Tengo que matarte otra vez (19 page)

Read Tengo que matarte otra vez Online

Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Tengo que matarte otra vez
3.8Mb size Format: txt, pdf, ePub

Y eso lo preocupaba.

Ese jueves la había llamado varias veces y, una vez más, había encontrado el contestador automático. No había dejado ningún otro mensaje porque ya debía de haberlo almacenado cinco o seis veces. Pero empezó a preguntarse si no sería el momento de romper ese axioma de no insistirles a los clientes.

No hacía más que preguntarse qué debía hacer. Se le ocurrió que podía simplemente coger el coche y acudir a ver a Anne Westley. Y descubrir qué ocurría en realidad.

A primera hora de la tarde ya no tenía citas pendientes, tan solo algo de papeleo que podía terminar en casa. En realidad lo que le apetecía era marcharse hacia allí y sentarse un par de horas en el escritorio, pero, aun así, dudaba sobre qué hacer. Tal vez sería una buena idea ir a Tunbridge Wells para ver a Anne. Tenía un mal presentimiento al respecto. Vivía completamente sola en medio del bosque. Por supuesto, cabía la posibilidad de que hubiera cambiado de planes y que hubiera decidido no mudarse, pero le pareció que, de haber sido ese el caso, ella se lo habría comunicado y no se habría limitado a evitarlo.

Luke Palm consultó el reloj. Eran más de las tres. Estaba nevando y el tamaño de los copos era cada vez mayor. La semana anterior ya habían caído un par de neviscas, pero la nieve se había fundido con bastante rapidez. La llegada del invierno ya era evidente y en todas partes se esperaban unas Navidades blancas. Los meteorólogos habían predicho nevadas especialmente intensas esa noche, pero Luke no tenía previsto quedarse mucho tiempo y por la noche esperaba estar ya en casa. Lo único que quería era ir a verla un momento, para asegurarse de que todo iba bien y para contarle que había gente interesada en poder ver la casa.

A las tres y veinte se puso en camino.

Debido a la nevada que empezaba a caer y a la consiguiente histeria de los conductores, tardó algo más de lo acostumbrado en salir de la ciudad. Eran casi las cinco cuando llegaba al pequeño aparcamiento que quedaba junto al bosque, detrás de Tunbridge. No había ni un solo vehículo aparcado. Después de considerarlo brevemente, Luke decidió dejar allí el coche y recorrer el resto del camino a pie. La ventisca había arreciado y no se fiaba mucho del estado del camino que llegaba hasta la casa de Anne Westley. No le apetecía nada quedarse atascado en algún punto y tener que bajar del coche para abrirse paso con una pala.

Ya había empezado a oscurecer y en ese bosque de altos árboles todavía llegaba menos luz. Luke recorrió con dificultad el estrecho camino y la atmósfera que allí reinaba le pareció romántica y navideña, pero a la vez también algo amenazadora. La nieve sumía al mundo en el silencio. ¿Un silencio tranquilo o uno de esos que te quitan el aliento? No había sabido decirlo. Se preguntó de nuevo cómo era posible que alguien pudiera vivir en ese rincón del mundo.

Y de repente, casi irritado, pensó que Westley no debería haberlo hecho, que no debería haber arrastrado a su esposa hasta allí para cumplir el sueño de su vida. ¡No se le puede hacer algo así a alguien a quien quieres!

Tampoco era que Anne se hubiera quejado al respecto, pero Luke Palm tenía unas antenas muy sensibles para ese tipo de cosas. Había comprendido que, por encima de todo, esa casa había sido la realización del sueño del difunto marido de Anne, mientras que a ella no le había resultado fácil seguirlo. Después de que él hubiera muerto, ella había continuado viviendo allí hasta entonces por una mera cuestión de lealtad.

El camino desembocó por fin en el claro donde se encontraba la casa. Todo tenía el mismo aspecto de siempre, tal vez con un tinte algo más mágico debido al revoloteo de los copos de nieve y al hecho de que todos los árboles y arbustos parecieran revestidos de una capa blanca. Como en un cuento de invierno.

