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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Sonidos del corazon (22 page)

BOOK: Sonidos del corazon
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Valeria llevaba su violín. Juanjo le había pedido que lo trajera para después, aunque sabían que si Lester soltaba de una tacada esos cinco años, igual terminaban muy tarde.

Sobre la mesa ya esperaban la jarra de agua, tres vasos, y, como algo especial, unas patatas fritas.

Casi una fiesta.

—¡1969! —proclamó el dueño del piso—. ¿Listos?

Juanjo y Valeria asintieron con la cabeza.

—Lo que pasó por entonces fue algo… alucinante, único. Podéis pensar que soy viejo, que hablo «de mi tiempo», que lo de ahora me gusta menos porque no lo entiendo, chorradas así, pero os aseguro que no hay parangón posible. Cada momento tiene su música, y cada música, su momento; sin embargo, lo que sucedió entonces, la energía, la creatividad, la libertad y la sana rivalidad, fue algo mágico en un universo en el que cabía todo y en el que íbamos de sorpresa en sorpresa, de lo fantástico a lo alucinante.

Desaparecieron las fronteras musicales, con el rock coexistieron el jazz, la música latina, el sinfonismo, el folk. Se tocaba y se tocaba, el directo era la sangre de la vida, se hacían
jam sessions
inolvidables, aparecieron nuevos géneros que pasaron de minoritarios o locales a internacionales, como el reggae, desaparecieron en un buen tanto por ciento las diferencias entre los sexos y así nos encontramos con el glam rock. Todo era contagioso.

En el verano de 1969 el hombre llegaba a la Luna y se desataba la singularidad de Woodstock.

—Has hablado tres minutos y aún no has mencionado a Led Zeppelin —bromeó Juanjo.

—¿A que te dejo sin patatas fritas? ¡Te dije que te pusieras de pie para decir según qué nombres! —Casi pareció dispuesto a levantarse para soltarle un capón—. Ellos hicieron una música demoledora, rompió récords y llevó el concepto escénico a un punto situado en el más allá en solo unos meses. En los años ochenta solo ellos y los Beatles tenían todos sus elepés en el
ranking
de ventas de Estados Unidos. Ellos fueron los primeros en hacer shows de tres o cuatro horas cuando, solo tres años antes, los Beatles tocaban treinta minutitos. Fueron los pioneros…

—¿Es verdad que batieron varias veces el récord de audiencia para un solo grupo? —

preguntó Juanjo.

—Sí. Cada gira era mayor, con más potencia, escenarios más grandes, hacían solos de veinte minutos cada uno. Se pelearon siempre con la crítica por ese gigantismo, pero fueron reconocidos como el mejor grupo de la historia. La muerte de John Bonham en 1980 acabó con todo, porque tuvieron la decencia de no sustituirle. La puerta del hard rock, el rock duro, ya era por entonces una de las más impresionantes. La estela de Led Zeppelin…

—Deep Purple —dijo Juanjo.

—Si ya lo sabes todo lo cuentas tú. —Lester fingió picarse.

—No, hombre, no, es solo para que veas que sé de qué va la historia.

—Faltaría más, no te digo. —Volvió a su charla—. Deep Purple fue otra reunión inesperada de gigantes, porque todos sus miembros, con posterioridad, formaron grupos igualmente notables. Hasta 1973 arrollaron y hay que destacar que fueron los primeros en grabar rock con una orquesta sinfónica. Su
Concerto for Group and Orchestra
, con la Royal Philarmonic, es de 1969. Jon Lord era el líder, un teclista, pero Ritchie Blackmore, el guitarra, la estrella. Una larga historia. Los otros grandes grupos del hard rock fueron Black Sabbath y Uriah Heep en Inglaterra y Grand Funk Railroad o los MC5

en Estados Unidos. Luego llegarían Aerosmith, Kiss… Fue un apogeo espléndido. Rock

& Caña. Enfrente estaba otro mundo fulgurante, el jazz-rock, o sea… Jazz & Caña.

