Tengo ganas de ti (40 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Tengo ganas de ti
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—¿Ves, Step?, esto es la tele. —Marcantonio me da un manotazo en el hombro—. Ven, vayamos a nuestro sitio, estamos a punto de empezar.

—¿Y ahora qué se hace?

—Bueno, nada en especial. Es sólo una prueba antes del ensayo general. Llevamos retraso, pero es así casi siempre.

—Ah, entiendo.

Me encojo de hombros. No es que me haya quedado demasiado claro, pero debe de ser un momento importante porque hay una extraña tensión. Los cámaras empiezan a coger los auriculares, se los ponen en la cabeza como soldados listos para internarse en una trinchera. Mueven veloces la palanca del
zoom
, un golpe seco, haciendo que se balancee, y empuñan las cámaras al vuelo, estiran las piernas y se ponen en posición, propietarios de ametralladoras listas para disparar sobre cualquier imagen que solicite el general Romani.

—Tres, dos, uno… ¡Adelante con las siglas!

Arranca la música. El monitor en color, inmóvil frente a nosotros, cobra vida repentinamente. Entran los logos de colores que hemos hecho nosotros. Después, de repente, desaparecen. Y debajo de ellos una serie de telones se abren uno tras otro, perfectamente sincronizados. La cámara dos, donde un único cámara tiene el placer y la posibilidad de estar sentado, avanza lentamente hacia el centro del estudio. En el monitor en color veo lo que enfoca. Tiene la luz roja encendida: es la señal de que está grabando. Avanza inexorable como un perfecto fusil de caza. Ha enfocado el último telón, esa pequeña puerta del fondo que repentinamente se abre. Allí están. Una tras otra, rubia, morena, pelirroja, salen como pequeñas mariposas de esa pequeña puerta, como hojas de colores que caen de un otoñal árbol televisivo, ellas, las bailarinas. Vestidas, desvestidas, veladas. Con los músculos escondidos, con las sonrisas improvisadas, con el pelo peinado o teñido, con las caras maquilladas. Avanzan ligeras hasta el centro y ocupan su sitio con elegancia. Después, con un único paso, se mueven a la vez como pequeños soldaditos delicados. Bailan sobre sí mismas, alejándose y acercándose de nuevo, estiran los brazos y sonríen, apagándose y encendiéndose delante de cada cámara que se ilumina de rojo poniéndolas en antena. Y los cámaras, impecables, bailan con ellas, cambian el encuadre, las llevan de la mano, las sueltan y las recuperan. Y Romani dirige el conjunto, perfecto maestro de una música recién creada, formada por imágenes y luces. En silencio, Marcantonio golpea a tiempo las teclas del ordenador, liberando, uno tras otro, los títulos que aparecen y desaparecen moviéndose en 3D ahora sobre el rostro de aquella chica morena, ahora sobre una vista aérea, ahora sobre una panorámica que se funde. Muy bien. No se equivoca ni una sola vez. Una última pulsación y la música se interrumpe. Silencio. Las chicas puestas en fila estiran los brazos y con un solo gesto señalan el fondo del teatro. Por esa pequeña puerta aparece el presentador.

—Buenas noches…, buenas noches. Aquí estamos… ¿Qué significa el título de «Los grandes genios»? Pues quiere decir…, por ejemplo, ser genial quiere decir estar aquí con estas preciosas chicas y, sobretodo, que te paguen por ello…

Miro a Marcantonio.

—¿Va a decir todas esas cosas?

—Bueno, ¿qué importa?… Lo hace de prueba para divertirse, para hacerse el simpático, o quizá para ligarse a una de las bailarinas, pero cuando está en antena es muy distinto: es un presentador muy serio. Ojalá fuera así. Es más, no entiende que caería mucho mejor a todos. Hoy en día la gente lee de todo, lo siguen todo y lo saben todo. Y en cambio, él cree que sólo lo miran los idiotas.

—Bueno, si lo miran mucho, un poco idiotas sí que son.

Marcantonio se vuelve y levanta una ceja.

