Sus ondas piloto son ondas reales, no ondas de probabilidad. Dirigen el movimiento de la partícula de manera semejante a como las ondas de un río dirigen una hoja que flota en el agua. O, en una analogía mejor, a la manera en que la información del radar guía a un barco. Este campo cuántico, como los campos gravitatorio y electromagnético, penetra en todo el espacio-tiempo; pero a diferencia de los otros campos, su intensidad no disminuye al aumentar la distancia. Además, también a diferencia de los otros campos, no ejerce ninguna fuerza sobre las partículas. Básicamente, se trata de una onda de información que no decae.
Para muchos de los antagonistas de Bohm, el carácter ad hoc de este piloto indetectable recuerda al antiguo éter estancado del siglo XIX, una sustancia que no se podía detectar como transmisora de ondas electromagnéticas, y que Einstein descartó como algo inútil. Como decía J. C. Poikinghome en su maravilloso librito
The Quantum World
, 1984, «en opinión de muchos, Bohm ha saltado desde la sartén indeterminada al crepitante fuego no local».
Cuando sólo hay una ranura abierta, la onda piloto guía a cada fotón a través de la abertura, y no hay bandas de interferencia.
Cuando están abiertas las dos ranuras, cada partícula pasa sólo por una de ellas, pero su onda piloto, que está separada de la partícula, pasa por las dos, guiando un chorro de fotones por trayectorias que producen en la pantalla el patrón de interferencia de ondas. No es que una entidad sea una onda o una partícula, sino que siempre están presentes una onda y una partícula. El versificador cómico Armand T. Ringer lo expresó así:
Al acercarse a la ranura 2
el fotón le dijo a su onda piloto:
«Tú tienes que pasar por las dos ranuras,
o a los fans de Bohm les dará un ataque.
y se verán obligados a abandonar su postura».
La teoría de la onda piloto explica así la paradoja EPR: cuando se mide A, su onda piloto, en el inobservable campo de potencial cuántico, hace girar A en un spin derecho o izquierdo. En ese mismo instante, por muy lejos que se encuentre B, la onda hace girar B en sentido contrario. Este campo inobservable, que se extiende por todo el cosmos, posee el poder no localizado de actuar simultáneamente sobre las dos partículas. No se transmite ninguna información de A a B. La información se envía simultáneamente desde el campo cuántico a las dos partículas, dándoles spins contrarios. Esto, por supuesto, es acción a distancia, y probablemente es la principal razón de que Einstein no se tomara muy en serio la teoría de Bohm.
¿Cómo se las arregla la onda piloto para guiar las trayectorias de las partículas? Éste es uno de los mayores misterios de la TOD.
Es capaz de hacer que se muevan las partículas sin ejercer ninguna fuerza sobre ellas. Si lo hiciera, se alteraría la energía de los fotones. Pero esto no ocurre. Los fotones llegan a la pantalla sin ningún cambio de energía. De algún modo, cada fotón debe recibir información de su onda piloto sin que se modifique su energía.
Esto puede parecer misterioso, pero según los partidarios de Bohm no es más misterioso que las ondas de probabilidad de la mecánica cuántica ortodoxa, que deciden cómo el funcionamiento de una onda crea ciertas propiedades cuando ésta se colapsa.
¿Podrían las dos partículas de la paradoja EPR ser simples proyecciones en nuestro espacio de una única partícula que se mueve en una dimensión superior? En su momento, Bohm especuló con esta posibilidad. Imaginemos —escribió— un acuario en el que nada un pez. Dos cámaras de televisión filman el acuario desde dos direcciones diferentes. Nosotros sólo vemos las dos películas proyectadas en sendas pantallas. Creemos estar viendo dos peces, y nos asombra la curiosa correlación entre sus movimientos. El acuario se encuentra en la invisible dimensión superior.
Según la terminología posterior de Bohm, se encuentra en el «orden implícito» que está más allá del «orden explícito» del mundo abierto a nuestra experiencia. Lo que nosotros creemos que son dos peces son, en realidad, proyecciones en nuestro mundo de una única entidad.
Bohm sufrió toda su vida el desprecio con el que los seguidores de Bohr contemplaban su TOD. Bohr dijo que era «una tontería». J. Robert Oppenheimer la calificó de «desviacionismo juvenil», y recomendó a los físicos que no hicieran caso de esta teoría.
Incluso Einstein, que durante algún tiempo admiró el trabajo de De Broglie, decidió que la TOD de Bohm era una manera «muy burda» de resolver las paradojas de la mecánica cuántica.
