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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástica

Sueño del Fevre (36 page)

BOOK: Sueño del Fevre
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Jonathon Jeffers no contestó. Había adoptado una posición de esgrimista, avanzando lentamente sobre las puntas de los pies, obligando a Julian a retroceder hacia el camarote del capitán. Lanzó una estocada inesperada, pero Julian era demasiado rápido y se zafó de la espada. Jeffers chasqueó la lengua, impaciente. Damon Julian puso un pie en el interior del camarote y respondió con una carcajada que era casi un gruñido. Alzó sus pálidas manos y las abrió. Jeffers lanzó un nuevo ataque.

Y Julian arremetió también, con las manos extendidas.

Abner Marsh lo presenció todo. La estocada de Jeffers dio en el blanco y Julian no hizo ningún esfuerzo por evitarla. El arma le penetró justo por encima del escroto. Las pálidas facciones de Julian se encogieron y lanzó un grito de dolor, pero siguió avanzando. Jeffers le abrió el vientre casi ayudado por el propio Julian pero, antes de que el sorprendido sobrecargo tuviera tiempo de echarse atrás, Julian lanzó las manos adelante y asió a Jeffers por el cuello. Jeffers emitió un sonido horripilante y los ojos casi se le salieron de las órbitas; mientras trataba desesperadamente de desasirse, le saltaron las gafas de montura de oro y cayeron sobre la cubierta.

Marsh se lanzó hacia adelante y golpeó a Julian con el bastón, atizándole una lluvia de golpes en la cabeza y los hombros. Traspasado por el arma, Julian apenas parecía notar la herida. Torció con furia salvaje la cabeza de su víctima y se oyó un ruido como el de la madera al quebrarse. Jeffers dejó de moverse.

Abner Marsh lanzó el bastón con todas sus fuerzas, en un último golpe que le dio a Damon Julian justo en mitad de la frente, haciéndole tambalearse un instante. Cuando Julian abrió las manos, Jeffers cayó como un muñeco destrozado, con la cabeza torcida en un ademán grotesco.

Abner se retiró a toda prisa.

Julian se tocó la frente, como si midiera los efectos del golpe de Marsh. No había sangre, vio éste con desmayo. Aunque era un tipo fuerte, no tenía comparación con Hairy Mike Dunne, y un bastón de madera no era igual que una barra de hierro. Damon Julian le dio una patada al cuerpo de Jeffers para que soltara el apretón mortal de su mano sobre la empuñadura de la espada. Después, inclinándose, procedió a quitarse de su propio cuerpo la hoja llena desangre. Su camisa y sus pantalones estaban mojados y rojos, y se le pegaban al moverse. Lanzó la espada hacia un lado, sin esfuerzo, y esta dio vueltas y vueltas como una peonza mientras volaba sobre el río, antes de desvanecerse en las oscuras y movidas aguas.

Julian avanzó de nuevo, tambaleándose, dejando tras sí huellas sangrientas sobre la cubierta. Pero avanzaba.

Marsh retrocedió ante él. No había manera de matarlo, pensó presa del pánico; no había nada que hacer. Joshua y sus sueños, Hairy Mike y su barra de acero, el señor Jeffers y su espada. Ninguno de ellos podía tomarle la medida a aquel Damon Julian. Marsh subió gateando la corta escalera que conducía a la cubierta superior y echó a correr. Jadeando, se apresuró hacia proa, hacia la escalera de cámara que llevaba de la cubierta superior a la de paseo, donde encontraría gente y seguridad. Advirtió que la oscuridad estaba cerca. Dio tres grandes zancadas escaleras abajo y de inmediato se asió con fuerza al pasamanos y retrocedió, tras un brusco frenazo.

Sour Billy Tipton y cuatro de ellos subían hacia donde él estaba.

