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Authors: Amanda Hocking

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Sirenas

BOOK: Sirenas
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La vida de Gemma cambiará por completo cuando, una noche, tres chicas misteriosas que llegan al pueblo en el que reside la unen a ellas para siempre en un ritual, revelándole el secreto de su verdadera naturaleza: son sirenas. Ahora, Gemma es más fuerte y rápida, su belleza es extraordinaria y es inmortal. Pero a cambio de ello deberá abandonar su vida anterior y vagar eternamente con sus nuevas hermanas. De no hacerlo, morirá. La elección parece fácil, pero para Gemma es un precio muy alto: las sirenas son criaturas terroríficas de espíritu malvado en cuyos rituales se sacrifican humanos. Aun así, lo más difícil para ella será renunciar a Alex, el chico al que quiere. ¿Podrá hacerlo? Y él, ¿se conformará y la dejará marchar, o luchará hasta el fi nal por su amor?

Amanda Hocking

Sirenas

Canción de mar - 1

ePUB v1.0

AlexAinhoa
11.02.13

Título original:
Wake

© Amanda Hocking, 2012.

Traducción: Jorge Salvetti

Editor original: AlexAinhoa (v1.0)

ePub base v2.1

A mi madre y a Eric,

por la enorme cantidad de apoyo y de amor que me dan.

Y a Jeff Bryan,

por dejar siempre que comparta mis ideas con él.

1. Nuestra

INCLUSO a orillas del mar, Thea podía percibir el olor a sangre en su hermana, que la llenaba del hambre tan familiar que la obsesionaba en sueños. Con la diferencia de que ahora le repugnaba y le dejaba un gusto horrible en la boca, porque sabía de dónde provenía.

—¿Ya lo han hecho? —preguntó. Estaba de pie sobre la costa rocosa, con la mirada fija en el mar, de espaldas a su hermana.

—Sabes que sí —dijo Penn. Aunque estaba enfadada, su voz aún conservaba un particular tono seductor, una atractiva tesitura que nunca lograba borrar por completo—. Y no gracias a ti.

Thea la miró por encima del hombro. Incluso a la pálida luz de la luna, el cabello de Penn brillaba, y su piel bronceada parecía resplandecer. Como acababa de comer, estaba aún más hermosa que unas horas antes.

Unas pocas gotas de sangre habían salpicado su ropa, pero Penn había logrado mantener casi todo el cuerpo limpio, a excepción de la mano derecha, que estaba cubierta hasta el codo de un tono carmesí.

Thea sintió que se le revolvía el estómago por la mezcla de hambre y asco, y apartó de nuevo la mirada.

—Thea. —Penn lanzó un suspiro y se acercó a su hermana—. Sabes que no había otro remedio, había que hacerlo.

Thea guardó silencio unos segundos. Escuchaba concentrada la canción del mar, su particular modo de llamarla.

—Lo sé —dijo finalmente, esperando que sus palabras no delataran sus verdaderos sentimientos—. Pero el momento no podía ser peor. Deberíamos haber esperado.

—No se podía esperar más —insistió Penn, y Thea no podía estar segura de si decía la verdad o no. Pero Penn había tomado una decisión y ella siempre se salía con la suya.

—No tenemos mucho tiempo —dijo Thea señalando la luna, que estaba ya casi llena en lo alto del cielo. Después miró a Penn.

—Lo sé, pero ya te he dicho que le he echado el ojo a alguien. —Penn le lanzó una amplia sonrisa que reveló sus dientes afilados como navajas—. Y en poco tiempo será nuestra.

2. Nadando bajo las estrellas

EL motor explosionó con un extraño ruido seco, como el de un extintor, seguido por un apagado sonido a lata. Después, silencio. Gemma giró la llave con más fuerza, esperando de ese modo poder insuflar vida en su viejo Chevy, pero esta vez el coche ni siquiera se molestó en carraspear. El motor había pasado a mejor vida.

—No me hagas esto —dijo Gemma, maldiciendo entre dientes. Se había matado a trabajar para poder comprarse aquel coche.

