Sirenas (6 page)

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Authors: Amanda Hocking

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Sirenas
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Tras un breve pero caótico período viviendo con ellos en casa, Brian tuvo que internarla en la residencia de Briar Ridge.

Por fuera, el edificio parecía un chalet normal y corriente. Era bonito sin ser exageradamente lujoso, e incluso por dentro no era muy distinto de una casa familiar. Nathalie dormía con otros dos internos y tenía personal que la atendía durante las veinticuatro horas del día.

En cuanto Harper llegó a la entrada con el coche, Nathalie salió rápidamente por la puerta y fue corriendo hacia ellas. A veces, cuando iban a visitarla, se quedaba en su cuarto llorando a escondidas todo el día.

—¡Han llegado mis hijas! —Nathalie aplaudía con las manos, casi sin poder contener la alegría, hasta que Harper y Gemma bajaron del coche—. Les dije a todos que hoy iban a venir.

Nathalie abrazó a Harper tan fuerte que le hizo daño. Cuando Gemma dio la vuelta alrededor del coche, la incorporó también en el abrazo, apretujándolas incómodamente la una contra la otra.

—Me alegra tanto que mis hijas estén aquí —murmuró Nathalie—. Hacía tanto que no las veía.

—A nosotras también nos alegra —dijo Gemma, una vez que logró liberarse del maternal abrazo—. Pero nos vimos la semana pasada.

—¿En serio? —Nathalie entrecerró los ojos y miró a las chicas, como si le costara creerles.

—Sí, te visitamos todos los sábados —le recordó Harper.

Nathalie arrugó la frente confundida, y Harper contuvo la respiración, preguntándose si no se habría equivocado al corregir a su madre. Cuando estaba confundida o se sentía frustrada su humor solía empeorar.

—Estás muy linda hoy —dijo Gemma, apresurándose a cambiar de tema.

—¿De veras? —Nathalie bajó la mirada hacia su remera de Justin Bieber y sonrió—. Me encanta Justin.

Mientras que Harper se parecía más a su padre, Gemma había heredado casi todo de su madre. Nathalie era esbelta y hermosa, y su aspecto se parecía más al de una modelo que al de una madre. Llevaba el cabello largo, castaño, cubriéndole las cicatrices que el accidente le había dejado en la cabeza. Se había hecho varias trencitas delgadas y tenía el flequillo adornado con pequeñas piedras de color rosa.

—¡Están preciosas! —Nathalie admiró a sus hijas y acarició el brazo desnudo de Gemma—. ¡Tienes un color maravilloso! ¿Qué haces para broncearte así?

—Paso mucho tiempo en el agua —dijo Gemma.

—Cierto, cierto. —Nathalie cerró los ojos y se frotó la sien—. Nadas.

—Sí. —Gemma sonrió y asintió con la cabeza, orgullosa de que su madre recordara algo que le había dicho mil veces antes.

—¡Bueno, entren! —Nathalie borró la expresión de dolor de su rostro e hizo un gesto en dirección a la casa—. Les dije a todos que vendrían, así que me han dejado que les preparara unas galletas. Están más ricas recién salidas del horno.

Pasó los brazos sobre los hombros de sus hijas y las llevó hacia la casa.

Las enfermeras, que para entonces ya sabían más de Harper y de Gemma que su propia madre, les dieron los buenos días.

No es que Nathalie no se interesara por sus hijas. Era sólo que le resultaba imposible recordar lo que le contaban.

Se había jactado de haberles horneado unas galletas, pero junto al plato sobre el que las había colocado seguía estando el envoltorio de plástico. Hacía ese tipo de cosas a menudo, por razones que Harper no entendía del todo. Mentía sobre cosas poco importantes, haciendo afirmaciones que Harper y Gemma sabían que no eran ciertas.

