Authors: Henning Mankell
—No creo que estés gorda.
Tanja se movía inquieta en la silla.
Leyla lo miraba con hostilidad.
—No sé muy bien cómo vamos a empezar esto —dijo Jesper Humlin vacilante.
—¿No vas a preguntarnos sobre lo que hemos escrito? —dijo Leyla.
Jesper Humlin notó que estaba empezando a ponerle nervioso. Realmente estaba muy gorda.
—Claro que vamos a hablar de eso —respondió—. Pero antes quiero saber por qué escribisteis que queríais ser presentadoras de programas de televisión.
—Yo no.
—Tú no, Tanja. ¿Por qué no quieres ser presentadora de programas de televisión?
—Claro que quiero ser presentadora de televisión. Quiero conducir programas que ataquen a los hombres.
—¿A qué te refieres?
—Quiero conducir programas en los que las mujeres se puedan vengar.
—No recuerdo haber oído hablar nunca de algo así.
—¿Entonces no es hora de que se haga?
Jesper no dijo nada. En vez de eso, miró a Leyla.
—Yo quiero conducir un programa que sea agradable —dijo ella.
—¿Puedes explicar de modo más claro a qué te refieres con agradable?
—Que la gente pueda estar callada. Sólo sentada allí. Agradable. Hay tanto alboroto todo el tiempo.
Jesper Humlin trató de imaginarse un programa de televisión en el que las personas estuvieran en silencio y fuera entretenido. No lo logró. Pidió a las chicas que le dieran los relatos que habían escrito.
Leyó en voz alta el que había redactado Leyla. Estaba escrito con letra infantil y era muy corto.
Quisiera hablar de algo que conozco. De cómo es ser gorda, soñar cada noche que eres delgada y decepcionarte cada mañana. Pero realmente quiero escribir algo que haga que sea conocida y vivir en un hotel en el que puedan servirte el desayuno en la habitación. Pero desde luego no sé por qué hago esto en realidad. Ni ninguna cosa. Por qué vivo. Siento como si Suecia fuera una cuerda de la que cuelgo. Por mucho que lo intento no logro llegar al suelo con los pies. Quiero tener respuesta a todas las preguntas. Y luego quiero poder escribir a mi abuela y contarle lo que es la nieve, é Cuándo podré empezar en la televisión? Si me tocas del mismo modo que cuando diste unas palmadas en la mejilla de aquella chica, Haiman o algún otro te arrancará la cabeza, y luego la pondré en casa en una maceta. ¿Es suficiente esto?
Leyla.
—Es un muy buen comienzo. Para la próxima reunión quiero que lo desarrolles un poco más.
Tanja le entregó un pequeño paquete.
—No quiero que lo abras ahora.
—¿Le das regalos? —preguntó Leyla enfurecida.
—No es ningún regalo. Es lo que he escrito.
Leyla se acercó el paquete.
—Hay algo duro dentro. No son papeles.
Tanja le retiró el paquete. Jesper Humlin temió por un momento que empezaran a pelearse. Levantó los brazos intentando tranquilizarlas.
—Voy a llevarme a casa lo que habéis escrito para leerlo con detenimiento. Prometo no enseñárselo a nadie.
Decidieron encontrarse a la semana siguiente. Leyla prometió hablar con Pelle Törnblom. Ella le iba a explicar que el curso continuaría como habían planeado antes de que se detuviera el tren sobre la vía y ocasionara toda la confusión. Jesper Humlin prometió que en esa ocasión llegaría a tiempo.
—Es posible que Pelle Törnblom no te crea —dijo.
—A mí me cree todo el mundo —contestó Leyla—. Tengo un aspecto muy bondadoso.
—Debo irme enseguida —dijo Jesper Humlin—, Pero disponemos de unos momentos. Por si queréis preguntar algo sobre mis libros.
—Intenté leer uno de ellos —dijo Leyla—, Pero no entendí nada. Detesto sentirme tonta. ¿Cuándo vamos a hablar con alguien que sepa de telenovelas?
