Read Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi Online
Authors: James Kahn
Vader, mientras tanto, se arrastraba como un animal herido hacia el Emperador.
En Endor, la batalla del bunker continuaba. Las tropas de asalto seguían fustigando a los Ewoks con sofisticada maquinaria, mientras que los vellosos y pequeños guerreros golpeaban a la tropas Imperiales con palos, derribaban Caminantes con pilas de troncos y haces de bejucos, y cazaban con lazos y redes a los pilotos de las motos-cohete.
Derribaron árboles sobre sus enemigos. Cavaron fosos que cubrieron con ramas y atrajeron, con añagazas, a los Caminantes, de modo que los torpes y pesados vehículos blindados cayeran para no levantarse más. Provocaron aludes de rocas. Condenaron un pequeño arroyo cercano y luego abrieron las compuertas, y así ahogaron a un gran número de tropas e inmovilizaron otros dos Caminantes. Se agrupaban y luego disolvían. Saltaban sobre los Caminantes y vertían bolsas de hirviente aceite de lagarto por las bocas de las armas. Utilizaban cuchillos, hondas y lanzas, y proferían aterradores gritos guerreros para confundir y restar ánimo al enemigo. Eran unos adversarios que no conocían el miedo.
Su ejemplo hizo que incluso Chewbacca fuera aún más osado. Estaba empezando a divertirse tanto balanceándose colgado de bejucos y machacando cabezas, que casi olvidó que poseía una pistola de láser.
En determinado momento se descolgó hasta el techo de un Caminante con Teebo y Wicket aferrados a su espalda. Aterrizaron con un fuerte golpe sobre el lomo del oscilante artilugio e hicieron tanto estrépito tratando de mantener el equilibrio, que uno de los soldados de asalto abrió la escotilla superior para ver qué sucedía. Antes que pudiera disparar su pistola, Chewie lo extrajo de la máquina y le lanzó contra el suelo. Wicket y Teebo inmediatamente se zambulleron por la escotilla y redujeron al otro soldado.
Los Ewoks conducen un Caminante Imperial del mismo modo que guían las motos-cohete: terriblemente mal, pero divirtiéndose mucho. Chewie casi fue arrojado del lomo varias veces, pero ni siquiera ladrando furiosamente a través de la escotilla producía algún efecto en los Ewoks; antes bien, se reían, chirriaban y atacaban a otra moto-cohete.
Chewie penetró en el interior del aparato. Le llevó medio minuto dominar los controles —la tecnología Imperial estaba bastante normalizada— y, luego, metódicamente y uno por uno, fue aproximándose a los otros y confiados Caminantes Imperiales, volándolos en pedazos. La mayoría no tenía ni la más mínima idea de lo que sucedía.
A medida que las gigantescas máquinas guerreras estallaban en llamas, los Ewoks adquirieron nuevas energías y corrieron tras el Caminante de Chewie. El Wookiee estaba inclinando el resultado de la batalla.
Mientras tanto, Han aún trabajaba furiosamente con los controles del panel. Los cables chisporroteaban cada vez que hacía una nueva conexión, pero la puerta seguía sin abrirse. Leia, agazapada tras él, disparaba, proporcionándole cobertura. Al fin, Han hubo de dirigirse a Leia.
—Échame una mano; creo que ya sé cómo funciona. Sujeta esto —solicitó.
Le tendió uno de los cables. Leia enfundó la pistola, cogió el cable y lo sostuvo en la posición correcta, mientras él acercaba dos más desde el extremo del panel.
—Allá vamos —dijo Han.
Los tres cables chisporrotearon, el contacto estaba hecho. Hubo un súbito y fuerte ruido metálico y una segunda puerta blindada cayó sobre la primera, doblando así la impenetrable barrera.
—Fantástico, ahora tenemos que traspasar dos puertas —musitó Leia.
En ese momento, fue alcanzada por un rayo láser y cayó al suelo. Han se abalanzó sobre ella.
—¡Leia, no! —gritó intentando contener la hemorragia.
—Princesa Leia, ¿está usted bien? —se inquietó Tres-peo.
—No es una herida tan terrible —denegó Leia con la cabeza—. Es...
—¡Quietos! —chilló una voz—. Un solo movimiento y ambos moriréis.
Inmovilizándose, miraron hacia arriba. Dos soldados de asalto, plantados tras ellos, los apuntaban sin mover un solo músculo.
—¡En pie! —ordenó uno—. ¡Las manos arriba!
Han y Leia se miraron entre sí con una profunda mirada dirigida a lo más hondo de sus seres y que buceó hasta los pozos de sus almas, durante unos instantes eternos en los que todo era percibido, comprendido, acariciado, compartido.
Solo señaló con la vista el arma enfundada de Leia y ella, subrepticiamente, la sacó, ocultándola a la vista de los soldados gracias a que Han se interponía bloqueando la visión.
Él volvió a mirar a los ojos de Leia, comprendiendo. Con una última y sentida sonrisa, Han susurró:
—Te amo.
—Lo sé —respondió ella simplemente.
