Authors: Henning Mankell
—Sabes quién soy. Ya no voy a contestar más preguntas. No abras si llaman a la puerta. No contestes el teléfono. Volveré dentro de unas horas.
—No puedo estar en un apartamento en el que pueden entrar personas extrañas en cualquier momento.
—No vuelven hasta la semana próxima. Leyla tiene un primo que trabaja en la agencia de viajes en la que compraron los billetes.
—Me pone nervioso estar aquí.
—¿Cómo crees que me pongo yo de pensar continuamente que si me encuentra la policía me van a expulsar del país?
Jesper Humlin no supo qué contestar.
—¿Hay algún sitio en el que pueda tumbarme a descansar?
—Hay camas en todas las habitaciones. Los Yüksel son una familia numerosa.
Tanja desapareció. Jesper Humlin recorrió en silencio el apartamento de la familia Yüksel y se echó en la cama que había en una habitación que, por las imágenes de futbolistas que había en las paredes, debía de ser de un hijo adolescente. Se tapó con una manta hasta la barbilla y pensó que estaba en medio de algo que no hubiera podido imaginar ni siquiera en un acceso de fiebre. Luego se durmió.
La taza de café estaba vacía. La llevó a la cocina. Luego volvió al cuarto de estar. Se quedó de pie y dejó que la mirada vagara por las paredes. En un estante había una gran cantidad de fotos en marcos dorados. Niños de distintas edades, la foto de una boda, un hombre en uniforme. Sobre la repisa colgaba una bandera que supuso era la turca. «Me encuentro en medio de un gran relato», pensó. «Todo lo que me ocurre, todo lo que estas muchachas me cuentan o no, lo que hacen o dejan de hacer, tal vez pueda constituir una historia que nunca ha sido contada. Tea-Bag desaparece Dios sabe dónde, los perros policía entran corriendo en un local de boxeo vacío. Estoy en un apartamento que pertenece a una familia turca. Aquí vive también, al menos por el momento, una chica que en realidad no existe, que se oculta en las distintas cuevas que puede encontrar, detrás de distintas identidades. Una muchacha que tal vez se llame Tanja y que sobrevive robando o como carterista.»
Empezó a buscar con cuidado papel y un bolígrafo en los cajones de la familia Yüksel. Habían pasado tantas cosas durante la última semana que debía tomar notas para no perder el control de todas aquellas sensaciones. Encontró un cuaderno y un lápiz, se sentó a la mesa de cocina y empezó a anotar. Luego pensó que era mejor que informara a Andrea de que realmente tenía previsto llegar a casa por la noche, aunque fuera tarde. Dejó un mensaje en el contestador de ella sin sentirse incómodo al usar un teléfono robado. Antes de volver a las anotaciones llamó también a su agente de Bolsa.
—Burén al habla.
—¿Cómo es que de repente empiezas a contestar cada vez que llamo?
—¿Has cambiado de número de teléfono? Creía que era otra persona.
Jesper Humlin se sobresaltó.
—Entonces, ¿si hubieras visto que quien llamaba era yo no habrías contestado? ¿No era yo uno de tus clientes?
—Lo eres.
—No lo parece. Un buen amigo me ha prestado el teléfono. No tienes que guardar el número. No volveré a utilizar este teléfono.
—Guardo todos los números. Van automáticamente a mi memoria de ordenador. ¿Qué querías?
—No quiero que guardes este número. ¿No oyes lo que digo?
—Oigo lo que dices. ¿Qué quieres?
—Quiero saber cómo van mis acciones.
—Si no sufrimos un descenso creo con absoluta convicción que podemos esperar un ascenso.
—Quiero que me contestes una pregunta con total sinceridad. ¿Voy a recuperar alguna vez el dinero que he invertido en la Bolsa?
—A su debido tiempo.
—«¿A su debido tiempo?» ¿Eso cuánto tiempo es?
—Dentro de unos cinco o diez años. A propósito, acabo de empezar la parte central de mi novela.
—No me interesa tu novela. Me interesan mis acciones. Me has engañado.
—Siempre conlleva riesgos dejar que la avaricia pueda más que tú.
—Daba la sensación de que me impedías que vendiera.
—Tengo la obligación de aconsejarte lo mejor que puedo.
Jesper Humlin notó que estaba cayendo en una trampa a causa de los escurridizos comentarios de Burén. Terminó la conversación sin decir nada más. «Anders Burén es un tema en sí mismo para una gran novela», pensó con rabia. «La distancia entre su mundo y el de estas muchachas de Stensgården es como un universo en expansión. La distancia aumenta cada minuto que pasa. Si los pusiera en contacto, ¿de qué podían hablar entre sí viviendo en mundos tan distantes?»
Se inclinó sobre las anotaciones que había empezado a tomar. Se oyó chirriar la puerta de la calle. Contuvo el aliento sintiendo que el corazón le latía con fuerza en el pecho. «La familia Yüksel», pensó. «Con una semana de antelación. Va a entrar en tropel una gran familia turca preguntándose quién es el que está sentado a la mesa de su cocina.»