Al principio, se lo habían señalado. Harper le explicaba serenamente por qué ellas sabían que no era verdad, pero Nathalie se enfadaba cuando la pescaban en alguna mentira. Una vez hasta le había arrojado un vaso a Gemma. No le pego, pera el vaso había estallado contra la pared y le había causado un corte en el tobillo.

De modo que esta vez simplemente se limitaron a sonreír y empezaron a comer las galletas mientras Nathalie les contaba cómo las había preparado. Después, Nathalie tomó el plato donde las había colocado y llevó a sus hijas a su habitación,

—Estamos mucho mejor aquí —dijo, una vez que cerró la puerta—. Sin nadie que nos observe.

Nathalie se sentó en su angosta cama marinera y Gemma se sentó a su lado. Harper, que nunca se sentía del todo cómoda en el cuarto de su madre, se quedó de pie.

Las paredes estaban adornadas con pósteres —en su mayor parte de Justin Bieber el personaje favorito de Nathalie en esos momentos—, pero también había uno de una película de
Harry Potter
y otro de un cachorrito acurrucado tiernamente junto a un pato. Muñecos de peluche cubrían toda la cama y las prendas de vestir que sobresalían del canasto de la ropa sucia eran más brillantes y coloridas que las de un típico guardarropa de mujer adulta.

—¿Quieren escuchar algo? —preguntó Nathalie. Antes de que alguna de las dos tuviera tiempo de responder saltó de la cama y fue hasta el equipo

de música—. Podemos poner unos cedés nuevos. ¿Qué les gustaría

escuchar? Tengo lo que quieran.

—Lo que tú quieras estará bien —dijo Gemma—. Vinimos a verte a ti.

—Elijan lo que quieran. —Nathalie sonrió, pero había un dejo de tristeza en su sonrisa—. No me dejan escucharla muy alto, pero igualmente podemos ponerla bajito.

—¿Justin Bieber? —sugirió Harper, no porque tuviera ganas, sino porque sabía que Nathalie tendría algo suyo.

—Es el mejor, ¿verdad que sí? —Nathalie lanzó un auténtico grito cuando la música empezó a salir por los altavoces.

Saltó en la cama al lado de Gemma haciendo volar por el aire las galletas del plato. Gemma las recogió y volvió a colocarlas tal como las había puesto su madre, pero Nathalie ni siquiera se dio cuenta.

—¿Y qué tal van las cosas, mamá? —preguntó Harper.

—Lo mismo de siempre —respondió Nathalie, encogiéndose de hombros—. Me gustaría vivir con ustedes.

—Lo sé —dijo Harper—. Pero sabes que esto es lo mejor para ti.

—Tal vez puedas venir a visitarnos —dijo Gemma. Era un ofrecimiento que le haría desde hacía años, pero hacía mucho que Nathalie no las visitaba.

—No quiero ir de visita —respondió frunciendo los labios y tirando del dobladillo de su remera—. Apuesto a que ustedes se divierten todo el día. Nadie les dice todo el tiempo lo que tienen que hacer.

—Harper me dice todo el tiempo lo que tengo que hacer —dijo Gemma riendo—. Y además está papá.

—Oh, cierto —dijo Nathalie—. Me había olvidado. —Nathalie arrugó la frente esforzándose por concentrarse—.. ¿Cómo se llamaba?

—Brian —Harper sonrió para evitar que su rostro mostrara una expresión de dolor y trago saliva.

—Pensé que era Justin —dijo, pero en seguida hizo un gesto con la mano

como descartando la cuestión—. ¿Querrían ir al concierto conmigo si consiguiera entradas?

—No creo —dijo Harper—. Estamos muy ocupadas.

La conversación continuó de esa manera durante un rato. Nathalie les preguntaba sobre sus vidas y ellas le contaban cosas que ya le habían dicho cien veces. Cuando se fueron, Harper se sentía como siempre que salía de verla, agotada y aliviada.

Amaba a su madre, al igual que su hermana, y a las dos les gustaba verla. Pero Harper no podía evitar preguntarse qué sacaban las tres de esos encuentros.