Abner Marsh se volvió y subió. Tenía que precipitarse a tocar la campana, pensó desesperadamente. Tocar la campana para pedir ayuda... pero Julian ya había conseguido bajar de la cubierta superior y le cerraba el paso. Por un instante, Marsh se quedó quieto, muerto de desesperación. No tenía escapatoria; estaba atrapado entre Julian y los otros, y desarmado, si se prescindía del maldito e inútil bastón. De todos modos aquello no importaba: nada podía herirles, luchar con ellos era inútil. Pensó en entregarse. Julian lucía una sonrisa fina y llena de crueldad mientras avanzaba. Marsh vio mentalmente cómo aquel rostro blanquecino descendía sobre el suyo con los dientes al descubierto, los ojos brillantes enfebrecidos y la sed, aquella sed roja, antigua e invencible. Si le hubieran quedado lágrimas, se hubiera echado a llorar. Descubrió que no podía mover los pies de donde estaban clavados, incluso el bastón se le hizo insoportablemente pesado.

En aquel instante, lejos, procedente de la parte alta del río, tras un recodo, apareció otro gran vapor de palas laterales. Abner Marsh no lo habría advertido siquiera, pero el piloto sí lo vio y la sirena del
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emitió su chillido para indicarle que, cuando se cruzaran, tomaría el costado de babor. El agudo chillido de la gran sirena sacó a Marsh de su inercia y le hizo alzar la mirada. Vio las luces lejanas del barco que se acercaba y los fuegos que surgían de lo alto de sus chimeneas imponentes, y el cielo casi negro abierto encima de ellas, y el leve resplandor en la distancia de unos relámpagos que iluminaban las nubes desde su interior, y el río negro e interminable, el río que era su hogar, su trabajo, su amigo y su peor enemigo, y el consorte voluble, brutal y amoroso de las naves que surcaban sus aguas. El río fluía como siempre lo había hecho, y no sabía nada ni le importaba nada Damon Julian y toda su raza. Nada significaba para él el pueblo de la noche, pues cuando todos estuvieron muertos y olvidados, el viejo diablo del río seguiría fluyendo, formando nuevos canales, inundando ciudades y cosechas, dando origen a otras y aplastando entre sus dientes un barco tras otro para escupirlos después hechos astillas.

Abner Marsh se movió entonces a una posición desde la cual se divisaba la parte superior de los grandes tambores de las palas. Julian iba tras él.

—Capitán —le gritó con voz forzada pero aún seductora. Marsh no le hizo caso. Se subió de un salto al tambor de babor con una fuerza nacida de la necesidad, una fuerza que ni él mismo sabía que tenía. Bajo sus pies giraba la gran rueda. La notaba haciendo vibrar la madera, la oía con su constante chunkachunka. Avanzó hacia adelante con cuidado, evitando caer en un mal lugar donde las palas le pudieran arrastrar bajo la rueda y destrozarle. Miró hacia abajo. Ya casi no había luz y el agua parecía negra, pero por donde el
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acababa de pasar se veía el agua agitada y burbujeante. El resplandor de los hornos del barco la iluminaba de un rojo intenso, de modo que parecía sangre hirviendo. Abner Marsh se quedó mirándola y le entró un escalofrío. Más sangre, pensó, más maldita sangre. No podía librarse de ella, de ningún modo. El martilleo de las palas del vapor sonaba a sus oídos como un trueno. Sour Billy Tipton apareció también en lo alto del tambor y se acercó a Abner con aire amenazador.

—El señor Julian te ordena que vayas, gordo —decía Billy—. Vamos, ya has llegado lo más lejos que se puede.

Con estas palabras, sacó su cuchillo y sonrió. Sour Billy Tipton tenía una sonrisa realmente aterrorizadora.

—No es la sangre —dijo Marsh en voz alta—. Sólo es el maldito río.

Y asiendo todavía su bastón, inspiró profundamente y se lanzó desde la altura. Llegaron a sus oídos las maldiciones de Sour Billy cuando se hundió entre las aguas.

CAPÍTULO VEINTE
A bordo del vapor
SUEÑO DEL FEVRE
, río Mississippi, agosto de 1857

Raymond y Armand sostenían entre ellos a Damon Julian cuando Sour Billy saltó del tambor de las palas. Julian tenía el aspecto de haber estado degollando un cerdo, pues sus ropas estaban empapadas de sangre.

