—Ahí van de nuevo —dijo Marcy.
—¿Quiénes? —preguntó Harper al salir de la oficina con la bolsa. Marcy estaba mirando fijamente por la gran ventana de la entrada.
—Ésas —dijo Marcy, señalando con un gesto hacia la ventana.
Como la lluvia había parado, las calles se habían vuelto a llenar de turistas, pero Harper supo exactamente a quiénes se refería su compañera.
Penn, Thea y Lexi desfilaban como modelos por la acera. Penn las guiaba
con sus largas piernas bronceadas, que parecían prolongarse un kilómetro por debajo de su minifalda, y su cabello negro caía sobre su espalda, suave y reluciente como la seda. Lexi y Thea la seguían de cerca, pero Harper nunca había sabido quién era cada una. La una era rubia, con un cabello literalmente de color oro, y la otra tenía unos rizos rojo fuego.
Harper siempre había pensado que su hermana Gemma era la muchacha más bonita de Capri. Pero desde que Penn y sus amigas habían llegado al pueblo no tenían a nadie que les hiciera sombra.
Penn le guiñó un ojo a Bernie McAllister al pasar junto a él, y el pobre viejo tuvo que agarrarse a un banco para no perder el equilibrio. Era un hombre mayor que rara vez dejaba la pequeña isla en la que vivía, justo a la salida de la bahía de Antemusa. Harper lo conocía, porque había trabajado con su padre antes de jubilarse. Bernie siempre había sido muy cariñoso con Harper y Gemma, y les ofrecía caramelos siempre que ellas iban al puerto.
—Oh, eso no está nada bien. —Marcy frunció el ceño al ver a Bernie a punto de caer—. Casi lo matan de un infarto.
Harper estaba a punto de salir corriendo y cruzar la calle para ayudarlo, cuando finalmente Bernie pareció recuperarse.
Se enderezó y se alejó caminando, presumiblemente hacía el negocio de pesca situado unas cuadras más abajo.
—¿No eran cuatro? —preguntó Marcy, atenta de nuevo a las tres muchachas.
—Creo que sí.
En lo profundo de su ser, Harper sentía un ligero alivio al saber que había una menos. No solía pensar mal de nadie ni dejarse llevar por prejuicios, ni siquiera con las chicas bonitas pero no podía evitar sentir que el pueblo y todos estarían mejor si Penn y sus amigas se marchaban.
—Me pregunto qué harán aquí —dijo Marcy, mientras las veía entrar en Pearl's, el bar situado enfrente de la biblioteca.
—Lo mismo que todos los demás —le respondió Harper, tratando de sonar indiferente a su presencia—. Es verano y la gente está de vacaciones.
—Pero da la impresión de que fueran estrellas de cine o algo por el estilo.
—Marcy se volvió hacia Harper ahora que Penn, Thea y Lexi habían desaparecido en el interior del bar.
—Hasta las estrellas de cine necesitan vacaciones. —Harper tomó su bolso de debajo del escritorio—. Me voy a toda prisa al puerto a ver a mi padre. Vuelvo en un rato.
Harper fue corriendo hasta su viejo Sable. Esperaba que mientras llegaba al puerto y volvía no se pusiera a llover. Acababa de entrar en el coche y arrancarlo cuando de pronto alzó la vista. Penn, Thea y Lexi estaban sentadas a una de las mesas de Pearl's, junto a la ventana.
Las otras dos muchachas bebían sus licuados y se comportaban como clientes normales, pero Penn miraba por la ventana y sus ojos oscuros estaban clavados en ella. Sus carnosos labios dibujaron una sonrisa. A un hombre le habría podido parecer seductora, pero a Harper le resultó extrañamente siniestra.
Puso el coche en marcha y salió tan rápido que casi se lleva por delante otro coche, algo muy raro en ella. Mientras se dirigía al puerto, tratando de desacelerar los latidos de su corazón, Harper pensó una vez más en cuánto le gustaría que Penn desapareciera del pueblo.
HARPER había albergado la esperanza de no toparse con él, pero últimamente parecía que ninguno de sus viajes al puerto estaba completo si no se encontraba con Daniel. El joven vivía en un pequeño yate con cabina amarrado allí, por más que aquel barco no estaba diseñado para alojar a nadie más allá de un par de días.
Brian trabajaba al final de la bahía, descargando las barcazas que arribaban al puerto. Como esa parte de la bahía de Antemusa se utilizaba como puerto comercial, resultaba menos atractiva para los turistas y para la mayoría de las embarcaciones privadas, que amarraban más cerca de la playa, al otro lado de la bahía. De todos modos, había algunos lugareños que todavía dejaban sus lanchas y veleros en ese lado del muelle, y daba la casualidad de que Daniel era uno de ellos.
La primera vez que se lo encontró, ella iba a ver a Brian m puerto. Al parecer, Daniel acababa de despertarse y había decidido vaciar su vejiga en el mar desde la cubierta. Harper levantó la vista justo en el momento menos indicado y tuvo la oportunidad de poder apreciar un primer plano de sus partes masculinas.