6. Observando las estrellas

EL cubo de basura olía a animal muerto. Gemma se tapó la nariz y trató de no vomitar, mientras echaba la bolsa en el contenedor que estaba detrás de su casa. No tenía ni idea de qué habrían arrojado allí su padre o Harper, pero el olor a podrido era bastante fuerte.

Se alejó, abanicándose con la mano para ahuyentar el hedor. Después inhaló lo más profundamente que pudo el aire fresco de la noche.

Echó un vistazo a la casa de al lado. Se dio cuenta de que últimamente miraba en esa dirección cada vez más a menudo, como si buscara inconscientemente a Álex. Esta vez tuvo suerte. En el resplandor de la luz del jardín trasero, lo vio tumbado sobre el césped, mirando al cielo.

—¿Qué haces? —preguntó Gemma, mientras entraba en el jardín de sus vecinos sin esperar a que la invitaran.

—Miro las constelaciones —dijo Álex, pero ella ya sabía la respuesta antes de preguntar. Desde que lo conocía, Alex pasaba más tiempo con la cabeza en las estrellas que en la Tierra.

Estaba recostado de espaldas sobre una manta vieja, con los dedos entrelazados detrás de la nuca. La remera de Batman en realidad ya le quedaba un poco pequeña, fruto de su último gran estirón, y los músculos de los brazos y sus anchos hombros tensaban la tela. La remera se le había subido un poco, por lo que Gemma pudo vislumbrar su abdomen por encima de los vaqueros, pero en seguida apartó la vista, simulando no haber visto nada.

—¿Te molesta si me siento a tu lado?

—Oh, no. Claro que no. —Álex se movió de inmediato para hacerle lugar en la manta.

—Gracias.

La manta no era muy grande, de modo que, al sentarse Gemma, los dos quedaron casi pegados uno al lado del otro. Cuando Gemma se recostó, su cabeza chocó contra el codo de Álex. Para que ella estuviera más cómoda, Álex bajó el brazo, colocándolo entre ellos dos. Ahora su brazo estaba apretado contra el de ella, y Gemma trató de no pensar en la agradable sensación de calidez que le procuraba el contacto con su piel.

—¿Qué estabas mirando exactamente? —preguntó Gemma.

—Ya te he mostrado las constelaciones —dijo Álex, y efectivamente lo había hecho, muchas veces. Pero por lo general había sido cuando ella era más pequeña, y Gemma no había prestado atención a sus palabras como lo hacía ahora.

—Me preguntaba si estarías mirando algo en particular.

—En realidad no. Las estrellas simplemente me fascinan.

—¿Eso es lo que vas a estudiar en la universidad?

—¿Las estrellas? —preguntó Álex—. Algo así, supongo, pero no es que vaya a ser astronauta ni nada que se le parezca.

—¿Por qué no? —Gemma inclinó la cabeza para poder verle la cara.

—No sé. —Álex se movió sobre la manta y su brazo rozó el de ella—. Viajar al espacio sería mi mayor sueño, sí, pero prefiero quedarme en la Tierra y ayudar a cambiar algo. Quiero estudiar el clima y la atmósfera. Se podrían salvar muchas vidas si pudiéramos prever las tormentas con mayor anticipación.

—¿Prefieres estar aquí abajo mirando las estrellas que allí arriba, para poder ayudar a la gente? —preguntó Gemma.

Lo miró fijamente, sorprendida de cuánto había crecido. No sólo en las marcadas líneas de su mandíbula o la sombra de vello negro que había visto en su abdomen. Sino algo dentro de él. De algún modo, había dejado de ser el chico obsesionado con los videojuegos para convertirse en alguien interesado en el mundo que lo rodeaba.

—Sí. —Álex se encogió de hombros y giró su rostro hacia ella. Se quedaron ahí sin moverse, sobre la manta, mirándose el uno al otro durante unos segundos, y después Álex sonrió inquieto—. ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?