—Le has dejado escapar, Billy —dijo Julian en un tono frío que puso nervioso a Sour Billy.

—Está liquidado —insistió Billy—. Las palas le arrastrarán y le destrozarán, o se ahogará. Debería haber visto el golpe que se dio contra el agua, con su gran panza por delante. Ya no tendrá que ver sus verrugas nunca más.

Mientras hablaba, Sour Billy miró a su alrededor y no le gustó ni un ápice el panorama. Julian estaba todo ensangrentado, un reguero rojo bajaba los escalones de la cubierta superior y aquel elegante sobrecargo en el porche de la cubierta, se veía medio colgado de la barandilla y aún sangrando por la boca.

—Si me fallas, Billy, nunca serás como nosotros —le dijo Julian—. Espero, por tu bien, que esté muerto. ¿Comprendes?

—Sí —asintió Billy—. ¿Qué ha sucedido, señor Julian?

—Me atacaron, Billy. Nos atacaron, más bien. Según el bueno del capitán, han matado a Jean. Le redujeron a pulpa su maldita cabeza, creo que fue esa la frase que utilizaron —dijo con una sonrisa—. Marsh, el infeliz de su sobrecargo y alguien llamado Mike son los responsables.

—Hairy Mike Dunne —dijo Raymond Ortega—. Es el primer oficial del
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, Damon. Un tipo grande, estúpido y grosero. Se ocupa de gritarles a los negros y golpearles.

—Ah —murmuró Julian. Después, se volvió a Raymond y Armand—. Dejadme. Ya me encuentro mejor y puedo sostenerme solo.

La luz del crepúsculo se había convertido en plena oscuridad.

—Damon —le advirtió Vincent—, la guardia cambiará a la hora de la cena y los tripulantes vendrán a sus camarotes. Debemos hacer algo. Debemos abandonar el barco, o nos descubrirán.

Mientras hablaba, Vincent tenía la mirada puesta en la sangre y en el cuerpo de Jeffers.

—No —dijo Julian—. Billy lo limpiará todo, ¿verdad, Billy?

—Sí —respondió éste—. Y al sobrecargo lo enviaré a reunirse con su capitán.

—Hazlo pues, Billy, en lugar de decirme que lo harás —replicó Julian con una sonrisa helada—. Y luego ve al camarote de York. Me retiraré allí ahora. Necesito cambiarme de ropa.

Sour Billy Tipton tardó veinte minutos en eliminar todo rastro de la lucha en la cubierta superior. Trabajaba con precipitación, consciente de la posibilidad de que alguien saliera de su camarote o subiera las escaleras. Sin embargo, la oscuridad se había intensificado, lo cual era una ayuda. Dejó el cuerpo de Jeffers sobre la cubierta, después lo puso sobre el tambor de las palas con ciertas dificultades —el sobrecargo era más pesado de lo que Billy hubiera imaginado nunca— y lo lanzó. La noche y el río lo engulleron y el ruido que hizo al chocar contra el agua no tuvo la menor similitud con el que había hecho el capitán; se fundió simplemente con el poderoso rugido de las palas. Sour Billy acababa de quitarse la camisa y empezaba a limpiarse la sangre cuando la suerte llegó en su ayuda: la tormenta que se venía preparando desde la tarde estalló al fin. Los truenos retumbaron en sus oídos, los relámpagos surcaron el aire, como navajas, hasta el río y la lluvia empezó a caer con fuerza. Una lluvia limpia, fría, martilleante, que se estrellaba contra la cubierta empapando a Billy hasta los huesos y limpiando todos los restos de sangre.

Sour Billy chorreaba todavía cuando al fin entró en el camarote de Joshua York sosteniendo en una mano su camisa, antes tan lujosa y ahora convertida en una pelota de trapo.

—Solucionado —dijo.

