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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Relato

Terra Nostra (97 page)

BOOK: Terra Nostra
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Ludovico se— dijo que Dómine Valerio Gamillo estaba loco: esperaba encontrar su sepultura en la feroz digestión de unos mastines, y su vida en una memoria que no era la de este o aquel lugar, ni la suma de todos los espacios, ni la memoria del pasado, el presente y el porvenir, ni la suma de todos los tiempos. Aspiraba, quizás, al vacío puro. Los ojillos brillantes del veneciano observaron con sorna al estudiante español. Luego le tomó suavemente del codo y le condujo a la puerta encadenada.

—Nunca me has preguntado qué hay detrás de esa puerta. La curiosidad intelectual ha sido más poderosa en ti que una curiosidad que tú mismo podrías juzgar irrespetuosa, personal, malsana. Has respetado mi secreto. Voy a mostrarte, en recompensa, mi invención.

Valerio Gamillo introdujo varias llaves en los candados, retiró las cadenas y abrió la puerta. Ludovico le siguió por un pasaje oscuro, musgoso, de ladrillos húmedos, donde sólo brillaban los ojos de las ratas y la piel de las lagartijas. Llegaron a una segunda puerta de fierro. Valerio Gamillo la abrió y luego la cerró detrás de Ludovico. Estaban en un silencioso espacio blanco, de mármol, iluminado por la luz de la piedra, escrupulosamente limpio, maravillosamente aparejado, de tal manera que no podía observarse el menor resquicio entre los bloques de mármol.

—Aquí no entra ninguna rata, rió el Donno. Y luego, con gran seriedad, aíiadió: — Sólo yo he entrado aquí. Y ahora tú, monseñor Ludovicus, conocerás el Teatro de la Memoria de Valerio Gamillo.

El Maestro tocó ligeramente la superficie de uno de los bloques de mármol y toda una sección del muro se separó, como una puerta, del resto, girando sobre invisibles goznes. Los dos hombres pasaron, bajando las cabezas; un cántico hondo y lúgubre comenzó a resonar en las orejas de Ludovico; entraron a un corredor de madera, más estrecho a cada paso, hasta desembocar sobre un mínimo escenario: tan pequeño, en verdad, que sólo Ludovico cabía en él, mientras el Donno Valerio permanecía detrás, apoyando sus manos secas sobre los hombros del traductor, inclinando su rostro de águila cerca de la oreja de Ludovico y hablándole con un aliento tartamudo de atún, ajo y judía:

—Éste es el Teatro de la Memoria. Los papeles se invierten. Tú, el único espectador, ocupas el escenario. La representación tiene lugar en el auditorio.

Encajonado dentro de la estructura de madera, el auditorio tenía siete gradas ascendentes, sostenidas sobre siete pilares y abiertas en forma de abanico; cada gradería era de siete filas, pero en vez de asientos, Ludovico miró una sucesión de rejas labradas, semejantes a la que guardaba el jardín de Valerio Gamillo sobre el campo de Santa Margherita; la filigrana de las figuras en las rejas era casi etérea, de inodo que cada figura parecía superponerse a las que le seguían o precedían; el conjunto daba la impresión de un fantástico hemiciclo de biombos de seda transparente; Ludovico se sintió incapaz de comprender el sentido de esta vasta escenografía invertida, en la que los decorados eran espectadores y el espectador, actor único del teatro.

