Soy un gato (10 page)

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Authors: Natsume Soseki

BOOK: Soy un gato
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—¿Cómo puede hacer algo así? En la época del shogunato incluso un lacayo o un mozo de cuerda sabían cómo comportarse convenientemente. Y es más, en una zona residencial como esta no había nadie a quien se le ocurriera lavarse de esa forma. —La señora estaba un tanto indignada.

—Estoy segura de que a nadie se le ocurría por entonces, señora, tiene razón.

Esta criada era muy influenciable. Y además, tenía tendencia a usar el término «señora» con demasiada discrecionalidad.

—Con un amo como ése, ¿qué se puede esperar del gato? Sólo puede ser un golfo. Así que si se le ocurre volver a meter la nariz por aquí, déle un golpe.

—Tenga por seguro, señora, que le arrearé un buen golpe. Seguro que la pobre Mikeko está enferma por su culpa. No se preocupe, tendrá su escarmiento.

¡Qué falsas eran esas acusaciones! Pero juzgué que de ahora en adelante se volvería realmente peligroso rondar por ahí, así que me marché a casa sin poder ver a Mikeko.

Cuando regresé encontré al maestro en el estudio. Estaba imbuido en algún tipo de escritura con pincel. Si le hubiera dicho que se decía de él en la casa de la mujer del arpa japonesa, se habría cogido un enorme berrinche. Pero, como dice la gente, la ignorancia es plácida. Y ahí estaba él, sentado como un poeta místico, gimiendo teatralmente.

En ese preciso momento apareció Meitei, el mismito que un momento antes había declarado en su carta de Año Nuevo que estaría muy ocupado durante una temporada:

—Estás componiendo un poema en el Estilo Nuevo, amigo mío? Enséñamelo. Seguramente será
interesantísimo
.

—Oh no Es un fragmento de prosa. Y bastante impresionante diría yo. Estoy pensando en traducirla —contestó el maestro, imperturbable.

—¿Prosa? ¿Prosa de quién?

—Pues no sé muy bien de quién.

—Ya veo. Umm... Un autor anónimo, eso es. Entre los autores anónimos hay algunos verdaderamente notables. Bien. No hay que despreciarlos. ¿Dónde lo encontraste? Quizás te pueda ayudar.

—El
Libro de Lecturas de Segundo
... —contestó el maestro haciendo gala de una serenidad imperturbable.

—¿Qué dices del
Libro de Lecturas de Segundo
? ¿Eso qué tiene que ver con lo que estamos hablando?

—Lo que tiene que ver es que en el
Libro de Lecturas de Segundo
es donde aparece la pieza tan bella y delicada que estoy traduciendo.

—Deja de decir estupideces! Ah, ya sé... Supongo que se trata una de tus jugadas. Seguro que querrás vengarte del asunto de las lenguas de pavo...

—Yo no soy un fanfarrón, como tú —repuso el maestro mientras se retorcía el bigote guardando perfectamente la compostura.

—En una ocasión alguien le preguntó al maestro Sanyo si últimamente había leído algo interesante en prosa. Entonces, este famoso erudito de los clásicos chinos respondió: «Bueno. He leído una carta de cobro en la que un mozo de caballos reclama una deuda. Ciertamente es la pieza en prosa que más me ha llamado la atención en los últimos tiempos». Su ojo para lo bello, al contrario de lo que yo me imaginaba, era bastante fino. Lee la pieza si te parece, y yo haré la crítica —dijo Meitei como si él mismo fuera el creador de todas las teorías estéticas.

El maestro comenzó a leer con la misma voz con la que un sacerdote Zen leería un testamento en el templo Daitokuji.
[20]

—Gravitación colosal —entonó.

—¿Qué diablos quiere decir gravitación colosal?

—Es el título.

—Un título extraño. No lo entiendo.

—La idea es que hay un coloso que se llama Gravitación...

—Una idea poco razonable, pero como está en el título, lo dejaré pasar. De acuerdo, sigue con el texto. Tienes buena voz, eso lo hace interesante.

