—Me lo creo. Intenta recuperar el tiempo perdido…
—Qué malos sois.
Carlona intenta defenderla por solidaridad de categoría.
—Pero si es verdad… De todos modos, el mérito es del Gota.
—Sí, el primero siempre es el primero. Gran mérito.
Guido Balestri toma las riendas del relato.
—Bonito regalo que le ha hecho al Gota, seguro que tenía telarañas en esa gruta pluvial suya. —Y venga risas—. Luego Davide vino a la plaza y tuvo una especie de comicios púbicos…
—No me lo creo.
—Te lo juro. Contó a todo el mundo que ella disfrutó como una loca.
—No…
—¡Sí!
—Bueno, si llevaba cuatro años de abstinencia… ¡Además, cuando una cede, es justo que ceda a lo grande!
—Dicen que la oyeron aullar a la luna, como Lassie, ¿te acuerdas?
—¡Cómo no! Gran película.
—Davide en esto es grande.
—Sí, y no sólo grande: ¡es
glande
! En todos los sentidos. ¡Davide en otros tiempos habría humillado a Goliat!
De esto nadie se ríe. Gin, sí. Y es una gran satisfacción. Y siguen así, riéndose y armando jaleo.
Los miro mientras comen. Nada, no han cambiado. Son todo un espectáculo. Se bombardean como de costumbre con la comida que acaba de llegar, se abalanzan con los tenedores sobre el lomo, sobre el jamón, sobre el salchichón. Devoran las rodajas charlando, dejándolas colgar adrede de los dientes hasta la barbilla. Llegan las brochetas. Todos se lanzan en seguida para cogerlas. Están aún calientes y humeantes: salchichas y pimientos, recién asados, se convierten en espadas perfumadas para una desesperada escaramuza entre Schello y Lucone. A estos dos se une también Hook y empieza el combate. Se oye el ruido del metal atenuado a veces por la carne recién asada. Un ataque de Schello, parado por Lucone. Sale rodando una salchicha. Gin la coge al vuelo con la mano derecha, excelentes reflejos, y además, aún caliente, se come un trozo.
—¿Has visto qué velocidad? Apuesto a que te he recordado una película; venga, exprímete el cerebro…
—Es verdad, me ha recordado la escena de una película, sí, pero no sé cuál.
—Vamos, te ayudo. Es la historia de una prostituta; más que una historia, es la fábula de una prostituta.
Interviene Lucone, exagerado como siempre:
—Ya lo tengo:
Blancanieves y las siete pollas
.
Gin lo mira asqueada haciendo una mueca y tragando el último trozo de salchicha.
—Qué descarado eres… Es
Pretty Woman
. Ahora di que no la has visto y esta vez te doy un buen repaso.
Me mira levantando las cejas.
Pretty Woman
, cómo no, con Julia Roberts.
—¿Te acuerdas o no?
Repentinamente retrocedo en el tiempo. Babi y yo, Hook y el Siciliano que acabamos, quién sabe cómo, juntos en el cine. Hook y el Siciliano que al final de la primera parte salen.
—Menuda estupidez de película. ¿Estáis tontos o qué?
—Sí, nosotros nos largamos.
Finalmente pude coger de la mano a Babi y tenerla así toda la película, mientras ella me metía palomitas en la boca.
—Sí, me acuerdo.
Pero no le cuento toda mi película.
—Es la escena en la que el camarero coge al vuelo el caracol que Vivien, el personaje que interpreta Julia Roberts, ha lanzado fuera del plato al intentar comérselo.
—Sí, cómo no. A pesar de las enseñanzas del director del hotel…
—¿Ves como te acuerdas? ¡Step se hace el duro, pero en el fondo es un romántico!
—Muy en el fondo.
—Ya, pero a mí me gusta excavar. No hay que tener prisa. De pequeña quería ser arqueóloga, y después… Después entendí que tengo claustrofobia y que nunca podría entrar en una pirámide.
