Tengo que matarte otra vez (21 page)

Read Tengo que matarte otra vez Online

Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Tengo que matarte otra vez
6.45Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿De dónde vienes? —pregunto él, sorprendido.

—De Londres —dijo ella, fiel a la verdad—. He ido a hacer unas compras navideñas. —Tom se dio cuenta de que no llevaba ni una bolsa en la mano—. Ah… pero no he encontrado nada, por lo que he ido a comer algo y me he entretenido. Bueno, y luego la nieve. Todas las calles estaban congestionadas.

—¿Y Becky?

—Se quedaba a pasar la noche en casa de Darcy. Celebraban una fiesta de cumpleaños.

Aparcaron los coches en el garaje y entraron en casa. Chuck acudió maullando a su encuentro. El contestador automático estaba parpadeando, lo que señalaba que había mensajes almacenados por escuchar.

—Me he puesto de los nervios conduciendo —dijo Gillian—, he sudado un montón. Creo que me voy a pegar una ducha rápida.

Tom asintió distraídamente mientras accionaba la tecla de reproducción del contestador automático. Solo había un único mensaje.

Ninguno de los dos reconoció la voz que resonó en la estancia.

—Esto… bueno, hola, me llamo Samson Segal. Soy… vivo un par de casas más abajo. En la misma calle, al final. Mi hermano fue cliente suyo una vez. Yo… bueno, quería decirles que su hija está conmigo. El caso es que no podía entrar en su casa, la he visto bastante desesperada y le he… bueno, ha venido conmigo a casa. Pueden pasar a recogerla cuando quieran. —Hizo una larga pausa. Estaba clarísimo que era de los que lo pasan realmente mal hablando con esa clase de aparatos—. Bueno… hasta luego, pues. —Otra pausa y una respiración estresada y finalmente, colgó.

—¿Qué? —preguntó Tom, desconcertado.

Gillian, que había olvidado la prisa que tenía por meterse en el baño, se volvió hacia Tom.

—¡No puede ser! ¡Tenía que pasar la noche en casa de Darcy!

—¿Por qué se va a casa de un desconocido? —exclamó Tom asustado y airado—. ¿Y por qué no estabas aquí?

—¿Y tú? ¿Por qué no estabas tú aquí? —gritó Gillian.

—Estaba en el club de tenis. ¡Ya te había dicho que volvería tarde!

—¡Siempre vuelves tarde! Y entonces es cuando yo no puedo salir nunca, porque tengo que quedarme haciendo guardia. ¡Si casi ni vives en casa!

—¿Crees que es el mejor momento para pelearse? —refunfuñó Tom.

Gillian lo apartó de su camino con decisión y se dirigió al perchero para coger su abrigo.

—¡Me marcho a recoger a mi hija!

—Voy contigo —dijo Tom.

Pocos minutos más tarde llamaban a la puerta de la casa de la familia Segal. Solo tardaron unos segundos antes de abrir.

Samson Segal apareció ante ellos.

—Yo… ya imaginaba que serían… ustedes —tartamudeó.

Tom lo apartó enseguida hacia un lado y entró en el recibidor.

—¿Dónde está nuestra hija?

—Se… se ha dormido. Vien… viendo la tele —explicó Samson.

Sin esperar a que este se lo ofreciera, Tom fue en dirección a las voces que sonaban procedentes de un televisor encendido. Gillian sonrió a Samson a modo de disculpa y siguió a su marido.

Efectivamente, Becky se hallaba tendida en el sofá del salón, durmiendo frente al televisor. Junto a ella, en un sillón, estaba sentado Gavin Segal, atento a la información que aparecía en pantalla. Había una mujer sentada a la mesa, pintándose las uñas.

Gavin se puso de pie enseguida.

—Señor Ward…

—¿Qué hace Becky aquí? —preguntó Tom con tono cortante.

—Tom… —dijo Gillian para intentar calmarlo.