Entre las largas horas que pasaba entrenando en la piscina y las que tenía que dedicar a los estudios para no retrasarse en la escuela, no le quedaba demasiado tiempo para un trabajo fijo.

Así que no había tenido más opción que cuidar a los salvajes pequeños de los Tennenmeyer, que, entre otras cosas, le habían pegado un chicle en el pelo y habían manchado de lejía su jersey preferido.

Pero Gemma había resistido todas las pruebas. Estaba decidida a tener su propio coche cuando cumpliera dieciséis años, aunque eso significara tener que lidiar con los Tennenmeyer.

Su hermana mayor, Harper, había heredado el viejo coche de su padre, y le había ofrecido que lo compartieran, pero Gemma no había aceptado.

La razón principal por la que necesitaba tener su propio coche era que ni Harper ni su padre veían con muy buenos ojos que Gemma fuera a nadar por las noches a la bahía de Antemusa. No vivían muy lejos de allí, pero no era la distancia lo que les molestaba, sino el hecho de que fuera a esas horas de la noche, y eso era precisamente lo que a Gemma más la fascinaba.

Nadar allí, bajo las estrellas, era como si el agua no tuviese fin. La bahía se fundía con el mar abierto, que a su vez se fundía con el cielo, y todo se entremezclaba hasta tal punto que era como si Gemma flotara en un círculo infinito. Nadar allí de noche tenía para ella algo mágico, algo que a su familia le costaba entender.

Gemma probó de nuevo a arrancar el coche, pero sólo logró obtener el mismo clic-clic inútil de la llave. Se inclinó hacia delante con un suspiro y miró el cielo iluminado por la luna a través del parabrisas resquebrajado. Se estaba haciendo tarde, y aunque emprendiera el camino a pie, no lograría estar de regreso antes de las doce.

No es que eso la preocupara demasiado, pero la hora máxima de llegada fijada por su padre eran las once. Y lo que menos quería era empezar el verano castigada, además de tener un coche inservible. Tendría que dejarlo para otro día.

Salió del coche. Al tratar de cerrar la puerta con todas sus fuerzas para descargar su frustración, el vehículo apenas emitió un quejido y un pedazo de chapa oxidada se desprendió de la parte inferior de la carrocería.

—Son los trescientos dólares peor gastados de mi vida —masculló.

—¿Problemas con el coche? —preguntó Álex, a unos pasos detrás de ella, sobresaltándola tanto que casi lanza un grito—. Disculpa. No pretendía asustarte.

—No, tranquilo. —Gemma hizo un gesto con la mano, como cerrando el tema, y se volvió hacia el chico—. No te había oído salir.

Álex vivía en la casa de al lado desde hacía cuatro años, y no había nada en él que pudiera asustar. Al crecer, había tratado de domesticar su rebelde cabello oscuro, pero siempre tenía sobre la frente un mechón indomable. Eso hacía que no aparentara sus dieciocho años, sino que pareciera más joven, un efecto que se intensificaba aún más cuando sonreía.

Tenía un punto inocente, y tal vez por eso Harper jamás había pensado en él más que como un amigo. Incluso Gemma lo había descartado como alguien de quien fuera posible enamorarse; hasta hacía poco, cuando había empezado a notar cambios sutiles en su cuerpo, unos hombros anchos y unos fuertes brazos que habían borrado su antiguo aspecto infantil.

Era ese nuevo aspecto, esa nueva masculinidad que comenzaba a transformarlo, lo que le provocaba esas cosquillas en el estómago cuando Álex le sonreía. Gemma todavía no estaba acostumbrada a sentirse así en su presencia, de modo que prefería reprimirlo y tratar de ignorarlo.

—Ese montón de chatarra no quiere arrancar —dijo Gemma, señalando el pequeño coche oxidado, mientras se acercaba al jardín de Álex—. Hace sólo tres meses que lo tengo y ya no funciona.

—Lo siento —dijo Álex—. ¿Te puedo ayudar de algún modo?