El hondo cántico del pasaje se convirtió en el coro de un millón de voces reunidas, sin palabras, en un solo ulular sostenido: —Sobre siete pilares descansa mi teatro, tartamudeó el veneciano, como la casa de Salomón. Estas columnas representan a los siete sefirot del mundo supraceleste, que son las siete medidas de la trama de los mundos celestial e inferior y que contiene todas las ideas posibles de los tres mundos. Siete divinidades presiden cada una de las siete graderías: distingue, monseñor Ludovicus, sus figuras en cada una de las primeras rejas. Son Diana, Mercurio, Venus, Apolo, Marte, Júpiter y Saturno: los seis planetas y el sol central. Y siete temas, cada uno bajo el signo de un astro, se representan en las siete filas de cada gradería. Son las siete situaciones fundamentales de la humanidad. La Caverna, que es el reflejo humano de la esencia inmutable del ser y de la idea. Prometeo, que es el hombre que roba el fuego de la inteligencia a los dioses. El Banquete, que es el convivio de los hombres reunidos en sociedad. Las Sandalias de Mercurio, que son símbolos de la actividad y el trabajo humanos. Europa y el Toro, que son el amor. Y en la fila más alta, las Gorgonas que desde arriba lo contemplan todo: tienen tres cuerpos y un solo ojo compartido. Y el único espectador — tú— tiene un solo cuerpo pero posee tres almas, tal y como lo dice el Zohar. Tres cuerpos y un ojo; un cuerpo y tres almas. Y en medio de estos polos, todas las combinaciones posibles de los siete astros y las siete situaciones. Bien ha escrito Kermes Trismegisto que quien sepa unirse a esta diversidad de lo único será también divino y conocerá todo el pasado, el presente y el futuro, y todas las cosas que contienen el cielo y la tierra.

Dómine Valerio, con excitación creciente, manipuló detrás de Lu— dovico una serie de cuerdas, poleas y botones; sucesivas áreas del auditorio quedaron bañadas en claridad; las figuras parecieron adquirir movimiento, ganar transparencia, combinarse y fundirse unas en otras, integrarse en fugaces conjuntos y transformar constantemente su silueta original sin que ésta, no obstante, dejase de ser reconocible.

—¿Cómo concibes, monseñor Ludovicus, un mundo imperfecto?

—Sin duda, como un mundo en el que faltan cosas, un mundo incompleto…

—Mi invención se funda en la premisa exactamente contraria: el mundo es imperfecto cuando creemos que nada falta en él; el mundo es perfecto cuando sabemos que algo faltará siempre en él. ¿Admitirás, monseñor, que podemos concebir series ideales de hechos que corran paralelas a las series reales de hechos.

—Sí; en Toledo aprendí que toda materia y todo espíritu proyectan el aura de lo que fueron y de lo que serán…

—Y lo que pudo ser, monseñor, ¿no le darás ninguna oportunidad a lo que, no habiendo sido ayer, probablemente nunca será?

—Todos nos hemos preguntado, en un momento de nuestra existencia, esto: si nos fuese otorgada la gracia de revivir nuestra vida, ¿cómo la viviríamos esa segunda vez?, ¿qué errores evitaríamos?, ¿qué omisiones subsanaríamos?, ¿debí decirle, esa noche, a esa mujer, que la amaba?, ¿por qué me abstuve de visitar a mi padre el día anterior a su muerte?, ¿volvería a darle esa moneda a ese mendigo que me extendió su mano a la entrada de una iglesia?, ¿cómo escogeríamos, de vuelta, entre las personas, ocupaciones, partidos e ideas que constantemente debemos elegir?, pues la vida es sólo una interminable selección entre esto y aquello y lo de más allá, una perpetua elección, nunca decidida libremente, aun cuando así lo creamos, sino determinada por las condiciones que otros nos imponen: los dioses, los jueces, los monarcas, los esclavos, los padres, las mujeres, los hijos.