—Veré qué puedo hacer.
—¿Qué significa eso?
—Que voy a pensar si conozco a alguien que tenga que ver con las telenovelas.
—Quiero que me den un buen papel.
—Veré qué puedo hacer.
—Tiene que ser un buen papel. Un papel importante.
—Tal vez conozca a alguien con quien puedas hablar.
Leyla parecía disgustada por la vaga respuesta. Sonó su teléfono. Escuchaba sin decir nada.
—Ha llamado mi padre —dijo—. Tengo que irme.
Se marchó de inmediato. Jesper Humlin casi no tuvo tiempo de despedirse.
—Puedo acompañarte al tranvía —dijo Tanja.
—Creo que puedo encontrar la parada por mí mismo.
—Es mejor que te acompañe. Por si te asaltan.
—¿Quién iba a hacerlo? No creo que Haiman se haya enterado de esto.
—No hablo de Haiman. Es buena persona. Me hubiera gustado tener a alguien como Haiman cuando estaba en Tallin. Pero hay otras pandillas por aquí que no están acostumbradas a ver a personas como tú. Pueden enfadarse.
—¿Por qué iban a enfadarse conmigo?
—Se sienten como negros. Y tú eres blanco.
Jesper Humlin llegó a la parada del tranvía con Tanja como guardaespaldas personal.
—¿Cómo te parece que ha resultado? —preguntó mientras esperaban.
—Bien.
—Me afectó lo que contaste por teléfono.
—¿Qué significa eso de «afectó»?
—Que me conmovió.
Ella se encogió de hombros.
—Yo sólo conté cómo fue.
—Pero había mucho que no contaste.
—El tranvía está llegando.
Ella se dio la vuelta y se marchó. «Una historia más sin terminar», pensó. «De la que en este momento sólo veo la espalda. Ahora vuelve al apartamento de la familia Yüksel para dormir. Si no piensa utilizar la noche para robar.» Palpó los bolsillos para comprobar que aún tenía las llaves y luego fue en el tranvía hasta la Estación Central.
Cuando Jesper Humlin abrió la puerta del apartamento eran las once. Iba dispuesto a que Andrea estuviera aún levantada y con ganas de pelea. Se dirigió hacia él en el recibidor. Notó aliviado que no estaba enfadada.
—Lamento que se haya hecho tan tarde.
—No importa. Tenemos visita.
—¿A media noche? ¿Quién es?
Jesper Humlin pensó aterrorizado que podría ser su madre la que hubiera hecho una de sus nocturnas y siempre inesperadas visitas.
—¿Es Märta?
—No. Ven a la cocina.
Jesper Humlin no quería visitas a media noche. Lo que necesitaba sobre todo era dormir.
Entró en la cocina. Frente a Andrea, con una taza de café en la mano, estaba sentada una muchacha con una amplia sonrisa.
Tea-Bag había vuelto.
Jesper Humlin se indignó al encontrarse a Tea-Bag en su cocina. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Qué le había contado a Andrea? ¿Qué le iba a decir él a Andrea cuando ésta preguntara por qué no le había contado nada de Tea-Bag y su visita anterior? Vio amontonarse ante él una pila de amenazas más o menos complicadas.
—No me lo esperaba —fue todo lo que pudo decir con sumo cuidado.
—Tea-Bag me ha contado una historia indignante y extraña a la vez.
«Seguramente», pensó Jesper Humlin. «Si su nombre es en realidad Tea-Bag y no Florence. He aprendido a dudar de todo lo que la gente afirma llamarse. Especialmente si se trata de mujeres jóvenes, inmigrantes refugiadas en este país.»
Andrea lo miró con la frente fruncida.
—¿Por qué no te sientas? ¿Por qué no saludas? ¿Creía que erais buenos amigos?
Se sentó y saludó a Tea-Bag inclinando la cabeza amablemente sin mirarla a los ojos.
