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Authors: Martin Gardner

Tags: #Ciencia, Ensayo

¿Tení­an Ombligo Adan y Eva? (19 page)

BOOK: ¿Tení­an Ombligo Adan y Eva?
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En un chiste de Charles Addams publicado en
The New Yorker
en 1943 se veía una madre caníbal que llevaba a su hijo al hechicero y le decía «Me tiene preocupada, doctor. No me come a nadie».

Y no olvidemos al caníbal que iba paseando por la selva cuando se le atravesó su suegra.

De las varias quintillas cómicas que he localizado, la que más me gusta es ésta, anónima:

Un osado caníbal de Penwnce
se comió a un tío y a dos de sus tías,
una vaca y su ternero,
un buey y medio,
y ahora no puede abrocharse los pantalones.

La palabra caníbal se deriva de caribe, el nombre de un pueblo indígena de las Antillas y América del Sur descubierto por Colón. En su diario, Colón describe a los caribes como antropófagos. ¿Por qué? Porque se lo habían contado sus vecinos, los arawak. ¿Cómo sabía Margaret Mead que los mundugumores de Nueva Guinea eran caníbales? Porque se lo dijeron los «amables arapesh».

Arens documenta cientos de casos similares, de una cultura que acusa a otra de canibalismo. Los antiguos chinos creían que los coreanos eran caníbales. Los coreanos creían lo mismo de los chinos. Los aztecas acusaron de canibalismo a los conquistadores españoles. Los conquistadores, que escribieron todos los libros, son, por supuesto, la principal fuente de la creencia en el canibalismo azteca. Cuando Arens estaba haciendo trabajos de campo en Tanzania, los nativos le aseguraron que los europeos eran caníbales. Ni una sola cultura del mundo, escribe Arens, ha reconocido nunca ser caníbal. Siempre es alguna otra cultura la que hace la acusación. Tal como lo expresa el físico Philip Morrison, que elogió el libro de Arens en
Scientific American
(septiembre de 1979): «Parece que siempre es así: nosotros no, ellos sí; en todo caso, hace mucho tiempo y en otro lugar».

Las referencias clásicas al canibalismo se remontan a los mitos griegos y al cíclope de la Odisea de Homero. Heródoto informa de oídas sobre el canibalismo de la tribu nómada de los andrófagos. En la Edad Media, los cristianos acusaban a los judíos de devorar niños cristianos en sus rituales. Muchos creían que también las brujas mataban niños y se los comían. Lo más asombroso es que estas creencias hayan persistido hasta nuestros días entre algunos fundamentalistas ignorantes, obsesionados por la idea de que a todo lo largo y lo ancho de Estados Unidos se celebran rituales satánicos en los que se devoran niños.

En el siglo XVI proliferaron espeluznantes descripciones de canibalismo en cientos de libros escritos por viajeros y exploradores. Un marino alemán, Hans Standen, escribió sensacionales crónicas sobre los indios tupinambas de Brasil, a los que presentaba como salvajes cazadores de cabezas. Sus diálogos imaginarios y sus aterradores grabados fueron reproducidos hasta la saciedad por otros escritores de todo el mundo.

Los autores de las principales enciclopedias actuales son todos creyentes en el canibalismo ritual: Ronald Bemdt en la
Enciclopedia académica americana
. Paula Brown en la
Enciclopedia de religión de Mircea Eliade
en dieciséis tomos, y Leslie Spier en la
Enciclopedia Collier's
y la
Enciclopedia americana
(últimas ediciones). Si quieren leer espantosos artículos sobre canibalismo escritos con anterioridad, vean la undécima edición de la
Encyclopaedia Britannica
(reproducido en la decimocuarta). La última edición de la
Britannica
no tiene ningún artículo sobre el tema. Un artículo aún peor (¡dieciséis páginas!) es el de la
Enciclopedia de religión y ética
, escrito por un erudito sacerdote anglicano.

Los indios norteamericanos, y en especial las tribus iroquesas de Nueva York, fueron tachados de caníbales por los primeros misioneros blancos, que los consideraban «salvajes crueles y estúpidos». La undécima edición de la
Britannica
dice que mohawk, el nombre de una tribu iroquesa, probablemente significaba «comedores de hombres». No hay ni una pizca de evidencia fidedigna de que los iroqueses, ni ninguna otra cultura nativa americana, practicaran rituales en los que se comía carne humana.

Muchos antropólogos han escrito sobre el canibalismo entre los aborígenes de Australia y Nueva Zelanda. Michael Pickering, en
Cannibalism Among Aborigens?
(«¿Canibalismo entre los aborígenes?», tesis terminada en 1985 para el departamento de antropología de la Universidad Nacional de Australia), llegaba a la conclusión, tras un exhaustivo estudio de la evidencia, de que el canibalismo aborigen no existió jamás.

Muchas descripciones de canibalismo aparecen mezcladas con increíbles fantasías. Arens habla de un informador que, después de revelar al antropólogo las costumbres antropófagas de un pueblo vecino, añadió que los caníbales eran todos mujeres que, además, podían transformarse a voluntad en pájaros.