La chica lanzó un grito y Daniel se subió los pantalones de inmediato y acto seguido saltó del yate para presentarse y disculparse profusamente. Si no hubiese sido porque no dejó de reír ni un instante, tal vez Harper habría aceptado sus disculpas.
Ese día, mientras Harper pasaba junto a su yate —muy apropiadamente llamado La gaviota sucia—, Daniel estaba quieto sobre la cubierta, con el torso desnudo aunque desde la bahía soplaba una brisa fresca.
Como estaba de espaldas a ella, Harper pudo ver el tatuaje que la cubría
casi por entero. Las raíces comenzaban justo debajo del pantalón, y el tronco crecía hacia arriba, a lo largo de la columna, retorciéndose luego hacia un lado. Unas ramas gruesas y negras se extendían hacia arriba, cubriéndole el hombro derecho y bajando por el brazo.
Harper se cubrió un lado de la cara con la mano, para no tener que verlo. El hecho de que tuviera los pantalones puestos y pareciera estar colgando la ropa en una soga, para que se secara, no quería decir que no se los fuera a bajar en cualquier momento.
De tan concentrada que estaba en taparse la cara, Harper no lo vio venir. Ella no alzó la vista hasta que Daniel gritó «¡Cuidado!», y entonces una remera completamente empapada le dio de lleno en el rostro.
Le hizo perder el equilibrio, Harper cayó hacia atrás sobre el muelle y aterrizó de culo de modo poco elegante.
Harper se quitó inmediatamente la remera del rostro, todavía sin estar muy segura de qué era exactamente lo que la había golpeado, salvo que provenía de Daniel, por lo que era de suponer que debía de ser algo horrendo.
—Lo siento —dijo Daniel, pero reía mientras recogía la remera de donde la había arrojado Harper—. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien —dijo secamente Harper. Daniel le tendió la mano para ayudarla a levantarse, ella la apartó de un manotazo y se puso de pie—. Pero no gracias a ti.
—Lo siento de veras —repitió Daniel. Seguía sonriéndole, aunque esta vez logró mostrarse avergonzado de lo sucedido, por lo que Harper decidió odiarlo un poquito menos. Pero sólo un poquito.
—¿Qué era eso? —preguntó Harper, secándose la cara con la manga de su remera.
—Sólo una remera. —La desenrolló y se la mostró: una prenda normal y corriente—. Una remera limpia. Estaba colgando la ropa y de golpe se la llevó el viento y la arrojó contra ti.
—¿Estás colgando la ropa justo ahora? —Harper señaló el cielo
encapotado—. No tiene mucho sentido, ¿no?
—Bueno, me estaba quedando sin ropa limpia. —Daniel se encogió de hombros y se pasó una mano por el desaliñado cabello—. Sé que a algunas mujeres no les molestaría que anduviera por ahí sin ropa, pero…
—Sí, claro. —Harper fingió una arcada, como si sintiera ganas de vomitar, lo que provocó de nuevo la risa de Daniel.
—Mira, lo siento —dijo Daniel—. Lo digo en serio. Sé que no me crees, pero me gustaría compensarte de alguna manera.
—La mejor manera de pagármelo es no traumatizándome cada vez que paso por aquí —sugirió Harper.
—¿Traumatizarte? —Daniel dibujó una sonrisa llena de ironía, y alzó una ceja—. No era más que una remera, Harper.
—Sí, no ha sido más que una remera, esta vez. —Harper lo miró fijamente—. Ni siquiera deberías vivir aquí en el embarcadero ¿Por qué no te buscas un lugar decente donde alojarte y así no sucederían estas cosas?
—Si fuera tan sencillo como dices… —Daniel suspiró y apartó la vista de Harper, mirando hacia la bahía—. Pero tienes razón. Tendré más cuidado.
—Eso es todo lo que te pido —afirmó y empezó a alejarse.
—Harper —la llamó Daniel. Para su propia sorpresa, ella se detuvo y lo miró—. ¿Por qué no me dejas invitarte a un café algún día?
—No, gracias —respondió Harper rápidamente, tal vez demasiado, a juzgar por la expresión de dolor que cruzó el rostro de Daniel, que, sin embargo, la hizo desaparecer igual de rápido y le devolvió una sonrisa.
—De acuerdo —dijo Daniel, con un gesto—. Nos vemos.
Se fue sin decir nada más, y Harper se quedó ahí de pie, sola sobre el muelle. Estaba realmente sorprendida por la invitación, pero no se sentía tentada. Ni siquiera ligeramente.
Sí, Daniel era bastante guapo, al estilo de una estrella de rock
grunge
, pero
era un par de años mayor que ella y su forma de vida dejaba mucho que desear.
Además, había decidido que no saldría con ningún chico hasta que empezara la universidad; era un trato que había hecho consigo misma. Estaba demasiado concentrada en ordenar su vida, y no podía desperdiciar el tiempo con semejante tipo. Ése había sido su plan desde siempre, y se había concentrado en él después de haber probado el mundo de las citas el otoño pasado.