Espero que Anne no se enfade al ver que me presento aquí sin más, pensó Luke.

En toda la casa no había ni una sola luz encendida, pero Luke vio el coche de Anne a refugio, por lo que debía de estar en casa. Sin el coche difícilmente podría haber salido de allí.

Abrió la puerta del jardín y recorrió el sendero bordeado por altos arbustos. Le pareció que eran lilas, aunque también había algún jazmín. Ese jardín debía de ser un verdadero ensueño en primavera y verano. Pero sabe Dios qué podía llegar a ocurrir allí sin que nadie se diera cuenta de ello.

Subió los escalones hasta la puerta principal, llamó al timbre y esperó.

No se oía nada.

Por supuesto, también era posible que hubiera salido a pasear, para tomar un poco de aire fresco. Para ello no necesitaba el coche. De hecho, era muy posible. Sin embargo, Luke no habría sabido decir por qué pero no creía que fuera el caso. Desconocía el motivo exacto, pero cada vez sentía el peligro con más claridad. ¡Era un lugar tan aislado! Si hubiera sido tan insensato como para vivir en un lugar así, lo mínimo que habría hecho habría sido agenciarse un par de dóbermans adiestrados. Una mujer de casi setenta años, más sola que la una… De algún modo, era casi como provocar al destino.

Tonterías. Lo más probable era que estuviera sobredimensionando el asunto. Al final resultaría que había salido al bosque con un hacha para cortar un arbolito de Navidad y él habría estado formándose imágenes atroces en las que Anne habría sido, como mínimo, víctima de un ladrón homicida.

No obstante, decidió probar suerte una vez más por la parte trasera de la casa. Durante la visita había visto que había una veranda y una segunda puerta que permitía acceder directamente a la cocina.

Luke rodeó la casa. Aunque la luz diurna estaba desapareciendo con rapidez, reconoció enseguida que la puerta de la veranda estaba abierta de par en par. En los escalones que llevaban hasta ella y sobre la parte de la terraza que no quedaba cubierta empezaba a acumularse la nieve. Nieve virgen. A pesar de que la puerta estuviera abierta, por ahí no había pasado nadie desde hacía horas.

Se detuvo y escuchó su propia respiración. Eso no tenía buena pinta. Anne tenía que estar en casa, pero en ese caso ¿por qué no había ni una sola luz encendida? Se acordó de las luces navideñas que había visto colocadas en las ventanas de la cocina durante la visita de la semana anterior. No había ni una sola encendida.

Había algo más de lo que estaba seguro: el silencio que reinaba a su alrededor era un silencio hostil. Ocultaba un secreto terrible, era acechante y malvado.

Buscó el móvil pero se dio cuenta de que lo había olvidado en el coche. Le habría gustado salir corriendo de allí y volver enseguida al aparcamiento, pero se obligó a no hacerlo. Tenía que descubrir lo que había ocurrido. Tal vez Anne Westley había tropezado y se había caído y estaba tendida en algún lugar de la casa, incapaz de moverse, y era cuestión de vida o muerte.

Pero entonces ¿por qué está abierta la puerta?

Poco a poco, subió los escalones. Deseó que la luz del día no desapareciera todavía. La oscuridad inminente solo empeoraba aún más las cosas.

—¿Hola? —dijo en voz baja—. ¿Hay alguien en casa? ¡Soy yo, Luke Palm!

No hubo respuesta.

Entró en la cocina y se dio cuenta de que en el interior no hacía menos frío que fuera. La puerta debía de llevar medio siglo abierta. Buscó a tientas un interruptor hasta que lo encontró, encendió la luz y se estremeció ante el resplandor que interrumpió el crepúsculo tan de repente.

Miró a su alrededor.

