—Hola, Gepy, ¿cómo estás?
—Muy bien, y no sabes lo contento que estoy de verte. ¡Pero qué haces aquí tan engalanado! No puedo creerlo. ¡Step está otra vez en la ciudad!
Querría gritárselo a alguien; mira a su alrededor, pero no entiende que su show no está destinado a nadie. Sólo a mí. Y también el señor Romani… No creo que pertenezca precisamente a su público.
—Perdóname, Gepy, pero estamos hablando.
Miro al señor Romani buscando su apoyo, aunque no sé muy bien por qué. Me sonríe divertido y pone una cara como diciendo «no te preocupes, son cosas que pasan, no sabes cuántos imbéciles como éste me toca aguantar a mí». Al menos, eso es lo que me apetece leer.
—Oye, Step, aún me acuerdo de cuando tumbaste a Mancino. Estábamos donde Giovanni, el heladero, ¿te acuerdas? Él estaba allí haciendo de jefe y después llegaste tú. No te dio tiempo a bajar de la moto cuando, oh, ni lo viste, el tipo te zurró. Madre mía, la tunda que recibiste. Mancino creía que estabas acabado, en cambio… —Gepy se ríe a mandíbula batiente—. Bum, le soltaste una patada en el estómago y no le diste tiempo. Bum, bum, bum, qué serie impresionante en la cara. —Gepy brinca allí delante, lanzando patadas al aire—. Bum, bum, bum, me acuerdo como si fuera ayer. Una carnicería, lo tumbaste. Y aquella vez en la gasolinera de corso Francia, en Beppe. Cuando llegaron aquellos dos horteras con el Renault 4, que después me dijeron que eran amigos de Mancino, que te rodearon…
—Gepy, perdona, te lo repito, pero estaba hablando con el señor.
—No pasa nada, no te preocupes. —Romani sorbe su aperitivo y parece sinceramente interesado—. Déjalo hablar.
Gepy me mira interrogativo y después, sin esperar ni siquiera un mínimo gesto, continúa tranquilo:
—Hasta tenían una cadena. Oh, nada, ¿eh?… Qué mal acabaron… ¡Parece que ni siquiera siguieron siendo amigos de Mancino! ¡Ah!
Vuelve a reírse aún más a mandíbula batiente que antes.
—¡Qué leyenda! Esos tiempos se acabaron, ya pasaron. Ahora todos tranquilos, todos a pacer como ovejas, sin nombre, sin reglas, sin honor… Piensa que ahora si lo intentas con la novia de alguno, éste ni siquiera se cabrea. Ya no hay respeto.
Esta última especie de discurso entre nostálgico y amargo me convence para cortarlo.
—Oye, tal vez nos veamos una de estas noches, ¿eh?
—Cómo no. Toma, te dejo mi número. —Saca una tarjeta del bolsillo trasero de los vaqueros. Me resisto a guardarla. Está el número de su móvil y detrás la foto de Gepy perfectamente impresa en blanco y negro con él, con el torso desnudo, en falsa pose de culturista o algo parecido—. Fuerte, ¿no? He mandado hacer dos mil. —Y después añade serio—: ¡También me sirven para trabajar, eh! —Luego se aleja andando hacia atrás, poniéndose en pose clásica. Pulgar, meñique, oreja y boca—. Llámame, Step, iremos a comer una pizza. ¡Cuento con ello!
Asiento esbozando una sonrisa.
Gepy sacude la cabeza y se aleja dando brincos.
—Me parece un tipo simpático.
Romani me mira inseguro. No está del todo convencido de su afirmación.
—Bueno, a su manera… Hacía tanto que no lo veía. En aquella época era muy divertido.
—¿En aquella época? Parece que haya pasado un siglo. Hablarás de hace algunos años.
Su pregunta queda en el aire. En el fondo, ha pasado un siglo.
Romani acaba de beberse su aperitivo.
—Aquí está, ya llega. Es Marcantonio.
