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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Sonidos del corazon (18 page)

BOOK: Sonidos del corazon
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Juanjo pensó en Valeria.

Sintió un retortijón en el estómago.

No pudo impedir el resto, le pilló de improviso, sobre todo porque no lo esperaba y porque sus reflejos debían de estar aletargados por el primer bajón de la hora y los efectos posconcierto.

Amalia se levantó de su asiento, pasó la pierna izquierda por encima de Juanjo y se quedó sentada encima de él, de cara, sujetándole la cabeza con las dos manos.

El beso fue ávido, jugoso. Un beso mojado y denso, hecho de labios, bocas y lenguas.

Juanjo estaba quieto, inmóvil, pero ella valía por tres. Se apretó contra su cuerpo, le aplastó el pecho con sus senos, le hundió la pelvis y le empujó con la cabeza buscándole y deseándole más y más.

Jadeaba.

Le hundía sus manos en la nuca, el pelo, la carne…

Juanjo tardó en reaccionar.

O mejor dicho: no lo hizo.

No experimentaba nada, ni ganas de corresponder ni asco, ni deseo, ni indiferencia, solo una mezcla de piedad y temor, de inseguridad y desconcierto.

Valeria se lo había dicho.

Y él no le creyó.

O sí, pero…

Amalia acabó separándose unos milímetros. Un hilillo de saliva quedó colgando entre los dos. Cuando la distancia se hizo mayor, se rompió, como la magia y el hechizo por parte de ella. Le miró con ojos cargados de dudas y dolor.

—¿Qué te pasa? —Lo envolvió con su aliento.

—Nada —apenas si pudo responder él.

—Vamos, tío, por Dios… ¿Sabes la de pavos que querrían esto?

—¿Y tú sabes lo que sucederá si nos enrollamos?

—Sí, que lo pasaremos de puta madre.

—Hablo del grupo.

—El grupo somos tú, yo y Cristian, y te aseguro que él pasa de todo. ¿Por qué no lo celebramos? Hemos tocado bien. Lo merecemos.

—¿Es sexo o algo más?

—Esta noche sexo. Mañana podemos estar muertos.

Amalia volvió a besarle, con menos fuerza, con más ternura, acariciando sus labios con los suyos.

Juanjo expulsó todo el aire retenido en sus pulmones.

Y con él, sus demonios.

Amalia pareció quedarse sin energía.

—¿No te gusto? —musitó con dolor.

—No es eso.

—Una tía gusta o no, te la follarías o no, no hay más. Si no quieres hacerlo es porque pasas.

—No seas tan radical.

La chica se apartó un poco más. El dolor se mezcló con la furia de sus ojos.

—Es por la del violín, ¿no? —Se negó a pronunciar su nombre.

—No es por ella.

—Y una mierda —dijo despacio, arrastrando las palabras—. ¿Te van así, angelicales y rubitas, con cara exótica y aspecto virginal?

—No seas tonta.

—¿Tonta? Yo toco la batería y puedo darte todo lo que desees y más. Soy una tía completa, ¿sabes? ¿Qué crees que te dará ella, un concierto de violín mientras se pone roja porque no sabrá ni cómo mamártela?

—¡Amalia, ya vale!

—Una violinista que quiere ser rockera y un rockero que quiere ser clásico. ¡La pareja perfecta!

Se le cruzaron los cables. Fue un arrebato, un estallido de furia. Cerró sus diez dedos sobre el cabello de la nuca de Juanjo y quiso besarle por tercera vez.

No lo consiguió.

Él ya lo esperaba.

El forcejeo fue mínimo, la subida acabó tan rápido como había empezado. Quedaron mirándose como animales heridos, derrotada ella, lleno de amargor él.

Luego, Amalia lo descabalgó y regresó a su asiento.

—Vete —le pidió.

—Por favor, ¿quieres calmarte?

—¡Vete!