Excepto por lo heladas que estaban las paredes, la cocina tenía el mismo aspecto que si hubiera salido de ella unos minutos antes. Había una tetera, todavía medio llena, encima de la mesa. Y frente a ella, una taza. Vio que los folletos de pisos que le había dado a Anne cuando había ido a verla estaban esparcidos de cualquier manera. Al lado había velas que se habían consumido hasta el final. En el fregadero había platos sucios apilados. La mirada de Luke se detuvo en el calendario de pared que estaba colgado al lado, mostraba el día 10 de diciembre. Eso había sido el jueves de la semana anterior, cuando él había acudido a ver la casa. Desde entonces nadie había arrancado ni una sola hoja más.

Acongojado, examinó las lucecitas navideñas. El extremo del cable al parecer había sido arrancado del enchufe con bastante ímpetu, puesto que una de las guirnaldas luminosas se había desprendido de la ventana y había quedado enrollada como una cinta exánime alrededor de la cafetera que se encontraba justo debajo.

—Aquí hay algo que no encaja —dijo Luke. Necesitaba, por lo menos, oír su propia voz.

Atravesó la cocina, entró en el pasillo y encendió también allí la luz.

—¿Señora Westley? —la llamó con un susurro y enseguida se preguntó por qué se estaba comportando con tanto sigilo. Sabía cuál era la respuesta: tenía miedo de que le hubiera ocurrido algo más que un accidente, de que hubiera sucedido algo peor y amenazador en ese lugar perdido de la mano de Dios. Que tras todo aquello hubiera alguien que tal vez aún no hubiera huido, que pudiera seguir allí, en algún lugar de esa vieja y oscura casa en medio del bosque.

Lo mejor sería largarse cuanto antes. Pero primero tenía que encontrar a Anne. Si se limitaba a marcharse corriendo no sería capaz de volver a mirarse en el espejo en su vida.

Se preguntaba si sería un error encender todas las luces. De ese modo señalaba claramente su presencia incluso a lo lejos. Pero ¿cómo iba, si no, a reconocer nada? Maldijo la ocurrencia que había tenido de acudir hasta allí. A esas horas ya podría haber estado en casa desde hacía rato, sentado frente a su escritorio con una buena taza de café. Y en lugar de eso…

Con una ojeada rápida por la ventana del salón constató que la nieve caía todavía con más intensidad. Tendría verdaderos problemas para maniobrar con el coche en el aparcamiento.

Mientras estaba subiendo por la escalera notó por primera vez ese olor característico.

—Maldito estiércol —dijo en voz alta.

Pero no se hizo ilusiones: en realidad olía a podrido.

Encontró a Anne Westley en el baño que estaba justo al lado de su dormitorio. La anciana estaba tendida frente a la ducha, atravesada sobre la alfombrilla de rizo y con la mirada perdida en el techo que tenía sobre ella. De su boca, abierta hasta un punto poco común, sobresalía algo, algo cuadriculado, un paño, un trapo. Luke no habría sabido decir qué era exactamente. Tenía la nariz tapada con cinta adhesiva de paquetería y las muñecas y los tobillos atados, también con el mismo tipo de precinto. Estaba clarísimo que Anne no había sufrido ningún accidente. La habían asesinado de un modo brutal. El autor del crimen la había asfixiado bloqueándole todas las vías respiratorias. La víctima debió de haber luchado desesperadamente para liberarse del trapo que tenía en la garganta. En vano.

Debió de haber sucedido el 10 de diciembre, en cualquier caso eso era lo que parecía indicar el calendario de la cocina. Justo después de que él se hubiera marchado. Después de que él le hubiera recomendado que cerrara bien la puerta.

Luke Palm se desplomó sobre el borde de la bañera, porque las rodillas le cedieron de repente y temió perder el equilibrio. Durante unos momentos tuvo la sensación de que le sobrevendría una bajada de tensión y que acabaría tendido en el suelo junto a Anne. Tenía el cuerpo y la cara completamente sudados. Apoyó la cabeza en las manos e intentó no mirar el cadáver, ignorar el olor que desprendía. Y a pesar de todo, intentó respirar hondo.

