—¿No puedes pensar? —preguntó Gemma incrédula y se sentó en la cama—. Eres la persona más inteligente que conozco. ¿Cómo puedes dejar de pensar?
—No lo sé.
Álex se sentó a su lado sin quitarle los ojos de encima, pero algo en ellos había cambiado, había pasado de halagador a desconcertante. Había algo demasiado intenso en su mirada; Gemma se colocó el cabello detrás de la oreja y miró hacia otro lado.
—Disculpa por no haberte llamado hoy —dijo ella.
—No pasa nada —se apresuró a responder, y después sacudió la cabeza, como si no fuese eso lo que quería decir—. No estaba… —Álex apartó la vista, pero sólo por un segundo, y después volvió a clavarla en ella—.
¿Dónde estabas?
—No lo creerías si te lo dijera —dijo, e hizo un gesto con la cabeza.
—Creería cualquier cosa que me dijeras —respondió Alex, y la sinceridad en el tono de su voz hizo que Gemma lo mirara.
—¿Qué pasa contigo?
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a esto —dijo Gemma con un gesto—. La manera en que me miras. La manera en que me hablas.
—¿No te estoy hablando como te hablo siempre? —Álex se apartó de ella un poco, realmente sorprendido por su comentario.
—No. Estás… —Gemma se encogió de hombros, por no poder encontrar la palabra que lo explicara—. Distinto. Como si fueras otro.
—Lo siento. —Álex contrajo el rostro en un esfuerzo por tratar de imaginar a qué se refería—. Supongo que… me asusté esta mañana. Harper no quería decirme qué pasaba y tuve miedo de que te hubiese sucedido algo.
—Lo lamento de veras —dijo Gemma, decidida a creer que ésa debía de ser la razón por la que lo notaba tan extraño. Se había preocupado por ella, y por eso ahora la miraba de una manera excesiva, como a veces hacía Harper—. No era mi intención asustarte, ni a ti ni a nadie.
—Pero ¿ahora no te dejarán salir? —preguntó Álex.
—No, puedes estar seguro de eso —dijo ella con un suspiro.
—¿No podré verte? —preguntó Álex, igual de deprimido que se sentía ella—
. No sé si lo soportaré.
—Con suerte, no creo que dure más de unas semanas. Tal vez menos si me porto bien. Gemma esbozó una pequeña sonrisa—. Y quizá a veces puedas venir a verme cuando Harper y mi padre estén en el trabajo, como ahora.
—¿Cuánto tiempo tenemos hasta que vuelva Harper del trabajo?
Gemiría miró el reloj y se dio cuenta de que ya hacía una hora que Harper había salido.
—No mucho.
—Entonces tenemos que aprovecharlo todo lo que podamos mientras todavía haya tiempo —dijo Álex muy decidido—. ¿Qué quieres decir?
—Me refiero a esto. —Alex se inclinó hacia ella, y apretó sus labios contra los de Gemma.
Al principio, la besó con la misma dulzura de siempre: con suavidad, cuidadoso y contenido. Pero algo cambió. Un ansia se apoderó de él y pasó los dedos por su cabello presionándola contra su cuerpo.
Cuando las cosas cambiaron, cuando Álex empezó a besarla con insistencia casi a la fuerza, Gemma se alarmó. Estuvo a punto de apartarlo de un empujón para sugerirle que fueran más despacio, pero sintió como si él hubiese despertado algo en ella, un apetito que ella ni siquiera sabía que tenía.
Lo empujó contra la cama, sin dejar de besarlo. Las manos de Álex recorrieron su cuerpo, al principio por encima de la topa, pero después se deslizaron por debajo de la remera hacia donde supuestamente tenía la marca de la larga herida. En toda» las partes en que sus pieles se tocaron, Gemma empezó a sentir el mismo cosquilleo que había sentido en la ducha.
Sus besos se volvieron más desesperados. Como si Álex sintiera que moriría si no la besaba. La voracidad que Gemma sentía por él era casi la de una fiera. Lo deseaba, lo necesitaba, no podía esperar para devorarlo. Sentía que ese apetito primario la atravesaba como un fuego y en alguna parte oscura de su mente se dio cuenta de que lo que quería hacer con él no tenía nada que ver con la pasión.
—¡Ay! —Álex contrajo la cara y dejó de besarla.
—¿Qué? —preguntó Gemma
Ella estaba encima de él y los dos jadeaban sin aliento. Los ojos de Álex estaban más despejados ahora, ya no estaban nublados por la pasión. Su mano la había estado aferrando por la cintura, atrayéndola hacia él, pero la soltó y se tocó el labio. Al mirarla vio que tenía una gota de sangre en la punta del dedo.
—¿Me… mordiste? —preguntó Álex desconcertado.
—¿Te mordí? —Gemma retrocedió, todavía con las piernas de Álex enlazadas con las suyas.
Al pasarse la lengua por los dientes, de pronto los sintió más afilados. Los incisivos eran tan puntiagudos que casi se pinchó la lengua con ellos.
—No fue nada. —Álex le acarició la pierna, tratando de tranquilizarla—. Fue un golpecito, estoy bien.