—¿Sabes algo de mecánica? —preguntó Gemma, alzando una ceja. Lo había visto muchas veces jugando a videojuegos o con la nariz metida en un libro, pero jamás lo había visto debajo del coche de su padre.

Álex sonrió avergonzado y bajó la mirada. Había sido bendecido con una piel cobriza, de modo que le resultaba más fácil ocultar su vergüenza, pero Gemma lo conocía lo bastante como para saber que se sonrojaba casi por cualquier cosa.

—No —admitió con una pequeña carcajada y señaló hacia la entrada para coches donde estaba su Cougar azul—. Pero tengo coche.

Sacó las llaves del bolsillo y las hizo girar alrededor del dedo. Por un segundo logró impresionarla, antes de que las llaves se le escaparan y lo golpearan en el mentón. Gemma contuvo la risa, mientras él se agachaba a recogerlas.

—¿Estás bien?

—Oh, sí, claro. —Se frotó la barbilla y se encogió de hombros, restándole importancia—. Bueno, ¿quieres que te lleve?

—¿Estás seguro? Es bastante tarde. No quiero molestarte.

—No es ninguna molestia. —Álex dio unos pasos hacia su coche, esperando que Gemma lo siguiera—. ¿Adónde vas?

—A la bahía.

—Debería haberlo imaginado —dijo Álex con una sonrisa—. ¿Tu zambullida nocturna?

—No es nocturna —dijo Gemma—, aunque no está muy lejos de serlo.

—Vamos. —Álex caminó hasta el Cougar y abrió la puerta—. Sube.

—De acuerdo, si insistes.

A Gemma no le gustaba aprovecharse de la gente, pero no quería perder una oportunidad de nadar en la bahía. Pasear en coche a solas con Álex tampoco le haría ningún mal. Por lo general, sólo lo veía cuando Álex estaba con su hermana.

—Dime una cosa: ¿qué es lo que hace que sea tan fascinante nadar en la bahía a estas horas? —le preguntó Álex en cuanto ella ocupó su asiento.

—Jamás se me ocurriría calificarlo de fascinante. —Gemma se ajustó el cinturón de seguridad y después se reclinó en el asiento—. No sabría explicártelo. Es sólo que… no hay nada que se le parezca.

—¿A qué te refieres? —preguntó Álex. Ya había arrancado el coche, pero seguía aparcado, observándola, mientras ella trataba de explicarse.

—De día hay demasiada gente en la bahía, sobre todo en verano, pero de noche… sólo estás tú, el agua y las estrellas. Y está oscuro, así que es como si todo fuera una sola cosa, y tú formaras parte de ese todo. — Gemma arrugó la frente, pero en sus labios había una sonrisa melancólica—. Quizá tienes razón: sí que es fascinante —admitió, sacudiendo la cabeza como para librarse de esa idea—. No sé, tal vez no sea más que una friki a la que le gusta nadar de noche.

En ese momento se dio cuenta de que Álex la había estado observando todo el tiempo y entonces se volvió para mirarlo.

Álex tenía una expresión extraña en el rostro, casi de perplejidad.

—¿Qué? —preguntó Gemma, que empezaba a sentirse incómoda por la manera en que la miraba. Luego se acomodó nerviosamente el pelo detrás de las orejas y se enderezó en el asiento.

—Nada. Perdona. —Álex sacudió la cabeza y puso el coche en primera—. Supongo que estarás deseando llegar al agua.

—No tengo prisa ni nada que se le parezca —dijo Gemma, aunque aquello no era del todo cierto. Deseaba estar el mayor tiempo posible en el agua, antes de que llegara la hora de volver a casa.

—¿Todavía entrenas? —preguntó Álex—. ¿O te has tomado un descanso durante las vacaciones de verano?

—No, sigo entrenando —dijo Gemma, bajando la ventanilla para que entrara el aire de mar en el coche—. Nado todos los días en la piscina con el entrenador. Dice que estoy haciendo tiempos realmente buenos.

—¿Nadas todos los días en la piscina, y todavía tienes ganas de hacer una escapada de noche para nadar en el mar? —dijo Álex con una sonrisa de asombro—. ¿Cómo es eso?

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