Authors: Henning Mankell
—No tomo té.
Jesper Humlin pensó en su nombre y se sorprendió.
—¿Qué quieres tomar?
—Café.
La muchacha se sentó en una silla y le siguió con la mirada. Cada vez que la miraba sonreía. Pensó que era una de las mujeres más hermosas que había visto. Sin embargo, todavía le resultaba difícil precisar qué edad tenía. Podía estar entre los diecisiete y los veinticinco años. Era de piel muy oscura, tan negra que casi tiraba a azul. Tenía el pelo recogido en largas trenzas sueltas. No iba nada maquillada. Llevaba un anorak que no se quitó, ni siquiera se lo abrió a pesar del calor que hacía en la cocina. Calzaba zapatillas deportivas con cordones de distintos colores.
Cuando el café estuvo preparado, Jesper Humlin se sentó enfrente de ella. Estaba sentada en el sitio de Andrea. Eso le preocupó y le excitó a la vez. Sentía una y otra vez el impulso de tocar su cara, comprobar con las yemas de los dedos si el rostro de ella estaba cálido o frío.
—¿Cómo has conseguido mi dirección?
—No ha sido difícil.
—¿Te la ha dado Pelle Törnblom?
Se quedó boquiabierta y no contestó.
Se oyó un golpe en la puerta de entrada. «Andrea», pensó horrorizado. «Ahora va a estallar el infierno aquí.» Pero no llegó nadie. Más tarde, cuando Tea-Bag abandonó su apartamento, vio el papel que habían dejado en el buzón del correo. «Revisión de las instalaciones de ventilación de los inquilinos.»
—Te has tomado la molestia de buscarme. Además has viajado desde Gotemburgo. Eso significa que quieres algo.
Tea-Bag se sentó en silencio un momento moviendo los dedos. Luego dijo algo en un idioma extranjero.
—Eso no lo he entendido.
—Tengo que hablar mi idioma antes de hablar el tuyo. Abro una puerta.
—¿Qué has dicho?
—Una vez, cuando era pequeña, sube un mono a mi espalda.
Jesper Humlin se quedó esperando a que continuara, cosa que no ocurrió.
—¿Puedes repetir eso?
—Has oído lo que he dicho. «Una vez, cuando era pequeña, sube un mono a mi espalda.»
—No se dice «sube». Se dice «se subió».
—No se subió. Hizo otra cosa.
—¿Se quedó atrapado?
—No.
—¿Saltó?
—No.
Jesper Humlin buscó entre los verbos.
—Tal vez trepó.
Tea-Bag vació la taza de café rápidamente y se puso en pie.
—¿Vas a marcharte? —preguntó asombrado.
—Eso es lo que quería saber.
—¿Qué?
—Que el mono trepó.
De repente se puso nerviosa. Al mismo tiempo, Jesper Humlin no podía ocultar su curiosidad.
—Debes entender que tenga dudas. Vienes de Gotemburgo para preguntarme acerca de una sola palabra.
Se sentó de nuevo, esta vez indecisa, sin desabrocharse todavía el grueso anorak.
—¿Realmente te llamas Tea-Bag?
—Sí. No. ¿Qué importa?
—No es del todo insignificante.
—Taita.
—¿Taita? ¿Es tu apellido?
—El de mi hermana.
—¿Tu hermana se llama Taita?
—No tengo hermanas. No preguntes más.
Jesper Humlin no preguntó más. Tea-Bag miró la taza de café vacía y él supuso que tendría hambre.
—¿Quieres comer algo?
—Sí.
Le preparó unos bocadillos. Ella se abalanzó sobre la comida. Jesper Humlin no dijo nada mientras ella comía. En vez de eso, trató de recordar qué horario de trabajo tenía Andrea ese día. Preocupado, le parecía oír continuamente que ella introducía la llave en la cerradura. Tea-Bag comió hasta acabar con todo lo que le había preparado.
—¿Así que vives en Gotemburgo?