Gemma sintió que su estómago rugía, y hasta pudo oírlo retorciéndose de hambre. Puso la mano sobre él, como si de ese modo fuera a silenciarse.
—Me muero de hambre —sentenció, algo confundida por admitirlo.
—Ya lo he oído —dijo él riendo.
Gemma sacudió la cabeza sin saber cómo explicarlo. Besarlo de algún modo le había despertado un apetito voraz. Y aunque no recordaba haberlo hecho, no estaba segura de que lo hubiese mordido accidentalmente.
—Harper va a llegar en cualquier momento —dijo Gemina, buscando una excusa para poner fin al encuentro. Se apartó de encima de Álex y se sentó en la cama.
—Sí, por supuesto —dijo él, sentándose al instante y sacudiendo la cabeza como si quisiera despejarla de algo.
Los dos se quedaron completamente callados durante varios segundos. Sólo miraban hacia el suelo, al parecer confundidos por lo que acababan de hacer.
—Escucha, Gemma. Lo… lo lamento —dijo Álex.
—¿El qué?
—No fue mi intención venir y… —lo dijo entrecortando las palabras—. Y que pasara esto, supongo. Quiero decir que fue lindo, pero… —Suspiró—. No tenía intención de presionarte y… —Sacudió la cabeza—. Yo no soy así. No soy de esa clase de tipos.
—Lo sé —dijo Gemma asintiendo con la cabeza. Le sonrió, con una sonrisa que esperaba que no dejara entrever lo avergonzada que estaba—. Yo tampoco soy de ese tipo de chicas. Pero tú definitivamente no me presionaste para que hiciera nada.
—Me alegro. Mejor así. —Se paró y volvió a tocarse el labio, comprobando si todavía sangraba, y después volvió a mirar a Gemma—. Supongo que nos veremos de nuevo, cuando puedas. —Sí.
—De verdad me alegro de que no te haya pasado nada. —Lo sé. Gracias. Álex hizo una pausa, después se inclinó y la besó en la mejilla. Fue un poco largo para ser un beso en la mejilla, pero aun así terminó demasiado rápido. Después Álex se fue.
De todos los besos que habían compartido esa tarde, el que le dio antes de irse fue el que más le gustó a Gemma. Tal vez friera el más inocente pero, a la vez, también el que le pareció más genuino.
LA biblioteca estaba tranquila, gracias a que hacía un tiempo espléndido. El sol brillaba en lo alto del cielo y hacía calor sin llegar a ser agobiante. Era el tipo de día que hacía que Gemma estuviese
dispuesta a matar a quien fuera por ir a nadar a la bahía, y hasta a Harper le encantaría ir con ella.
Pero Gemma no podía ir a ninguna parte. Tal como habían previsto, su padre la castigó cuando llegó del trabajo esa noche. Gritó de tal manera que Harper estuvo a punto de intervenir para defender a su hermana, y escuchó cómo le reprochaba a gritos que él siempre le había dado libertad y había confiado en ella, pero que eso se había terminado.
Al final, Gemma empezó a llorar. Entonces Brian se disculpó, pero Gemma se fue a su cuarto sin dirigirle la palabra. Harper había tratado de hablarle un par de veces, pero Gemma sólo le decía que se fuera y la dejara tranquila.
Harper había esperado poder hablar con ella por la mañana, pero cuando se levantó, Gemma ya se había ido a entrenar. Como mínimo Brian se había acordado de llevarse el almuerzo.
Aunque ahora que Harper estaba sentada detrás del escritorio de entrada de la biblioteca sin mucho que hacer, eso no le parecía tan positivo. Estaba ojeando distraídamente
Forever de Judy Blume
.
Ya lo había leído hacía un par de años, pero quería refrescar un poco la memoria. Era parte de su programa de lecturas del verano, y los lunes Harper se reunía con los chicos, alrededor de diez, que formaban el club de lectura para hablar sobre su libro semanal.
—¿Sabías que ya hace seis semanas que el director de la escuela secundaria se llevó la biografía de Oprah Winfrey? —preguntó Marcy, tecleando en la computadora que estaba al lado de Harper.
—No, no lo sabía —respondió Harper.
Como había poco trabajo, Marcy estaba buscando en la computadora las personas que se habían pasado de la fecha de devolución de los libros para llamarlos y recordárselo. Aunque odiaba interactuar con la gente, le encantaba llamar para decirles que estaban en falta.
—Es extraño, ¿no? —Marcy miró a Harper desde detrás de sus lentes de marco negro. No los necesitaba, pero los usaba a veces porque pensaba que le daban un aspecto más intelectual.
—No sé. He oído decir que el libro está muy bien.
—Es lo que digo siempre: por los libros que eligen puedes conocer a las personas.
—En realidad lo haces porque te encanta espiar a la gente —la corrigió Harper.
—Lo dices como si fuera algo malo. Siempre es útil saber en qué andan metidos tus vecinos. Y si no pregúntales a los polacos después de lo que pasó en la segunda guerra mundial.