La debilidad fue pasando.

Levantó la cabeza y vio que el pestillo de la puerta del baño colgaba de un modo extraño y que los herrajes estaban medio arrancados. Parecía como si alguien hubiera forzado la puerta.

Gimió en voz baja cuando se dio cuenta del drama que probablemente había tenido lugar: comoquiera que el asesino de Anne hubiera conseguido entrar en la casa, al parecer ella había conseguido huir en primera instancia. Se había refugiado en el baño, una habitación en la que podía encerrarse, y se había parapetado allí dentro. Pero su perseguidor no había abandonado, había destrozado la cerradura y había entrado en él.

Anne debió de estar con el alma en vilo. Encerrada en esa pequeña estancia, sin posibilidad alguna de pedir ayuda por teléfono, ni siquiera la oportunidad de pedir ayuda gritando por la ventana. ¿Quién podría haberla oído? Además, en algún momento debió de darse cuenta que el otro acabaría venciendo. Que la puerta no podría contenerlo.

Luke se puso de pie con la esperanza de que sus temblorosas piernas lo sostuvieran. Tenía que llamar a la policía enseguida. Anhelaba que el teléfono funcionara, si no recordaba mal estaba abajo, en el salón. Seguía teniendo miedo, pero se dijo a sí mismo que todo parecía indicar que Anne llevaba una semana muerta y que, por lo tanto, era muy improbable que su asesino siguiera rondando por ahí. Consiguió racionalizar esos argumentos poco a poco y de algún modo le sorprendió la calma con la que estaba actuando. Sería más tarde cuando se daría cuenta de que lo había hecho bajo los efectos de un shock.

En voz baja murmuró el número de teléfono de la policía mientras bajaba por la escalera.

—Nueve-nueve-nueve, nueve-nueve-nueve…

No podía olvidar esos números por nada del mundo.

2

—Entonces cometí un terrible error —dijo John—, me habría dado de bofetadas durante meses por ello. Fui un idiota. Ella estudiaba en la academia de policía de Hendon. Yo era inspector de la Policía Metropolitana de Londres y ella estaba en período de prácticas, a mis órdenes. Bajo ningún concepto debería haber empezado una relación con ella.

Fuera la nieve seguía cayendo en copos cada vez más gruesos. Daba la impresión de que se iba a hundir el mundo. Incluso allí, en medio de la ciudad, parecía como si todos los sonidos hubieran desaparecido. Reinaba una calma casi solemne.

El dormitorio de John formaba parte de un gran piso antiguo, escasamente amueblado, ubicado en pleno Paddington, y en él no había más que un armario ropero y un colchón dispuesto directamente sobre el suelo. No tenía ni cortinas en las ventanas, ni alfombras. Había un par de periódicos abiertos sobre el parquet y en un rincón, una botella de agua mineral medio vacía.

Gillian había apartado las mantas porque tenía demasiado calor, a pesar del precario funcionamiento de la calefacción. Estaba tranquila y relajada y no obstante era consciente de que se estaba enredando en un buen número de problemas. Uno de ellos, tal vez el más grave, era si conseguiría volver a casa antes que Tom, puesto que la intensa nevada que estaba cayendo no se lo pondría fácil. Otro problema no tan grave, aunque más significativo a largo plazo, era la situación en la que estaba metiéndose: acababa de iniciar un idilio con otro hombre. Era poco probable que a partir de eso no fuera surgiendo una dificultad tras otra.

Other books

(Mis)fortune by Melissa Haag
Star Hunter by Andre Norton
Cat Telling Tales by Shirley Rousseau Murphy
A Daughter's Quest by Lena Nelson Dooley
Pescador's Wake by Katherine Johnson
The Parting Glass by Elisabeth Grace Foley
Paradise Burning by Blair Bancroft