—Sí.
—¿Por qué has viajado hasta aquí?
—Para preguntarte acerca de esa palabra.
«Por supuesto, eso no es cierto», pensó Jesper Humlin. «Pero no voy a presionarla. Cuando llegue el momento, aparecerá.»
—¿De dónde eres realmente?
—De Kazajstán.
—¿De Kazajstán?
—Soy kurda.
—No pareces kurda.
—Mi padre era de Ghana, pero mi madre era kurda.
—¿Ya no viven?
—Mi padre está en la cárcel y mi madre desapareció.
—¿Cómo que «desapareció»?
—Se metió en un contenedor y desapareció.
—¿Qué quieres decir con que se metió en un contenedor?
—Tal vez era un templo. No lo recuerdo.
Jesper Humlin trató de interpretar sus particulares respuestas, lograr que encajaran las distintas piezas. Pero no lo consiguió.
—¿Entonces estás aquí como fugitiva?
—Quiero vivir en tu casa.
Jesper Humlin se sobresaltó.
—No puede ser.
—¿Por qué?
—Simplemente no puede ser.
—Puedo dormir en la escalera.
—No es adecuado. ¿Por qué no quieres vivir en Gotemburgo? Tienes allí a tus amigos. Leyla es amiga tuya.
—No conozco a nadie que se llame Leyla.
—¿Cómo que no? Fue la que te llevó al club de boxeo.
—No me llevó nadie. Fui yo sola.
De repente, su sonrisa se había apagado. Jesper Humlin empezó a sentirse incómodo. No podía ser cierto que hubiera viajado a Estocolmo solamente para preguntarle qué verbo sueco era el más adecuado para describir los movimientos de un mono por la espalda de una persona. No encontraba ningún sentido a lo que ella decía, ni tampoco a sus palabras ni a la amplia sonrisa que iba y venía como una ola que avanzaba lentamente por su rostro.
—¿En qué piensas?
—Pienso en el barco que se hundió. En todos los que se ahogaron. Y en mi padre que está sentado en el tejado de la choza y no quiere bajar.
—¿Y esa choza está en Ghana?
—En Togo.
—¿Togo? Creía que venías de África.
—Vengo de Nigeria. Pero es un secreto. El río llevaba el agua clara que bajaba de la montaña. Un día, un mono trepó por mi espalda.
Jesper Humlin tuvo la impresión de que la muchacha que estaba sentada a su mesa parecía desconcertada.
—¿Qué hacía ese mono aparte de trepar por tu espalda?
—Desapareció.
—¿Eso fue todo?
—¿No es suficiente?
—Probablemente lo es. Pero, por supuesto, me pregunto por qué es tan importante ese mono.
—¿Eres tonto?
Jesper Humlin la observó con minuciosidad. No le había gustado su último comentario. Ninguna negra, por más bonita que tuviera la sonrisa, podía permitirse estar sentada en su cocina y afirmar que era tonto.
—¿Por qué has venido aquí en realidad?
—Quiero vivir aquí.
—No puede ser. No sé quién eres. No sé qué haces. No puedo acoger a personas que se instalan de cualquier modo.
—Soy fugitiva.
—Espero que hayas sido bien recibida.
—Nadie sabe que estoy aquí.
Jesper Humlin la miró en silencio.
—¿Has venido de forma ilegal?
Ella se levantó bruscamente sin contestar y salió de la cocina. Jesper Humlin se quedó escuchando por si oía cerrarse la puerta o cualquier otro ruido que revelara que había ido al cuarto de baño. Pero todo estaba en silencio. «Completamente en silencio», pensó poniéndose en pie. Tal vez estaba robando algo. Entró en el cuarto de estar. Vacío. La puerta del cuarto de baño estaba entreabierta. Continuó hasta su estudio, sin encontrarla. Luego abrió la puerta del dormitorio.