—O sea, que te gusta más estar encima que debajo.
—¿No puedes pensar nunca en otra cosa?
—Bueno, a ver, quizá si me esfuerzo…
Me pongo las manos sobre la cabeza como para concentrarme. Después las bajo hasta la mesa y le sonrío.
—No, lo siento, no sale nada mejor.
Pero precisamente en ese momento, ¡pum!, a Gin le alcanza una rebanada de pan mojado en la cara. Le explota en la mejilla y el pelo se le llena de migas. No puedo no reírme. Lucone se excusa desde lejos:
—Hostia, perdona, iba dirigido a Step.
—¡Pues entonces tienes una puntería terrible!
Gin se frota la mejilla, enrojecida y aún mojada.
—Me has hecho daño… ¡Ahora verás!
Es como la señal que inicia la batalla. Todos empiezan a lanzarse cosas. Schello, por si no bastara, saca la radio y pulsa el
play
.
—La batalla necesita una buena banda sonora.
No le da tiempo a decirlo cuando una chuleta acierta de pleno en su Aiwa mientras suena a toda castaña
Hair
. Todos empiezan a bailar sentados, levantando los brazos, intentando esquivar a tiempo toda clase de comida. Esta vez, una patata le da en la frente a Gin, que se levanta como enloquecida. «Ya estamos —pienso—, ahora viene cuando pierde los estribos.» Pero lo hace aún mejor. Lo más bonito que pueda imaginar. Se sube a la silla e… imita estupendamente al mítico Treat Williams en
Hair
. Sube con el otro pie a la mesa y venga, un paso tras otro. Gin avanza bailando, dejando caer el pelo hacia adelante y después descubriendo otra vez la cara. Sonriendo, después sensual, después de nuevo dura, sea como sea, guapísima. Nada mal, en serio. Y todos le siguen el juego. Apartan los platos ya vacíos, los tenedores y los vasos a cada paso que da. Hook, Lucone, Schello… Incluso las novias le siguen el juego. Todos apartan lo que tienen delante. Fingen estar turbados por esa extravagante Gin, precisamente como los invitados de esa larga mesa en
Hair
. Gin baila que da gusto. Schello, en cambio, lo estropea todo como de costumbre. Sube a la mesa y empieza a bailar detrás de ella sin gracia, destruyéndolo todo con su falta de ritmo. Una patada a la derecha, otra a la izquierda. Y venga. A la novia de Hook no le da tiempo a quitar un plato de debajo. Una Clarks hundida por Schello acierta de pleno un plato que resbala preciso, como chutado por Di Canio. ¡Y hala! Le da en la frente a la mujer del albañil. La tipa se cae de la silla, se lleva las manos a la cara y lanza un grito espantado que nos deja a todos atónitos, incluso a la radio de Schello. Vit se acerca corriendo como un loco.
—¡Me cago en la puta! ¿Acaso os habéis vuelto locos? Vamos, bajad de ahí. Señora, ¿cómo está?
Vittorio la ayuda a levantarse. Por suerte, no tiene nada, o casi… Quiero decir, que no se ha abierto la cabeza. Sólo tiene un chichón enorme allí, a la derecha. Un repentino cuerno injustificado, o quizá no.
—¿Quién ha sido?
—Qué importa quién ha sido.
Schello es rápido en ciertas cosas, sobre todo si está él en medio.
—Ha sido una casualidad, un accidente.
—Sí, el que vas a sufrir tú.
Vit se mete en medio y detiene al albañil.
—Vamos, tranquilo. Es mejor.
—¿Ah, sí? ¿Y qué vas a hacer?, ¿me vas a dar otro
limoncello
? ¿Sabes qué hago yo con tu
limoncello
? Me limpio la polla.
—Bueno, si va a ponerse así, le ruego que se marche, por favor.