Una extraña mezcla entre Jack Nicholson y John Malkovich camina sonriendo hacia nosotros fumando un cigarrillo. Con entradas, el pelo corto por encima de la oreja y las patillas largas que le acarician las mejillas cerrándose en forma de coma. Una bonita sonrisa y una mirada inteligente. Con un gesto lanza lejos el cigarrillo, después hace casi una pirueta sobre sí mismo y se sienta en la silla libre que hay a nuestro lado:
—¿Qué tal? He estado un poco tocapelotas con el teléfono, ¿eh?
No deja que Romani conteste.
—Es mi habilidad principal. Agotar, lentamente pero agotar. Es la gota malaya, tac, tac, hasta corroer incluso el metal más duro. Es cuestión de tiempo, basta con no tener prisa, y yo no la tengo. —Saca un paquete de Chesterfield light y lo apoya en la mesa debajo de un Bic negro—. Marcantonio Mazzocca, noble venido a menos pero en clara recuperación.
Le doy la mano.
—Stefano Mancini, creo que tu ayudante.
—Ayudante, qué término innoble han acuñado para darnos a cada uno nuestro rol.
Romani lo interrumpe:
—Puede ser todo lo innoble que te parezca, pero él será tu ayudante. Bueno, ahora os dejo. Explícaselo todo y bien, porque se empieza el lunes. Salimos en antena dentro de tres semanas. ¡Y todo tiene que estar perfecto!
—¡Y estará perfecto, jefe! He traído un logo para el título, si tienes la amabilidad de revisarlo… —Le alarga una pequeña carpetita que ha aparecido como por arte de magia de un bolsillo interior de su chaqueta ligera. Romani la abre.
Marcantonio lo mira tranquilo, seguro de su trabajo.
Romani está complacido, y después se da cuenta:
—Bueno, el logo es demasiado claro, y además… Fuera todos estos arabescos, estas flechas de aquí… ¡Todo más ligero!
Romani se aleja con la carpetita debajo del brazo.
—Siempre tiene algo que decir; lo hace sentirse más seguro. Y nosotros le seguimos el juego.
Enciende otro cigarrillo. Después se relaja, se arrellana en la silla y se saca del bolsillo otra carpetita. La abre.
—
Et voilà
.
Es el mismo dibujo con el logo más claro y sin las flechas, precisamente como ha pedido Romani.
—¿Has visto? ¡Ya está hecho! —Después se despereza mirando a su alrededor—. Este sitio es fantástico, ¿no te parece, ayudante? Mira los colores, las mujeres…, ¡mira ésa!
Señala a una rubia con el pelo corto, cuerpo musculoso y seguro. Trasero alto que se pierde bajo una falda ajustada, la nariz un poco demasiado grande en comparación con unos labios que cuentan lo peor si se les presupone un placentero uso.
—La he conocido en profundidad. Forma parte del ambiente, ¿sabes?
—¿Cómo?
—El ambiente…, nuestro ambiente de trabajo, mujeres de bandera. Suelta una bocanada de humo, riéndose—. ¿Has visto los labios? ¡Me ha dejado seco!
Confirma el placentero uso.
—¿Cómo?, ¿quieres decir que son todas así?
—No son todas así. Son más, son guapísimas. Ya las verás, ya las verás. Son de verdad. Son mujeres fantásticas, ocultas en vestidos de colores, bailarinas, azafatas, figurantes. Se ríen, se encienden como si nada, como pequeñas bombas de mecha corta. Y detrás de esos pechos, apretados por corpiños imposibles, esos traseros duros, estrangulados por bragas minúsculas, están sus historias: tristes, alegres, absurdas… Son chicas que aún estudian, que ya tienen un hijo y no un marido, que nunca han estudiado, que están a punto de casarse o de separarse, que no se casarán nunca o que aún sueñan con hacerlo. Todas allí reunidas con una sola cosa en común: aparecer en la caja mágica. Aparecer…
—Bueno, por cómo hablas, ya veo que te gustan mucho. Pareces un poeta.
—Yo soy Marcantonio y vengo del norte, más allá de Milán, del Veneto más rico. Y no tengo un duro. Lo que me queda es la sangre noble y las ganas de amarlas a todas, en eso siempre seré rico. Tienes que verlas… Y las verás, ¿verdad?
—Creo que sí.
