– Cállate -dijo Oliver.
Brock, impertérrito, movió la cabeza en un gesto de pesar.
– Por no hablar de mi propia situación.
– ¿Tu situación?
– Me paso quince años persiguiendo a un hombre. Conspiro contra él, me salen canas, descuido a mi esposa. Me desvivo por pillarlo en falta. Y de la noche a la mañana me entero de que está escondido en una zanja con los perros tras sus pasos y mi único deseo es tenderle la mano, darle una taza de té caliente y ofrecerle una amnistía total.
– Gilipolleces -dijo Oliver mientras los ojos sagaces de Brock chispeaban y lo escrutaban bajo el ala del sombrero de paja.
– Y en cuanto a sentimientos nobles, Oliver, tú me aventajas con diferencia, he tenido ocasión de comprobarlo. En resumidas cuentas, pues, todo se reduce a ver quién lo encuentra primero, tú o los hermanos Orlov y sus alegres muchachos.
Oliver dirigió la mirada hacia el punto del jardín donde había estado la muchacha, pese a que se había ido hacía rato. Contrajo su amplio rostro, reflejando la irritación de un campesino en medio del bullicio de la capital. Luego habló con claridad y sumo cuidado, cada palabra sometida mucho antes a su propia aprobación.
– No cuentes conmigo para nada más. Todo lo que tenía que hacer por ti, está ya hecho. Quiero protección para Carmen y su madre. Ésa es mi única preocupación. Cambiaré de nombre y me iré a vivir a otra parte. No cuentes conmigo para nada más.
– ¿Y quién lo encuentra?
– Vosotros.
– No tenemos medios suficientes. Somos pobres, insignificantes e ingleses.
– ¡Y una mierda! -exclamó Oliver-. Sois un ejército secreto más que considerable. He colaborado con vosotros.
Pero Brock movió la cabeza en un gesto de negación no menos rotundo.
– No puedo mandar varias unidades a buscar a ciegas por todo el mundo, Oliver. No puedo anunciar mis intenciones a todos los políticos extranjeros de la guía telefónica. Si Tiger está en España, he de suplicar de rodillas a los españoles, y cuando por fin se dan cuenta de que existo, Tiger ha puesto ya tierra por medio y yo me encuentro leyendo sobre mí en los periódicos españoles, con la salvedad de que no sé español.
– Aprende -dijo Oliver con aspereza.
– Si está en Italia, son los italianos; en Alemania, los alemanes; en África, los africanos; en Pakistán, los paquistaníes; en Turquía, los turcos…, y cada vez la misma historia. Untando manos a mi paso, y sin saber si los hermanos las han untado antes y mejor. Si ha ido al Caribe, hay que buscar isla por isla y sobornar hasta a los postes telegráficos para conseguir un solo teléfono pinchado.
– Pues dale caza a otro. Tienes donde elegir.
–
Tú
en cambio… -Brock se reclinó en la hamaca y contempló a Oliver con una expresión que podía interpretarse como lastimera envidia-. A ti te basta con respirar para presentir sus reacciones, adivinar sus movimientos, ponerte en su papel. Lo conoces mejor que a ti mismo. Conoces sus casas, sus argucias, a sus mujeres y lo que va a desayunar incluso antes de que lo pida. Lo has tenido
aquí. -
Se dio unas palmadas en el pecho mientras Oliver se negaba entre dientes una y otra vez-. Aun antes de salir a por él, has recorrido ya tres cuartas partes del camino. ¿He dicho yo algo?
Oliver sacudía la cabeza como Sammy Watmore. Mataste ya una vez a tu padre, y con eso es más que suficiente, pensaba. No voy a hacerlo, ¿me oyes? Estoy harto. Estaba harto hace cuatro años. Estaba harto incluso antes de empezar.
– Búscate a otro pobre desgraciado -dijo con tono hosco.
