Tea-Bag (7 page)

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Authors: Henning Mankell

BOOK: Tea-Bag
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—Gracias por la respuesta.

—Puedo contestar más preguntas con mucho gusto.

—No tengo más.

—¿Puedo preguntarte algo?

—No he escrito ningún poema.

—¿Cómo te llamas?

—Tea-Bag.

—¿Tea-Bag?

—Tea-Bag.

—¿De dónde eres?

La muchacha continuó sonriendo. Pero la última pregunta de Jesper Humlin quedó sin responder. Él la siguió con la mirada cuando desapareció y salió al pasillo en el que aún se mantenían airadas discusiones.

Jesper Humlin abandonó el auditorio por una puerta trasera y se marchó de Mölndal en el taxi que esperaba. No había firmado un solo libro, y tampoco se había despedido de las bibliotecarias. Se sentó en el asiento trasero y miró a través de la ventana. Un lago de aguas negras brillaba entre los árboles y las casas. Temblaba. Tenía la cabeza vacía. Luego percibió que, a pesar de todo, un pensamiento trataba de colarse en su conciencia. La muchacha que se quedó sentada sola en el auditorio con la mano levantada y su bonita sonrisa. «Tal vez podría escribir un poema sobre ella, a pesar de todo», pensó. «Pero ni siquiera eso es seguro.»

Capítulo 4

Cuando Jesper Humlin se despertó al día siguiente en su hotel de Gotemburgo, se acordó de repente de que tenía un viejo amigo que vivía en un suburbio llamado Stensgården. Pelle Törnblom —un marinero que había decidido desembarcar para siempre y poner en marcha un club de boxeo a las afueras de su zona de residencia— y Jesper Humlin habían mantenido una estrecha relación durante unos años cuando eran jóvenes. Lo que los unía entonces era que Pelle Törnblom también tenía ambiciones literarias. Con el paso de los años, habían hablado por teléfono con frecuencia irregular e intercambiado unas pocas tarjetas postales. Jesper Humlin intentaba recordar en vano cuándo se habían encontrado por última vez. De lo único que estaba seguro era de que Pelle Törnblom trabajaba por entonces en un barco remolcando marcos de madera a lo largo de la costa de Norrland.

Decidió buscar el número de teléfono de Pelle Törnblom. Pero antes hojeó el periódico con preocupación. No encontró nada. Cosa que lo tranquilizó algo de momento. Pero temía que sólo se tratara de un retraso. Al día siguiente, el escándalo estaría en la calle. Pensó en llamar a la bibliotecaria responsable de llevar hasta allí al extraño grupo de hombres que se sentaron en la primera fila a mirarlo, y enseguida lo descartó. ¿Qué iba a decirle en realidad? Su intención había sido buena. Había dedicado tiempo de su trabajo a atraer a un público al que normalmente no le interesaban los libros.

Sonó el teléfono. Era Olof Lundin. Jesper Humlin no quería hablar con él.

—Soy Olof. ¿Dónde estás?

«Antes se preguntaba a las personas cómo estaban», pensó Jesper Humlin. «Hoy en día se pregunta dónde están.»

—Las líneas de teléfono funcionan mal. Estoy en Gotemburgo. No quiero hablar contigo.

—¿Qué vas a hacer en Gotemburgo?

—Me has organizado dos recitales.

—Se me había olvidado. ¿En la biblioteca?

—Ayer estuve en Mölndal. Esta tarde iré a un sitio que se llama Stensgården.

—¿Qué es?

—Eso deberías saberlo tú, que eres el que lo ha arreglado. No puedo hablar ahora. Además casi no oigo lo que dices.

—¿Por qué no puedes hablar? ¿Te he despertado?

—Estaba despierto. No oigo lo que dices.

—Oyes perfectamente. Lo de ayer en Mölndal tuvo muy buena acogida.

—¿Cómo lo sabes? Ni siquiera sabías que había estado allí.