—Seguro que sí. ¿Eres mi ayudante o no? ¡Pues entonces te divertirás un montón! —Me da un manotazo en el hombro y se levanta—. Bueno, me voy.
Coge los cigarrillos y el encendedor y se los mete en el bolsillo. Después sonríe y levanta las cejas. Va hacia la chica del pelo corto rubio y da una vuelta a su alrededor. Me quedo un momento mirándolo. Da otra vuelta alrededor de la chica, después se para y se planta frente a ella con las manos en los bolsillos de la chaqueta. Empieza a hablar, tranquilo, seguro, sonriente. Ella lo escucha con curiosidad y después se echa a reír. La chica sacude la cabeza. Él le hace un gesto, ella lo piensa un momento, después parece optar por el sí y se encamina hacia Vanni para entrar. Marcantonio me mira, sonríe y me guiña un ojo. Después la alcanza. Apoya una mano en su espalda para «ayudarla» a entrar en el bar. Ella se deja guiar y desaparecen de mi vista.
Volumen al máximo.
«What if there was no light, nothing wrong, nothing right, what if there was no time…»
La voz de Chris Martin, de Coldplay, llena la habitación. Acaso para tapar otro sonido. El ronco y continuo que ahora está sintiendo en su interior como un aguijón, una llamada que no deja de atormentarla a medida que pasan las horas.
—Daniela, ¿estás sorda? ¿Quieres bajarla, por favor? ¿O lo haces para que Fiore se aprenda la canción desde la calle?
Por un momento, la imagen del portero cantando en inglés romanesco mientras poda las plantas la distrae y la hace sonreír. Por un momento. Porque después esa duda, su duda, vuelve a hablar, a llamarla. Sí, mamá, si fuera sorda tal vez no oiría más esa voz que sigue diciéndome la única verdad que no quiero oír. Es más, es mejor subir el volumen, es mejor cantar con Chris esas palabras que ahora parecen tan verdaderas, tan adecuadas… Daniela empieza a traducirlas mentalmente: «Qué sucedería si no hubiera luz, nada equivocado, nada justo, qué sucedería si no hubiera tiempo…» Sí, si no hubiera tiempo. Si no hubiera más. Basta. Hay que hacer algo, hay que aclararlo de una vez por todas.
—Hola, Giuli. ¿Te molesto? ¿Qué haces?
—¡Hola! No, tranquila, si precisamente estaba pensando en ti.
—¿Pensabas en mí? ¡Creía que tenías cosas mejores que hacer!
—Veo que la simpatía se contagia… ¿Quieres saber por qué?
—Dime.
—Estaba descargando del móvil al ordenador las fotos que saqué en la fiesta. ¡Son una pasada! Aunque no había demasiada luz, han salido bien. ¡También estás tú mientras bailas y haces el tonto!
—¿De verdad? No me di cuenta de que me hacías fotos.
—¡Te creo: estabas completamente fuera de órbita! Estás tú con Brandelli, después tú con dos locos de atar que saltaban a tu alrededor, y otra vez tú que le gritas no sé qué a no sé quién… ¡Y ya está, porque en un momento dado desapareciste! ¡No te volví a ver! ¿Dónde demonios estabas, eh? ¡Tienes que contarme todo lo que no pude fotografiar…!
—¡Ya! Fue una fiesta guay, ¿verdad? ¡Me divertí muchísimo! ¡Y finalmente lo conseguí! ¿Has visto? Chicco fue muy dulce, y tú que siempre hablas mal de él… ¿A qué hora desaparecí de allí con él? —Giuli no le hace caso. ¿Por qué debería hacérselo? La voz de Daniela tiembla un poco mientras lo pregunta, en un intento por parecer lo más segura y natural posible—. Quiero decir, ¿cuánto rato estuve con él? Tú estabas lúcida, prestarías atención, ¿no? ¿Al cabo de cuánto tiempo volví contigo y nos marchamos?
—¡Joder, pero ¿de verdad no te acuerdas de nada?! ¡A ti el éxtasis te hace un efecto muy raro! Con él no lo sé, porque, sinceramente, a Brandelli lo vi sentado en un sofá hablando con unas tipas, y tú ya no estabas. Quizá desaparecisteis juntos antes. Conmigo volviste como mucho al cabo de un par de horas. ¡O sea, que imagino que os divertisteis! ¡Venga, cuéntame! ¿Cómo fue? ¿Te gustó?