—No podemos acabar…

—¡Vete, vete, vete! —Le golpeó con los dos puños haciéndole daño.

Juanjo saltó de la camioneta.

Y aunque estaba en su casa, y aparcada, Amalia la puso en marcha, derrapó hacia atrás y se perdió calle abajo, a través de la noche que ya empezaba a morir barrida por la primera luz de la mañana asomando en el horizonte de la ciudad.

Capítulo 34

Le abrió la puerta Lester y lo primero que le dijo fue:

—Venga, escupe.

—Deja que me siente, ¿no?

—¿Triunfasteis?

—Creo que sí.

—¿Crees que sí? ¡Eso se sabe!

Valeria apareció tras él. Al verla, Juanjo sintió una punzada en el pecho. Sonreía, estaba radiante, hermosa, con luces en los ojos. El recuerdo desagradable de lo sucedido con Amalia se evaporó.

Quizá ésa fuese la diferencia, había un antes y un después de Valeria.

—Tocamos bien, la gente se lo pasó de coña, no fuimos un mero relleno… Fue estupendo, la verdad.

—Bien. —Le palmeó la espalda—. ¿No lo grabaste?

—No.

—Mal hecho. En fin… Venga, sentaos. Mira que eres rockero, tío.

—¿Eso qué quiere decir?

—Que eres tan expresivo como una almeja.

—¿Qué más quieres que te diga? Fue genial.

—Me alegro mucho, de verdad. —Valeria puso una mano en su brazo y se lo presionó con afecto.

Lester se dejó caer en su sillón. Ellos ocuparon el sofá. El viejo rockero paseó su mirada de uno a otro y se calló lo que pudiera pensar, pero sonrió con intención. Juanjo y Valeria evitaron mirarse.

—Pues ya estamos en la América hippy —anunció el narrador de la historia—. Y no es solo música, son muchas más cosas. Había una guerra, Vietnam, y una oposición pacifista que desencadenó todo un movimiento. —Puso el dedo índice y el medio de su mano derecha en forma de V y dijo—: «Paz, hermanos», «Haz el amor y no la guerra» y todas esas cosas. El movimiento hippy nació en San Francisco no por casualidad. De allí salían los barcos cargados de soldados con destino a Vietnam. La edad de reclutamiento era de diecisiete años, así que imaginaos. Tú ya habrías ido a matar vietnamitas. —

Señaló a Juanjo—. Si estudiabas no ibas, por supuesto. Y si tenías medios o influencias, tampoco. Aquello no era una guerra de liberación, era un matadero. Total, que miles de chicos se negaron a ir y se escondieron o huyeron a Canadá. Allí, además, estaba la Universidad de Berkeley que era y es un gran foco cultural.

—Y eso ¿qué quiere decir?

—Que son más listos que la media. Yo admiro a los yanquis por muchas cosas, pero su doble rasero moral, su imperialismo y la forma como trataron al mundo las administraciones republicanas… eso sí que no. ¿Quieres que te hable de Chile, de El Salvador, de Guatemala, de lo que hicieron en esos países y otros de América Latina?

Cuando acabe la historia de la música si quieres te hablo de la historia del mundo, que también la sé.

—Vale.

—Sigo: los jóvenes opuestos a la guerra empezaron a reunirse en un cruce de calles de la ciudad, Haight y Ashbury. Se pintaron la cara, se pusieron flores y se querían mucho… Por lo de las flores se llamó al movimiento el Flower Power, «el poder de las flores». También tomaban drogas. El famoso LSD, ácido lisérgico, era legal. Música bajo el influjo de drogas y drogas para sumergirse en la música. Sin embargo, entonces era algo inocente. Como cuando probaban las bombas atómicas en el desierto sin protección y sin saber que se morirían de cáncer. A finales de octubre de 1966 se celebró un festival en al parque del Golden Gate y acudieron diecisiete mil personas luciendo símbolos pacifistas. Eso hizo ver al mundo que se no trataba de un hecho aislado. Fue algo hermoso, inocente, y visto desde la perspectiva de hoy, ingenuo. En unos meses se hablaba de psicodelia,
light shows
, o sea luces combinadas con música para crear efectos que, además, eran aumentados por las drogas, etc. Después tuvo lugar ya el primer gran concierto hippy, el Be-In, que fue la antesala del célebre festival de Monterrey en 1967.