Álex la había convencido de que saliera con su amigo Luke Benfield, asegurándole que harían buena pareja. Aunque iban a la misma escuela, Harper nunca había compartido ninguna clase con Luke y en realidad no lo conocía, pero como Álex le insistió tanto, al final terminó por ceder.
La única vez que había charlado con Luke fue en casa de Álex, en una fiesta de Halo o alguna otra reunión de videojuegos. Por lo general, Harper no participaba en esas actividades, de modo que había tenido poco contacto con Luke antes de empezar la relación.
La cita en sí fue bastante bien, así que aceptó salir con él algunas veces más. Luke era agradable y divertido, algo escandaloso, pero en el fondo bastante simpático. Todo se complicó, sin embargo, cuando pasaron a los besos.
Harper sólo había besado a un chico en una fiesta de la escuela, por una apuesta; sin embargo, a pesar de que era inexperta, estaba segura de que besarse debía de ser algo muy distinto de lo que sintió con Luke.
Era empalagoso y se le notaba desesperado, como si tratara de devorarle la cara. Movía las manos de forma incontrolada, y al principio Harper no estaba segura de si Luke estaba tratando de toquetearla o si estaba sufriendo un ataque epiléptico. Cuando se dio cuenta de que se trataba de lo primero, decidió dejar de verlo.
Era un chico bastante agradable, pero no había ninguna química entre ellos. Para cortar, Harper le dijo que tenía que concentrarse en la escuela y en su familia, de modo que no tenía tiempo para una relación. Aun así, la cosa no acabó del todo bien y hubo cierta aspereza cuando volvieron a encontrarse.
Eso confirmó lo que opinaba de los romances. No tenía ni tiempo ni ganas
de complicarse tanto.
* * *
Gemma se inclinó sobre el borde de la piscina y se quitó las antiparras. El entrenador Levi permanecía quieto en el borde, justo por encima de ella, y por su expresión Gemma ya se había dado cuenta de que había superado su propia marca.
—Lo he conseguido, ¿no es cierto?
—Sí —dijo el entrenador.
—¡Lo sabía! —se aferró al borde de la piscina y salió del agua—. Lo he notado.
—Has hecho un tiempo excelente —dijo el entrenador—. Ahora imagina el tiempo que podrías hacer si no desperdiciaras tu energía nadando por la noche.
Gemma lanzó un gruñido y se quitó el gorro, dejando suelto el cabello. Echó un vistazo a la piscina vacía. Era la única que entraba durante el verano; además, nadie entrenaba tanto como ella.
Rara vez hablaban sobre el tema, al menos directamente, pero tanto Gemma como el entrenador tenían los ojos puestos en las Olimpiadas. Todavía faltaban años, pero Gemma quería estar en óptimas condiciones para cuando llegara el momento. El entrenador Levi la llevaba a todas las competencias que podía, y Gemma casi siempre ganaba.
—No es un desperdicio de energía. —Gemma miró el agua que se esparcía alrededor de sus pies—. Me divierte. Necesito relajarme.
—Tienes razón —admitió el entrenador. Luego se cruzó de brazos, apoyando la pizarra contra el pecho—. Necesitas divertirte y hacer travesuras y cosas de adolescentes. Pero no hay necesidad de que vayas a nadar de noche.
—Ni siquiera te enterarías de que lo hago si Harper no te viniera con el
cuento —dijo Gemma entre dientes.
—Tu hermana se preocupa por ti —dijo el entrenador con delicadeza—. Y yo también. No es por el entrenamiento. La bahía es peligrosa de noche. La semana pasada desapareció otro chico.
—Lo sé —suspiró Gemma.
Harper ya se lo había contado una docena de veces. Un chico de diecisiete años estaba pasando unos días en una casa de la playa con sus padres. Salió a encontrarse con unos amigos para hacer una fogata y jamás regresó.
La historia en sí misma no parecía tan terrible, pero Harper se apresuraba a recordarle a Gemma que otros dos chicos habían desaparecido en los últimos meses. Habían salido de su casa una noche y no habían regresado jamás.
Por lo general, después de contarle esas historias, iba corriendo a su padre y le pedía que no la dejara salir. Pero Brian no se lo prohibía. Incluso después de todo lo de su madre —o debido a eso—, Brian sentía que era importante que las niñas tuvieran la oportunidad de vivir sus vidas.
—Sólo tienes que ser cautelosa —le dijo el entrenador— No vale la pena desperdiciar todo esto por un estúpido error.
—Lo sé —asintió Gemma, esta vez con más convicción. Después de tanto esfuerzo y sacrificio, no estaba dispuesta a perder todo lo que había logrado.
—De acuerdo —dijo el entrenador—. Pero, Gemma, hoy has hecho un tiempo realmente excelente. Deberías estar orgullosa.
—Gracias. Mañana será aún mejor.
—No te fuerces demasiado —dijo el entrenador, sonriéndole. —De acuerdo
—contestó Gemma con una sonrisa, mientras señalaba el vestuario detrás de ella—. Ahora me voy a dar una ducha.