Lo más curioso de la vasta literatura sobre el canibalismo es la ausencia de evidencias de primera mano. Los antropólogos nunca llegan a ver un ritual en el que se coma carne humana. No existen fotografías de dicha práctica. «Los caníbales están siempre entre nosotros —escribe Arens—, pero, afortunadamente, más allá de la posibilidad de observación directa».

La acalorada controversia entre los antropólogos que están de acuerdo con Arens y los que rechazan su libro alegando que no vale nada, se resume de la manera siguiente en el excelente artículo de Lawrence Osbome «Does Man Eat Man?» («¿Comen hombres los hombres?») en
Lingua Franca
(abril/mayo de 1997):

El resultado de este alboroto ha sido una crisis en el corazón de la disciplina, con diferentes escuelas de antropología —cultural, física y arqueológica— emitiendo veredictos radicalmente diferentes acerca de si existen, o alguna vez existieron, pueblos caníbales. Hace que uno se pregunte si las siempre inestables alianzas entre las subdivisiones de la antropología están condenadas a romperse por completo.

Los antropólogos convencionales han reaccionado ante el libro de Arens con el mismo tipo de furia que desplegaron contra Margaret Mead y Samoa, de Derek Freeman, un libro que denunciaba la credulidad de Mead al aceptar sin rechistar los mitos que le contaban los bromistas samoanos. Han insultado a gritos a Arens en actos públicos. Le han fustigado sin piedad en sus escritos. Han dicho que su libro es «peligroso» y «malicioso». La Asociación Antropológica Americana designó una comisión para tratar el tema del canibalismo. Sus ataques a Arens fueron publicados por la asociación en
The Ethnography of Cannibalism
(1983), editado por Paula Brown y Donaid Tuzic.

En 1989, el antropólogo británico sir Edmund Leach declaró: «Montaigne, que escribió sobre el canibalismo en el siglo XVI, sigue siendo mucho más convincente que Arens escribiendo… en 1979». El antropólogo Vincent Crapanzano, que escribió una dura reseña del libro de Arens para la
New York Times Book Review
(29 de julio de 1979), lo calificó de «mal escrito, repetitivo, malicioso».

El doctor Garitón Gajdusek, médico ganador del premio Nobel por haber investigado en Nueva Guinea una rara enfermedad vírica llamada kuru, aseguró que la enfermedad había sido transmitida por caníbales de la tribu fore, al manipular cadáveres. Convencido de que la evidencia del canibalismo en Nueva Guinea era abrumadora, dijo que estaba «por debajo de su dignidad» responder a Arens. En cambio, Lyie Steadman, de la Universidad Estatal de Arizona, trabajó durante dos años en Nueva Guinea sin encontrar ninguna evidencia de canibalismo.

A pesar de la oposición, el escepticismo de Arens está ganando aceptación poco a poco. Osbome informa en su artículo de
Lingua Franca
de que la edición de 1996 de la
Enciclopedia de antropología
, en su entrada sobre el canibalismo, concluye diciendo: «Los caníbales son, en gran medida, producto de nuestras propias conjeturas». Paul Behn, en la
Enciclopedia de Cambridge de la evolución humana
(1992), escribe: «El canibalismo ritual o habitual es raro o inexistente: no hay testigos personales fiables de dicha práctica, y casi todos los informes están hechos de oídas». (Ver también el artículo de Behn «¿Es el canibalismo algo intragable?», en
New Scientist
, 27 de abril de 1991). El famoso antropólogo Ashley Mantagu, autor de sospechosos informes sobre canibalismo, ha dedicado grandes elogios al libro de Arens.

En fechas recientes, paleontólogos y arqueólogos han asegurado haber encontrado indicios de canibalismo en fragmentos de huesos humanos correspondientes a esqueletos de neandertales, y en enterramientos de otras culturas antiguas. El arqueólogo Timothy White, de la Universidad de California en Berkeley, en su libro
Prehistoric Cannibalism at Mancos
(1992), expone sus razones para creer que los fragmentos de huesos encontrados en montículos funerarios de los indios pueblo en Mancos Canyon (Colorado) demuestran que los indios anasazi celebraban frecuentes banquetes caníbales. Ha comparado a Arens con un creyente en la Tierra plana que niega que el mundo es redondo.

No todos los expertos se creen las conjeturas de White. Han encontrado otras explicaciones distintas de la antropofagia para las condiciones que presentan sus más de dos mil fragmentos de huesos. El estado de los fragmentos podría deberse a las prácticas funerarias, o a haber sido comidos por animales salvajes. Incluso si hubiera evidencias de canibalismo, podrían reflejar simplemente hechos aislados, debidos al hambre. Véase la dura crítica de Behn al libro de White en
New Scientist
(11 de abril de 1992), y su colaboración antes mencionada a la
Enciclopedia de Cambridge de la evolución humana
.

