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—Por supuesto, señor.

«Y su hombre decidirá si hay que transmitir las órdenes o no», pensó Wedge mientras inclinaba la cabeza en un asentimiento dirigido a sí mismo.

—Haremos que todo salga lo mejor posible.

—Excelente. —Ackbar cerró los ojos durante un instante, lo que Wedge interpretó como un signo de agradecimiento por su cooperación—. ¿Volverán al
Aplazamiento
para el servicio conmemorativo?

—Si no les importa, el general Salm y yo los acompañaremos a bordo de la
Prohibido
para asistir también.

Wedge sonrió, más a causa de la oferta del almirante que debido a la clara expresión de sorpresa de Salm.

—Sería un honor, señor.

—Y honraremos a sus muertos. —Ackbar se volvió hacia el piloto de bombarderos—. Y supongo que querrá que sus pilotos del Ala Defensora también estén allí, ¿verdad, general?

Salm titubeó durante unos momentos antes de asentir.

—Si lloramos juntos antes de volar juntos, nuestras unidades quizá no tendrán tantas pérdidas que llorar después de que hayamos atacado Vladet.

**

Kirtan Loor no pudo evitar encogerse involuntariamente cuando sintió cómo el temblor se abría paso a través del suelo. Un estruendo ahogado llegó a sus oídos un segundo después. El comunicador suspendido de su solapa despidió un siseo de estática antes de que una voz firme y tranquila emitiera su informe.

—Hemos perdido a Cuatro-Dieciocho y a Cuatro-Veinte.

El agente de inteligencia se estremeció, y no debido al frío de la noche talaseana. El soldado de las tropas de asalto que estaba informando había reaccionado como si la pequeña trampa para incautos instalada por los rebeldes hubiera acabado con un par de androides en vez de con un par de personas. «Aunque después de todo los soldados de las tropas de asalto apenas son humanos, ¿verdad?». Educados para ser fanáticamente leales al Emperador, la mayoría de ellos parecían haber quedado ligeramente afectados por su muerte. Eso no había disminuido su nivel de eficiencia, pero al parecer hacía que sus propias vidas les importaran bastante menos que antes.

Y en Talasea cuidar del bienestar continuado de tu propia persona parecía ser una habilidad imprescindible. Los rebeldes habían dejado un montón de sorpresas explosivas para quienquiera que siguiese sus pasos sobre Talasea. «E imaginarse la identidad de ese "quienquiera" no debe de haberles resultado muy difícil…».

Loor se irguió.

—Aunque después de todo, el número de soldados de las tropas de asalto que puedan llegar a morir carece de importancia, naturalmente… En algún sitio tiene que haber una fábrica que los produce a partir de un molde.

El agente de inteligencia empezó a sonreír ante el comentario susurrado que acababa de salir de su boca, pero un instante después una helada daga de miedo se hundió en sus entrañas. Dos soldados de las tropas de asalto acababan de emerger de la niebla como espectros surgidos de la tumba. Las dos armaduras blancas se detuvieron directamente delante de él, pero ninguna de las dos se tomó la molestia de inclinar el cuello hacia atrás para dirigir la mirada hacia el rostro de Loor.

—Agente Loor…

Kirtan asintió e hizo cuanto pudo para convertir sus facciones en una máscara inexpresiva que recordara a las imágenes de Tarkin que había visto.

—¿Sí?

—Mensaje de prioridad desde Vladet. Se le ordena que vuelva a Vladet inmediatamente y que espere nuevas órdenes.

—¿A qué demonios se cree que está jugando ese idiota de Devlia?

Kirtan se había puesto furioso cuando se enteró de que Devlia había enviado un solo pelotón de las tropas de asalto para inspeccionar Talasea. El agente de inteligencia había recomendado utilizar un androide de sondeo, y lanzar un ataque a gran escala después de su inspección. Devlia había ignorado sus recomendaciones y había enviado soldados de las tropas de asalto porque, para usar sus mismas palabras, eran «un recurso renovable». En cambio, no se podía decir lo mismo de los androides de sondeo.

«Y tampoco de los transpones de las tropas de asalto…». Kirtan bajó la mirada hacia el soldado.

—Envíe un mensaje al almirante Devlia y dígale que volveré a Vladet cuando haya terminado de inspeccionar esta base.

—El mensaje procedía del Centro Imperial, señor, no del almirante Devlia.

Kirtan alzó la cabeza con deliberada lentitud y permitió que su mirada se perdiera en la lejanía, más allá de las cúpulas blancas de los cascos de los soldados. Sabía que sus esfuerzos para ocultar la perplejidad y el miedo que sentía estaban resultando totalmente inútiles. «Sospecho que los soldados de las tropas de asalto son capaces de oler el miedo igual que los animales».

—¿Han enviado una nave para que me lleve hasta allí?

—Debe usar una de las lanzaderas, la
Helicón
, e ir directamente a Vladet. Le está esperando en la zona de descenso.

