¿Tení­an Ombligo Adan y Eva? (5 page)

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Authors: Martin Gardner

Tags: #Ciencia, Ensayo

BOOK: ¿Tení­an Ombligo Adan y Eva?
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Cuando los mundos chocan estaba basada en una conocida novela de 1933, escrita por Philip Wylie y Edwin Balmer. En el libro, el OPT apocalíptico se llamaba Bronson Alfa, y era un planeta gigantesco, a cuyo alrededor giraba un pequeño planeta similar a la Tierra (Beta). La pareja se ha desprendido de un lejano sistema solar. En otro tiempo, Beta fue cuna de una cultura de seres inteligentes, pero, por supuesto, el frío del espacio exterior ha congelado todo en su superficie.

El roce de Alfa con la Tierra destruye sus ciudades con terribles olas gigantes, terremotos y erupciones volcánicas. Tal como lo expresan los autores, «la Tierra reventó como una uva madura».

Hay supervivientes. Los planetas dan la vuelta al Sol y regresan hacia la Tierra. Tras destruir la Luna, Alfa choca con la Tierra, reduciéndola a fragmentos. A continuación, Alfa abandona el sistema solar en una trayectoria hiperbólica.

Beta se queda sustituyendo a la Tierra como miembro permanente del sistema solar. Justo antes de que la Tierra se desintegre, un grupo de varios cientos de valientes, hombres, mujeres y niños, consigue escapar en dos naves espaciales impulsadas por energía atómica. Aterrizan en Beta, donde encuentran un planeta ya caldeado, con cielo esmeralda, plantas que han sobrevivido y una atmósfera respirable casi idéntica a la terrestre. Estos supervivientes colonizarán el planeta y perpetuarán la humanidad. Los enamorados Tony y Eve aportan el interés romántico del libro.

Cuando la novela empezó a publicarse por entregas en la revista
Blue Book
, en 1932, causó sensación al instante entre los aficionados a la ciencia-ficción. Un crítico la describió como «una fantasía astronómica de primera magnitud». La edición en tapa dura fue un éxito de ventas. En mi opinión, es ficción barata de bajo nivel, con poca ciencia que la redima.

La secuela,
After Worlds Collide
, que se empezó a publicar en Blue Book en 1933 y apareció en forma de libro al año siguiente, es aún peor. Los colonizadores encuentran en el planeta ciudades cubiertas de plástico, carteleras metálicas, curiosas aeronaves y una gigantesca central eléctrica. No hay ni rastro de los habitantes. Las pinturas indican que eran humanoides. Otros terrestres han escapado en aeronaves y llegan a Beta. Estalla una guerra entre los norteamericanos y un grupo de comunistas asiáticos. Los americanos vencen. Queda en pie un gran misterio.

¿Qué les sucedió a los humanoides de Beta? Estaba prevista una segunda secuela donde se respondería a esta pregunta, pero Balmer y Wylie no consiguieron ponerse de acuerdo sobre el argumento, y no llegó a escribirse.

A los autores de ciencia-ficción posteriores les interesaban menos las colisiones con OPTs que los aventureros que excavan minas en los asteroides para extraer hierro, níquel y minerales más valiosos. Dos ejemplos son «El asteroide de oro» de Clifford Simak y «Buscadores de oro del espacio» de Malcolm Jameson. En otros relatos aparecen asteroides disfrazados de naves espaciales, o utilizados como paradas intermedias en los viajes a puntos más lejanos del sistema solar.

La palabra asteroide procede del griego y significa «semejante a una estrella». Se les puso ese nombre porque con los primeros telescopios sólo se veían como puntos de luz. Desde entonces, las sondas espaciales han fotografiado de cerca dos grandes asteroides. Parecen patatas deformes, con la superficie picada por cráteres, como la de nuestra luna.

El cinturón de asteroides, situado entre las órbitas de Marte y Júpiter, contiene decenas de miles de asteroides con diámetros de un kilómetro y medio o más. Los más grandes son esféricos, pero los más pequeños, cuya cohesión es mayor que su gravedad, son sumamente irregulares. No hay límite inferior para el tamaño de un asteroide, porque se van fragmentando en rocas pequeñas y partículas de polvo. Ninguno es lo bastante grande como para retener una atmósfera.

Ceres, el mayor de los asteroides y el primero que se descubrió (en 1801), mide casi mil kilómetros de diámetro. Un año después se descubrió Palas, de unos 600 kilómetros de anchura. Juno, de 225 kilómetros, y Vesta, con un diámetro de unos 530 kilómetros, se descubrieron en 1804 y 1807, respectivamente. Vesta, que tiene una superficie muy reflectante, se puede ver a veces a simple vista. Los cuatro asteroides juntos representan más de la mitad de la masa total del cinturón de asteroides. En conjunto, formarían un planeta más pequeño que nuestra luna.