Ahora se había quitado el añórale. Estaba tirado en el suelo. Pero se había quitado también el resto de la ropa. Su negra cabeza resaltaba sobre la almohada blanca. Se había colocado en el lado de Andrea. Jesper Humlin se quedó helado. Si llegaba Andrea, no habría ninguna explicación posible que pudiera convencerla de que en realidad él no había contribuido a que una fugitiva que probablemente era ilegal estuviera tumbada en la cama. En el lado de ella.
Jesper Humlin vio ante sí llamativos titulares de periódico. Primero había dado unas palmadas en la mejilla a una chica inmigrante y le habían derribado de un golpe. Si Tea-Bag empezaba ahora a gritar y a afirmar que él la había obligado a meterse en la cama, todos los periodistas del país irían a buscarlo en manada, y lo harían pedazos. Fue hacia ella. Estaba tumbada con los ojos cerrados.
—¿Qué estás haciendo? ¡No puedes ir y acostarte en mi cama! Además, estás en el lado de Andrea. ¿Qué crees que opinaría ella de esto?
No recibió respuesta. Repitió su pregunta y notó que empezaba a sudar. Andrea podía aparecer en cualquier momento. Su horario de trabajo cambiaba continuamente. La zarandeó. No hubo reacción. Se preguntó cómo podía dormirse nada más poner la cabeza sobre la almohada. Pero no se estaba haciendo la interesante. Se había dormido de verdad. La sacudió con fuerza. Irritada, balbuceó algo sin llegar a despertar, abrió los brazos y le dio un golpe en la mejilla que el hombre llamado Haiman ya había señalado con su puño.
Sonó el teléfono. Jesper Humlin se sobresaltó como si hubiera recibido una descarga. Se apresuró a contestar. Era Andrea.
—¿Por qué ese jadeo?
—No jadeo. ¿Dónde estás?
—Sólo quería decirte que voy a ir a una conferencia.
—¿Qué conferencia? ¿Durará mucho?
—¿Por qué preguntas si va a durar mucho?
—Como es natural, quiero saber cuándo vas a venir. Y si vas a venir o voy a ir a tu casa. Ya sabes que no me gusta andar solo por aquí.
—No sé nada de eso. Voy a escuchar una conferencia de unos poetas jóvenes. Tú también deberías hacerlo. Espero conseguir inspiración para el libro que voy a empezar a escribir.
—No quiero que escribas un libro sobre nuestra vida privada.
—Iré a tu casa cuando termine.
—¿Cuándo será?
—¿Cómo voy a saberlo?
Jesper Humlin percibió que ella empezaba a sospechar.
—Pensaba que tal vez podríamos cenar juntos. Si supiera cuando llegas podría preparar la cena.
—No antes de las nueve.
Jesper Humlin respiró. Eso le daba tres horas para echar a la muchacha del apartamento. No le gustaba que Andrea escuchara otras poesías además de las que él le leía. Pero ahora precisamente había sido salvado por varios poetas jóvenes cuyos poemas seguramente no se entendían pero que esta vez cumplían una función muy práctica. Colgó el auricular y volvió al dormitorio.
Ella se negaba a despertarse aunque le tocó los hombros. Se sentó en el borde de la cama tratando de entender qué estaba pasando realmente. ¿Quién era? ¿Por qué había venido? ¿De qué mono hablaba? Vio el anorak y los pantalones de ella. Sintió el impulso de levantar el edredón con cuidado y comprobar si estaba desnuda. Pero resistió la tentación. Le registró los bolsillos. Lo primero que le sorprendió fue que no había ni llaves ni dinero alguno. Para él era un misterio total que una persona pudiera existir sin llaves ni dinero. En el bolsillo interior del anorak encontró una pequeña funda de plástico. Allí había un pasaporte de Sudán, expedido a nombre de Florence Kanimane. La fotografía representaba a Tea-Bag. Conforme pasaba las hojas, no encontró sello alguno. Y menos aún algún visado a Suecia. ¿Pero acaso no había hablado de Ghana y de Togo? ¿Y de Kazajstán? ¡Además había afirmado que era kurda!