– Vuelvo con la misma canción de siempre, Oliver. El amigo Brock se reunirá con él a cualquier hora y en cualquier lugar, sin nada en la manga. Ese es mi mensaje. Si no se acuerda de mí, refréscale la memoria. Brock, el joven funcionario de aduanas de Liverpool, el mismo al que aconsejó cambiar de empleo después del juicio por el lingote turco. Brock cooperará si él coopera, dile. La puerta de Brock está abierta las veinticuatro horas del día. Le doy mi palabra.
Cruzando los brazos ante el pecho, Oliver se abrazó a sí mismo en una especie de peculiar ritual de oración.
– Nunca -masculló.
– Nunca ¿qué?
– Tiger nunca haría una cosa así. Nunca traicionaría. Soy yo quien se dedica a eso, no él.
– Con toda sinceridad, eso es una tontería, y tú lo sabes. Dile que Brock cree en la negociación creativa, como él. Poseo amplias facultades, entre ellas el olvido. Se trata de un juego de memoria, dile. Yo olvido, él recuerda. Sin investigaciones públicas, sin juicios, sin cárcel, sin confiscación de activos…, siempre y cuando él recuerde correctamente. Todo en la máxima reserva y entre nosotros, y al final una garantía de inmunidad. Saluda a Aggie.
La muchacha alta les había llevado té recién hecho.
– Hola -dijo Oliver.
– Hola -contestó Aggie.
– ¿Qué ha de recordar? -preguntó Oliver cuando la muchacha se alejó y no podía ya oírlos.
– Lo he olvidado -respondió Brock. Pero de inmediato añadió-: Él lo sabrá. Y tú también. Mi objetivo es la Hidra. Persigo a esos policías sin escrúpulos y a esos funcionarios con sueldos excesivos que han contratado con él sus planes de pensiones complementarios. Los elementos corruptos de Scotland Yard y los abogados con camisa de seda y los comerciantes desaprensivos que viven en barrios elegantes. No en otros países. Los otros países pueden cuidarse solos. En Inglaterra. A la vuelta de la esquina. En la casa de al lado.
Oliver se soltó las rodillas, pero al instante volvió a sujetárselas, entrecruzando los dedos alrededor, con la vista fija en el césped como si contemplase su tumba.
– Tiger es tu Everest, Oliver; apartándote de él, no alcanzarás la cima -prosiguió Brock con tono paternalista a la vez que extraía del bolsillo interior de la chaqueta una ajada cartera de piel que Lily, su esposa, le había regalado en su trigésimo cumpleaños-. ¿Has visto a este individuo en alguno de tus viajes? -preguntó con aparente despreocupación, entregando a Oliver una fotografía en blanco y negro de un hombre corpulento, sin un pelo en la cabeza, que salía de un club nocturno llevando del brazo a una joven ligera de ropa-. Un viejo amigo de tu padre, desde los tiempos de Liverpool. Un policía corrupto. Actualmente ocupa un alto cargo en Scotland Yard y tiene excelentes conexiones por todo el país.
– ¿Por qué no se pone una peluca? -dijo Oliver con sorna.
– Porque es la desfachatez en persona -replicó Brock con vehemencia-. Porque hace en público lo que otros granujas no harían en privado. Es su manera de excitarse. ¿Cómo se llama, Oliver? Su cara te suena, estoy seguro.
– Bernard -contestó Oliver, devolviéndole la fotografía.
– Bernard, exacto. Bernard ¿qué más?
– No dio su apellido. Vino a Curzon Street un par de veces. Tiger nos lo trajo al Departamento Jurídico y le conseguimos una villa en el Algarve.
– ¿Para unas vacaciones?
– En propiedad, como regalo -corrigió Oliver.
– Me tomas el pelo. ¿A cambio de qué?
– ¿Cómo voy a saberlo? Yo me ocupaba de los trámites inmobiliarios. Al principio se presentó como una venta. Cuando estaba ya todo a punto para efectuar el cambio de divisas, Alfie dijo que había dinero de por medio, que cerrase la operación y firmase la escritura de traspaso. Y eso hice.
– Así que es Bernard a secas.
– Bernard el calvo -confirmó Oliver-. Luego, además, sacó un almuerzo gratis.