Era Tanja la que llegaba. Lo miró interrogante. «Puede ver mi miedo», pensó Jesper Humlin. «Si hay algo que puede percibir es la inseguridad de las personas, pues ella convive con la inseguridad continuamente.» Tanja vació su mochila. Aparte de las piñas, los chupetes y los diminutos iconos estaba llena de teléfonos móviles. Había siete sobre la mesa que tenía ante sí.
—Puedes elegir el que quieras.
—¿Dónde has robado esto?
—En la comisaría.
Jesper Humlin se quedó mirándola.
—¿En la comisaría?
—No me gustó pasar la noche allí encerrada. Necesitaba vengarme. Volví y cogí algunos teléfonos para mí.
—¿Estos teléfonos pertenecen a policías?
—Sólo a oficiales. Y a un fiscal. Llévatelos todos. Si tenemos suerte no los bloquearán hoy.
—No quiero teléfonos que hayas robado tú. Y menos que sean de policías.
La vio ponerse triste por un momento. Luego volvió otra vez ese destello peligroso de sus ojos. Antes de que dijera algo más, ella le puso uno de los teléfonos en la mano.
—Toma éste. Contesta cuando suene.
—De ninguna manera. ¿Cómo voy a explicar quién soy?
Ella abandonó la cocina. La puerta de la calle volvió a cerrarse en silencio. Poco después sonó el teléfono. Dudó antes de contestar. Era Tanja.
—Soy Irina.
—¿Por qué dices que te llamas Irina? ¿Dónde estás?
—Puedes verme por la ventana del cuarto de estar.
Fue hacia allí. Tanja estaba fuera y parecía un pequeño punto en el barrizal que cubría el césped.
—Te veo. ¿Por qué tenemos que hablar por teléfono?
—Porque me siento más tranquila así.
—¿Por qué dices que te llamas Irina?
—Porque es mi nombre.
—¿Entonces quién es Tanja? ¿Y Natalia, Tatjana e Inez?
—Intento imaginar que son mis nombres artísticos.
—Los actores tienen nombres artísticos. No los ladrones.
—¿Te burlas de mí?
—Sólo intento entender por qué tienes tantos nombres.
—¿Cómo te las arreglas en este mundo si no estás dispuesto a renunciar a algo? ¿Al nombre, por ejemplo?
—Todavía no sé cuál es tu nombre verdadero.
—¿Sabes cómo llegué a Suecia?
La pregunta le sorprendió. La voz de ella sonó distinta de repente, no tan dura e inaccesible como antes.
—No, no lo sé.
—Remando.
—¿A qué te refieres?
—¿Puedo referirme a muchas cosas? Remé hacia Suecia.
—¿Desde dónde?
—Desde Tallin.
—¿Remaste desde Estonia hasta Suecia? ¡No es posible!
¿Llegué aquí o no? Tuve que remar. No me quedaba elección. No me había atrevido a intentar pasar el control de pasaportes en el ferry de Tallin a Suecia después de escapar de los que me tenían retenida. Me limité a caminar hasta llegar a un pequeño puerto pesquero. Allí había un bote de remos. Sabía que si no me alejaba de esa ciudad moriría. Me senté en el bote de remos y me marché. Había calma, sólo débiles marejadas. Como es natural, ignoraba lo lejos que estaba. Remé toda la noche hasta que estuve a punto de romperme la espalda. Sólo tenía agua y unos bocadillos. Cuando oscureció estaba rodeada de mar. No sabía ni siquiera hacia qué lado debía remar. Pero traté de seguir el curso del sol remando sin cesar hacia el oeste. Remé directamente hacia la puesta de sol.
La segunda noche vi a lo lejos un buque de pasajeros. Pensé que aquella luz que se movía sobre el mar se dirigía a Suecia. Seguí remando. Tenía la espalda y los brazos como paralizados. Pero remaba para mantener lejos el pánico. Remaba para salir del infierno en que vivía desde que dejé Smolensk. Todavía me resulta difícil pensar en todo lo de antes. Todo lo que era mucho peor que tener a la policía sueca detrás. Sólo puedo pensar en ello si lo transformo en una historia que trate de alguien que no sea yo. Y todavía puedo ver a ese hombre ante mí, el que encontré en Smolensk y me prometió que tendría un futuro mucho mejor si iba a Tallin y servía en el restaurante de sus amigos. Cada mañana, al despertar, rezo una oración pidiendo que se haya muerto, que el mundo se haya vuelto más ligero, que se haya quitado la carga que lleva consigo cada hombre malvado.
La segunda noche empezó a soplar el viento, había tormenta o algo así, porque tenía que sacar agua sin cesar de aquel bote. Duró dos días, sólo recuerdo que tenía frío y que debía achicar. Me desmayé varias veces. Pero me había atado los remos al cuerpo con el cinturón para que no se salieran. Quería a esos remos, eran los que aún me mantenían viva, no tanto el bote como los remos. A veces pienso que si un día construyera un templo, habría dos remos en el altar, crearía una religión completamente propia en la que rendiría culto a un par de remos viejos que olían a alquitrán.