Lo único que encontró en el pasaporte fue un asqueroso insecto muerto y disecado, además de una flor amarilla aplastada. Parecía un corazón. Un corazón prensado. Pensó en el corazón que había dibujado la silenciosa Tanja. Aparte del pasaporte, en la funda de plástico había una fotografía en blanco y negro gastada y deteriorada. Era la imagen de una familia africana, un hombre, una mujer y seis niños. La foto había sido tomada en el exterior, con una choza en el fondo. El sol debía de estar muy alto en el cielo cuando se tomó la foto, ya que no había ninguna sombra. Se veía tan borrosa que Jesper Humlin no pudo precisar, a pesar de haber encendido las lámparas de la habitación, si alguno de los niños era Tea-Bag. O Taita. O Florence, que era la última aportación a la lista de nombres.
Además del pasaporte y la fotografía, la funda de plástico contenía un trozo de papel doblado arrancado de un cuaderno. En él aparecía escrito «Suecia» y el nombre «Per». Nada más. Cuando leyó el papel, pudo leer en el sello que se ve al trasluz: «Madrid». Arrugó la frente. ¿Quién era en realidad esta mujer, que primero le había hecho una pregunta en Mölndal, luego se había sentado en su escalera y ahora estaba tumbada en su cama?
Revisó su ropa una vez más y sólo encontró arena. «Tengo ante mí una historia», pensó. «Una muchacha que probablemente está de modo ilegal en Suecia y que habla de un mono, una muchacha de cuyo nombre no puedo estar seguro y que no lleva ni dinero ni llaves en los bolsillos.» Se sentó con cuidado en el borde de la cama. Ella dormía profunda y tranquilamente. Con mucho cuidado, pasó las yemas de sus dedos por una de sus mejillas. Estaba muy caliente. Miró el reloj. Las seis menos diez minutos. Podía dejarla dormir una hora. Luego tenía que despertarla y conseguir que saliera del apartamento.
Sonó el teléfono. Fue a la sala de estar y escuchó cuando se puso en marcha el contestador. Era Viktor Leander. «Me pregunto qué estás haciendo. Deberíamos encontrarnos. Llámame o contesta si estás en casa. Creo que estás ahí.»
Jesper Humlin no contestó. Se sentó en una silla y trató de imaginarse cómo sería descubrir de repente que tienes un mono trepando por la espalda. Su fantasía no era suficiente. No sentía ningún mono en la espalda.
No la oyó salir del dormitorio. Ella se movía sin hacer ruido.
—¿Por qué te acostaste?
—Estaba cansada. Pienso marcharme ahora mismo.
—¿Quién eres en realidad?
—Tea-Bag.
Él dudó.
—Tu pasaporte se salió del bolsillo mientras dormías. No pude evitar ver que en él te llamas Florence.
Ella se rió muy alto, como si él hubiera dicho algo gracioso.
—Está falsificado —dijo contenta.
—¿Dónde lo has conseguido?
—Lo compré en el campamento. En la playa.
—¿En qué campamento? ¿En qué playa?
Entonces ella empezó a contar. Cómo había llegado a tierra en la costa española y fue atrapada por guardias armados y perros policía que parecían albinos...
Hasta la lengua que les colgaba de la boca era blanca. No sé cuánto tiempo pasé en ese campamento. Tal vez muchos años, tal vez, en realidad, nací allí y la playa que había al otro lado de la verja fue la sábana donde mi cuerpo recién nacido sintió el suelo y la tierra y la arena por primera vez. No sé cuánto tiempo estuve allí, y eso es algo que tampoco quiero saber. Pero al final, una mañana en la que mi desesperación era mayor que antes, bajé hasta la cerca y tiré todas las piedras, y vi cómo se esparcían igual que un abanico de días y noches perdidos y luego las arrastraban las olas.