—Pero entonces todo se disparó muy rápido, ¿no?

—Los primeros que debutaron fueron los Mamas & the Papas con sus armonías vocales. Pero los grandes grupos fueron Jefferson Airplane, Grateful Dead, Frank Zappa

& The Mothers of Invention, Steve Miller Band y los Big Brother & The Holding Company… el alma de los Big Brothers era Janis Joplin, palabras mayores.

—¿Tan importante fue Janis Joplin? —preguntó Juanjo.

—Ella siempre decía que estar en escena era como hacer el amor con todo el público.

Sentía cada palabra. Pero no hubo nadie más solitario que ella. Grabando su tercer disco murió de una borrachera. Una pena.

—Has dicho antes que el LSD era legal —preguntó Valeria.

—Verás, querida… Hoy en día, que un chico bien se tome un éxtasis para «flipar en colores» me parece patético. Todo el mundo sabe que las drogas son malas, te comen el tarro, te adulteran la calidad de vida. Hay información. Tomar mierdas es de tarados.

Pero en aquel tiempo las drogas eran otra cosa, y no hablo de cocaína o heroína. Muchos músicos buscaban sensaciones; otros, evadirse… Lo mismo que en la cultura rasta fumar hierba es parte de su idiosincrasia, las drogas alucinógenas formaron parte de esa cultura de la contracultura. El hippismo es la evidencia de ese momento, y su influencia se prolongó durante tres años, hasta que Woodstock lo convirtió en leyenda. En esos años todo el mundo iba con el pelo muy largo, los conciertos eran rituales, aparecieron comunas, el «amor libre» fue una bandera. La gente empezó a hacerse preguntas, se buscó una nueva espiritualidad y tanto daba que al Gran Jefe de los Cielos se le llamara Dios, Buda, Alá o Krishna. El nuevo credo era vivir, ser, existir, o realizarse. En 1966 y 1967 se reunían cincuenta mil personas en los parques de San Francisco, y muchas eran ejecutivos que el fin de semana pasaban de la corbata y buscaban algo más porque ya no creían en el capitalismo o en el
American Way of Life
. La música fue, de nuevo, una puerta a la esperanza, las quimeras, los sueños.

—He visto alguna filmación de conciertos de esa época y desde luego no tenían nada que ver con lo que se hacía.

—Llegó la psicodelia como forma de arte unida a la música por medio de las sensaciones visuales y espirituales. Los primeros
light shows
aparecieron en los Trip Festivals. Se desarrollaron las técnicas de los
light shows
basadas en proyectar junto a la música imágenes que dieran reacciones complementarias a los espectadores. Era el show total. Las imágenes marchaban de acuerdo a la música. Pronto desarrollaron un sinfín de aparatos y efectos sorprendentes: proyectores opacos, hielo frío, linternas mágicas, películas basadas en pinturas, manchas o colores, luces ultravioletas… En medio de esa catarsis, los alucinógenos lo ampliaban todo. Los conciertos de los grupos, de media horita cada uno, pasaron al olvido, porque se convirtieron en acontecimientos visuales, auditivos, sensoriales… Hasta los diseños de los pósters de cada concierto son hoy joyas de museo. La creatividad lo alcanzó todo, portadas de discos…

—O sea que en ese tiempo convivían el pop, los Beatles, los Rollings, el movimiento hippy, la Motown, el California Sound…

—Y más, querida, y más. La música negra no era solo la Motown. En ese tiempo surgió con fuerza el soul. Para unos era rhythm & blues comercializado; para otros, la evolución de los ritmos negros, y para otros, la respuesta negra a la era dorada del pop.