—Está bien. Pero no más interrupciones. —Una vez expuso sus condiciones, el maestro retomó la lectura:

Kate miró por la ventana. Los niños estaban jugando a la pelota. Cada vez que la lanzaban al aire, la pelota subía y subía hacia el cielo, y después de un momento, bajaba. La volvieron a lanzar de nuevo: dos, tres veces. Y por muy alto que la lanzaban, la pelota volvía a caer. Kate se preguntó en voz alta por qué la pelota caía en lugar de subir y subir, hasta alcanzar las nubes. «Es porque hay un gigante que vive en la tierra», contestó su madre. Es el gigante Gravitación. Es tremendamente fuerte. Tira de todas las cosas hacia él. Tira de los edificios lucia la tierra. Si no lo hiciera saldrían volando. Los niños también saldrían volando. ¿No has visto las hojas que caen de los árboles? Eso es porque el gigante las está llamando. Así que la  próxima vez que se te caiga un libro al suelo, piensa que es porque el gigante te lo reclama para leerlo.

—¿Eso es todo?

—Sí. ¿No te parece bueno?

—De acuerdo, tú ganas. No esperaba un regalito como éste por lo de las
albóndregas
.

—Qué regalito ni qué niño muerto. No es un regalito ni nada por el estilo. Lo he traducido porque me parece muy bueno. ¿No te parece bueno?

EI maestro clavó su mirada en las gafas doradas de Meitei.

—¡Vaya sorpresa! Pensar que tienes ese talento... ¡Bien, bien! Realmente esta vez me has dejado impresionado. Me quito el sombrero. —Sólo Meitei era capaz de entender lo que estaba diciendo, y hablaba para sí. La situación sobrepasaba al maestro.

—No es mi intención que te quites el sombrero. No lo traduje para impresionarte. Simplemente porque me pareció una pieza interesante.

—En efecto, de lo más interesante. Me rindo. ¡Vaya! Me siento insignificante ante tu logro.

—No tienes por qué. Desde que he abandonado la acuarela hace ya un tiempo, he decidido que lo mío es escribir.

—Y en comparación con tus acuarelas, que, por cierto, no mostraban el más mínimo sentido de la perspectiva, no apreciaban las diferencias de tono, he de decir que tu escritura es
sencillamente
espléndida. Estoy verdaderamente
sorprendido
.

—Esas palabras tuyas de alabanza me hacen sentir bien —dijo el maestro.

En ese momento, hizo su entrada Kangetsu, con su parco saludo habitual:

—Buenas.

—Hola. Acabo de escuchar una excelente frase. El espíritu de las albóndregas ha pasado a mejor vida —dijo Meitei obtusamente y de manera incomprensible.

—¿En serio? —respondió Kangetsu de manera igualmente incomprensible. Sólo el maestro parecía no compartir el sentido del humor reinante.

—Vaya, Kangetsu —dijo—. El otro día vino a verme de tu parte un hombre llamado
o
chi Toito.

—¿De verdad? Es una persona honesta, algo infrecuente en estos tiempos. Pero tiene algo raro... Temía que pudiera causarle alguna molestia. Me insistió tanto en que le permitiera venir a verle...

—No me causó ninguna molestia, no has de preocuparte.

—¿Y no intentó darle explicaciones sobre su nombre durante la visita?

—No. No dijo ni una palabra sobre ello.

—¿No? Pues cada vez que visita a alguien por primera vez tiene la costumbre de empezar a explicar por qué se llama así.

—¿Y alguien tendrá la amabilidad de explicarme qué diablos tiene de particular ese nombre? —exclamó Meitei, que había estado esperando una oportunidad de meter baza.

—Ya saben. Se enfada mucho cuando alguien le llama
Coito
en lugar de Toito. En fin, cuando leen su nombre a la manera japonesa...

—Que extraño... —dijo Meitei mientras extraía un cigarrillo de su pitillera de cuero con ribetes dorados.

—Cuando eso sucede invariablemente remarca que no es Coito, a la manera japonesa, sino Toito, a la china.

—Qué extraño... —repitió Meitei inhalando el tabaco hasta lo que parecía ser lo más profundo de su ser.

—Eso proviene de su pasión por la literatura. Le encanta cómo suena su nombre, está inexplicablemente orgulloso de él. Así que cuando alguien le llama de modo incorrecto se molesta mucho, pues no logra el efecto que él pretende.