El momento había pasado y, a una señal no hablada, Han saltó fuera de la línea de fuego, mientras Leia disparaba a los soldados de asalto.
El aire se llenó de fuego de láser: una brillante bruma rosa y naranja, semejante a una tormenta de electrones, llenaba el área junto a intensas ráfagas de fuego.
Al aclararse el humo, un enorme Caminante Imperial se aproximó y se detuvo frente a Han. Han alzó la vista para ver cómo los cañones láser del coloso le apuntaban directamente a la cara. Alzó los brazos y probó a dar un paso al frente, sin estar muy seguro de lo que iba a hacer.
—Quédate atrás —dijo suavemente a Leia, midiendo en su mente la distancia entre él y la máquina.
Justo entonces, la escotilla superior del Caminante se abrió de golpe y Chewbacca sacó la cabeza, sonriendo encantadoramente.
—Ahr Rahr —ladró el Wookiee.
Solo lo hubiera besado.
—¡Chewie! ¡Bájate de ahí! ¡Ella está herida! —Avanzó para saludar a su compañero, pero se detuvo a mitad de la zancada—. No, espera. Tengo una idea.
Las dos armadas espaciales, al igual que sus equivalentes marinas en otro tiempo y otra galaxia, flotaban inmóviles, nave frente a nave, mostrando sus costados erizados de armas y en línea de fuego.
Las maniobras heroicas —y algunas veces suicidas— marcaban el día. Un crucero Rebelde, con todo un lado ardiendo y envuelto en explosiones, entró en colisión con un Destructor Estelar Imperial antes de estallar totalmente, destruyendo a su vez el navío Imperial. Naves de carga repletas de materiales, eran lanzadas en cursos de colisión contra las fortalezas volantes y sus tripulaciones abandonaban, instantes antes, las naves buscando un destino incierto en el mejor de los casos.
Lando, Wedge, Líder Azul y Ala Verde intentaban aniquilar uno de los mayores Destructores: la principal nave de comunicaciones del Imperio. Ya había sido incapacitada por los cañonazos directos del crucero Rebelde, pero sus averías eran reparables y, por tanto, los Rebeldes tenían que atacar mientras el coloso aún lamía sus heridas.
El escuadrón de Lando avanzó sin disparar y con los motores a bajo régimen para evitar que el Destructor utilizara sus mayores armas contra ellos, ya que de ese modo los cazas se hacían prácticamente indetectables hasta ser visualizados directamente.
—Aumentad la potencia de los escudos reflectores frontales —radió Lando a su grupo—. Casi estamos encima.
—Estoy junto a ti —respondió Wedge—. Cerrad la formación, muchachos.
A alta velocidad, se zambulleron perpendicularmente al largo eje del navío Imperial, ya que las trayectorias verticales eran difíciles de rastrear. A veinte metros de la superficie, viraron bruscamente noventa grados y corrieron a lo largo del casco metálico, recibiendo disparos de cada tronera.
—El ataque inicial ha de realizarse sobre la principal torre de energía —avisó Lando.
—Tomo nota —respondió Ala Verde—. Me pongo en posición.
—Apartaos de las baterías frontales —avisó Líder Azul.
—Es una densa zona de fuego esa de ahí abajo.
—Estoy a tiro.
—La parte izquierda de la torre está severamente dañada —advirtió Wedge—. Concentrad el fuego en ese lado.
—Te seguimos.
—¡Estoy perdiendo potencia! —dijo Ala Verde, recién alcanzado por un disparo.
—¡Apártate: estás a punto de estallar!
Ala Verde descendió como si fuera un cohete y se estrelló contra las baterías frontales del Destructor. Tremendas explosiones retumbaron en el arco donde se albergaban las troneras.
—Gracias —dijo quedamente Líder Azul, mirando la conflagración.
—¡Esto abre el camino para nosotros! —vociferó Wedge—. Disminuid la velocidad: los reactores de energía están justo dentro de ese compartimento de carga.
—¡Seguidme! —exclamó Lando, virando el
Halcón
en un inclinado ángulo que tomó por sorpresa al horrorizado personal del reactor. Wedge y Azul le siguieron de cerca y todos juntos lograron la máxima destrucción posible.
—¡Impacto directo! —gritó Lando con júbilo.
—¡Allá va! —gritó otra voz.
—¡Tirad hacia arriba! ¡Tirad hacia arriba!
Elevaron los cazas brusca y velozmente, mientras el Destructor se veía envuelto en una serie creciente de explosiones, hasta que, finalmente, se asemejó a una pequeña estrella. Líder Azul fue cogido por la onda explosiva que lo lanzó violentamente contra una pequeña nave Imperial, que también estalló. Lando y Wedge pudieron escapar.
En el puente de la nave de mando Rebelde, el humo y los gritos llenaban la atmósfera. Ackbar localizó a Calrissian a través del intercomunicador.
—Las interferencias electrónicas se han acabado. Ya funcionan plenamente las pantallas —informó.
—¿Está conectado el escudo aún? —respondió Lando con una nota de anticipada desesperación en su voz.
—Me temo que sí. Parece que la unidad del General Solo no consiguió su objetivo.
