Authors: Henning Mankell
Ella lo miraba interrogante.
—¿Por qué estás tan preocupado?
—No estoy preocupado. ¿No tendrás por casualidad un teléfono móvil para prestarme? Olvidé el mío en el tren y alguien lo robó. Probablemente el que limpió el vagón. Luego lo vendió.
—¿Lo quieres de alguna marca especial?
—¿Qué quieres decir?
Tanja se levantó. Unos hombres que vestían abrigos caros se disponían a dejar una mesa que estaba al fondo del local. Tanja pasó cerca de ellos. Luego volvió. Cuando se cerró la puerta, puso ante él un teléfono móvil. Jesper Humlin comprendió que había logrado robárselo de alguna forma a uno de los hombres que acababan de marcharse.
—No lo quiero.
—Ellos pueden comprarse uno nuevo.
—No entiendo cómo lo has conseguido. ¿Estaba encima de la mesa? ¿No se dio cuenta de que lo cogías?
—Lo llevaba en el bolsillo.
—¿En el bolsillo?
—Sí.
—Sigo sin entender cómo lo haces.
Ella se inclinó hacia delante y le dio unas palmadas en el brazo.
—¿Qué llevas en el bolsillo del abrigo?
—Algo de dinero. Las llaves de casa. ¿Por qué me lo preguntas?
—¿Puedes enseñarme las llaves?
Jesper Humlin buscó en el bolsillo. Había algunas monedas. Pero no estaban las llaves. Ella abrió la mano y le dio el manojo de llaves.
—¿Cuándo las has cogido?
—Ahora.
Jesper Humlin se quedó mirándola.
—¿Quién eres realmente? ¿Y qué eres? ¿Ladrona o carterista?
Se abrió la puerta del café. Uno de los hombres que acababan de marcharse había vuelto, fue rápidamente a la mesa y luego a la barra, donde preguntó si alguien había visto su teléfono. La camarera negó con la cabeza. Jesper Humlin se encogió. El hombre salió del café sacudiendo la cabeza.
—¿No vas a llamar?
—No creo que pueda hacerlo.
Tanja se levantó.
—Tengo que hacer algo. Volveré.
—Seguramente vas a desaparecer.
—Volveré. Como mucho dentro de una hora.
—Entonces tal vez ya me haya ido de viaje.
—No —dijo ella—. No te habrás ido. No puedes marcharte antes de que haya contestado a tu pregunta.
—¿Cuál de ellas?
—Si soy ladrona o carterista.
Tanja desapareció. Jesper Humlin se sirvió más café y trató de ordenar su mente. El teléfono móvil le quemaba en el bolsillo. Se esforzó por superarlo y llamó a Andrea.
—¿Por qué llamas tan temprano?
—No he dormido en toda la noche.
—Ya lo noto.
—¿Qué quieres decir?
—Sueles tener esa voz después de haber bebido toda la noche. ¿Lo has pasado bien?
—He estado en la Comisaría de Policía de Gotemburgo acusado de haber cometido un robo.
—¿Lo habías cometido?
—Claro que no. Realmente no ha sido una noche divertida. Sólo quería decirte que espero volver a casa hoy.
—Será mejor que lo hagas. Dentro de cuarenta y ocho horas tendremos que haber decidido cómo va a ser nuestro futuro.
—Lo prometo.
—¿Qué prometes?
—Que vamos a hablar de ello.
—Debes darte cuenta de que va en serio. Por cierto, tienes que llamar a Olof Lundin.
—¿Qué quería? ¿Cuándo ha llamado?
—Ayer por la tarde. Dijo que lo podías llamar cuando quisieras. También ha llamado tu madre.
—¿Qué quería?
—Dijo que la habías agredido.
—¡Ni siquiera la he tocado!
—Ella afirmó que le habías dado tal golpe que había estado tendida en el suelo del recibidor varias horas.
—No es cierto nada de lo que dice. Está perdiendo el juicio.
—Cuando hablo con ella siempre parece muy lúcida.
—Está senil. Sólo finge ser normal.
—Ahora debo irme. Pero cuento con que podamos mantener una conversación seria esta tarde.
—Acudiré. Y te echo de menos.
Andrea terminó la conversación sin hacer un solo comentario a lo último que había dicho él. Jesper Humlin se preguntó resignado si Andrea pensaba dejarlo y qué clase de drama estaba preparando su madre ahora. Para desviar aquellos pensamientos llamó a Olof Lundin.
—Lundin al habla.
—Soy Jesper Humlin. Espero no haberte despertado.
—Estoy levantado desde las cuatro. ¿Dónde estás?
Jesper Humlin tomó una rápida decisión.
—En Helsinki.
—¿Qué haces allí?
—Preparando el trabajo.
—Así que has decidido escribir una novela policiaca. Es estupendo. Entonces podremos lanzar tu libro y el de tu madre como un paquete.
—No quiero formar parte de ningún paquete. Además, mi madre nunca escribirá un libro.
—No estés tan seguro. He leído un borrador.
Jesper Humlin sintió un vuelco en el estómago.