El albañil coge carrerilla e intenta atrapar a Schello, que retrocede en la mesa, se cae hacia atrás y acaba con la pierna metida en la anea de una silla y después en el suelo.
El albañil no ceja en su empeño y rodea la mesa a la carrera. Schello está en el suelo, con la pierna metida en la silla y sin poder levantarse. El otro, pensando en su mujer, coge carrerilla para alcanzarlo en plena cara. Quizá espera empatar. Pero no es así. El albañil es levantado al vuelo desde atrás y de pronto se encuentra pateando en el vacío. Lucone le hace dar media vuelta y lo suelta un poco más allá:
—Venga, basta, de verdad que ha sido… un accidente.
—Sí…
Interviene Hook.
—Perdona, pero creo que lo mejor es que vayas a ponerle un poco de hielo a tu mujer.
—¿Sabes dónde te voy a poner yo el hielo? ¡Por el culo te lo voy a meter!
—Bueno, si te pones así… Después me dicen que me he cagado de miedo.
Hook se ríe, el albañil no entiende nada e intenta decir algo, pero es alcanzado por Hook. Un puñetazo en plena cara, rapidísimo, ¡bum! Ha mejorado; debe de haber entrenado mientras yo estaba fuera. El albañil vuela hacia atrás y aterriza algo más allá, sobre una silla que se cae y acaba en el suelo, rompiéndose bajo su peso. Tumbado. Todos empiezan a gritar. En el local, algunos clientes se inquietan. Unos señores del fondo se levantan de las mesas. Una mujer coge un móvil y empieza a llamar. Es la señal. No necesitamos mirarnos. Lucone, Hook, el Velista, Balestri, Zurli y Bardato se llevan a sus chicas.
—Ostras, yo no he comido nada.
—Yo tampoco.
—Sé buena y ven conmigo, venga que luego te invito a un helado en Giovanni.
—Ya me imagino qué te dará: un Calippo de crema.
Se ríen y Schello se levanta, librándose de la silla, que desafortunadamente le cae también encima al albañil, que quizá acababa de darse cuenta de dónde se encontraba. Bajo de la mesa a Gin por un brazo. Está a punto de caerse, pero la cojo al vuelo.
—¿Qué ocurre?, ¿qué pasa?
—Por ahora nada, pero es mejor que nos larguemos.
—Espera…, la chaqueta. —Vuelve atrás y coge al vuelo la cazadora oscura Levi's; después viene conmigo.
—Adiós, Vit, perdónanos pero tenemos una fiesta.
—Sí, una fiesta… Vosotros siempre igual, ¿eh? ¡Ya os daré yo fiesta!
Parece enfadado, pero en realidad está divertido como siempre Permanece inmóvil junto a la puerta. Nos mira a todos salir corriendo, armando un gran jaleo. Schello da un salto, choca los pies lateralmente uno contra el otro al estilo John Belushi y los demás se ríen. Lucone y Bunny roban algo de comer de las demás mesas: una
bruschetta
, un trozo de salchicha… Balestri camina lento. Tiene la mirada cansada; está un poco achispado, o quién sabe. De todos modos, sonríe y estira los brazos como diciendo: «Ellos son así», cuando el que «es» así es precisamente él. Schello roba un trozo de bizcocho arrancándolo literalmente de la boca de una señora, que da el mordisco en el aire. Casi se muerde la lengua y golpea enfadada con el puño sobre la mesa.
—¡No puede ser! El mejor bocado. Me lo había dejado para el final.
Vit, que se estaba tomando un vaso de vino, se echa a reír y se le derrama por encima. Yo paso en ese momento con Gin y, para no ser menos, le robo a la señora una patata. Doy un mordisco:
—Perfecta, aún caliente, patatas caseras de las que hace Vit, cortadas a mano, no congeladas, toma.
Le paso a Gin la otra mitad de la patata.
—Después no digas que no te he invitado a cenar.