—Mi hermano pasaba por delante de su casa por casualidad cuando la ha visto llamando a la puerta y llorando —explicó Gavin—. Si no lo he entendido mal, volvía de casa de una amiga y no ha encontrado a nadie en casa. Samson no ha querido que tuviera que quedarse allí con la nevada que estaba cayendo, por eso la ha traído a casa.

—Ya le he dicho que les dejara un mensaje en el contestador —apuntó la mujer.

Becky abrió los ojos, miró sorprendida a sus padres y se puso de pie de un salto.

—¡Papá! —exclamó antes de lanzarse a los brazos de Tom.

—Ha sido un gesto muy amable por su parte, señor Segal —le dijo Gillian a Samson, que se había quedado tras ella por timidez—. En realidad mi hija debería haber pasado la noche en casa de una amiga. De lo contrario habría encontrado a alguno de nosotros en casa.

—Me he peleado con Darcy —explicó Becky—, no quería quedarme allí.

—¿La madre de Darcy sabe que te has marchado? —preguntó Gillian.

—Sí. Se lo he dicho.

—¿Y no se ha asegurado antes de que hubiera alguien en casa? —preguntó Tom, atónito.

—Tenía a quince niñas que se quedaban a pasar la noche —la justificó Gillian—. ¡Lo más probable es que ni siquiera supiera dónde tenía la cabeza!

—Aun así, no puede ser que…

Gillian deseó que Tom dejara de una vez de echar pestes de todo, ya se sentía lo bastante mal de todos modos.

Mi hija no ha podido entrar en casa porque yo me estaba acostando con mi amante.

Y era cierto: a diferencia de Tom, ella no había dicho que se ausentaría. Becky había tenido la seguridad de que encontraría a su madre en casa.

Podría haber pasado alguien peligroso y podría habérsela llevado…

—Me he ocupado de Becky con mucho gusto —habló Samson—. Yo… ¿S… saben?, me gustan los niños.

—Sí, muchas gracias —dijo Tom de mala gana. Por fin empezaba a darse cuenta de que Samson Segal no había hecho nada malo.

—Si… si alguna vez me necesitan… Tengo tiempo…

—Mi cuñado está en el paro —mencionó la mujer con tono mordaz mientras movía las manos para que la laca de uñas se secara más rápido.

—Muchas gracias —repitió Tom. Quería regresar a casa. Todo aquello le parecía horrible, Gillian lo sabía perfectamente: aquella mujer con la voz demasiado estridente, la laca de uñas de color rojo oscuro, el tartamudeo de Samson Segal, el aparente agotamiento de su hermano, el exceso de calefacción en el salón y el televisor a todo volumen. Estaba furioso y Gillian tenía claro que esa rabia iba dirigida sobre todo contra ella. Porque no había estado allí. Porque había permitido que sucediera todo aquello.

Durante el breve trayecto de vuelta a casa, Tom mantuvo la boca cerrada. Ya en casa, al principio tampoco dijo ni una sola palabra. Fue más tarde, después de que Gillian hubiera dejado a Becky en la cama y se hubiera duchado, cuando de repente le dijo:

—Ese tipo no me gusta. Estoy seguro de que le falta más de un tornillo.

Lo dijo tendido en la cama, con un libro en la mano que, sin embargo, no estaba leyendo. Se limitaba a mirar fijamente la pared que tenía enfrente.

Gillian estaba en medio de la habitación peinándose el pelo que todavía tenía húmedo.

—¿Quién?

—Ese tal Segal. Con ese nombre tan raro, Samson. Samson Segal. Ese tío no está bien de la cabeza.

—¿Por qué? Es tímido y retraído, pero también es muy amable.

—No es normal —insistió Tom—. ¿Qué tipo de persona llevaría una vida como la suya? Tiene más de treinta años y vive con su hermano y su cuñada. Es incapaz de decir una sola palabra sin que se le trabe la lengua. No hay ninguna mujer en su vida…

—¿Cómo lo sabes?

—Se le nota. Es demasiado reprimido con las mujeres. Me pregunto cómo debe de desahogarse. ¡A lo mejor le van los niños!

Gillian negó con la cabeza.