El antagonismo de Bohr hacia Bohm era exagerado. El físico de origen alemán Emest J. Stemglass, partidario de la onda piloto de Bohm, cuenta en su libro
Before the Big Bang
(1977) una reunión con Bohr en la que se discutió la teoría de Bohm. «Me resultaba embarazoso —escribe Stemglass— ver a Bohr tan alterado emocionalmente por el trabajo de Bohm. […] La vehemencia de este hombre, siempre tan suave y amable, me sorprendió mucho. […] Me daba la impresión de que Bohr tenía casi la actitud fanática de un predicador fundamentalista, empeñado a toda costa en salvar mi alma de la perdición».
El matemático David Wick, en su gran libro
The Infamous Boundary
(1995) —el título se refiere a la separación entre el micromundo de la mecánica cuántica y el macromundo de la teoría de la relatividad, la cosmología, los aparatos de medición y usted y yo—, critica a Richard Feynman por su actitud similar en contra de Bohm. A Feynman se le cita con frecuencia, diciendo —en sus famosos «libros rojos» de conferencias— que nadie entiende cómo funciona el experimento de la doble ranura: «La cuestión es: ¿cómo funciona en realidad? ¿Qué maquinaria está produciendo ese efecto? Nadie conoce ninguna maquinaria. Nadie te puede dar una explicación más completa de este fenómeno que la que yo he dado; es decir, una simple descripción».
«Muy bien —comenta Wick—. ¿Qué tiene de malo la onda piloto?». Wick atribuye la «acalorada retórica» de Feynman a su negativa a tomarse en serio a Bohm, en lo que coincide con Von Neumann, Heisenberg y otros expertos cuánticos.
El gran matemático húngaro John von Neumann escribió un famoso libro sobre mecánica cuántica en el que creía haber demostrado que la mecánica cuántica nunca se podría modificar introduciendo variables ocultas. Se refería a variables ocultas locales, variables incorporadas a las partículas. No se daba cuenta de que la mecánica cuántica se podría modificar introduciendo variables no locales, como el potencial cuántico de Bohm. Resulta escandaloso que sean tan pocos los físicos y estudiantes actuales que se han percatado de que Bohm consiguió hacer exactamente lo que Von Neumann consideraba imposible. Podemos describir su logro alterando unas cuantas palabras de un célebre poema de Eddie Guest:
Von Neumann dijo que no se podía hacer,
pero Bohm replicó con una risita
que tal vez no se pudiera,
pero que él no diría tal cosa hasta haberlo intentado.
«¿Un potencial cuántico? El campo es imprescindible».
Si David Bohm dudaba, no se le notaba.
Se puso a cantar mientras intentaba hacer
lo que no se podía hacer, y lo hizo.
El potencial cuántico de Bohm mantiene unido todo el universo en lo que él llamaba «una totalidad continua sin fisuras». Cada partícula del universo está conectada, mediante el potencial cuántico, a todas las demás partículas. Le gustaba comparar el cosmos a un holograma en el que cada punto de la película contiene información sobre la imagen entera. La TOD de Bohm, mucho más sofisticada que la tosca versión de De Broglie, es una versión «holística» en la que todas las partes del universo están unidas a todas las demás partes. «Interconectables» era una de las palabras favoritas de Bohm. Veía el universo como algo semejante a la unidad de un organismo vivo, una especie de panteísmo no muy diferente del de Spinoza, un panteísmo que el propio Einstein veía con buenos ojos.
Aunque la TOD de Bohm es idéntica a la mecánica cuántica normal en lo referente a sus predicciones, su manera de hablar sobre los fenómenos cuánticos es totalmente diferente. El carácter azaroso de la interpretación de Copenhague, que tanto incomodaba a Einstein («Dios no juega a los dados»), es sustituido por un estricto determinismo. Nada de saltos cuánticos. Nada de superposiciones. Nada de colapso de funciones ondulatorias. De hecho, no hay ni siquiera un «problema de medición». Las probabilidades de la mecánica cuántica, que parecen deberse al puro azar, en la teoría de Bohm son consecuencia de nuestra ignorancia de la auténtica situación, tremendamente complicada. El universo es real, «está ahí» independientemente de usted o de mí. La conciencia humana no es imprescindible, como suponían Von Neumann, Eugene Wigner y otros, para colapsar las funciones ondulatorias.
Al igual que Einstein, Bertrand Russell, Kari Popper y casi todos los filósofos y científicos, Bohm era absolutamente realista y creía que el universo, con todas sus leyes, es independiente de la mente humana. La Luna está «ahí afuera», independientemente de si la observa o no alguna criatura, como por ejemplo un ratón.
A Bohm le habría horrorizado el constructivismo social de los posmodernos actuales, que ven todas las ciencias, incluso las matemáticas, como creaciones culturales similares al arte, la música y la moda en el vestir.