—Ahora sí oyes.

—Las líneas telefónicas han mejorado.

—Llamó la bibliotecaria. Estaba muy satisfecha.

—¿Cómo podía sentirse satisfecha? Estuvo a punto de haber una pelea.

—Una lectura de poemas casi nunca produce tales reacciones. He intentado hablar con los periódicos de la tarde para que se interesaran por lo ocurrido.

A Jesper Humlin casi se le cayó el teléfono.

—¿Qué dices que has hecho?

—He hablado con la prensa vespertina.

—No quiero que se escriba nada —gritó Jesper Humlin—. Allí había algunos borrachos que decían a gritos que mis poemas eran lo peor que habían leído. Querían saber cuánto cobraba por palabra.

—Una pregunta interesante.

—¿Te lo parece?

—Puedo calcularlo si quieres.

—¿Qué sentido tendría saberlo? ¿Crees que escribiría poemas más largos? No quiero que hables con la prensa. Te lo prohíbo.

—No oigo lo que dices.

—¡Digo que no quiero que se escriba nada!

—Llamaré de nuevo cuando estén mejor las líneas. Voy a hablar con los periódicos de la tarde.

—No quiero que lo hagas. ¿No oyes lo que digo?

La conversación se interrumpió. Jesper Humlin se quedó mirando el teléfono con gesto furioso. Cuando llamó de nuevo a la editorial, le comunicaron que Olof Lundin estaba reunido y que no estaría localizable hasta después del mediodía. Jesper Humlin se tumbó en la cama y decidió dejar la editorial inmediatamente. No quería tener nada más que ver con Olof Lundin. Nunca más. Luego, a modo de revancha, permaneció tumbado en la cama más de una hora pensando en una intriga para una novela policiaca, a la vez que se prometía a sí mismo no escribir nunca el libro.

Por la tarde, cuando la lluvia había empezado a caer sobre Gotemburgo, Jesper Humlin tomó un taxi hasta la zona de las afueras llamada Stensgården. Esta estaba formada por hileras infinitas de bloques tristes que le hicieron pensar en cajas colocadas por gigantes de leyenda en un campo desolado. En la plaza de Stensgården, donde arreciaba un fuerte viento, se bajó del taxi frente a la biblioteca, que estaba encajada entre un establecimiento de bebidas alcohólicas y un McDonald's. Había viajado de nuevo con un conductor africano, que había encontrado el sitio enseguida.

El rótulo de la biblioteca estaba roto y la puerta exterior llena de grafiti. Jesper Humlin buscó a la bibliotecaria responsable, que físicamente era casi una copia de la mujer que encontró la tarde anterior en Mölndal. Sin lograr ocultar su preocupación, preguntó si habían invitado a algunos grupos especiales para la tarde.

—¿Qué tipo de grupos?

—No sé. ¿Has tratado tal vez de que vengan personas nuevas a la biblioteca?

—¿Como quiénes?

—No lo sé. Sólo era curiosidad.

—No sé a quiénes podrías referirte En el mejor de los casos vendrán unas diez personas.

Jesper Humlin la miró estupefacto.

—¿Diez personas?

—Suele ser así cuando nos visitan poetas. Naturalmente, si tenemos un escritor de novelas policiacas vienen más personas.

—¿Cuántas más?

—La última vez vinieron ciento cincuenta y siete personas.

Jesper Humlin no preguntó nada más. Dejó su maletín en el despacho de la bibliotecaria y después salió de la biblioteca. En la calle trató de llamar de nuevo a Olof Lundin desde la desolada plaza, y esta vez logró localizarlo.

—Espero que no hayas hablado con los periódicos de la tarde.

—Claro que lo he hecho. Pero, por desgracia, no parecen especialmente interesados.

Jesper Humlin sintió un gran alivio.

—¿Así que no va a salir nada?

—Parece ser que no. Pero aún no me he rendido.