– ¿En el Kat’s Cradle?
– ¿Cómo no?
– No es propio de ti olvidar un apellido, ¿verdad?
– No constaba. Es Bernard, una compañía
offshore.
–
¿Llamada?
– No era una compañía; era una fundación. La compañía pertenecía a la fundación. Guardando las distancias por duplicado.
– ¿Cómo se llamaba la fundación? -insistió Brock.
– Derviche, domiciliada en Vaduz. La Fundación Derviche. Tiger hizo un chiste con eso: «Os presento a Bernard, nuestro derviche danzante.» Bernard es dueño de Derviche; Derviche es dueña de la compañía; la compañía es dueña de la casa.
– ¿Y cuál era, pues, el nombre de la compañía propiedad de la Fundación Derviche?
– Sky… algo más. Skylight, Skylark, Skyflier.
– ¿Skyblue?
– Skyblue Holdings, Antigua.
– ¿Y por qué carajo no me lo dijiste en su momento?
– Porque no me lo preguntaste -repuso Oliver con tono igualmente airado-. Si me hubieses pedido que siguiese la pista a Bernard, habría seguido la pista a Bernard.
– ¿Tenía Single por norma repartir villas gratuitamente?
– No que yo sepa.
– ¿Recibió alguien más una villa en obsequio?
– No, pero Bernard consiguió también una motora. Una de esas lanchas puntiagudas y superligeras. Bromeamos comentando que no la balancease demasiado si ofrecía sus atenciones a una dama en alta mar.
– ¿De quién fue la gracia?
– De Winser. Y ahora, si me disculpas, tengo que ir a ensayar.
Observado por Brock, Oliver se desperezó, se alborotó el pelo con las dos manos como si le picase el cuero cabelludo y se encaminó tranquilamente hacia la casa.
– ¡Oliver! Haz el favor de subir. Unos caballeros muy distinguidos desean conocerte. Nuevos clientes rebosantes de ideas nuevas. Ven volando, por favor.
No es Elsie Watmore llamando a Oliver a las armas, sino el mismísimo Tiger a través del intercomunicador de la oficina. No es Pam Hawsley, nuestra Doncella de Hielo por cinco mil dólares anuales, ni Randy Massingham, nuestro jefe de personal y demacrado Casio. Es el Hombre, en vivo, personificando la Voz del Destino. Es primavera, como ahora, cinco años atrás. Y es también la primavera de la vida de nuestro joven y único socio adjunto en ciernes, recién salido de la facultad de derecho, nuestro zarevitz, nuestro heredero forzoso al trono de la casa real de Single. Oliver lleva tres meses en Single. Es su tierra prometida, la meta alcanzada con no pocos esfuerzos después de los duros reveses de una educación inglesa privilegiada. Por más humillaciones y privaciones que haya padecido hasta la fecha, por más cicatrices que le haya dejado la aparentemente interminable sucesión de academias, profesores particulares e internados, ha llegado a la lejana orilla, titulado en derecho como su padre, destinado a mover los hilos de la sociedad en un futuro cercano, pictórico de fervor juvenil, lloroso, enamorado de todo aquello.
Y son muchos los estímulos. La Single de principios de los noventa no es una sociedad de capital riesgo al uso, y prueba de ello son las páginas de economía de los periódicos. Single es el «caballero andante del nuevo Este de Gorbachov» -
Financial Times-,
«adentrándose con audacia allí donde vacilan otras firmas con menor empuje». Single es la «abanderada de las operaciones de riesgo» -
Telegraph-
, «rastreando las naciones del renovado bloque comunista en busca de oportunidades, desarrollo sólido y beneficio mutuo en armonía con el espíritu de la
perestroika» -Independent-.
La Casa Single, en palabras de su dinámico fundador -apodado con gran acierto Tiger, el Tigre-, está «dispuesta a escuchar a cualquiera, en cualquier momento y en cualquier lugar» en su firme determinación de afrontar el «mayor reto para el mundo de los negocios en la actualidad». Tiger hace referencia nada menos que a la «aparición de una Unión Soviética como mercado». Single utiliza «un juego de herramientas distinto, es una sociedad más ágil, más valiente, más pequeña, más joven, viaja más ligera de equipaje» que los vetustos gigantes de tiempos pasados -
Economist-.
