock expresó en alto el temor que empezaba a arraigar en la mente de Oliver-. Tiger podría haber muerto, claro está, lo cual sería un feliz acontecimiento… no para ti, quizá, pero sí para la sociedad. -Brock esperaba arrancar a Oliver de su ensoñación. Sin embargo Oliver se negó a despertar-. La salida honrosa supondría todo un cambio en el caso de Tiger, debo decir. Aunque dudo que supiese dónde encontrar la puerta. -Nada-. Además, de pronto reaparece y ordena a su banco suizo una transferencia de cinco millones de libras a la cuenta de Carmen. Por norma, los muertos no hacen esas cosas, según tengo entendido.

– Más treinta.

– ¿Cómo dices? Últimamente ando un poco duro de oído, Oliver.

– Cinco millones
treinta -
precisó Oliver con voz más alta e iracunda.

¿Y ahora dónde demonios tienes la cabeza?, deseó preguntar Brock observando a Oliver, que continuaba con la mirada perdida. Y si consigo hacerte salir de ahí, ¿Adónde demonios te irás después?

– Les envió flores -explicó Oliver.

– ¿A quién? ¿De qué estás hablando?

– Tiger envió flores a Carmen y Heather. La semana pasada, desde Londres, en un Mercedes con chófer. Sabe dónde viven y quiénes son. Las encargó por teléfono y dictó un mensaje extraño para la tarjeta, presentándose como un admirador. A una de las floristerías elegantes del West End. -Buscando a tientas en el anorak, palpándose los bolsillos, Oliver dio por fin con un papel y se lo tendió a Brock-. Ahí tienes. Marshall amp; Bernsteen. Treinta jodidas rosas. De color rosa claro. Cinco millones treinta libras. Treinta monedas de plata. Con eso, está diciendo: Gracias por volverme la espalda. Está diciendo que sabe dónde encontrarla siempre que le venga en gana. Está diciendo que es suya. Carmen. Está diciendo que Oliver puede escapar pero no esconderse. Quiero protección para ella, Nat. Quiero que alguien hable con Heather. Quiero que sea informada. No quiero que se contaminen. No quiero que Tiger ponga nunca los ojos en Carmen.

Si bien los inesperados silencios de Brock sacaban a Oliver de sus casillas, debía reconocer, a su pesar, que también le impresionaban. Brock no avisaba. No decía: «Un momento.» Sencillamente dejaba de hablar hasta que terminaba de examinar el asunto en cuestión y estaba en condiciones de emitir un juicio.


Podría
querer decir eso -concedió Brock por fin-. O podría querer decir alguna otra cosa, ¿no?

– ¿Cómo qué? -preguntó Oliver con tono agresivo.

Brock se hizo esperar de nuevo.

– No sé, Oliver…, como por ejemplo que echa en falta un poco más de compañía en su vejez.

Refugiado en el cuello de su anorak, Oliver observó a Brock cruzar el jardín, golpear con los nudillos la cristalera y reclamar la presencia de Tanby. Vio aparecer a una muchacha de su misma estatura pero en buena forma. Pómulos pronunciados, larga coleta rubia, y esa costumbre que tienen las chicas altas de apoyar todo el peso del cuerpo en una pierna y levantar la cadera del lado opuesto. La oyó decir con acento escocés:

– Tanby ha salido a hacer un recado aquí cerca, Nat.

Oliver observó a Brock entregarle el papel con el nombre de la floristería. Sin dejar de escuchar, la muchacha leyó el nombre. Oyó el susurro de Brock y lo reprodujo verbalmente en su informada imaginación: Necesito localizar al empleado que tomó el encargo de enviar treinta rosas a Abbots Quay la semana pasada, a nombre de Hawthorne, y el Mercedes con chófer que las entregó -gestos de asentimiento de la muchacha acompasados al murmullo de Brock-; necesito saber cómo se pagaron el coche y las flores; necesito el origen, la hora, la fecha y la duración de la llamada, y una descripción de la voz del cliente en caso de que no la grabasen, aunque quizá la grabaron porque es una práctica frecuente. Oliver creyó que la muchacha lo miraba por encima del hombro de Brock y la saludó con la mano, pero ella entraba ya en la casa.

– ¿Y qué has hecho con ellas, Oliver? -preguntó Brock con cálida cordialidad después de volver a tomar asiento.

– ¿Con las flores?

– Déjate de tonterías.

– Las envié a Northampton, a casa de la mejor amiga de Heather. Si es que han ido. Norah, se llama. Una lesbiana soltera.

– ¿De qué quieres que sea informada exactamente?

– De que estaba en el bando correcto. Puede que sea un traidor, pero no soy un delincuente. No debe avergonzarse de haber tenido una hija conmigo.

Brock percibió lejanía en la voz de Oliver, lo observó ponerse en pie, rascarse primero la cabeza y luego un hombro, echar un vistazo alrededor como si hasta ese momento no hubiese advertido dónde estaba: el pequeño jardín, los manzanos que empezaban a florecer, el rumor del tráfico al otro lado de la tapia, las fachadas posteriores de estilo Victoriano -cada una en su rectángulo de jardín-, invernaderos, ropa tendida. Lo observó sentarse de nuevo. Esperó como un sacerdote aguardaría el regreso de su penitente.

– Debe de haber sido un trago amargo para Tiger, huyendo y escondiéndose a su edad -comentó con ánimo provocador, considerando que era ya el momento de interrumpir las divagaciones de Oliver-. Si es eso lo que está haciendo -añadió. No hubo respuesta-. Acostumbrado a comer bien, ir de un lado a otro en su Rolls-Royce con el chófer al volante, vivir con todos sus mecanismos de autoengaño en su sitio, sin asperezas, sin brusquedades, y de pronto le vuelan la cabeza a Alfie y Tiger se pregunta si es él el siguiente de la lista. Un panorama poco alentador, imagino. Con más de sesenta años y tan solo. No me gustaría tener sus sueños al acostarme. ¿Y a ti?

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