—¿Ha empezado a enviarte manuscritos?
—Se trata más bien de una sola página. Escrita a mano. Es un esbozo del argumento. He de reconocer que no entendí mucho debido a lo difícil que resulta leer su letra. Algo de caníbales y secretarios de Estado locos, creo que era eso. Pero hay que tener paciencia con una debutante de noventa años.
—No habrá ningún libro.
—He estado preocupado por ti. ¿Supongo que habrás terminado con esas tonterías de Gotemburgo?
—No. Además, no son ninguna tontería.
—Si me entregas sólo una novela policiaca puedes dedicar el resto de tu tiempo a lo que quieras. Será de trescientas ochenta y cuatro páginas impresas.
—Había pensado que fueran trescientas ochenta y nueve.
—No puede ser. Ya hemos reservado la imprenta y hemos pedido papel. Trescientas ochenta y cuatro páginas. ¿Por qué página vas? ¿Por qué sitúas la acción en Helsinki? En las novelas que se desarrollan allí es fácil que haya muchas cosas rusas y espías. Brasil es mejor.
Jesper Humlin se quedó estupefacto.
—¿Por qué?
—Hace más calor.
Jesper Humlin pensó en el gélido despacho de Olof Lundin y se preguntó si podía existir alguna relación.
—Es una broma. No estoy en Helsinki. Estoy en Gotemburgo. No voy a escribir ninguna novela policiaca. En este momento no sé lo que voy a escribir. Tal vez un relato sobre una muchacha que es carterista. O un libro sobre alguien que lleva un mono sobre su espalda.
—¿Estás enfermo?
—No.
—Dices cosas muy raras.
—¿Qué querías cuando llamaste ayer?
—Sólo quería asegurarme de que lo que ponía en los periódicos no era cierto. Espero tu novela con impaciencia. Los directores petroleros también.
—No va a haber novela policiaca.
—Apenas oigo lo que dices.
—¡Digo que no va a haber novela policiaca!
—Ya no oigo nada. Ven a la oficina cuando vuelvas a Estocolmo. Tenemos que hablar con tranquilidad. Además, el departamento de marketing quiere presentarte la campaña que ha planeado para tu nueva novela.
La conversación se interrumpió. Jesper Humlin estaba muy cansado. La sensación de que había perdido su punto de apoyo irremediablemente pesaba como una enorme losa sobre él. Era como si alguien hubiera bloqueado todas las salidas de un edificio en el que estuviera encerrado.
Transcurrió casi una hora. Había empezado a creer que Tanja había desaparecido igual que Tea-Bag, cuando se abrió la puerta del café.
Era Tanja. Acompañada de Leyla.
Jesper Humlin despertó bruscamente de un caótico sueño en el que, en secuencias entrecortadas, intentaba asfixiar a su madre. Al principio, cuando se sentó en la cama y miró a su alrededor en la habitación, no sabía dónde se encontraba. Luego volvieron lentamente los recuerdos. Miró el reloj. Eran las once menos cuarto. Tanja se había marchado poco después de las ocho y él se había vuelto a dormir enseguida porque estaba exhausto después de la larga noche en comisaría. Sentía golpes en las sienes y el dolor de cabeza continuaba aun después de haber dormido. Lo que había ocurrido después de que llegara a Gotemburgo en autobús la noche anterior se le aparecía ahora de forma clara y evidente. Lo que más le hubiera gustado hacer era dormir de nuevo, para olvidarlo todo, en la extraña cama del igualmente extraño apartamento de uno de los bloques de Stensgården. Pero sabía que no valía la pena intentarlo.
Fue a la cocina sigilosamente a beber agua. Luego dio una vuelta por el apartamento tratando de descubrir algún objeto personal de Tanja. Ella había dicho que aquélla era su casa, aunque vivía allí de casualidad y en el mayor secreto. No encontró signos ni huellas de ella. En uno de los armarios de cocina lleno de especias desconocidas había una lata de café de una marca que no le sonaba. Hirvió agua evitando hacer ruido con el cazo para no llamar la atención de los vecinos, y luego se sentó en un sillón al lado de la ventana del cuarto de estar con la taza apoyada en el brazo del sillón. Sobre los bloques uniformes caía lluvia mezclada con nieve. Vio el bosque en el horizonte y, a lo lejos, rocas grises y el mar.
Volvió a pensar en el momento en que llegaron las muchachas al café donde él esperaba a Tanja cada vez más resignado. Se había levantado y ya se dirigía hacia ellas cuando Tanja lo detuvo y lo mandó de nuevo hacia su mesa.
—Quiero saludarla.
—No puede ser.
—¿Por qué?
—Puede verte alguien que conozca a Leyla. No estaría bien.
—Sólo quiero saludarla.
Jesper Humlin vio que Tanja se dirigía hacia Leyla. Las muchachas se sentaron a una mesa que había en un rincón. Lo miraban de vez en cuando sin verlo en realidad y seguían hablando entre sí. Leyla llevaba un chal alrededor de la cabeza.