Damon Julian estaba sentado en el cómodo sillón de cuero. Se había cambiado de ropa y llevaba ahora unas más ligeras. Tenía una copa en la mano y parecía tan fuerte y saludable como siempre. Raymond estaba de pie a su lado, Vincent tenía una pierna sobre el escritorio, Armand ocupaba el otro sillón, Kurt estaba sentado en la silla del escritorio y Joshua York sobre la cama, con la vista fija en sus pies, la cabeza agachada y la piel blanca como polvo de yeso. Sour Billy pensó que parecía un perro apaleado.

—¡Ah, Billy! —dijo Julian—. ¿Qué haríamos sin ti?

—Mientras permanecía ahí fuera he estado pensando, señor Julian —dijo Sour Billy—. Según lo veo, tenemos dos posibilidades. Este barco cuenta con una yola, una barca pequeña para lanzar sondas y cosas así. Podemos meternos en ella y desaparecer. O bien, ahora que la tormenta ha estallado, podríamos esperar simplemente a que el piloto decida amarrar y entonces bajamos a tierra. No estamos lejos de Bayou Sara, y quizá nos detengamos allí.

—No tengo ningún interés en Bayou Sara, Billy. No tengo ningún interés en deshacerme de este excelente vapor. El
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es nuestro ahora. ¿No es cierto, Joshua?

El aludido levantó la cabeza.

—Sí —dijo, con una voz tan débil que apenas resultó audible.

—Es muy peligroso —insistió Sour Billy—. Han desaparecido el capitán y el sobrecargo. ¿Qué van a pensar los demás? Cuando los echen en falta, habrá que responder a más de una pregunta. Y para que eso suceda ya casi no falta nada.

—Billy tiene razón, Damon —le apoyó Raymond—. Yo he estado a bordo de este barco desde Natchez. Los pasajeros vienen y van, pero la tripulación... Aquí estamos en peligro. Nosotros somos los extraños, los desconocidos, y todos sospechan de nosotros. Cuando se echen de menos a Marsh y Jeffers, seremos los primeros a quienes investigarán.

—Y además está ese primer oficial —añadió Billy—. Él ayudó a Marsh, él lo sabe todo, señor Julian.

—Mátale, Billy.

Billy tragó saliva, inquieto.

—Supongamos que lo mato, señor Julian. No creo que eso sirva de mucho. Se darán cuenta de que falta él también, y hay más gente a sus órdenes, todo un ejército de negros y de estúpidos alemanes y de grandes suecos. Nosotros, en cambio, sólo somos veinte, y durante el día sólo estoy yo. Tenemos que salir del barco, y cuanto antes mejor. No podemos enfrentarnos a la tripulación y, si lo hiciéramos, seguro que yo solo no podría. Tenemos que irnos.

—Nos quedamos. Son ellos quienes deben tenernos miedo, Billy. ¿Cómo quieres llegar a ser uno de los amos si todavía piensas como un esclavo? Nos quedamos.

—¿Qué haremos cuando se descubra que Marsh y Jeffers no están? —preguntó Vincent.

—¿Y qué hay del primer oficial? Es una amenaza —añadió Kurt.

Damon Julian se quedó mirando a Sour Billy y sonrió.

—¡Ah! —exclamó. Tomó un trago y continuó—. Bueno, dejaremos que Sour Billy se encargue de esos pequeños problemas por nosotros. Billy nos mostrará lo listo que es, ¿verdad, Billy?

—¿Yo? —Sour Billy Tipton se quedó boquiabierto—. Yo no sé...

—¿Verdad, Billy? —insistió Julian.

—Sí —respondió enseguida Billy—. Sí.

—Yo puedo resolver esto sin más derramamiento de sangre —intervino Joshua York con un asomo de su anterior firmeza en la voz—. Todavía soy capitán a bordo de este barco. Déjeme despedir al señor Dunne y a todos los demás tripulantes que puedan constituir un peligro. Es posible lograr que abandonen el
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sin violencias. Ya ha habido bastantes muertes.

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