La Motown había nacido en Detroit, tenía raíces urbanas. El soul, en cambio, emerge de las iglesias. Aretha Franklin, Sam Moore, Otis Redding, Nina Simone o Wilson Pickett tenían un denominador común: eran hijos de ministros del Señor y cantaban en los coros de sus iglesias desde niños.

—¿Qué tuvo de especial el soul con respecto a otras cosas?

—En primer lugar, el ritmo; en segundo lugar, el tono sexual; en tercer lugar, mucho
feeling
, sentimiento. Era música bailable al cien por cien. Eso hizo que se editaran discos con música
non stop
, con los temas unidos, y luego que los disc-jockeys usaran dos platos, para que los discos se enlazaran también unos con otros. Algo más: el pop lo tocaban guitarras, bajo y batería. El soul incorporó metal, y ésa fue toda una innovación sonora. Trompetas, saxos… Eso le dio mucha fuerza a la parte instrumental. —Hizo una pausa para beber agua—. Seguimos en 1966 y 1967, años de éxito para una legión de intérpretes, entre ellos el gran Otis Redding, cuya temprana muerte en accidente de aviación, a los veintiséis años, lo apartó en el momento cumbre de su carrera. —Vio que Valeria tenía la boca abierta y le dijo—: Se te va a desencajar la mandíbula.

—Es que sabes un montón.

—Lo he mamado, cielo. Ésa es la cosa. He estado en muchos de los sitios de los que os hablo y he conocido a no pocas de las estrellas que os menciono —suspiró—. Nos queda hablar de los Doors en la costa Oeste y Volver Underground en la Este.

—Jim Morrison y los Doors sí son una leyenda —dijo Valeria.

—Jim era hijo de un oficial de la Armada, ahí es nada. Se marchó de casa en cuanto pudo y se instaló en la costa Oeste para estudiar teatro en UCLA, la universidad de Los Ángeles. Los Doors están considerados como la primera gran banda de rock norteamericana. Jim era un animal escénico, puro sexo. Era un provocador nato y tiene frases memorables como la que dice: «We want the world, and we want it NOW!», o sea

«¡Queremos el mundo, y lo queremos AHORA!». Al otro lado, en la costa Este, las cosas eran más libres y menos pacatas. Allí estaba Andy Warhol, por ejemplo, el Dalí norteamericano, loco, irreverente y genial. Su estudio, The Factory, estaba lleno de gente a la última, así que había cineastas, músicos, modelos, ambigüedad sexual, frivolidad…

se rodaban películas experimentales y, por supuesto, había música. The Factory apadrinó a Velvet Underground, el grupo de Lou Reed y John Cale. Surgieron como banda de culto, no tuvieron ningún éxito discográfico pero sí se habló mucho de ellos, y, por supuesto, Lou comenzó ahí su larga carrera de poeta neoyorquino y músico con carisma y estigma de héroe. Nadie los entendía. Jamás vendieron millones, pero la historia los tiene en su altar. A partir de 1970, Lou voló solo y ésa es otra historia.

—Llevas rato hablando de 1966 y 1967.

—Porque pasaron muchas cosas, casi tantas como en el período 1969—1973.

—¿Y el
Sgt. Pepper’s
de los Beatles?

—Ya toca. —Lester sonrió—. Hay que dejar lo bueno para el postre.

Capítulo 35

Cuando los Beatles editaron
Revolver
en 1966 ya estaban sentando las bases del futuro. Casi un año después, y tras pasar meses en el estudio de grabación, concentrados únicamente en su trabajo, alumbraron esa maravilla que es
Sgt. Pepper’s Lonely Hearts
Club Band
, reconocida como la cumbre del pop y, posiblemente, el mejor disco de la historia del rock, que ya sabemos que los gustos…

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