Y si hay quienes opinan que Oliver, para curtirse, debería haber empezado trabajando para Kleinwort, Chase o Barings, también a ellos tiene Tiger algo que decirles: «Somos una empresa innovadora. Queremos lo mejor de él, y lo queremos ahora.»
Lo que Oliver quiere de Single no es menos de admirar. «Trabajar al lado de mi padre será para mí un beneficio adicional», explica a una comprensiva cronista del
Evening Standard
durante una recepción en Park Lane organizada para celebrar su incorporación a la firma. «Mi padre y yo siempre hemos sentido gran respeto el uno por el otro. Va a ser un extraordinario aprendizaje en todos los sentidos.» Ante la pregunta de cuál cree que será su aportación a la empresa, el joven vástago demuestra que tampoco él tiene pelos en la lengua. «Un descarado idealismo con la cabeza sobre los hombros», responde para deleite de la cronista. «Las emergentes naciones socialistas necesitan toda la ayuda, conocimientos y recursos financieros que podamos poner a su disposición.» En declaraciones a la revista
Tatler,
menciona otra de las verdades de Single: «Ofrecemos una participación estable a largo plazo sin ánimo de explotación. Todo aquel que espere llenarse los bolsillos de rublos de la noche a la mañana se verá decepcionado.»
Una reunión de urgencia, piensa Oliver, eufórico, mientras sale de su despacho. Su mayor deseo. Después de tres meses trabajando de pasante en el árido Departamento Jurídico de Alfred Winser, teme ya estancarse. Su expresa intención de «conocer hasta el último detalle el funcionamiento de todos los aspectos prácticos del negocio» lo ha llevado a un laberinto de compañías
offshore
del que parece imposible escapar en toda una vida de joven entusiasta. Pero hoy Winser ha ido a Bedfordshire para comprar una fábrica de guantes malaisia, y Oliver no tiene que rendir cuentas a nadie. Una lóbrega escalera situada en la parte de atrás del edificio comunica el Departamento Jurídico con el piso superior. Comparándola en su imaginación a un pasadizo secreto de la época de los Mediéis, Oliver sube los peldaños de tres en tres. Ingrávido, ciego a todo salvo su objetivo, se desliza a través de sucesivas secciones de la oficina y salas de espera forradas de madera hasta llegar a la famosa puerta azul de dos hojas. La abre y por un segundo el divino resplandor es demasiado intenso para él.
– Me has llamado, padre -susurra, viendo sólo su propia sonrisa reflejada misteriosamente en el fulgor frente a él.
La luz remite. Seis hombres lo esperan y están de pie, cosa que no es del agrado de Tiger, dado que creció veinte centímetros menos que la mayoría de sus adversarios. Se hallan preparados para una fotografía de grupo y Oliver es el fotógrafo, y podría pensarse que están diciendo «patata» a indicación suya porque todos sonríen simultáneamente, recién levantados por lo visto de la mesa de reuniones. Sin embargo la sonrisa de Tiger es como de costumbre la más radiante y enérgica. Envuelve en una aureola de santidad a todos los presentes. Oliver adora esa sonrisa. Es el sol del que obtiene la fuerza para desarrollarse. A lo largo de toda su infancia ha creído que si alguna vez logra abrirse paso entre sus rayos y echar una ojeada detrás de esos afectuosos ojos, alcanzará el reino mágico del que su padre es benévolo y absoluto soberano. ¡Son los hermanos Orlov!, exclama en silencio, desbordado por el entusiasmo y la expectación. ¡En carne y hueso! ¡Randy Massingham los ha pescado por fin! Tiger llevaba ya unos día advirtiendo a Oliver que permaneciese alerta, que esperase órdenes, que mantuviese despejada su agenda, que procurase ponerse trajes presentables. Pero sólo ahora ha desvelado el motivo.