Y corremos así, siguiendo a los demás, cogidos de la mano. Ella se ríe, sacudiendo la cabeza con la media patata en la boca.
—¡Quema!…
Finge que se queja y se ríe mientras corre como una loca con los pies hacia afuera, el pelo al viento y la cazadora oscura. Y en ese instante, de noche, sólo tengo un pensamiento. Me alegro de que me haya robado veinte euros de gasolina.
Algo más tarde, en el coche.
—Un poco bestias pero muy simpáticos, tus amigos. A veces las chicas tenemos que salir con unos muermos…
—Las chicas… ¿Qué chicas?
—De acuerdo, entonces digamos que a veces yo he salido con algunos muermos… ¿Así está bien?
—Mejor.
—Muy bien. Entonces ¿qué debería decir? «¡Tus amigos son grandes, míticos!» ¿Mejor así?
—«Míticos», qué palabra tan fea. Míticos… Parece el título de una película de Vanzina. ¡En todo caso, épicos!
Gin se echa a reír.
—Está bien,
touché
.
Después me mira y frunce el ceño.
—Oh, perdona. No entiendes el francés, ¿verdad?
—Cómo no,
touché, touché
significa…
De repente tomo una curva muy cerrada y Gina acaba entre mis brazos. No sé cómo pero sus tetas están ahora entre mis manos.
—Eso, esto es
touché
, ¿verdad?
Intenta darme una bofetada, pero esta vez soy más rápido que ella y le agarro la mano al vuelo.
—Perdona… ¡Mejor dicho,
pardon
! No quería
toucharte
, ¡pero
tu es très jolie
! ¿Qué te parece mi francés? De todos modos, «ya hemos llegado». Pero esto no lo sé decir.
Bajo del coche. Gin está furiosa.
—Despéjame una curiosidad: si tus amigos son tan «épicos» como dices, ¿por qué cuando has pasado por delante de donde habíais quedado has fingido que no los veías? —Hostia, es una pasada. No se le escapa nada. Camino y le doy la espalda. Pero me ha dado en pleno estómago—. Esto, por si no lo sabes, se dice
tombé
, ¡o sea, tocado y hundido, imbécil!
Gin entra en su coche, lo pone en marcha en un segundo y sale derrapando. Corro hacia la moto. Un metro más y llego.
—A tomar por el culo el tío este. Menudo engreído. ¿Quién se cree que es? Sí, se llama Step, ¿y qué? ¿Quién coño lo conoce?… Sí, es un mito o ha sido un mito, pero para sus amigos, «los épicos», como los llama él. ¿Y qué?
—Pues que te gusta un poco.
Desde pequeña me divertía jugando
Gin 1, la Venganza
y
Gin 2, la Sabia
. Al menos, yo las llamaba así. La primera,
Gin 1, la Venganza
, es Salvaje. Entre otras cosas, de pequeña tenía una amiga que se llamaba así, y me hubiera gustado un montón robarle el apellido. La segunda,
Gin 2, la Sabia
, es Serena, la romántica y equilibrada. Y Salvaje y Serena discuten todo el rato sobre todo.
—Sí, me gusta, ¿y qué?
—Pues que la has cagado.
—Aclara mejor el concepto.
—¡Está bien, me gusta mucho! Me gusta su pelo corto, sus labios carnosos, sus ojos alegres y buenos, sus manos y…, ah, sí, me encanta su precioso culo.
—Qué descarada eres.
—Y a ti mira que te gusta tocar las narices.
—¿Ah, sí?
—¡Sí!
—Pero si te gustan todas esas cosas, entonces, dime… ¿por qué le has robado las llaves de la moto?
—Porque nadie puede tocar mis tetas si no está autorizado, ¿está claro? Y Step, el mito, mejor dicho «el épico», no estaba autorizado. Y estas bonitas llaves me las guardo de recuerdo.
—Estoy seguro de que estabas pensando en mí…