—Hum, veo que estás aprendiendo. Nada mal. Siéntate aquí, te explicaré qué tienes que hacer.

—¿Cómo que qué tengo que hacer? ¿Acaso no estás tú?

—Pero un día podría no estar, puedo tener cosas que hacer, y además…, estás en prácticas, pero el día de mañana estará todo en tus manos y tienes que dominar el oficio. —Dominar el oficio. Me suena fatal. Es como haber sido absorbido por un enorme aspirador que te atrapa y ya no te suelta. Me siento al lado de Marcantonio, que empieza a explicarme—: Con este botón haces
reset
, con éste envías otra vez el logo en 3D…

Intento seguir la explicación, pero después me distraigo un momento. En el monitor ha aparecido Gin; le ha llevado algo al presentador, que le sonríe y le da las gracias. Miro el primer plano que Romani amablemente le concede. Después Gin se aleja y el presentador sigue explicando algo. También Marcantonio explica algo. Yo pienso en Gin y en el contrato que he firmado para este trabajo. Maldito aspirador. En ambos casos, me siento jodido.

Más tarde, una vez terminadas las pruebas. Detrás de los bastidores, las chicas se cambian de prisa, encendiendo los móviles, que empiezan a sonar. Gin se acerca a Ele, que está doblada en dos en una esquina de los vestuarios.

—Ele, pero ¿qué haces?

—Nada, recuperando el aliento, tengo ganas de vomitar. ¡Qué cansancio! Pero es divertido. ¿Siempre es así?

—Esto no es nada, tienes que ver el directo. Esto ha sido sólo un ensayo.

—Oh, pues las demás también están rotas. Se nota que hace un montón de tiempo que no practican. Yo hago otros dos ensayos y estaré perfecta. Quizá porque físicamente tengo buena base…

Sonríe y le propina un manotazo en el hombro y después le guiña el ojo. Está en el séptimo cielo. Bueno, finalmente la han cogido. Al menos esta vez. Quién sabe si ha sido por ese entrometido… Gin no quiere ni siquiera pensarlo. La mira mientras se cambia. «Ele se quita la ropa de una manera… —piensa—. Siempre me ha divertido su forma de vestirse y desvestirse…» No tanto por lo que se pone, sino por cómo lo hace. Parece una pelea entre ella y la ropa. Todo le sienta siempre mal, se lo pone lo mejor que puede, se lo ajusta un poco, se toca el pelo, se lo echa hacia atrás y, venga, ya está lista.

—Eh, Gin, ¿qué haces luego?

—Pues no lo sé.

—Dime la verdad.

Me mira levantando la ceja.

—¿Tienes ya plan?

—¿De qué?

Le tiro la sudadera y acierto de lleno.

—¿A ti te parece que si tuviera plan, como tú dices, no te lo diría?

—Entiendo, o sea, que tienes plan.

Coge la sudadera a modo de pañuelo y hace ver que se suena la nariz. Las demás la miran con la boca abierta. Como de costumbre. Es su broma preferida, lo hace desde que nos conocemos. Pero yo no digo nada. Ele finge secarse la nariz con la mano mientras las otras, asqueadas, siguen mirándola.

—Gracias, menuda amiga…

Y diciendo esto, me arroja la sudadera de vuelta, sonríe y se marcha. Algo más tarde, ya me he duchado. Este teatro es una pasada. Todas las comodidades respirando el que ha sido el debut de la Carrà, de Corrado, de Pippo Baudo, de Celentano y de quién sabe cuántos artistas más. Salgo con la bolsa al hombro y miro a mí alrededor. Nada, no lo veo.

—Señorita… Sus amigas ya se han marchado…

El guardia jurado me parece sinceramente disgustado. Qué ingenuo, como si yo las buscara a ellas.

—¿Quiere que la lleve a alguna parte? Dentro de poco acabo; está a punto de llegar mi colega.

Y se ríe enseñando unos dientes amarillos, torcidos luchadores de algún cigarrillo barato. Después se pierde precisamente tropezando en una risa zafia.