—Ninguna razón justifica invadir la privacidad ajena…
—Guau, Harper, ¿ése no es el chico con el que saliste? —Marcy la interrumpió señalando la pantalla de la computadora.
—Mucha gente que conozco retira libros —dijo Harper sin levantar los ojos del suyo—. No tiene nada de sorprendente.
—No, ya me he aburrido de revisar los préstamos, así que estaba mirando la página del
Capri Daily Herald
donde la gente deja comentarios anónimos indignados sobre el editorial. Y mira lo que he encontrado —dijo Marcy girando la pantalla para que Harper pudiera ver mejor.
Al levantar la vista, Harper leyó el titular: «Joven lugareño desparecido hace dos días». Debajo había una foto de Luke Benfield que Harper reconoció como la de su anuario de graduación. Había tratado de domar sus rizos peinándolos hacia atrás, pero todavía sobresalían a los lados.
—¿Desaparecido? —preguntó Harper, y acercó un poco más la silla a la de
Marcy.
En letras pequeñas, bajo el subtítulo, decía «Cuarto joven desaparecido en dos meses». El artículo continuaba con unos cuantos datos básicos sobre Luke, como que se había graduado con todos los honores y que en otoño ingresaría en Stanford.
El resto del artículo informaba de lo poco que se sabía sobre lo ocurrido. Luke había ido al picnic el lunes y después había vuelto a cenar a su casa. Estaba igual que siempre. Volvió a salir después de la cena. Les había dicho a sus amigos que tenía una cita con alguien, pero desde esa noche ya nadie volvió a verlo.
Sus padres no tenían ni idea de dónde podía estar. La policía acababa de iniciar la investigación, pero no parecía disponer de más datos sobre ese caso que sobre los de los otros jóvenes desaparecidos.
El reportero trazaba paralelismos entre el caso de Luke y de los demás chicos. Todos eran adolescentes. Todos habían salido de sus casas para encontrarse con alguien. Y ninguno había vuelto.
El artículo mencionaba también a dos chicas adolescentes que habían desaparecido de pueblos costeros cercanos. Todos eran varones eran de Capri, pero las chicas eran de dos poblaciones diferentes, a más de media hora de distancia.
—¿Crees que nos van a interrogar? —preguntó Marcy.
—¿Por qué? Nosotras no tenemos nada que ver con su desaparición.
—Porque lo vimos ese mismo día. —Marcy señaló la pantalla de la computadora como prueba de lo que acababa de decir—. Luke desapareció la noche del picnic.
Harper lo pensó unos segundos.
—No sé. Tal vez sí, pero el periódico dice que la policía acaba de abrir la investigación. Probablemente hablen con Álex, pero no sé si hablarán con cada persona que fue al picnic.
—Es extraño, ¿no es cierto? —preguntó Marcy—. Lo vimos ese mismo día y ahora está muerto.
—No está muerto. Ha desaparecido —lo corrigió Harper—. Podría estar con vida.
—Lo dudo. Todos hablan de un asesino en serie.
—¿Quiénes son todos? —preguntó Harper, reclinándose en la silla—.
El Herald
no dice nada de eso.
—Lo sé. —Marcy se encogió de hombros—. Me refiero a que todos en el pueblo lo dicen.
—Bueno, la gente del pueblo no puede saberlo —dijo Harper moviendo de nuevo la silla a su lugar delante del escritorio, para alejarse de Marcy y de la horrible noticia sobre Luke—. Estoy segura de que aparecerá sano y salvo.
—Lo dudo mucho —respondió Marcy con sorna—. Tampoco han encontrado a los otros chicos. Te estoy diciendo que hay un asesino en serie suelto que atrapa a adolescentes y…
—¡Marcy! —le gritó Harper, sin dejarla seguir con la idea—. Luke es amigo de Álex. Tiene padres y una vida. Esperemos por el bien de todos que no le haya pasado nada. Y no hablemos más del asunto.
—De acuerdo. —Marcy volvió a girar la pantalla hacia ella y apartó unos centímetros la silla de Harper—. No sabía que Luke era un tema tan delicado.
—No se trata de eso —dijo Harper con un profundo suspiro, y suavizando el tono de su voz—. Es sólo que me parece que deberíamos ser más respetuosas con las tragedias ajenas.
—Lo lamento. —Marcy se quedó callada unos segundos—. Me parece que será mejor que me ponga a revisar de nuevo los plazos vencidos. Tengo un montón de llamadas por hacer.
Harper trató de volver a su libro, pero aún pudo concentrarse menos en la lectura que antes. Su mente volvía sin querer a Luke y su foto del anuario. Nunca había sentido nada por él, nada más fuerte que una amistad, pero le caía bien. Habían compartido juntos algunos momentos extraños y tensos y una vez incluso se habían besado. Ahora tal vez no regresara nunca más a su casa.
Aunque se negaba a admitirlo, Harper sabía que tal vez Marcy tuviera razón. Luke no aparecería con vida.
—Necesito salir un rato —dijo Harper de pronto, y se detuvo.
—¿Qué? —Marcy levantó la vista y la miró desde detrás de sus ridículos anteojos.