Creo que tardé cuatro días en remar hasta Suecia. Nunca me volví para mirar hacia delante cuando remaba, ya que temía desilusionarme si no veía tierra aún. Por eso nunca me di cuenta de que en realidad ya había llegado. De pronto, el fondo del bote tropezó con algo. Me quedé atrapada. Cuando me di la vuelta casi me asusté de lo cerca que estaba de la orilla. Me había quedado atrapada en un banco de arena y podía llegar a tierra nadando. Era de noche, vagué por la playa, vi luces a lo lejos pero no me atreví a ir hacia allí debido a que no sabía dónde me encontraba. Me tumbé en una grieta de la roca y, a pesar de que hacía frío, dormí hasta que se hizo de día.
El bote había desaparecido, había sido llevado de nuevo al mar. No encontraba mis remos y estaba tan desesperada que empecé a llorar. Luego fui andando hacia tierra firme. De repente vi un mástil con una bandera azul y amarilla. Supe que estaba en Suecia. Era una idea infantil, pero lamenté no llevar los remos para poder demostrarles que lo habíamos logrado juntos.
Cuando estaba recluida en el burdel de Tallin junto con Inez y Natalia y Tatiana, lo único que teníamos era un diccionario con todas las banderas del mundo. Las aprendimos de memoria. Pregúntame cómo es la bandera de Camerún, o la de México. Puedo describirlas detalladamente. Pero así fue como llegué remando a este país.
Jesper Humlin esperaba una continuación del relato que nunca llegó. Mientras Tanja narraba la había estado mirando desde la casa, en medio del desolado campo. Se preguntaba si alguna vez volvería a tener una conversación telefónica similar.
—¿Adonde habías llegado?
—A la isla de Gotland.
—¡Increíble! ¿Qué hiciste después?
—No puedo contarlo ahora.
—¿Qué ocurrió realmente en Tallin?
—¿No puedes imaginártelo tú mismo?
—Es tu historia. No quiero mezclar mis propios pensamientos.
—Ya no digo más.
—Fuiste a Tallin engañada. No había ningún restaurante. Allí encontraste otras chicas que estaban en la misma situación que tú. Una se llamaba Natalia y otra Tatjana. ¿Pero quiénes son Inez y Tanja? ¿Y quién es Irina?
—No contesto preguntas. Hace frío para estar aquí de pie hablando por teléfono.
—¿Por qué no subes?
—No tengo tiempo. He dejado una bolsa con comida en la puerta.
La llamada se interrumpió. Tanja le hizo señas con la mano. Luego la vio desaparecer en medio del viento. «Nunca has remado desde Estonia», pensó. «Has utilizado la historia de Tea-Bag. Intercambiáis las historias entre vosotras igual que os prestáis la identidad o los teléfonos móviles. Pero en lo que has dicho también había algo de verdad.»
Jesper Humlin pensó en lo que había dicho Tanja y luego buscó la bolsa con hamburguesas y Coca-Cola que había dejado en la puerta de la entrada. Se sentó a la mesa de la cocina de la familia Yüksel y comió. La historia que Tanja utilizó o reescribió, contada para él desde un teléfono robado y transmitida a través de otro teléfono robado, no le tranquilizó. Se hallaba en medio de una narración extraña, o quizá más bien saltando como sobre témpanos entre distintas historias que se adaptaban unas a otras, todas igual de peculiares y sin principio ni final. Por primera vez en mucho tiempo tenía la sensación de encontrarse cerca de algo que era importante.
Se acercó el papel y continuó haciendo sus anotaciones. Pero las historias ya empezaban a tomar forma, él añadió detalles y no vio sólo uno sino varios esbozos de relatos sobre esa realidad que él ni siquiera conocía antes de visitar Stensgården por casualidad.
«No sé lo que estoy haciendo», pensó. «En realidad me preocupa más que Viktor Leander venda más libros que yo, que mis acciones pierdan todo su valor, que mi madre se esté volviendo loca y que Andrea vaya a dejarme si no accedo a que tengamos hijos. ¿Pero no debería preocuparme tal vez más por lo que me cuentan estas muchachas? Lo que las oigo contar sólo les concierne a ellas. Pero ¿no me concierne a mí también?»
Eran las cinco en punto cuando Jesper Humlin oyó llamar a Tanja discretamente a la puerta de la familia Yüksel. Venía acompañada de Leyla.
Se sentaron en el cuarto de estar, ya que Tanja consideró que allí había menos riesgo de que algunos vecinos los oyeran y empezaran a sospechar. Pero hablaban en voz baja, inclinados hacia delante como si estuvieran preparando una conspiración. Jesper Humlin pensó que debería empezar comentando algo de lo que ocurrió en su primera visita.
—Naturalmente no debería haber dado unas palmaditas en la mejilla a esa muchacha. Pero fue de modo completamente inocente. Me gusta tocar a la gente.
Leyla lo miró con atención.
—A mí no me tocas.
—Eso se hace de modo espontáneo.
—Creo que mientes. Creo que piensas que estoy demasiado gorda.