—Estás intratable, Tom. Hace un momento te has comportado de un modo imposible. El señor Segal ha hecho justo lo que uno espera de un buen vecino: en una situación de emergencia se ha preocupado por un miembro de nuestra familia. Y tú, en cambio, lo tratas como si fuera casi un pederasta. Me alegro de que pasara por casualidad por delante de casa en el momento adecuado. Podría haber sido otro tipo de persona, me pongo enferma con solo pensarlo.

—Exacto —dijo Tom. Dejó el libro a un lado y se incorporó—. Creo que es exactamente eso lo que me irrita: ¿cómo es posible que casualmente pasara por aquí?

—¿Otra vez?

—¿Recuerdas el sábado pasado? Cuando salimos de casa. Ese tipo estaba justo delante de la puerta del jardín. ¿Qué estaba haciendo allí?

—Ni idea. Estaría paseando y debía de detenerse aquí y allí para mirar las casas. Su cuñada ya ha dicho que está en el paro. Se pasa el día vagando por ahí, probablemente no sabe qué hacer.

—Pero ¡sobre todo se dedica a merodear por delante de nuestra casa! —dijo Tom.

—¿Solo porque lo viste el sábado? —preguntó Gillian. Sin embargo, no pudo evitar una cierta angustia al pensar en ello. Le vino a la memoria la última visita de Tara. Cuando la había acompañado hasta la puerta para despedirse de ella y había visto a Samson Segal pasando por delante de casa justo en ese momento. Tara había recordado haberlo visto ya por ahí al llegar. Realmente, durante las últimas semanas Samson Segal se había cruzado con la familia Ward con una frecuencia poco habitual.

No obstante, podía tratarse de una mera casualidad.

Se metió en la cama y se tapó con las mantas hasta la cabeza. No paraba de pensar en John en todo momento. Tan solo hacía un par de horas que se había acostado con él. Y en ese instante estaba en la cama junto a Tom, cruzando críticas por lo desagradable que había sido esa noche.

Así que eso es lo que siente alguien que vive en dos mundos a la vez, pensó Gillian. Por un lado, sexo apasionado con un hombre impenetrable que vive en un piso de alquiler de Londres prácticamente vacío. Y luego, de vuelta a la casita de siempre en Thorpe Bay, con las habituales riñas conyugales y las preocupaciones por la hija.

—Becky debe aprender que no puede marcharse con el primer desconocido que pase —dijo Tom—. ¡De verdad pensaba que lo había aprendido desde hacía tiempo!

No estaba dispuesto a dejar el tema sin más.

Gillian puso los ojos en blanco.

—Lo ha aprendido. Pero es un vecino, algo apartado, pero un vecino de todos modos. Al menos lo conoce de vista.

—Sí, ¿y qué? No sería la primera vez que un niño encuentra su perdición en ese tipo de vecinos en los que más confían.

—Mañana hablaré de nuevo con ella muy seriamente al respecto —dijo Gillian.

Y no volveré a ver a John, se juró a sí misma, no puede volver a ocurrir una situación como esta.

No se refería tan solo a la circunstancia de que su hija se hubiera desesperado frente a la puerta de casa sin poder entrar. Se refería a todo: a las mentiras, esas prisas por volver a casa, a aquella vergonzosa ducha.

Probablemente no estaba hecha para vivir entre dos mundos.

De repente empezó a llorar. Lloró en silencio y hundida en la almohada para disimularlo. Pensó en cómo le había ido en la cama con John. En lo tierno y a la vez lo salvaje que había sido. Pensó en aquel piso tan espartano y en el contraste que suponía respecto a la casita con torreta y salidizo en la que se encontraba.

Deseó poder volver a estar en ese piso.

Al día siguiente llamaría a Tara y se lo contaría todo. Bueno, casi todo. Omitiría aquella mancha negra en el pasado de John. Al fin y al cabo había creado su propia empresa. Y puesto que Tara no llevaba ni ocho años viviendo y trabajando en Londres, no debía de conocer el caso de Burton. Pero es que el caso tampoco era el problema.