—Es realmente extraordinario... —Cada vez más interesado, Meitei extrajo el humo de las profundidades e intentó darle salida a través de sus orificios nasales. Sin embargo, en su largo camino el humo se extravió por algún conducto y quedó atascado en su esófago. Meitei agarró la pipa con la mano y empezó a toser violentamente.

—Cuando estuvo aquí el otro día, Toito me contó que actuaba en el papel de un barquero en una obra representada  por su Sociedad de Lectura, y que un grupo de chicas se había mofado de él —contó el maestro entre risas.

—¡Ah, vaya! Así que se trata de eso —Meitei empezó a dar golpecitos a su pipa contra las rodillas. Aquello ciertamente mi ponía en una situación realmente peligrosa. Me aparté un poco de él.

—¡La Sociedad de Lectura! Ahora lo entiendo. El otro día, cuando fuimos a comer las
albóndregas
, me lo mencionó de pasada. Me dijo que celebrarían su segunda gran representación en breve, y que invitarían a literatos bien conocidos. Por cierto, a mí también me invitó. Cuando le pregunté si intentarían representar de nuevo otro drama de Chikamatsu, me dijo que no, que habían decidido empezar con obras modernas, en concreto con
El demonio dorado
, de K
o
y
o
Ozaki.
[21]
Le pregunté qué papel haría y me dijo que el de Omiya. ¡El protagonista, nada menos! Desde luego merecerá la pena ver a Toito en el papel de Omiya. Estoy decidido a asistir, necesita nuestro apoyo.

—Tiene pinta de ser interesante —dijo Kangetsu al tiempo que se reía de una forma enigmática.

—Pero es totalmente sincero y eso le honra. No es cuestión de frivolizar sobre él, como por otro lado hace Meitei.

El maestro se estaba tomando la revancha de una sola vez por lo de Andrea del Sarto, por las lenguas de pavo y por lo de las
albóndregas
. Meitei fingió no enterarse.

—Bueno, será que yo soy un zurrumbático.

—Pues más o menos —observó el maestro, aunque no acababa de ser consciente del sofisticado método que usaba Meitei para dejarle en evidencia como un gran simplón. Pero no en vano había sido maestro de escuela durante años. Era muy hábil dando evasivas, y su amplia experiencia en el mundo de la enseñanza le era de mucha utilidad en los momentos más inoportunos.

—¿Qué es un zurrumbático? —preguntó Kangetsu.

El maestro miró hacia la alcoba y esquivo la pregunta diciendo:

—Esos narcisos de ahí son bonitos. Y mira que están durando. Los traje el otro día, por Año Nuevo, cuando regresaba del baño público.

—Eso me recuerda lo que me pasó a finales de año. A fe que fue una de las más extraordinarias experiencias que he tenido en mi vida —dijo Meitei mientras volteaba la pipa.

—Cuéntala. —El maestro, confiado en que había dejado liquidado el asunto del zurrumbático, hizo una mueca de alivio. Entonces Meitei empezó a narrar esa anécdota que él consideraba tan extraordinaria.

—Si no recuerdo mal ocurrió el 27 de diciembre. Toito me avisó de que le gustaría venir a visitarme para consultarme algunas cuestiones literarias. Le estuve esperando toda la mañana pero se retrasaba. Almorcé y me senté junto al brasero a Ieer los textos cómicos de Barry Pain,
[22]
cuando de pronto llegó una carta de mi madre, que vive en Shizuoka. Como todas las madres piensa que todavía soy un crío; no para de darme todo tipo de consejos: que si no debo andar por ahí de noche porque hace mucho frío, que si no debo bañarme si la habitación no está caldeada o me moriré de un resfriado... Le debemos tanto a nuestros padres... ¿Quién sino ellos pensaría en nosotros con tal desinterés y entrega? La verdad es que yo me tomo las cosas que me dice bastante a la ligera, pero esta vez la lectura de su carta me afectó profundamente. Me arrepentí de llevar una vida tan irresponsable, y de estar tirándola por la borda. Pensé que mi familia se merecía el honor de que yo escribiera una obra maestra de la literatura, o algo por el estilo. Me propuse lograr, antes de que mi madre muriera, que el nombre di Meitei fuese reconocido como el de uno de los maestros literarios de la época Meiji. Continué con la lectura de la carta: «Eres muy afortunado», me decía. «Mientras tantos jóvenes de tu edad sufren las penalidades de la guerra contra Rusia, tú andas por ahí divirtiéndote lo mismo para el final del año que para el principio del nuevo.» En realidad, queridos amigos, no soy tan dichoso como piensa mi madre. Pero lo cierto es que la carta incluía un listado de los nombres de mis compañeros de clase caídos en combate. Eso me hizo pensar que el mundo era horrible y la vida humana fútil. Mi madre terminaba su carta diciendo: «Como ya estoy muy mayor, es muy posible que este sea mi último Año Nuevo...». Como os podréis imaginar esa afirmación me deprimió profundamente. Estaba ansioso porque Toito llegase cuanto antes, pero no acababa de venir. Y ya era casi la hora de cenar. Pensé en contestar a mi madre, así que rellené un papel con una docena de líneas. Cierto es que la carta de mi madre era mucho más extensa que la mía, pero yo nunca he sido capaz de explayarme por escrito, así que suelo despacharme normalmente con unas pocas frases. Como había estado sentado todo el día, empecé a sentir el estómago revuelto y pesado. Si Toito venía, que me esperase. Salí a dar un paseo, y así de paso me acercaría hasta el buzón.