Ida, el segundo asteroide que se fotografió de cerca (el primero fue Gaspara), mide unos 58 kilómetros de longitud. Para sorpresa de los astrónomos, la fotografía reveló una minúscula luna orbitando en tomo a Ida, que podría ser un fragmento desprendido del asteroide. Se cree que varios asteroides más tienen lunas. En 1999, se fotografió una lunita orbitando alrededor de un asteroide llamado Eugenia. Dentro de poco, una sonda llamada
Near Earth Asteroid Rendezvous
(NEAR) fotografiará de cerca Eros, el más grande de los OPTs, que cruza la órbita de la Tierra cada cuarenta y cuatro años.

En otro tiempo se pensó que los asteroides representaban un grave peligro para los vuelos espaciales, pero después se comprobó que las distancias entre los que tienen tamaño suficiente para dañar una nave espacial son tan grandes —del orden de millones de kilómetros— que el peligro de que se produzcan dichos accidentes es prácticamente nulo. Las colisiones fatales de naves espaciales con asteroides eran muy frecuentes en las novelas del espacio antes de que se descubriera que el cinturón de asteroides está mucho más despejado que lo que antes se sospechaba.

Durante algún tiempo, a los asteroides se les ponían nombres de dioses griegos (al principio, sólo de diosas), pero cuando estos nombres se agotaron se les empezó a poner nombres de ciudades, estados, naciones, personas (reales y de ficción), e incluso animales. Por lo general, al que descubría un nuevo asteroide se le permitía ponerle nombre. En la actualidad, casi todos los asteroides se identifican con el año de su descubrimiento seguido por letras y a veces un número. Tengo el placer de informar de que James Randi y yo tenemos asteroides con nuestro nombre. También la CSICOP y su fundador. Paul Kurtz, tienen asteroides que llevan sus nombres, impuestos en el vigésimo aniversario de la CSICOP (
Skeptical Inquirer
, septiembre/octubre de 1996, p. 8).

¿Cómo se formaron los asteroides? En la novela de Conan Doyle El valle del terror nos enteramos de que el archienemigo de Sherlock Holmes, el profesor Moriarty, es autor de un tratado titulado «La dinámica de un asteroide». Isaac Asimov conjeturó en cierta ocasión que en esta obra Moriarty argumentaba que los asteroides son los restos de un pequeño planeta cuyos habitantes descubrieron la energía nuclear e hicieron volar su mundo en pedazos. Esta idea, que fue en tiempos una de las favoritas de los escritores de ciencia-ficción, ha quedado abandonada, dado que ni siquiera una explosión nuclear podría tener la potencia suficiente para formar el cinturón de asteroides. Ahora, la idea predominante es que las rocas son material que no logró aglutinarse para formar un planeta, tal vez debido a la fuerte influencia gravitatoria del vecino Júpiter.

No cabe duda de que tarde o temprano la Tierra sufrirá el impacto de un OPT de gran tamaño, porque estos choques han ocurrido con frecuencia en el pasado. El más reciente ocurrió en 1908, cuando un gran OPT cayó en el valle del río Tunguska, en Siberia central. Derribó árboles en una extensión de muchos kilómetros y mató a una manada de renos. Se han identificado casi doscientos cráteres de impacto que dan testimonio de choques similares, y sin duda ha habido miles de cráteres que desaparecieron hace mucho tiempo, debido a la erosión. Muchos creen que el impacto de un gigantesco OPT provocó una extinción masiva de organismos vivos, incluyendo los dinosaurios, hace 65 millones de años, al final del período Cretácico.

Casi todos los asteroides están confinados en el cinturón de asteroides, pero muchos vagan más allá de la órbita de Júpiter, y otros caen hacia el interior del sistema, pasada la órbita de Venus. Un asteroide llamado Ícaro penetra en la órbita de Mercurio, y Carente flota más allá de Saturno. Los dos satélites de Marte podrían ser asteroides capturados. Se calcula que más de mil asteroides de más de kilómetro y medio de anchura son objetos próximos a la Tierra. Habrá tal vez una docena que midan cinco o más kilómetros de anchura. Y representan un monstruoso peligro para la humanidad si se acercan demasiado a la Tierra o chocan con ella.

En 1937, el asteroide Hermes, de 800 metros de anchura, pasó aproximadamente al doble de la distancia de la Tierra a la Luna.

En 1989, un asteroide llamado Esculapio, también de unos 800 metros de diámetro, llegó aún más cerca. En 1991, un pequeño asteroide de unos nueve metros de anchura pasó a la mitad de la distancia Tierra-Luna. El último caso de casi impacto ocurrió en 1996, cuando el JAI, de unos 500 metros de anchura, estableció un récord de aproximación de grandes asteroides, fallando por sólo 450.000 kilómetros, tan sólo 6.400 kilómetros más que la distancia de la Tierra a la Luna.

Si en alguna ocasión futura un asteroide se acerca en ruta de colisión con la Tierra, ¿qué se puede hacer para evitar el desastre? Una posibilidad, no desaprovechada por la ciencia-ficción, sería acoplar a la roca una bomba nuclear que lo desvíe hacia una órbita inofensiva. (En la ciencia-ficción primitiva se utilizaban balas de cañón para desviar cometas). El peligro de esta solución es que podría producir fragmentos que cayeran sobre la Tierra, causando aún más daños que la roca intacta.