—No te estoy mirando de ninguna manera —dijo Gemma, pero en seguida apartó la vista, por miedo de que él viera algo en sus ojos.

—Te parece raro, ¿no? —preguntó Alex, aún con los ojos fijos en ella—. Piensas que soy un friki porque me interesa estudiar patrones climáticos.

—No, para nada, no es eso en lo que estaba pensando. —Gemma sonrió algo avergonzada porque era eso lo que realmente le había pasado por la mente—. O sea, que sí eres un friki, pero no era eso en lo que estaba pensando.

—Soy un friki —admitió Álex, y Gemma rio. Después, sin pensarlo, dijo—: Eres tan linda.

Así como lo dijo, se apartó de ella, tenso.

—Disculpa. No puedo creer que haya dicho eso. No sé por qué lo dije —se apresuró a decir Álex—. Lo siento.

Gemina se quedó quieta unos minutos, mirando las estrellas, mientras Álex se retorcía incómodo de vergüenza a su lado. Al principio, ella no dijo nada, porque no sabía bien que decir o qué hacer con su repentina confesión.

—¿Acabas de llamarme… linda? —se animó a decir finalmente en tono dubitativo.

—Sí, se me escapó. —Álex se sentó, como tratando de poner distancia con ella—. No sé por qué lo dije. Se me escapó.

—¿Se te escapó? —le preguntó Gemma, incorporándose, para sentarse a su lado. Álex se inclinó hacia delante, apoyando los brazos sobre sus rodillas, de espaldas a Gemma.

—Sí —dijo Álex con un suspiro—. Te reíste y lo primero que pensé es que eres realmente muy linda y, por alguna razón, se me… lo dije: fue como si hubiera dejado de controlar mi lengua por un instante o algo así.

—Espera —dijo Gemma con una sonrisa, el tipo de sonrisa que no podía contener—. ¿Piensas que soy linda?

—Bueno, sí. —Álex volvió a suspirar y se frotó el brazo—. Claro que lo pienso, quiero decir que es obvio que eres muy linda. Tú lo sabes. —Álex llevó los ojos al cielo y maldijo por lo bajo—. Maldición, no sé por qué acabo de decirte eso.

—Está bien. —Gemma se acercó, sentándose de espaldas a él, hombro contra hombro—. Yo también pienso que tú eres apuesto.

—¿Piensas que soy atractivo? —Álex sonrió y se volvió hacia ella de modo que sus rostros quedaron justo frente a frente.

—Sí —le aseguró ella con una sonrisa.

—No creía que pensaras eso de mí.

—Sí lo pienso. —La sonrisa de Gemma se suavizó, dando lugar a una mirada nerviosa y esperanzada.

Los ojos de Álex recorrieron ansiosos el rostro de Gemma y se puso pálido. Parecía totalmente aterrado y, aunque el momento era perfecto, Gemma empezó a pensar que Álex no lo resistiría.

Después, él se inclinó y presionó sus labios suavemente contra los de ella. El beso fue breve y dulce, casi inocente, pero en su interior hubo fuegos artificiales.

—Lo siento —dijo Álex una vez que terminó de besarla, y apartó la mirada.

—¿Por qué te disculpas? —preguntó Gemma.

—No sé —rio él. Después sacudió la cabeza y volvió a mirar a Gemma, que le sonreía—. No lo siento.

—Yo tampoco.

Álex se inclinó para volver a besarla, pero antes de que sus labios se tocaran, Brian gritó el nombre de Gemma desde dentro de su casa.

Eso bastó para arruinar el momento. Álex se detuvo al instante y dio un salto alejándose de Gemma como si se hubiese electrocutado.

Gemma se levantó más despacio, ofreciéndole sus disculpas con una sonrisa:

—Lo siento.

—Sí, no, no hay problema —Álex se rascó la nuca y se negó a mirar siquiera hacia Gemma o su padre.

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