—¿Por qué no me has hablado nunca de su hermano?
Las señales de alarma empezaron a sonar al instante.
—¿Su hermano?
—¿Por qué pones esa cara tan rara?
—No pongo cara rara. Simplemente no entiendo de qué hablas. Estoy cansado.
—¿Adamah? ¿El que tiene un restaurante donde sueles almorzar por la zona de Humlegården?
—No he oído hablar nunca ni de Adamah ni del restaurante.
—¡No entiendo por qué eres tan misterioso! ¿No es suficiente con que seas tan enigmático en tus poemas? ¿Tienes que convertir también tus restaurantes favoritos en una especie de sitios privados?
—Nunca me habías dicho que piensas que mis poemas son enigmáticos.
—Te lo he dicho cada vez que has sacado un nuevo libro de poemas. Pero podemos hablar de tus poesías en otro momento. Me gustaría acompañarte cuando vas allí a comer comida africana. Adamah parece ser alguien muy peculiar. Como cocinero y como persona.
«No creo que seas la única que no ha oído hablar de él ni del restaurante», pensó Jesper Humlin. «Ahora sólo espero que Tea-Bag no te haya dicho que se ha acostado y ha dormido en nuestra cama.»
—De todos modos, estuvo bien que la dejaras dormir aquí cuando perdió su billete y no pudo volver a Eskilstuna.
Sonó el teléfono. Andrea salió de la cocina. Jesper Humlin se inclinó hacia Tea-Bag, que sonreía todo el tiempo, y le habló en voz baja.
—¿Cuándo has llegado? ¿Qué le has contado realmente? ¿Por qué quieres ir a Eskilstuna? ¿Por qué desapareces continuamente? ¿Qué ocurrió en Hallsberg? ¿Por qué te vas a Estocolmo cuando tenemos que vernos en Gotemburgo?
Las preguntas le salían a raudales. Ella no contestó, sino que le cogió la mano para tranquilizarlo. El la retiró inmediatamente.
—No me cojas la mano. Andrea es celosa.
Los ojos de Tea-Bag brillaban.
—Sólo quiero demostrar que me alegra verte. ¿Por qué iba a tener celos de mí?
—Eso no viene al caso. ¿Por qué has venido? ¿Qué le has dicho en realidad? ¿Por qué desapareciste del tren? Tienes que empezar a contestar a mis preguntas.
—Siempre digo las cosas como son.
—¿Quién es Adamah? ¿De qué restaurante habla? Nunca he estado allí comiendo comida africana.
—Deberías hacerlo.
—Debería hacer muchas cosas. ¿Por qué dices que vas a Eskilstuna?
—Vivo allí.
—Vives en Gotemburgo.
—¿Quién ha dicho eso?
—Te encontré allí. En Gotemburgo, Mölndal o Stensgården. Allí tienes a todos tus amigos. No puedes ir a un recital de poesía en Mölndal o en Stensgården si vives en Eskilstuna.
—Nunca he dicho que viviera en Eskilstuna.
—Lo acabas de decir. ¿Qué ocurrió realmente en Hallsberg? ¿Por qué abandonaste el tren? ¿No te das cuenta de que me preocupé?
Jesper Humlin tuvo que arreglárselas sin respuesta, pues Andrea volvió.
—Era Märta la que ha llamado.
—¿Qué quería?
—Viene hacia aquí.
—No quiero verla.
—No importa.
—¿A qué te refieres?
—Ella tampoco te quiere ver a ti. Quiere verme a mí. Dice que si te presentas, se irá inmediatamente.
—¿Por qué? ¿A qué viene? Si quiere verte a ti bien podría ir a tu casa.
—Necesita consejos sobre el libro que está escribiendo.
—No está escribiendo ningún libro. ¿Qué tipo de consejos?
—Quería sugerencias de cómo puede usar una enfermera sus conocimientos para matar a personas.
—¿Quiere saberlo a media noche?
—Siempre que tu madre quiere saber algo es después de medianoche.