¿Recuerdas a Al Kooper?

—El que grabó con Dylan y le ayudó a electrificarse, claro.

—Miles Davis ya había experimentado algo con el tema, pero fue Al Kooper, al formar Blood, Sweat & Tears en 1967, el que le dio carta de naturaleza. Acto seguido apareció Chicago, en un comienzo llamados Chicago Transit Authority. Tanto una como la otra banda estaban formadas por el doble de miembros de un grupo normal, nueve y siete miembros respectivamente, y tenían secciones de viento, que las diferenciaba de la onda rockera. El jazz-rock alcanza su máximo esplendor entre 1972 y 1974, cuando aparecen Mahavishnu Orchestra, Weather Report y Return to Forever, los tres grupos liderados por exmúsicos de Miles Davis. Ya os los cité: John McLaughlin el primero, Wayne Shorter y Joe Zawinul el segundo y Chick Corea el tercero. La Mahavishnu incorporó el violín como elemento diferencial. —Lester vio cómo se miraban Juanjo y Valeria—. Return to Forever llegó a contar con la guitarra de Al DiMeola o con Stanley Clarke al bajo, considerado el mejor del mundo rivalizando con Jaco Pastorius, que acabaría en los Report. Os juro que ver en directo a esos tres grupos era la excelencia de la música.

—Hard rock, jazz-rock… ¿qué sigue? —preguntó Juanjo mientras Lester bebía agua.

—¿Qué tal el rock sinfónico? —y sin esperar entró de lleno en materia—. El rock también miró hacia lo clásico en ese tiempo. ¿Por qué no? Había una riqueza musical previa, y se podía experimentar con nuevas fórmulas sonoras que tuvieran como base la música clásica. La clave del sinfonismo rockero fueron los teclados, el uso de todo tipo de aparatos. Desde que el rock sinfónico cobra vida, el teclista se convierte en el centro de atención, rodeado por media docena de órganos o más, pianos, sintetizadores… Los grandes grupos del género fueron Genesis, Yes, King Crimson y Emerson, Lake & Palmer.

—Tengo vídeos de dos conciertos de Genesis y me parecen geniales —comentó Juanjo—. Bueno, uno es de Peter Gabriel solo.

—Genesis fue Peter Gabriel hasta 1975, es decir, hasta el magno
The lamb lies down on
Broadway
. Cuando Peter se marchó para seguir solo, la gran sorpresa fue que Phil acabara siendo tan buen cantante como él y el grupo tuvo una segunda vida aún más comercial que la primera. A Peter le llamaron «el hombre de las mil máscaras». —Lester se quedó unos instantes callado y luego recuperó la noción de la realidad—. ¿Dónde estaba?

—Acabando con el rock sinfónico.

—Y llegando a lo latino: Carlos Santana.

—La primera canción que toqué a la guitarra fue «Europa».

—No está mal, pero cuando Carlos hizo eso ya estaba de vuelta de casi todo. El Carlos Santana que aparece a finales de los sesenta es una mezcla de guitarra y música latina con mucha percusión. Carlos nació en México, era fronterizo, hijo de un mariachi, y acabó de chicano en San Francisco. ¿Cómo pasó de tocar huapangos y rancheras a ser uno de los guitarras más limpios y notables de la historia? Se juntó con Mike Bloomfield y Al Kooper, y el empresario Billy Graham le dio la oportunidad de tocar a menudo en su Fillmore, donde cuajó su sonido. En la cresta del pop grabar en directo era impensable por dos motivos: la falta de capacidad técnica y lo discretos que eran los músicos de los grupos. A partir de 1969, en cambio, incluso hay unidades móviles y los músicos quieren demostrar en vivo su potencial. Los discos en directo y las
jam sessions
, muchas de ellas grabadas, se convirtieron en una parte esencial del cambio. El hecho de que las técnicas de grabación mejoraran tanto provocó una cosa que hoy parece ser nueva, y no lo es: la piratería.

—¿Ya existía entonces?