El problema eran Tom, Becky y la vida en común que habían tenido hasta el momento.

Necesitaba hablar con alguien, necesitaba que le dieran algún consejo acerca de qué demonios debía hacer.

Lloró aún más intensamente al pensar que Tara probablemente también se quedaría perpleja esa vez.

Lunes, 21 de diciembre

1

—Pocos días antes de Navidad —dijo Peter Fielder con tono deprimido— y aquí estamos, intentando resolver otro horrible crimen y del que no tenemos ni el más mínimo indicio. Ahí fuera hay un asesino suelto que mata a las mujeres de un modo brutal y ni siquiera somos capaces de dar un paso adelante.

Estaba sentado en su despacho, de madrugada como siempre, rodeado de la calma insólita que reinaba en ese gran edificio, prácticamente vacío. Por supuesto, Christy McMarrow también se hallaba allí. Estaban sentados frente a frente, tomando café. Estaban agotados, completamente exhaustos. El fin de semana, entendido como equivalente a los términos «tiempo libre» y «dormir a gusto», no había hecho justicia a su nombre en lo más mínimo. No después de que un agente inmobiliario hubiera llamado a la policía desde una casa perdida en algún lugar del bosque que quedaba detrás de Tunbridge Wells porque había encontrado el cadáver de una clienta. Lo había hallado en el baño y al parecer debía de llevar allí al menos una semana. El agente que se había desplazado hasta el lugar de los hechos había encontrado un paño de cocina metido en la boca de la víctima hasta el fondo de la garganta, por lo que había informado de inmediato al inspector Fielder de Scotland Yard. Este había acudido a ese lugar aislado junto a Christy esa misma noche a pesar de la intensa nevada que había estado cayendo. Tanto en Londres como en los alrededores el tráfico estaba completamente colapsado, pero de todos modos consiguieron llegar a su destino. La imagen que los esperaba allí había sido tan horrible y repulsiva como la que habían visto en el piso de Carla Roberts, pero a ello había que sumar el absoluto aislamiento de la casa en medio del bosque.

—Esto es para volverse loco —le había dicho Peter a Christy, completamente desconcertado al ver qué lugares tan singulares era capaz de elegir la gente para vivir.

Durante las primeras horas había sido Luke Palm, el agente inmobiliario de Londres, quien le había proporcionado información relevante acerca de la víctima. Fielder lo había encontrado abajo, en el salón, sentado en el sofá con el rostro lívido. Una agente compasiva le había servido una taza de té de su propio termo, pero no parecía dispuesto a tomar ni un solo sorbo. Se esmeraba en sostener la taza en la mano como si estuviera esperando que en algún momento llegara otra persona y volviera a quitársela. Fielder se dio cuenta de que no paraba de tragar saliva y de que se humedecía los labios con la lengua una y otra vez.

Le había contado todo cuanto sabía acerca de la difunta: que se llamaba Anne Westley, que tenía casi setenta años y llevaba tres viuda. Que su esposo y ella habían comprado esa casa para convertirla en su lugar de retiro, que la habían renovado y que su marido había muerto justo después de terminar las obras de reforma. Que Anne no soportaba más tanto aislamiento y que había decidido llamarlo para que él, Luke Palm, se ocupara de vender la casa. Que al mismo tiempo le había pedido que le buscara un piso en Londres. Finalmente, Palm le había dicho que le había parecido extraño que no se hubiera puesto en contacto con él a pesar de que él le había dejado varios mensajes en el contestador automático diciéndole que tenía novedades respecto a personas interesadas en la casa. Que por eso había decidido acudir hasta allí. Para descubrir…

Other books

Hurricane (Last Call #2) by Rogers, Moira
Photo Finish by Bonnie Bryant
Magic hour: a novel by Kristin Hannah
Shopping for an Heir by Julia Kent
Forbidden Secrets by R.L. Stine
The Austin Job by David Mark Brown
La chica mecánica by Paolo Bacigalupi
Turned by Clare Revell