Esto es exactamente lo que ocurre en Asteroide, un largometraje de cuatro horas para televisión producido en 1977, que la NBC volvió a emitir en marzo de 1998. Un cometa altera la órbita de un grupo de asteroides y los empuja en dirección a la Tierra.

El más grande, Eros, se hace estallar con rayos láser, pero los miles de fragmentos resultantes son grandes peñascos que llueven sobre la Tierra provocando una devastación indescriptible. Los efectos visuales de la película son fascinantes, sobre todo en la escena de la destrucción de los rascacielos de Dallas, pero las escenas de búsqueda y rescate de supervivientes se hacen interminables. Hay mejores técnicas para desviar un asteroide, como instalar un motor de cohete en la roca para desviarla hacia una trayectoria inofensiva, o acoplarle una gran vela solar para que la radiación del Sol se encargue de la desviación.

Supongamos, no obstante, que no hay tiempo suficiente para adoptar medidas que impidan la colisión, y que la Tierra es destruida por un gigantesco OPT que nos manda a todos al otro mundo. ¿Qué implicaciones filosóficas tendría semejante suceso? Evidentemente, éste no es un problema para ateos, agnósticos o panteístas, porque todos ellos aceptan resignados el hecho de que a la Naturaleza le importa un bledo la preservación de una especie.

¿Y los teístas? Me inclino a pensar que incluso para ellos resultaría aceptable la extinción repentina de la humanidad. Recordemos que el Jehová bíblico ahogó a todos los hombres, mujeres y niños, junto con sus animales, exceptuando a Noé y su familia.

Si Dios puede permitir que un terremoto mate a miles de personas, o que la peste negra acabara con media población de Europa, seguro que no tendría escrúpulos en permitir que un asteroide ponga un final llameante a la historia de la humanidad.

Referencias

«Is the Sky Falling?», por el astrónomo planetario David Morrison, en
Skeptical Inquirer
, mayo/junio de 1997. Morrison reseña diez libros recientes sobre el tema, incluyendo tres que considera sin valor alguno.

«Collisions with Comets and Asteroids», por Tom Gehreis, en
Scientific American
, marzo de 1996.

Sobre el error de cálculo referente al XF11, ver «Whew!», por León Jaroff, en
Time
; «Never Mind!», por Adam Rogers y Sharon Begley, en
Newsweek
; y «Okay, So They Were a Littie Off», por Charles Petit, en
U.S. News and World Report
. Los tres artículos se publicaron en los números del 23 de marzo de 1998.

Hazards Due to Comets and Asteroids
, una colección de artículos editada por Gehreis, que dirige un programa de búsqueda de asteroides en la Universidad de Arizona. Esta referencia obligada la publicó University of Arizona Press en 1994.

«Space Opus: Philip Wylie», capítulo 17 de
Explorers of the Infinite: Shapers of Science Fiction
(1963), por Sam Moskowitz.

Addendum

Tomé notas después de ver
Deep Impact
y
Armagedon
. En
Impact
aparece un enorme cometa que se dirige hacia la Tierra. Se envía una nave espacial llamada Messiah, armada con bombas nucleares, para destruir el cometa. Por desgracia, lo único que consiguen las bombas es romper el cometa en dos partes, que siguen volando hacia la Tierra. Los esfuerzos por desviarlas fracasan. El fragmento más pequeño cae en el Atlántico, provocando una enorme ola que destruye Nueva York, Washington D.C. y Filadelfia.

La tripulación del Messiah, capitaneada por el veterano astronauta Robert Duvall, permanece en el espacio. La única manera de salvar a la Tierra de la destrucción total por el más grande de los dos fragmentos es lanzar contra él el Messiah y hacer estallar las bombas nucleares que quedan en la nave.

Cuando se dirigen a cumplir esta misión suicida es cuando ocurre la escena más inverosímil de la película. Uno de los astronautas de la tripulación ha quedado cegado por las llamas de una erupción que tuvo lugar en el cometa mientras se colocaban las bombas. Duvall lleva a bordo un ejemplar de Moby Dick y empieza a leérselo al ciego: «Llamadme Ismael». Evidentemente, los guionistas pretendían que el cometa, como la ballena blanca de Melville, fuera un símbolo del mal. La misión suicida tiene éxito.

El fragmento grande estalla en pedazos que caen inofensivamente sobre la Tierra salvada. Mientras tanto, la ola provocada por el fragmento pequeño ha matado a millones de personas en todo el mundo. La película termina con el presidente de Estados Unidos, un atractivo negro, pronunciando un discurso televisado en el que da gracias a Dios por la supervivencia de la humanidad y jura que las ciudades destruidas serán reconstruidas.

Ahorro a los lectores los detalles de las dos tramas secundarias de la película. Una trata de un joven astrónomo y su novia. La otra, de una presentadora de televisión que no se lleva bien con su padre. Se reconcilian en una conmovedora escena en la playa, en la que se abrazan mientras ven la ola gigantesca que se aproxima.

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