—Para mi sería un placer…

No es tan ingenuo; es más, es incluso un poco vicioso.

—No, gracias, muy amable.

Y como mi madre me enseñó, me alejo sin dar demasiada confianza.

Cincuenta y tres

He encontrado a mi Cenicienta. Step, ¿qué coño piensas? Te han sorbido el seso… Tu Cenicienta…, madre mía, estás hecho polvo. De acuerdo, me gusta. ¡Tiene carácter, es simpática, es divertida y es guapa! Llega tarde… Estoy debajo de su casa, le he hecho una llamada perdida con el móvil y me la ha devuelto. O sea, que ha entendido que estoy aquí abajo. ¡Basta! Pienso en llamarla por el interfono, ¡a mí qué me importa que sus padres no deban enterarse de su vida privada! Gianluca, su hermano, ya nos vio besándonos. Dos veces. Imagínate… Y si sus padres ven que salimos… ¿Qué pasa? ¡Si nos hubieran pillado follando, lo entendería! Bueno, eso sí que sería un problema. Basta, yo llamo.

Me acerco al portal y en el interfono busco Biro, su apellido.

—Quieto, ¿qué haces?

—¿Cómo que qué hago? Llamo a una tardona.

—¡Si soy puntualísima! Has hecho la llamada perdida y he bajado de inmediato. Pero pensaba que ibas con el Audi A4 y en cambio vas en moto y yo con falda.

—Bueno, los otros conductores se pondrán contentos… ¿Llevas braguitas debajo?

—¡Imbécil!

Me da un puñetazo en el hombro de siempre. Ya debo de tener un cardenal.

—Lo siento, pero he discutido largo y tendido con el ladrón, he pactado el precio y después se lo he devuelto a mi hermano, que ha estado encantado.

—Pobrecillo.

—¿Cómo que pobrecillo? Aparte de que económicamente le vi muy bien, el tío estaba dispuesto a pagar hasta cuatro mil trescientos euros por recuperar su coche, y resulta que gracias a mí le ha salido mucho más barato.

—¿Es decir?

—Algo más de la mitad.

—O sea que, en tu opinión, hasta le ha salido bien.

—Claro. Venga, sube.

—¡Pues menudo negocio tener un hermano como tú!

—Dilo más fuerte.

Gin levanta la voz.

—¡Que menudo negocio tener un hermano como tú!

—Era un decir, ya te he oído.

Me besa en los labios y sube detrás al tiempo que se acomoda la falda debajo de las piernas.

—Menudo sentido del humor, ¿eh? Estaba bromeando.

Le paso el casco.

—Oye, se me ha ocurrido algo… ¿Qué tal va tu hermano de dinero?

—Mal. Además, quien toca a mi familia lo tiene claro: lo largo, ¿entendido? Es más, sólo el hecho de que hayas podido pensarlo cambia las cosas.

Gin baja de la moto y se planta delante de mí.

—¡Es más, las cambiamos en seguida!

—¿Qué quieres decir? ¿Me vas a dar otro beso mejor que el de antes, que era un poco esquivo y no precisamente largo?

—¡Pero qué dices! ¡Cambio de planes, venga, baja!

—No, no me digas que tenemos que pegarnos otra vez. Para eso quedemos en el gimnasio.

—Pero ¿qué has entendido? Cambio de planes quiere decir que bajes de la moto, que conduzco yo.

—¿Qué? —Pienso para mis adentros que ella, Gin, quiere conducir la moto. Mi moto. Conducir mi moto. ¿Y quién, si no? Una mujer. Sí, de acuerdo, es Gin, pero sigue siendo mi moto, y ella, aunque es Gin, sigue siendo una mujer. Después me doy cuenta del absurdo. No creo lo que oigo—: Está bien, me apetece ver cómo te las arreglas.