—Fue distinto de como creía, pero en realidad ¿cómo puedes imaginar algo que nunca has probado? Hasta que te ves allí… Bueno, ya te lo contaré todo la próxima vez que nos veamos. Todo…, ¡es decir, lo poco que recuerdo! ¿Cómo quieres que te lo cuente por teléfono? Ya sabes que aquí me oyen. Si pasa mamá, estoy perdida. Aunque tenga la música alta, ésa tiene el oído más agudo que un indio. Iré a verte pronto. Ahora tengo que dejarte.
—De acuerdo, pero siempre te escabulles en lo mejor. ¡Te esperaré, chica afortunada! Mándame un sms antes y así estaré en casa. ¿Quién va a perderse el relato de la primera vez de la pequeña Gervasi?
Ojalá, Giuli, ojalá me hubiera escabullido en lo mejor. Al menos ahora solo tendría dentro a los Coldplay, y no esta duda que no me deja en paz.
—Está bien, adiós.
Nada. La duda aún sigue ahí. Ligera como un velo que esconde la verdad. Pesada como un peñasco que aplasta la serenidad.
«You don't have to be alone, you don't have to be on your own…»
Las trazas se deslizan.
«A message…»
«No tienes que estar sola, no debes ir por tu cuenta…» Ya, Chris, ¿por qué no vienes tú aquí a darme el mensaje que espero, la noticia que no sé? El volumen sigue alto. Raffaella se ha rendido. Y Fiore quizá esté aprendiendo inglés. Las palabras que salen del aparato de música siguen golpeando en esa amenaza. Pero no hay que asombrarse: el alma siempre sabe elegir la mejor banda sonora. Y las canciones no llegan nunca por casualidad. Como la verdad, por otra parte.
—Hola, Chicco. ¿Molesto?
—Hola, pequeña, ¿cómo estás? ¡Qué pasada la otra noche, ¿eh?! ¡Menuda fiesta! ¿Y esta noche? ¿Quieres que vaya a buscarte y vamos a tomar un café?
—De acuerdo, quedemos. Sí, realmente fue una buena noche, me divertí como una loca, ¡no me lo podía creer! Y tú estuviste encantador, realmente muy dulce…
—¡Creo que te equivocas! ¿Dulce y encantador, dices? ¡Pero si no hice nada! Es más, podría haberlo sido si no hubieras desaparecido como lo hiciste. Te perdí la pista casi en seguida y no volví a verte. ¿Dónde te metiste? Pusieron una bonita canción lenta, E…, de Vasco. La quería bailar contigo. ¿Dónde estabas? Y después quería acompañarte a casa, pero entonces Giuli y tú ya no estabais. ¿Por qué?
No es por la canción lenta frustrada, ni por el viaje perdido a casa que su estómago se cierra y el corazón empieza a latirle más rápidamente de lo normal. Es porque Daniela busca respuestas y, en cambio, sólo obtiene preguntas.
—Sí, es verdad, perdona, quería decírtelo, Giuli llamó a su hermano para que nos acompañara porque no te encontrábamos y no contestabas al móvil. Quizá tenías la batería descargada. Perdona si desaparecí… Di mil vueltas, bailé, me reí y por eso perdí la noción del tiempo. Bueno, nos llamamos después, así decidimos si vamos a tomar ese café.
—¡De acuerdo, pequeña, entonces hasta luego!
Pequeña. Ojalá… Ser aún como entonces, cuando jugaba en la habitación con Babi. Cuando no tenía que preocuparme casi por nada. Cuando encontraba todas las respuestas porque las preguntas eran más sencillas. No como ésta. Ésta es difícil. Y también absurda. Tanto que ni siquiera Giuli y Chicco han resuelto la duda. Y ellos estaban allí. Sí, pero no conmigo, no en aquella habitación. Ahora sólo el tiempo puede ayudarme. Únicamente tendré que esperar algunos días, sólo…, parece fácil.