Como no soy antropólogo, no me atrevo a tomar partido en esta agria controversia, aunque por el momento mis simpatías están con Arens. Es posible que la verdad se encuentre en algún punto intermedio. El canibalismo habitual podría ser mucho más raro de lo que creen los antropólogos cuyos intereses creados les obligan a ratificarse en sus opiniones anteriores. Por otra parte, el canibalismo podría no ser tan mitológico como Arens supone. Puede que el tiempo zanje la cuestión.

Addendum

Mi columna sobre el canibalismo generó montañas de correo. Casi todas las cartas, muchas de las cuales eran demasiado largas para reproducirlas en el
Skeptical Inquirer
, discrepaban totalmente de Arens, y algunas expresaban una gran decepción porque yo me hubiera tomado a Arens en serio. Se citaba con frecuencia el trabajo del virólogo Carlton Gajdusek en los años sesenta con la tribu fore de Nueva Guinea, como prueba de la persistencia del canibalismo. Gajdusek argumentaba que sólo el canibalismo podía explicar la propagación de una enfermedad llamada kuru. Ninguno de mis corresponsales mencionaba las opiniones contrarias de Lyie B. Steadman y Charles P. Merbe, de la Universidad Estatal de Arizona en Temple. En un artículo publicado en
American Anthropologist
, Steadman y Merbe indicaban que el doctor Gajdusek y sus colaboradores no habían presenciado jamás un banquete caníbal, y que el kuru podría muy bien haberse propagado entre los fore debido a prácticas funerarias antihigiénicas.

Entre los libros recientes que se oponen al escepticismo de Arens están
Flesh and Blood: A History of the Cannibal Complex
, de Reay Tannahill (1975);
Cannibalism: From Sacrifice to Survival
, de Hans Askenasy (1994);
Cannibals
, de Frank Lestringant (1997); y
Divine Hunger: Cannibalism as a Cultural System
, de Peggy Sunday (1986).

Arens replicó a sus críticos en «Rethinking Anthropophagy» («Repensándose la antropofagia»), un largo artículo incluido en
Cannibalism and the Colonial World
(Cambridge University Press, 1998), editado por Francis Barker, Peter Hulme y M. Iverson. Insiste de manera especial en las dudosas aseveraciones del doctor Gajdusek en su estudio sobre la tribu fore de Nueva Guinea. Arens no ve razón alguna para retractarse de su tesis original: que, aunque en ciertas condiciones se dan casos de canibalismo ocasional, todavía no existe ninguna evidencia sólida de que sea o haya sido práctica común en ninguna cultura.

Varios lectores me enviaron chistes de caníbales. Por ejemplo, una pareja de caníbales se está comiendo a un cómico, y uno de ellos dice «¿A tí esto te sabe gracioso?».

Un astrónomo va a África a fotografiar un eclipse solar y es capturado por una tribu de caníbales, que se proponen cocinarlo y comérselo. El astrónomo se acuerda del episodio de
Un yanqui en la corte del rey Arturo
de Mark Twain, y decide decirle al jefe caníbal que está protegido por dioses poderosos. Si intentan comérselo, los dioses destruirán el Sol.

—Exactamente, ¿a qué hora pensáis matarme? —pregunta el astrónomo.

—A las tres de la tarde —responde el jefe—. Justo después del eclipse total.

La quintilla que publiqué era bastante suave. Julián Goldsmith, geólogo de la Universidad de Chicago, me envió cuatro alternativas mejores para los versos tercero y cuarto.

A su suegra
(aunque la digirió mal)
A una pareja llamada Jones
y los huesos más blandos de ella
A una gorda de circo
y su hermana Sadie
A tres monjas que estaban de visita
y a dos de sus hijos.
14. La hilarante broma de Alan Sokal

Es simplemente una falacia lógica pasar de la observación de que la ciencia es un proceso social a la conclusión de que el producto final, nuestras teorías científicas, son como son debido a las fuerzas sociales e históricas que actúan en el proceso. Un equipo de escaladores puede discutir sobre el mejor camino para llegar a la cima de la montaña, y estos argumentos pueden estar condicionados por la historia y la estructura social de la expedición; pero al final, o encuentran un buen camino hasta la cima o no lo encuentran, y cuando llegan allí saben que han llegado. (Nadie titularía un libro sobre montañismo
Construyendo el Everest
).

STEVEN WEINBERG
Dreams of a Final Theory
, capítulo 7

En el número de primavera/verano de 1996, dedicado a lo que ellos llamaban «guerras científicas», los editores de
Social Text
, una conocida revista de estudios culturales, hicieron el tonto de manera increíble. Publicaron un artículo titulado «Transgressing the Boundaries: Toward a Transforming Hermeneutics of Quantum Gravity» («Transgrediendo las fronteras: Hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica»). El autor era Alan Sokal, físico de la Universidad de Nueva York. Su artículo incluía trece páginas de impresionantes notas y nueve páginas de referencias.

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