—Claro que sí. No hasta el punto de matar el mercado discográfico como ha sucedido en lo que llevamos de siglo, pero sí como para que sonaran mil voces de alarma. En un comienzo era común en un concierto ver una mano alzada grabando con una casete de la misma forma que hoy se hace con las digitales o los teléfonos. Pero la aparición de unidades móviles, es decir, llevar el estudio de grabación fuera de su lugar fijo, hizo que los propios técnicos de sonido hicieran copias y las vendieran, o que el tema se industrializara de verdad y de mil formas se grabaran esos conciertos. La cosa se disparó cuando ya aparecieron discos oficiales pirateados y a la venta con portadas de diseño antes de que se editara el elepé original. La industria discográfica empezó a perder millones y… comenzó la cosa. ¿Cómo era posible eso? Pues porque los grupos rodaban sus canciones en vivo antes de meterse en el estudio, y los piratas las vendían como gran novedad. ¿Sabes quién es el artista más pirateado de la historia?

—Pues… —vaciló Juanjo.

—Dylan —le soltó Lester—. Tiene cientos y cientos de elepés piratas. Tantos que, a comienzos de los años noventa, muchos de esos discos ilegales, de excelente sonido y manufactura, acabaron siendo comercializados legalmente.

—O sea que han pasado cuarenta años y estamos igual.

—Ahora es más grave. Antes la grabación perfecta era la del máster, de la que se hacían los discos. En la actualidad «tostar» un CD es copiar ese mismo máster directamente. La industria discográfica paga sus propios errores y su egoísmo. Lo veremos al llegar al siglo XXI. ¿Queréis más patatas fritas?

Capítulo 42

No todo fueron luces en ese período. —Lester se puso serio—. La parte oscura nos la da la muerte de los primeros héroes rockeros. Otis Redding ya había muerto en 1967, y le siguieron Brian Jones en 1969, Jimi Hendrix y Janis Joplin en 1970, Jim Morrison en 1971… Si a eso unimos que el 10 de abril de 1970 se separaron los Beatles y acabó un ciclo…

—Pero si vendieron más separados que juntos —objetó Juanjo.

—Cierto. Pero no era lo mismo. En las últimas décadas, cada vez que se rompe un grupo con fans hay suicidios y las autoridades ponen teléfonos de urgencia para ayudar a las víctimas de depresiones. Imaginaos, pues, lo que fue en 1970 el anuncio hecho por Paul McCartney de que se iba, y luego la guerra posterior entre él y John. Fue triste y lamentable.

—¿El momento cumbre de 1969 fue el festival de Woodstock? —preguntó Juanjo.

—Marcó un hito, un antes y un después. Siempre había habido grandes festivales, Newport, Windsor, Reading y Knebworth y el emblemático de Monterrey dos años antes, pero, aun siendo de destacar el primero de la isla de Wight ese mismo 1969, Woodstock es irrepetible.

—¿Tú estuviste?

—Pues claro —le respondió a Valeria muy serio.

—¡Anda ya! ¡No podías estar en todas partes! —gritó Juanjo.

—Es que en Woodstock estuvieron todos los grandes, y yo trabajaba con algunos de ellos, chaval. ¿Quieres ver fotos?

—¿Tienes fotos?

—Espera, hombre de poca fe.

Lester se levantó, caminó hasta un mueble, lo abrió y regresó con un puñado de fotografías. Las puso sobre la mesa, en abanico, y las señaló una por una mientras hablaba.

—Aquí estoy con Jerry García de Grateful Dead; aquí, con Melanie; aquí, con Graham Nash y Stephen Stills, y en ésta podéis verme con Ravi Shankar.

—¿Y aquí tocando la guitarra?

—No la estoy tocando, la estoy afinando. Es la guitarra con la que tocó Jimi Hendrix

—y les mostró una foto final en la que se le veía en la escena de Woodstock.

Los dejó mudos.