—Quiero que te rindas inmediatamente.

—¿Has pensado en la novela policiaca?

—No.

—Pues hazlo. Llámame cuando puedas sugerir un buen título.

—Soy poeta. No escribo novelas policiacas.

—Llámame cuando puedas sugerir un buen título.

Jesper Humlin se metió con furia el teléfono en el bolsillo, se ajustó más el chaquetón y empezó a cruzar la plaza sin dirección fija. Después de unos pocos metros se paró y miró a su alrededor. Algo le había llamado la atención. Al principio no supo qué era. Luego se dio cuenta de que eran las personas. Se movían agachadas en medio del viento. Tenía la impresión de haber sobrepasado un límite invisible sin darse cuenta y de hallarse de repente en otro país. Las personas que veía en la plaza le resultaban totalmente extrañas. El color de su piel, sus rostros, sus ropas. Entonces cayó en la cuenta de que nunca anteriormente había visitado esa Suecia nueva y distinta que estaba creciendo, los suburbios parecidos a guetos en los que se metía a todos los que habían llegado a Suecia como inmigrantes o como refugiados. Se dio cuenta, con espantosa claridad, de que era natural que sólo acudieran diez personas a la biblioteca por la tarde. ¿Qué aportaban sus poemas a aquellas personas?

Anduvo por la plaza hasta que empezó a tener frío. Buscó la dirección de Pelle Törnblom en una sucia guía de teléfonos de un café en el que tocaban música árabe. «Club de Boxeo Törnblom.» Se volvió hacia la muchacha de tez oscura que estaba en la caja y le preguntó si sabía dónde se encontraba el club de boxeo.

—Al otro lado de la iglesia.

Jesper Humlin no había visto ninguna iglesia.

—¿Dónde está la iglesia?

La muchacha señaló con el dedo a través de la ventana empañada y siguió leyendo la revista.

Jesper Humlin se bebió su café y buscó la iglesia y el local destartalado donde un letrero sobre una puerta de chapa oxidada anunciaba que era la entrada del club de boxeo de Pelle Törnblom. Se quedó en pie, dudando. ¿Por qué buscaba a Pelle? ¿Qué tenían que decirse en realidad? Decidió volver a la biblioteca. En ese mismo momento la puerta se abrió. Jesper Humlin vio enseguida que Pelle Törnblom había echado barriga. Antes se mantenía en forma. El hombre que estaba saliendo por la puerta tenía el vientre prominente y la cara enrojecida. La camisa bajo la chaqueta de cuero le quedaba demasiado ajustada. Al reconocerlo, saludó a Jesper Humlin.

—Habíamos pensado ir a escucharte esta tarde —dijo sonriendo.

—¿A quiénes te refieres?

—A Amanda y a mí.

—¿Amanda?

—Mi esposa. Mi cuarta y última esposa.

—Entonces seremos doce personas. La bibliotecaria prometió que habría diez asistentes.

Pelle Törnblom abrió la puerta de chapa y entró con Jesper Humlin. Subieron una escalera estrecha y entraron en una habitación que olía a sudor rancio. En medio de la habitación había un cuadrilátero; junto a las paredes, distintos aparatos de musculación. Jesper Humlin buscó con la mirada algo que pudiera parecerse a la máquina de remo de Olof Lundin.

—Cierro los jueves. De otro modo, esto estaría lleno.

Pelle Törnblom lo guió hasta una diminuta oficina. Se sentaron. Pelle Törnblom miró a Jesper Humlin entornando los ojos.

—¿Por qué estás tan bronceado?

—He estado viajando.

—No parece natural.

—¿A qué te refieres?

—Parece demasiado cuidado. Como si pasaras el tiempo en una cabina de bronceado.

En ese momento, Jesper Humlin supo con seguridad que había cometido un error al buscar a Pelle Törnblom.

—He estado viajando por sitios en los que brilla el sol. Así se broncea la piel.