«Ocurrió que en lugar de ir por Fujimicho, que suele ser mi camino habitual, y embebido como estaba en mis pensamientos, fui sin saberlo por el camino de Dotesanbanch
o
, ya sabéis, el del tercer dique. Estaba algo nublado y soplaba un fuerte viento. Hacía un frío terrible. Un tren que venía de Kagurazaka pasó pitando por la parte baja de la ribera. Me sentí muy solo. El fin de año, todos esos caídos en el campo de batalla, la vejez, la inseguridad de la vida... Un montón de pensamientos se me agolparon de repente en la cabeza. A veces hablamos de suicidio. Pero es en ocasiones como ésta cuando uno se siente tentado de acabar con su vida realmente. En esas estaba yo, absorto en mis elucubraciones, cuando de repente alcé mi mirada, y lo vi ante mí, en la parte alta de la ribera. Era el pino. El auténtico y genuino pino.

—¿El auténtico y genuino pino? —preguntó el maestro.

—El pino de los ahorcados —explicó Meitei.

—¿No estaba ese pino de los ahorcados en K
o
nodai? —preguntó Kangestsu.

—¡El pino de K
o
nodai es para colgar campanas! El pino de Dotesanbanch
o
, al que me refiero yo, ése es para los ahorcados. La razón por la que tiene ese nombre se debe a una antigua leyenda que dice que todos aquellos que se ponen debajo de él, sienten al momento la tentación de colgarse. A pesar de que por allí hay una docena de pinos, es en ése en concreto donde siempre encuentran un cuerpo balanceándose. Os puedo asegurar que todos los años suelen ahorcarse en él dos o tres personas. De hecho, sería impensable ir hasta allí y luego ahorcarse en otro pino. Y en esas estaba, subyugado por la visión del árbol, me di cuenta de que una de las ramas se descolgaba muy convenientemente hacia el pavimento. ¡Qué rama tan tentadora! Sería una lástima dejarla así, sin hacer nada. Un cuerpo debía colgar de ella. Por desgracia no había nadie más en los alrededores. ¿Debía colgarme yo? No, no... Si me colgaba, perdería mi vida. Demasiado peligroso. Una vez escuché una historia que hablaba de los antiguos griegos. Daban banquetes y organizaban demostraciones sobre cómo ahorcarse convenientemente y sin peligro. Un hombre se subía a un taburete y otro le pasaba una cuerda con un nudo corredizo por el cuello. Entonces, venía otro y retiraba el taburete y con el peso del cuerpo, el nudo corredizo se aflojaba sin causarle daño. Si esa historia era cierta, no había motivo para estar asustado. Pensé que podría intentarlo yo mismo, así que posé la mano en la rama y comprobé que se balanceaba de una forma bastante apropiada. En efecto, la manera en que se balanceaba resultaba muy estética. Me sentí muy feliz imaginándome a mí mismo colgando de la rama, y pensé que al menos debía intentarlo. Pero de pronto me di cuenta de que Toito estaría esperándome. Volvería a casa para mantener con Toito la conversación pendiente, y después me acercaría otra vez hasta allí. Así que tomé el camino de vuelta a mi casa.

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