—Mira, mira entonces en los combinados lienzos de mi teatro el paso de la más absoluta de las memorias: la memoria de cuanto pudo ser y no fue; mírala en lo mínimo y en lo máximo, en los gestos no cumplidos, en las palabras no dichas, en las elecciones sacrificadas, en las decisiones postergadas, mira el paciente silencio de Cicerón mientras escucha las necedades de Catilina; mira cómo convence Calpurnia a César de que no asista al Senado en los idus de marzo; mira la derrota de la armada griega en Salamina, mira el nacimiento de esa niña en un establo de Belén, en Palestina, bajo el reinado de Augusto, mira el perdón que otorga Pilatos a esa profetisa y la muerte de Barrabás en la cruz, mira cómo rehúsa Sócrates, en su prisión, las tentaciones del suicidio, mira cómo muere Odiseo, devorado por las llamas, dentro del caballo de madera al que los astutos troyanos han prendido fuego al encontrarlo fuera de los muros de la ciudad, mira la vejez de Alejandro de Macedonia, la silenciosa visión de Homero: ve, mas no habla, el regreso de Elena a su casa, la fuga de Job de la suya, el olvido de Abel por su hermano, el recuerdo de Medea por su esposo, la sumisión de Antígona a la ley del tirano en aras de la paz del reino, el éxito de la rebelión de Espartaco, el hundimiento del arca de Noé, el regreso de Lucifer a su sitio a la vera de Dios, perdonado por decisión divina, pero también, mira, la otra posibilidad: la obediente permanencia de Luzbel, que renuncia a la rebelión, en el cielo original, mira, mira cómo sale ese genovés, Colombo, a buscar la ruta de Cipango, la corte del Gran Khan, por tierra, de poniente hacia levante, a lomo de camello; mira cómo giran y se funden y confunden mis lienzos: mira a ese joven pastor, Edipo, satisfecho para siempre de vivir al lado de su padre adoptivo, Polibio de Gorinto y mira la soledad de Yocasta, la intangible angustia de una vida que siente incompleta, vacía: sólo un pecaminoso sueno la redime: no habrá ojos arrancados, no habrá destino, no habrá tragedia y el orden griego perecerá fatalmente porque faltó la transgresión trágica que al violarlo lo restaurara y vivificara eternamente: la fuerza de Roma no sojuzgó el alma de Grecia; Grecia sólo pudo ser sometida por la ausencia de la tragedia: mira, París ocupada por los mahometanos, la victoria y consagración de Pelayo en su disputa con Agustín, la cueva de Platón inundada por el río de Heráclito, mira, las bodas de Dante y Beatriz, un libro que nunca fue escrito, un viejo libertino y comerciante de Asís y los muros vacíos que jamás pintó el Giotto, Demóstenes se tragó una piedra y murió atragantado, frente al mar, mira lo máximo y mira lo mínimo, el mendigo nacido en la cuna del príncipe y el príncipe en la del mendigo, el niño que creció, muerto al nacer, y el niño que murió, crecido, la fea, hermosa, el baldado, entero, el ignorante, letrado, el santo, perverso, el rico, pobre, el guerrero, músico, el político, filósofo, bastó un mínimo giro de este gran círculo sobre el cual se asienta mi teatro, la gran trama de tres triángulos equiláteros dentro de una circunferencia regida por las múltiples combinaciones de los siete astros, las tres almas, las siete mutaciones y el ojo único: no se separan las aguas del Mar Rojo, una muchacha toledana no sabe cuál prefiere entre siete columnas idénticas de una iglesia o entre dos idénticos garbanzos de su cena, Judas es insobornable, no le creyeron al niño que gritó ¡al lobo!…

Jadeante, Donno Valerio cesó por un momento de hablar y manipular sus cuerdas y botones. Luego, más tranquilo, le preguntó a Ludovico:

—¿Qué me darán, a cambio de esta invención que les permitiría recordar cuanto pudo haber sido y no fue, los reyes de este mundo?

—Nada, Maestro Valerio. Pues sólo les interesa saber lo que realmente es y será.

Los ojos de Valerio Gamillo brillaron como nunca: eran la única luz del teatro repentinamente ensombrecido: —¿No les importa saber, también, lo que nunca será?

—Quizás, puesto que es otra manera de saber lo que será.