—Los grandes festivales son una parte de esos años… El cenit de todos fue Woodstock. El festival se celebró los días 16, 17 y 18 de agosto y ese verano los caminos de América, y de casi todo el mundo, convergieron allí. Llegaron medio millón de personas, lo colapsaron todo, y encima llovió torrencialmente durante uno de los días y la zona tuvo que ser declara catastrófica, sin casi comida, agua… tuvieron que lanzar desde helicópteros ropas y alimentos. Es mejor que veáis la película que hizo Michael Wadeleigh con Martin Scorsese de asistente. El lema del festival era Woodstock Music and Arts Fair, pero el sub-lema era mucho más preclaro: «Tres días de amor, paz y música». Y pese a todo no hubo violencia, al contrario: nueve meses después nacieron muchos niños y niñas.

—¿En serio? —Valeria abrió los ojos.

—Tras el festival hubo diez mil matrimonios censados. Por eso es hoy una leyenda.

Utopía significa «ningún lugar». Por espacio de tres días ese lugar fue Woodstock. —Se le llenaron los ojos de nostalgia—. Fueron setenta y dos horas de música celestial. Se editó un triple elepé con parte de las sesenta y cuatro horas de material sonoro que se grabaron. Han pasado más de cuarenta años y el espíritu sigue ahí.

—Wight también fue importante —consideró Juanjo.

—En 1969 reapareció Bob Dylan en vivo después de su accidente. Ésa fue la clave.

Los Beatles, los Stones, todos fueron a verle. Wight es una pequeña isla del canal de la Mancha. Llegaron doscientos mil visitantes. Al año siguiente intentaron repetir ese éxito, pero, pese a que fueron trescientos mil los entusiastas que cruzaron el canal, los resultados devinieron en caos. Wight 70 fue el último de los grandes-grandes. Hubo más festivales, siempre los habrá, como el benéfico en favor de Bangladés organizado por George Harrison en 1971 en Nueva York, pero ya no como aquéllos.

—Hubo una moda llamada canción intimista —apuntó Juanjo—, una vuelta a los solistas, cantautores…

—Vaya rockero.

—Pues a mí me gustan algunos de ellos, James Taylor, Jackson Browne… entroncan bastante con el folk y folk-rock, no me digas que no.

—No te digo que no, y te alabo el buen gusto. Pero reconoce que a pocos rockeros les va lo acústico, al menos de boca para afuera, porque de boca para adentro… ¿A quién le amarga una canción hecha de puta madre y cantada de coña con solo una guitarra desnuda?

—Parece mentira que todo eso se gestara en tan poco tiempo y hubiera público para tantas cosas —dijo Valeria.

—Había voracidad, interesaba cualquier novedad siempre y cuando tuviera una entidad propia. Y es normal que vayamos a los extremos. El auge del rock duro por fuerza debía equilibrarse con una oleada de canciones acústicas en el otro extremo. Lo bueno es que existía un espacio para cada cual.

—¿Cómo arrancó la vena intimista?

—El California Sound siempre había gestado una música diferente a la de la costa Oeste norteamericana. No todos los que quedaron englobados en ese intimismo eran nuevos: Joni Mitchell ya cantaba; Carole King era una sólida fabricante de éxitos; James Taylor había sido lanzado sin éxito… Los grandes triunfadores del intimismo fueron Carole King y James Taylor, que cantó la canción «You’ve got a friend», compuesta por la propia Carole. Si el folk-rock precedió al intimismo, los Byrds precedieron a los Eagles, una de las grandes bandas de la historia. Debutaron como grupo de acompañamiento de Linda Ronstadt pero pronto se desmarcaron. Después de una racha impresionante de éxitos alcanzaron la excelencia con el elepé
Hotel California
. La parte más apartada del intimismo pero un poco asociada a él fue el soft rock. La misma palabra lo dice,
soft
, blando. Armonías vocales, suavidad… Los reyes fueron los Carpenters —suspiró—. Nos falta mencionar a un monstruo y una obra musical: Elton John y
Jesus Christ Superstar
.

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