—Gracias por haberme transmitido el mensaje —dijo Kirtan, pero en su voz no había ni el más leve rastro de convicción—. Sigan con la inspección.

Los dos soldados de las tropas de asalto se alejaron a través de los remolinos de niebla, dejando solo a Kirtan para que fuese atacado por la frialdad del aire en el exterior y el hielo del miedo en el interior. «Corazón de Hielo ya debe de haber recibido mi mensaje sobre este fracaso… Si está buscando algún culpable de la catástrofe, no permitiré que me haga cargar con ella». Kirtan se obligó a sonreír y reafirmó su esfuerzo imaginándose a un tembloroso almirante Devlia.

Y temblarás, hombrecillo —dijo después—. Al ignorarme has irritado a mi dueña y señora, y sospecho que su ira puede ser decididamente letal.

**

Los siete féretros habían sido colocados encima de la plataforma de un elevador de haces repulsores, y cada uno estaba recubierto por una tela blanca a la que se había adherido un emblema azul. Para seis de ellos, aquel emblema era la insignia rebelde. El sudario de Lujayne Forge lucía la insignia del Escuadrón Rebelde, con uno de los doce cazas ala-X recortado. Los féretros habían sido dispuestos en el centro del hangar de cazas de estribor del
Aplazamiento
, con el de Lujayne ocupando la posición central.

Directamente detrás de ellos se encontraban todos los miembros del Escuadrón Rebelde salvo uno. A Andoorni Hui se le había permitido salir del tanque bacta mientras durase la ceremonia, pero todavía se hallaba demasiado débil para poder mantenerse de pie sin ayuda. Hui estaba recostada en un sillón flotante, con los oscuros ojos medio entornados y los miembros casi paralizados. Wedge pensó que se la veía tal como él se sentía por dentro, con todo el cuerpo oprimido por el peso invisible de la pérdida que había sufrido el escuadrón.

Detrás de los pilotos estaban los técnicos y las dotaciones que habían sido evacuadas de Talasea. Flanqueándolos estaban los hombres y mujeres del Ala Defensora de Salm, así como algunos de los tripulantes y una parte del personal médico del
Aplazamiento
. La reunión recordó a Wedge la que había tenido lugar en Yavin 4 para honrar a Luke, Han y Chewbacca por haber destruido la Estrella de la Muerte. «Ojalá el motivo de esta reunión fuera tan maravilloso como el de aquélla…».

Wedge dio un par de pasos hacia adelante, saliendo de entre el almirante Ackbar y el general Salm, bajó la mirada hacia los féretros y volvió a alzarla.

—Hace siete años, muchos de los nuestros se reunieron después de una gran batalla para conmemorar el heroísmo de nuestros amigos. En ese momento, ninguno de nosotros pensaba en cuán desesperada era nuestra situación o en lo larga que llegaría a ser la batalla contra el Imperio. Para nosotros, el futuro era el próximo minuto, hora, día o semana. La esperanza de vida, especialmente entre los pilotos, se medía por misiones y los cálculos rara vez requerían usar más de un dígito.

«Durante esa reunión en Yavin 4 pudimos celebrar nuestra victoria como si, con la destrucción de esa sola arma terrible —la primera Estrella de la Muerte— hubiéramos provocado el desmoronamiento del Imperio. Sabíamos que no era así, y también sabíamos que no tardaríamos mucho tiempo en abandonar Yavin, pero por lo menos en esa ocasión pudimos olvidar lo desesperado y difícil que sería nuestro combate por la libertad.

»Pudimos olvidar que muchos amigos nuestros morirían en el futuro mientras perseguían el sueño común de la libertad para todas las personas y todas las especies que viven en la galaxia».

Wedge tragó saliva, intentando disolver el nudo de tensión que estaba empezando a oprimirle la garganta.

—Ese sueño sigue vivo. Nuestra lucha continúa. El Imperio todavía existe, aunque su fortaleza se tambalea, su tenacidad vacila y su presa sobre los mundos que domina se va debilitando. Aunque esté agonizando, todavía puede infligir la muerte y éstos, los cuerpos de nuestros camaradas, dejan espantosamente claro ese hecho.

»No voy a deciros que Lujayne, Carter, Pirgi o los demás querían que siguierais luchando, o que vuestra lucha hará que su sacrificio haya valido la pena. Todas esas cosas sólo serían viejos tópicos gastados, y nuestros amigos se merecen algo más. Han dado aquello que luchamos por preservar. Nuestro deber, y la petición silenciosa que nos dirigen, consiste en seguir luchando hasta que el Imperio nunca pueda volver a robarle la vida a aquellos que no quieren nada más siniestro que la libertad para todos.

Wedge dio un paso hacia atrás y después dirigió una inclinación de cabeza a un técnico situado junto a la compuerta exterior del hangar de lanzamiento. A su señal, la plataforma se fue alzando lentamente y flotó hacia la vasta abertura. Las hileras de pilotos y dotaciones de tierra se abrieron por el centro para dejarla pasar, y luego volvieron a formarse cuando la plataforma entró en el campo de retención magnético desplegado alrededor de la compuerta exterior. Una vez fuera de la nave, la plataforma se apartó de los féretros y éstos quedaron suspendidos en el espacio, rodeados por las estrellas y el vacío.