Andrea interrumpió la conversación y se volvió hacia Tea-Bag.
—Jesper te puede ayudar a preparar el sofá para que duermas en su estudio. Había pensado irme a casa esta noche. Pero, ya que viene Märta, me quedo.
«Yo no cuento», pensó Jesper Humlin. «Andrea no se queda por mí. Sino porque la insensata de mi madre va a venir a visitarnos.»
Tea-Bag se levantó y fue al cuarto de baño.
—¿Por qué se queda a dormir aquí?
—No hay trenes a Eskilstuna a media noche.
—No vive en Eskilstuna. Vive en Gotemburgo.
—Su hermano Adamah vive en Eskilstuna.
—Ahora quiero saber qué pasó. ¿Llamó a la puerta?
—¿Por qué estás tan nervioso? ¿Qué has estado haciendo realmente en Gotemburgo?
—Ya te lo he contado.
—Todo lo que has dicho suena totalmente incongruente. Estaba sentada en la escalera cuando volví del hospital. Me preguntó por ti. No sabía si habías vuelto aún de Gotemburgo. Me contó que tuvo que interrumpir el viaje en Hallsberg.
—¿Te dijo por qué abandonó el tren?
—Sólo que tuvo que hacerlo. Pero sospecho que fue porque le dijiste alguna tontería. Es muy sensible.
—Yo también.
—¿Qué le dijiste?
—No le dije nada. Me contó cómo había llegado a Suecia. Luego cerré un momento los ojos. Entonces desapareció.
—Imagínate ir en bicicleta por toda Europa.
—¿En bicicleta?
—Creía que te había contado cómo consiguió llegar aquí a través del norte de Finlandia.
Jesper Humlin comprendió que era mejor no hacer más preguntas. La historia de Tea-Bag era igual de contradictoria e insostenible que la de Tanja. Se preguntaba cada vez más qué historia correspondía a quién. Si alguien hubiera ido en bicicleta a Suecia pasando por Tornea sería Tanja y no Tea-Bag.
—Ayúdale a preparar la cama. Märta va a llegar enseguida. Nos sentaremos en la cocina con la puerta cerrada. Le diré que estás durmiendo.
—¿Cómo crees que voy a poder dormir mientras mi madre está sentada en la cocina planeando la manera de matarme?
—No seas tonto. Ella te quiere. ¿Por qué iba a querer matarte?
—Porque está loca.
—Está escribiendo un libro. Creo que es excepcional que una persona tan mayor pueda tener tanta energía.
Jesper Humlin fue a buscar las sábanas y preparó el sofá en su estudio. Tea-Bag entró, llevaba su albornoz. Él se volvió mientras ella se lo quitaba y se metía entre las sábanas. En ese momento llamaron a la puerta. Tea-Bag se sobresaltó y pareció asustada.
—Es sólo mi madre.
Cerró la puerta y se sentó en su mesa de estudio. Tea-Bag estaba acostada con el edredón hasta la barbilla y mirando a su alrededor las paredes cubiertas de estanterías de libros.
—En esta habitación escribo mis libros.
—¿Tienes algún libro que trate de monos?
—No que recuerde.
Ella parecía decepcionada.
—¿De qué tratan entonces?
—Más que nada de personas.
Él se sentó.
—¿Qué ocurrió realmente para que desaparecieras del tren?
Tea-Bag no contestó. Empezó a llorar. Jesper Humlin se quedó completamente pasmado.
—¿Quieres estar sola? —preguntó.
Ella sacudió la cabeza. Jesper Humlin se sentó en silencio. Era como si él tuviera el libro de ella otra vez en las manos esperando que se abriera.
—Me asusté.
—¿De mí?
—Nada de lo que venga de fuera puede asustarme ya. El miedo viene de dentro. Oí la voz de mi padre. Me dijo que corriera. No lo pude ver. Pero sabía que tenía que obedecerle. Correr tan deprisa como pudiera sin mirar atrás.