Jesper Humlin estaba confuso. La inseguridad le producía mal humor. Tanja se acercó a su mesa como si fuera una mensajera.
—¿Qué sentido tiene que venga si no puedo saludarla?
—Leyla quería convencerse de que no nos habías engañado. Que habías vuelto.
—Pelle Törnblom dijo que habíais decidido abandonarlo todo.
—¿Qué podíamos hacer si no venías? Estamos acostumbrados a que nos decepcionen.
—Sólo quiero deciros que la que desapareció fue Tea-Bag. Nadie más.
—Seguramente tenía un motivo. Siempre es mejor andarse con cuidado en un país como Suecia.
—¿Por qué Suecia precisamente?
Tanja sacudió la cabeza disgustada.
—Esta tarde vamos a tener el encuentro que no tuvimos ayer.
Jesper Humlin pensó en la llamada telefónica de Andrea.
—No puede ser.
Los ojos de Tanja brillaron.
—¿Piensas traicionarnos de nuevo?
—Creía que estábamos de acuerdo en que no os había traicionado.
—Para creerte debemos tener la reunión esta tarde.
—Imposible.
Tanja se levantó.
—A Leyla no le va a gustar lo que acabas de decir.
Jesper Humlin buscó una salida rápida.
—¿No podemos tener la reunión ahora?
—No puede ser.
—¿Por qué?
—Leyla está en la escuela.
—¿Cómo puede estar en la escuela si está aquí sentada?
—Tendrá problemas si alguien descubre que no está en la escuela.
—Yo también tendré problemas si no llego esta tarde a Estocolmo. ¿No podemos tener la reunión después del mediodía?
—Voy a preguntar.
Tanja se sentó a la otra mesa. Jesper Humlin pensó de nuevo que era una mensajera que se movía entre dos bandos. Comprendió que Suecia se había transformado durante la última década en un país del que tenía conocimientos muy limitados.
Tanja volvió.
—A las cinco.
Jesper Humlin estableció de inmediato un horario en su mente.
—Podemos dedicarle dos horas. Luego tengo que viajar. ¿Adónde iremos?
—A mi casa.
—Agradecería que no fuera ese hombre llamado Haiman.
—No irá.
—¿Me lo puedes garantizar?
—Nadie sabrá que vamos a encontrarnos contigo. De eso se encarga Leyla.
—¿Cómo?
—Va a decir que está en casa de Fátima.
—¿Quién es?
—Es una compañera de Jordania. Si llaman los padres de Leyla para controlar que está realmente allí, les dirán que Leyla y Fátima se han ido a casa de Sacha. Y desde allí van a mi casa. Pero si llaman los padres de Leyla lo sabremos, ya que es el hermano de Fátima el que contesta el teléfono. Y el hermano de Fátima me llama a mí para que Leyla tenga tiempo de ir a su casa. No desde mi casa, sino desde la casa de Fátima. Aunque nunca haya estado allí.
Jesper Humlin podía imaginarse cómo era la cuerda de salvamento de Leyla, aunque no lo entendía del todo. Leyla se marchó del café. Le sonrió con disimulo para que nadie ajeno a aquello pudiera notarlo. Poco después se levantó Tanja y le indicó con la cabeza que la siguiera. Tomaron un tranvía a Stensgården. Cuando llegaron, Tanja lo guió a uno de los bloques en las afueras de la desolada urbanización. Subieron en el ascensor hasta el séptimo piso. Jesper Humlin esperaba que pusiera NILSSON en la puerta donde vivía Tanja. Pero comprendió que no era tan simple cuando ella le dijo al oído que se quedara callado y luego utilizó una de las ganzúas para abrir la puerta.
—Quítate los zapatos —dijo cuando entraron en el recibidor—, No utilices la radio ni el televisor.
—¿Este apartamento no es el tuyo?
—Suelo vivir aquí cuando está vacío.
—¿No tenías la llave?
—No necesito llaves para abrir puertas.
—Ya lo sé. ¿Quién vive aquí?
—La familia Yüksel.
—¿Es familia tuya?
—Yo no tengo familia.
—¿Entonces cómo puedes vivir aquí?
—Ahora están en Estambul.
—¿Saben que vives aquí?
—No.
—¿No íbamos a ir a tu casa?
—Ésta es mi casa. Averiguo qué apartamentos están vacíos. En cuáles están de viaje o se han mudado. Entonces me instalo allí y me marcho antes de que regresen los que en realidad viven allí o lleguen nuevos inquilinos.
—¿Cómo sabes qué apartamentos están vacíos?
—Leyla sabe todo lo que ocurre en esta zona. Ella me lo dice.
Jesper Humlin trató de reflexionar.
¿Entonces no tienes una vivienda propia?
¿Cómo iba a tenerla si ni siquiera existo?
—¿Qué quieres decir con que no existes?
—Tú mismo has visto la orden de expulsión. La policía me busca. Ahora que estoy obligada a enseñar mi carnet de conducir van a relacionar antes o después a Tatiana Nilsson con la que realmente soy.
—¿Y quién eres?
Tanja se sobresaltó y lo miró.