El técnico utilizó un rayo tractor para ir impulsando los féretros, uno por uno, en una lenta y majestuosa trayectoria hacia la enana roja que ardía en el corazón del sistema estelar. «Partid en vuestro último convoy…». Cuando los sudarios blancos quedaron iluminados por los destellos rojizos del sol, la línea formada por los siete féretros adquirió la apariencia de otros tantos haces láser que, moviéndose a cámara lenta, trazaban un arco que terminaría hundiéndolos en la lejana estrella.

Ackbar puso la mano sobre el hombro de Wedge.

—Nunca es fácil despedirse de tu gente…

—No, y nunca debería llegar a serlo —murmuró Wedge, asintiendo con repentina firmeza—. Si llega a serlo, entonces nos habremos convertido en el enemigo…, y no voy a permitir que eso ocurra.

21

La primera visión que Corran tuvo de Vladet después de haber salido del hiperespacio le reveló una bola azul surcada por franjas blancas y salpicada de manchas de color verde oscuro.

—Creo que deberíamos conquistar ese planeta y quedárnoslo, Silbador. Parece mucho más agradable de lo que jamás llegó a serlo el Mundo de la Niebla en sus mejores momentos.

El androide astromecánico emitió un trino de asentimiento, y después hizo aparecer la pantalla táctica en el monitor de Corran.

El corelliano echó un vistazo a las imágenes y activó su comunicador.

—Grupo Tres informa de una lectura negativa con respecto a los globos oculares. —El joven corelliano levantó la mano izquierda y accionó uno de los interruptores situados encima de su cabeza—. Estabilizadores-S colocados en posición de ataque.

—Recibido, Nueve. Manténgase a la escucha.

—De acuerdo, Control.

Delante de él, y acelerando hacia el planeta, dos de los escuadrones de ala-Y del Ala Defensora volaban con una escolta de cuatro ala-X cada uno. Al grupo de Corran le faltaban dos naves para alcanzar la plena potencia operacional, por lo que él y Ooryl habían sido asignados al Escuadrón Vigilante. Los escuadrones Campeón, dirigido por el general Salm, y Guardián formarían la primera oleada y prepararían el camino para que Vigilante, con sus defensas «rebajadas», pudiera pasar sin ser molestado.

Gracias a la reunión de información, Corran sabía que la Gran Isla no podría resistir el ataque de dos escuadrones de ala-Y Además de dos cañones láser, los ala-Y disponían de cañones iónicos gemelos y dos lanzadores de torpedos protónicos. Cada nave transportaba ocho torpedos, lo cual significaba que un solo escuadrón de bombarderos ya disponía de una potencia de fuego lo bastante grande para convenir el verde y exuberante paisaje de la Gran Isla en una humeante masa negra de roca líquida.

—Rebelde Nueve, continúe siguiendo el vector del Ala Dos y luego orbite en Ángeles 10K.

—Entendido. Llámenos si necesitan algo.

—Lo haremos. Aquí Control, cambio y cierro.

Corran creyó percibir una sombra de su propia frustración reflejada en la voz de Tycho. Las órdenes que acababa de dar a Corran estaban siendo transmitidas a los miembros del Escuadrón Vigilante por el controlador de vuelo de Salm. Se suponía que aquella cadena de mando de naturaleza dual garantizaría un buen control durante la operación, pero Corran dudaba de que fuera a producir esos efectos. «Cuando estaba en la Fuerza de Seguridad de Corellia y teníamos que llevar a cabo una operación conjunta con la inteligencia imperial, el control dual siempre se convenía en un duelo de controles y al final todo acababa complicándose enormemente…».

El descenso a través de la límpida atmósfera se fue volviendo un poco más movido, pero disponer de un poco de resistencia a la que combatir con los controles suponía un cambio bastante agradable después de seis horas de no hacer nada durante el recorrido por el hiperespacio. Corran niveló el ala-X a unos diez kilómetros por encima de la superficie del planeta.

—Control, Grupo Tres en posición. ¿Puede enviarme la señal visual táctica desde abajo?

—Ahí la tiene, Nueve. De Jefe Rebelde…, devolviendo el favor.

Corran sintió que le ardían las mejillas cuando se acordó de cómo sus datos sensores habían sido utilizados por el resto del escuadrón en Folor.

—Transmítale mi agradecimiento.

Los datos visuales procedentes del ala-X de Wedge le mostraron cuatro ala-Y que estaban bajando en picado sobre la ladera norte del cráter del volcán. Cuando se encontraban a un kilómetro de distancia del objetivo, cada una de las lentas naves lanzó un par de torpedos protónicos y viró. Las bolas azules avanzaron hacia la ladera montañosa y estallaron sobre ella en un punto donde las abundantes lluvias ya habían erosionado y debilitado la roca.

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