John Bell, que murió en 1990 a los 62 años de edad, se convirtió en un entusiasta defensor de Bohm. Bell estaba convencido de que Einstein era intelectualmente superior a Bohr; lo consideraba un gran pensador que veía con nitidez la necesidad de que la mecánica cuántica se apoyara en un nivel subcuántico (el campo de potencial de Bohm), que restaurara tanto el realismo como el determinismo. Así lo expresó Bell en su artículo «Six Possible Worlds of Quantum Mechanics» («Seis mundos posibles de mecánica cuántica»), reproducido en su interesante libro
Speakable and Unspeakable in Quantum Mechanics
(«Lo que se puede y no se puede decir en la mecánica cuántica», 1987):
¿Acaso no está claro, por el centelleo de la pantalla, que tenemos que habérnoslas con una partícula? ¿Y no está claro, por las pautas de difracción e interferencia, que el movimiento de la partícula está dirigido por una onda? De Broglie demostró con detalle que el movimiento de una partícula que pasa por uno de dos agujeros abiertos en una pantalla puede estar influido por ondas que se propagan a través de los dos agujeros. Y la influencia es tal que la partícula no va allá donde las ondas dicen que no vaya, sino que es atraída hacia donde las ondas cooperan. Esta idea me parece tan natural y tan simple, y resuelve el dilema onda/partícula de un modo tan claro y tan normal, que para mí es un gran misterio que en general no se la tenga en cuenta.
La triste vida de Bohm, sus simpatías prosoviéticas juveniles, sus depresiones y su extraña amistad con el filósofo y místico indio Jiddu Krishnamurti se detallan en mi columna del
Skeptical Inquirer
de julio/agosto de 2000. La columna apareció demasiado tarde para ser incluida en esta recopilación.
El embobamiento de la gente con toda clase de medicinas alternativas no da señales de disminuir. La acupuntura, la homeopatía, la aromaterapia, los remedios de herbolario, la quelación, la iridología, el toque terapéutico, la magnetoterapia, la sanación psíquica y otras cosas parecidas ganan nuevos conversos cada día.
Por supuesto, ocurren tragedias cuando los crédulos pacientes confían exclusivamente en estos remedios y se niegan a pedir ayuda a la medicina convencional. Sería muy conveniente disponer de evidencias estadísticas acerca de la frecuencia de fallecimientos ocurridos después de haber confiado en seudomedicinas.
La reflexología, una de las más ridículas de todas las terapias alternativas antiguas que ahora están resurgiendo, constituye el tema de este capítulo. ¿Qué es la reflexología? Es el arte de aliviar el dolor y otros síntomas de todas las enfermedades humanas conocidas, a base de frotar y masajear «puntos reflejos» del pie.
Decidí escribir sobre el asunto después de comprar un reluciente y voluminoso tratado de reflexología en la librería de un centro comercial. Me costaba creer que este libro hubiera encontrado un editor serio en Estados Unidos.
The Complete Illustrated Guide to Reflexology, de Inge Dougans, fue publicado simultáneamente en 1996 por
Element Books
en Inglaterra y por
Barnes & Noble
en Estados Unidos. Está profusamente ilustrado con imágenes a todo color en todas las páginas. Al final del libro hay un glosario de términos técnicos, una bibliografía de libros anteriores sobre reflexología y temas afines, y una lista de escuelas y centros de reflexología en todo el mundo, que ocupa dos páginas. Entre las diez entradas correspondientes a Estados Unidos figuran la Asociación de Conciencia del Alivio por el Pie, en Mission Hills (California) y la Asociación de Reflexología de Pensilvania, en Quakertown.
Según se explica en las solapas del libro y en una página interior, Inge Dougans nació en Dinamarca, y allí empezó a estudiar reflexología. En 1983 fundó la Escuela Internacional de Reflexología y Terapia Meridiana, con sede central en Johannesburgo (Sudáfrica), donde ella ejerce. Hay sucursales en Brasil, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Holanda, Portugal, Suecia, Inglaterra y Nueva Jersey. En estos centros se pueden conseguir libros de reflexología, pósters y una cinta de vídeo con instrucciones paso a paso para la terapia. Además, Dougans vende unas botas que llama Vacu-Flex. Son unas botas de fieltro conectadas a una bomba que crea un vacío alrededor del pie y aplica succión uniforme en todo el pie y el tobillo. No queda claro por qué la succión da iguales o mejores resultados que la presión del aire.
El origen de la reflexología es incierto, pero Dougans ofrece varias conjeturas. Según una de ellas, se originó hace cinco mil años en la antigua China; según otra, la inventaron los incas, que se la enseñaron a otros nativos americanos. Dougans reproduce un antiguo dibujo egipcio en el que se ve a un hombre masajeando el pie de otro. En su opinión, esto demuestra que la reflexología floreció en el antiguo Egipto. No existe ninguna evidencia en apoyo de todas estas teorías. Lo que sí se sabe es que la reflexología fue una derivación de una terapia más general llamada terapia zonal, que alcanzó cierta popularidad en Europa, Rusia y América a finales del siglo XIX.