—Hasta que no destruyan nuestra última nave, aún hay esperanzas —replicó Lando.
Han no fallaría. No podía fallar. Todavía tenían que acabar con la fatídica Estrella de la Muerte.
En la Estrella de la Muerte, Luke estaba casi inconsciente bajo el continuo asalto de los rayos del Emperador. Atormentado más allá de la razón, acometido por una debilidad que resecaba sus más íntimas esencias, no esperaba más que someterse a la nada hacia la que caía.
El Emperador sonrió torvamente al exhausto joven Jedi, mientras que Vader, al lado de su amo, luchaba por ponerse en pie.
—¡Joven loco! —Palpatine se mofó de Luke—. Sólo ahora, al final, comienzas a comprender. Tus pueriles habilidades no pueden competir con el poder del Reverso Oscuro. Has pagado un precio por tu falta de visión. Ahora, joven Skywalker, terminarás de pagarlo completamente. ¡Vas a morir!
Se rió demencialmente y, aunque no parecía posible para Luke, los rayos que manaban de los dedos del Emperador aumentaron de intensidad. El sonido rechinaba por toda la habitación y la brillantez asesina de las ráfagas era abrumadora.
El cuerpo de Luke decayó y, finalmente, se plegó bajo la espantosa barrera de luz. Dejó de moverse hasta parecer totalmente inánime. El Emperador siseó malévolamente.
En ese preciso instante, Vader brincó y aferró al Emperador desde atrás, sujetando los brazos de Palpatine. Más débil de lo que jamás había estado, Vader había yacido inmóvil durante los últimos minutos, concentrando toda la energía de su ser para ese único acto: la última acción de su vida..., si fallaba. Ignorando el dolor, ignorando su vergüenza y debilidad, sin hacer caso del ruido de los huesos de Palpatine al romperse, enfocó ciegamente toda su voluntad en su inmenso deseo de derrotar al demonio que albergaba el cuerpo del Emperador.
Palpatine luchó contra el abrazo insensible de Vader; sus manos aún arrojaban oleadas de energía en todas direcciones. En su salvaje forcejeo, los rayos rasgaron el habitáculo y rebotaron sobre Vader. El Señor Oscuro cayó de nuevo al suelo, mientras que las corrientes crepitaban sobre su casco, sobre su capa, penetrando hasta su corazón.
Pese a todo, Vader no soltó su presa y, tambaleándose, la arrastró por el puente situado sobre la negra sima que conducía al corazón energético de la Estrella de la Muerte. Sostuvo al aullante déspota por encima de su cabeza y, con las últimas gotas de su fuerza, lo arrojó al abismo.
El cuerpo de Palpatine, vomitando aún rayos de luz, giró fuera de control, rebotando en las paredes del pozo mientras caía. Finalmente desapareció, pero, instantes más tarde, se oyó una explosión lejana en el centro de la estación de combate. Un golpe de aire ascendió hasta el salón del trono.
El viento ondeó la capa de Vader, mientras él, tambaleándose, se derrumbó al lado del enorme agujero, intentando seguir a su amo y maestro. Luke, empero, se arrastró hasta su Padre y retiró al Señor Oscuro del borde de la sima, poniéndole a salvo.
Ambos yacieron en el suelo, entrelazados entre sí; demasiado débiles para moverse, demasiado conmovidos para hablar.
Dentro del bunker de Endor, los controladores Imperiales observaban en la pantalla principal la batalla entre Ewoks y tropas Imperiales que acontecía en el exterior. Aunque la imagen estaba desdibujada por la electricidad estática, la lucha parecía estar decayendo como en principio debía ser, ya que habían sido instruidos en la creencia de que los nativos de esa luna eran pacíficos e inofensivos.
Las interferencias de la pantalla empeoraron —probablemente otra antena averiada en el combate— cuando, de pronto, un conductor de un Caminante apareció en escena saludando excitadamente.
—¡Se acabó, Comandante! Los Rebeldes han sufrido una completa derrota y están huyendo, junto con los Ewoks, hacia la espesura. Necesitamos refuerzos para continuar la persecución.
El personal del bunker vitoreó, el escudo estaba a salvo.
—¡Abran la puerta principal! —ordenó el Comandante—. Y envíen tres escuadras de refuerzo.
La puerta del bunker se abrió y las tropas Imperiales se precipitaron al exterior, sólo para encontrarse rodeadas por una muchedumbre de Ewoks y Rebeldes agresivos y ensangrentados. Las tropas Imperiales se rindieron sin disparar un solo tiro.
Han, Chewie y cinco más corrieron hacia el bunker con varias cargas explosivas. Situaron las bombas de tiempo en once sitios estratégicos dentro y alrededor del generador, y salieron corriendo todo lo aprisa que pudieron.
Leia, dolorida por sus heridas, yacía bajo la sombra acogedora de unos arbustos distantes. Estaba impartiendo órdenes a los Ewoks para que éstos agruparan a los prisioneros en el lado opuesto del claro, lejos del bunker cuando Han y Chewie salieron como alma que lleva el diablo, buscando un punto donde protegerse. Al instante siguiente, el bunker estalló.