—No me entiendes, monseñor. Las imágenes de mi teatro integran todas las posibilidades del pasado, pero también representan todas las oportunidades del futuro, pues sabiendo lo que no fue, sabremos lo que clama por ser: cuanto no ha sido, lo has visto, es un hecho latente, que espera su momento para ser, su segunda oportunidad, la ocasión de vivir otra vida. La historia sólo se repite porque desconocemos la otra posibilidad de cada hecho históricos: lo que ese hecho pudo haber sido y no fue. Conociéndola, podemos asegurar que la historia no se repita; que sea la otra posibilidad la que por primera vez ocurra. El universo alcanzaría su verdadero equilibrio. Esta será la culminación de mis investigaciones: combinar los elementos de mi teatro de tal manera que dos épocas diferentes coincidan plenamente; por ejemplo: que lo sucedido o dejado de suceder en tu patria española en 1492, 1521 o 1598, coincida con toda exactitud con lo que allí mismo ocurra en 1938, 1975 o 1999. Entonces, estoy convencido de ello, el espacio de esa coincidencia germinará, dará cabida al pasado incumplido que una vez vivió y murió allí: ei doble tiempo reclamará ese espacio preciso para completarse.

—Y entonces, de acuerdo con tu teoría, será imperfecto.

—La perfección, monseñor, es la muerte.

—¿Conoces al menos ese espacio donde todo lo que no ocurrió espera la coincidencia de dos tiempos para cumplirse?

—Te lo acabo de decir. Mira de nuevo, monseñor; hago regresar las luces, pongo en movimiento a las figuras, se integra un espacio, el de tu tierra, España, y el de un mundo desconocido donde España destruye todo lo anterior a ella y se reproduce a sí misma: una gestación doblemente inmóvil, doblemente estéril, pues sobre lo que pudo ser —mira arder esos templos, mira cómo caen las águilas, mira cómo son sojuzgados los hombres originales de las tierras ignotas— tu patria, España, impone otra imposibilidad: la de sí misma, mira cómo cierra sus puertas, expulsa al judío, persigue al moro, se esconde en un mausoleo y desde allí gobierna con los nombres de la muerte: pureza de la fe, limpieza de la sangre, horror del cuerpo, prohibición del pensamiento, exterminio de lo incomprensible. Mira: pasan siglos y siglos de muerte en vida, miedo, silencio, culto de las apariencias puras, vacuidad de las sustancias, gestos de honor imbécil, míralas, miserables realidades, míralas, hambre, pobreza, injusticia, ignorancia: un imperio desnudo que se imagina vestido con ropajes de oro. Mira: no habrá en la historia, monseñor, naciones más necesitadas de una segunda oportunidad para ser lo que no fueron, que éstas que hablan y hablarán tu lengua; ni pueblos que durante tanto tiempo almacenen las posibilidades de lo que pudieron ser si no hubiesen sacrificado la razón misma de su ser: la impureza, la mezcla de todas las sangres, todas las creencias, todos los impulsos espirituales de una multitud de culturas. Sólo en España se dieron cita y florecieron los tres pueblos del Libro: cristianos, moros y judíos. Al mutilar su unión, España se mutilará y mutilará cuanto encuentre en su camino. ¿Tendrán estas tierras la segunda oportunidad que les negará la primera historia?

Ante los ojos de Ludovico, entre los biombos y rejas y luces y sombras de las graderías de este Teatro de la memoria de todo lo que no fue pero podría, alguna vez, ser, pasaron, revertidas, con la seguridad de que serían estas que él miraba, animadas imágenes, incomprensibles, barbados guerreros con corazas de fierro, rasgados pendones, autos de fe, empelucados señores, hombres oscuros con inmensas cargas a cuestas, se oyeron discursos, proclamas, oradores grandilocuentes, se vieron lugares y paisajes nunca vistos: extraños templos devorados por la selva, conventos concebidos como fortalezas, ríos anchos como mares, desiertos pobres como una mano abierta, volcanes más altos que las estrellas, praderas devoradas por el horizonte, ciudades de balcones enrejados, rojos tejados, muros heridos, inmensas catedrales, torres de vidrio resquebrajado, militares con los pechos cuajados de medallas y entorchados, pies cubiertos de polvo y espina, niños de flacos huesos y grandes barrigas, la abundancia al lado del hambre, un dios de oro asentado sobre un mendigo harapiento; el lodo y la plata…

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