Pelle Törnblom se encogió de hombros.

—Tú has echado barriga —dijo Jesper Humlin contraatacando.

—Me he casado por cuarta y última vez. Ya no necesito pensar en mi aspecto físico.

—Estás demasiado gordo.

—Sólo en invierno. Durante los meses de verano adelgazo.

—¿Quién es Amanda?

—Es de Turquía. Aunque en realidad es de Irán, pero su padre nació en Pakistán, aunque ahora vive en Canadá.

—¿Entonces es inmigrante?

—Ha nacido en Suecia. Si eso tiene algún significado.

—En la plaza he visto que aquí en Stensgården hay muchos inmigrantes.

—A grandes rasgos, sólo yo y los viejos que están en la puerta del establecimiento de bebidas alcohólicas somos lo que se puede llamar suecos. Todos los que vienen aquí a boxear proceden de otros países. He contado diecinueve nacionalidades distintas.

—Supongo que casi nadie acudirá a la biblioteca esta tarde —dijo Jesper Humlin, asombrándose de que sólo el hecho de pensarlo le producía desánimo.

—Conocerás a algunos de ellos después —dijo Pelle Törnblom en tono animoso mientras enchufaba un sucio hervidor de café que había en un estante.

—¿Qué quieres decir?

—No pude convencerlos de que fueran a la biblioteca. Pero vienen a la fiesta que habrá después.

—¿Qué fiesta?

—La fiesta que te hemos preparado esta noche.

Jesper Humlin sintió de nuevo que una gran sensación de desasosiego se apoderaba de él.

—Nadie me ha dicho nada sobre una fiesta.

—Por supuesto. Iba a ser una sorpresa.

—No puede ser. Tengo que volver a Estocolmo. La lectura está fijada de esta forma para que me dé tiempo a regresar en el último vuelo.

—Puedes viajar mañana por la mañana.

Jesper Humlin vio la cara de Andrea ante sí.

—No puede ser. Andrea se pondrá furiosa.

—¿Quién es?

—La mujer con la que se supone que vivo.

—¿Estás casado?

—No. Ni siquiera vivo con ella.

—Llámala y dile que te quedarás hasta mañana. ¿Es tan difícil?

—Es imposible. No la conoces.

—¿Sólo una noche?

—No puede ser.

—Muchos van a sentirse defraudados si se suspende la fiesta. En particular todos los jóvenes que vienen a boxear aquí. No han visto nunca a un escritor de best setter famoso.

—No soy ningún escritor de best setter. Apenas soy especialmente conocido.

Pelle Törnblom tenía la cafetera encendida. Jesper Humlin negó con la cabeza cuando le ofreció una taza.

—No creo que seas de los que decepcionan a los inmigrantes jóvenes. También vendrán los padres de algunos de ellos.

Jesper Humlin se rindió. Trató de imaginarse cómo podría explicarle a Andrea que tenía que pasar la noche en Gotemburgo. Pero se dio cuenta de que cualquier cosa que dijera se volvería en su contra.

—Vendrán algunos cíngaros a tocar música —dijo Pelle Törnblom para alentarlo.

Jesper Humlin no respondió. En vez de eso, su mirada y su pensamiento se centraron en un póster descolorido que había en la pared haciendo publicidad de un encuentro de boxeo entre Eddie Machen e Ingemar Johansson.

A la lectura asistieron trece personas, gracias a que uno de los conserjes se quedó a pesar de tener la tarde libre. Podrían haber sido diecisiete, ya que algunos de los borrachos que estaban en los bancos ante la puerta del establecimiento de bebidas alcohólicas querían entrar a calentarse. Jesper Humlin, que aún no había llamado a Andrea, miró con tristeza el desolado local. Pero cuando llegaron tambaleantes aquellos achispados, se espabiló y puso en claro que se negaba a leer poemas a personas que estaban evidentemente borrachas y a las que sólo les interesaba el calor de la biblioteca.

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