Soy yo quien dice eso, Step. ¿Pero es que te has vuelto loco? Nada. Ya no razono, no me lo puedo creer. Me cago en la puta… Estoy fatal. Me deslizo sobre el sillín manteniendo las piernas rectas. Dejo que la moto resbale debajo de mí y acabo en el asiento de atrás, dejándole espacio a Gin, que sube delante. ¡Y yo, para colmo, la ayudo! Ah… Me he vuelto loco.

—¿Sabes cómo se conduce?

—¡Claro! ¿Por quién me has tomado? Aunque no te conocía, he hecho muchas cosas en mi vida.

—Sí, claro… —Me dan ganas de sonreír, pero me contengo. Pienso en el banco, en la oscuridad de la otra noche, en «nuestra historia»… Querría decirle: «Sí, como la otra noche», pero no lo hago. Sería de mal gusto hacerlo. Puf—. ¡Ay!

Me ha dado un codazo en la barriga.

—Ya sé qué has pensado.

—¿Qué?

—Has pensado: «Sí, claro, como la otra noche… Ya veo cuántas cosas has hecho… No habías estado nunca con ningún chico y, si no hubiera sido por mí…» ¿Verdad? Di la verdad, has pensado eso.

No hay nada que hacer, las pilla todas. Miento descaradamente:

—Tú no estás bien de la cabeza. ¡Claro que no, no he pensado eso para nada! Estás obsesionada con que pienso siempre en eso. ¡Pero te equivocas!

—Sí…, ¿y entonces en qué pensabas? Te he visto sonreír por el retrovisor…

—En nada… En la gasolina…, en que te dejo conducir la moto.

—Sí, está bien…, te creo. ¡Vamos, es mejor! ¿Cómo se enciende esto?

—Esto es una Honda Custom 750 con rueda lenticular… Alcanza los doscientos como si nada y se enciende así.

Me inclino hacia delante, agarro el manillar y tengo a Gin entre mis brazos, como si la estuviera abrazando desde atrás. Después, con el pulgar derecho, pongo la molo en marcha. Doy un poco de gas y respiro profundamente entre su pelo. Suave y perfumado, ligero, casi me acaricia. Cierro los ojos. Me pierdo.

—¡Eh!

Los vuelvo a abrir.

—¿Qué pasa?

—Si te quedas así, no podré conducir.

Sonríe.

—Ah, claro.

Aparto los brazos y me echo hacia atrás en la moto. Gin se pone el casco y se lo abrocha. Yo hago lo mismo.

—¿Estás listo, Step?

—Sí. ¿Sabes cómo se meten las mar…?

No me da tiempo a acabar la frase cuando Gin ya ha metido primera y ha saltado hacia delante acelerando. Estoy a punto de caerme de la moto por culpa del rebote hacia atrás. Me ha pillado desprevenido. No volverá a pasarme…, espero. La agarro fuerte, me abrazo a su chaqueta y con los brazos alrededor de la cintura. Caray, no conduce mal… Increíble. Cambia las marchas tranquilamente, jugando con el embrague. Ha llevado moto de verdad. Y quizá a menudo. Rojo, frena en el semáforo con una marcha demasiado alta. Como no podía ser de otro modo. La moto se para de repente y casi se clava. Nos caeríamos hacia la derecha si no fuera porque bajo de prisa la pierna al suelo y las sostengo a las dos, a ella y a mi moto. Mi moto…

—Eh, ¿cómo va? ¿Estás segura de que quieres llevarla tú?

—No he visto que estaba rojo. No volverá a pasar.

Acciona las marchas para ponerla en punto muerto.

—¿Estás segura de que…?

—Ya te lo he dicho, no volverá a pasar. ¿Ya has decidido adónde vamos?

—Al Warner. Hay un montón de salas y hacen…

No me deja acabar.

—De acuerdo, estupendo. Así puedo darle caña.

Y sale muy de prisa, en primera, cogiéndome otra vez desprevenido.

Warner Village. Catorce salas o más, películas distintas que empiezan a distintas horas. Dos restaurantes, un pub y un montón de gente.

—Eh, Gin, creía que no llegaríamos.

—¿Qué? ¿Porque nos quedaríamos sin gasolina o porque no encontraríamos el cine?

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