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—El precio pagado sigue siendo demasiado elevado, pero aun así eso es una buena noticia.

Wedge asintió.

—Los prisioneros (dos soldados y los cinco tripulantes de la nave) se niegan a hablar. Los tengo encerrados, y están aislados los unos de los otros. Un par de androides médicos están llevando a cabo las autopsias de los soldados que matamos. Con un poco de suerte, algo nos dará una idea de su lugar de procedencia.

—¿Y Talasea fue evacuada?

—Sí, señor. Supusimos que los imperiales vendrían en busca de lo que fuera que hubiese acabado con su gente, así que colocamos unas cuantas trampas explosivas y demás sorpresas para quien nos siga hasta allí. —Wedge dejó escapar un prolongado suspiro—. Tengo una lista de lo que dejamos detrás en el caso de que alguna vez dispongamos de una razón para volver a Talasea.

El mon calamariano asintió lentamente.

—¿Cuál es el estado de ánimo general de su unidad?

Wedge se volvió y apoyó la espalda en el frío panel de transpariacero. Lo único que deseaba en aquellos momentos era cerrar los ojos y dormir, y temía que si llegaba a cerrar los ojos eso era precisamente lo que le ocurriría.

—Todos estamos agotados —dijo después—. Perder a Lujayne fue un golpe terrible. Como piloto no era gran cosa y procuraba no correr riesgos, por lo que ninguno de nosotros la consideraba como una candidata a formar parte de la primera lista de bajas. Imaginarse a Corran, Bror o Shiel teniendo una muerte gloriosa resultaba fácil…, y Corran estuvo a punto de tener esa clase de muerte. Aun así Lujayne era una guerrera, por lo que el que muriese mientras dormía en su cama fue…, bueno, eso lo hizo todavía peor. Fue asesinada, no muerta en combate, y supongo que había logrado convencerme de que todos poseíamos cierta clase de inmunidad que nos protegía de esa clase de muerte ignominiosa. —Meneó la cabeza—. Eso no tiene ningún sentido, naturalmente.

Ackbar le dio una palmadita en el hombro.

—Sí tiene sentido. Sabemos que la guerra es pura barbarie, pero intentamos no librarla de la manera en que lo harían unos bárbaros. Respetamos una serie de normas que exigen que sólo ataquemos objetos militares legítimos, y que nos obligan a mantenernos alejados de los civiles y de las fragatas médicas. Nos gustaría ver ese mismo honor que nos exigimos a nosotros reflejado en las acciones de nuestros enemigos.

—Pero si nuestros enemigos fueran tan honorables como nosotros, entonces no estaríamos librando esta guerra.

—Y al decir eso acaba de exponer el centro de todo el problema, comandante Antilles. —El mon calamariano se alejó del ventanal—. ¿Cuándo saldrá su gente de los tanques?

Wedge bajó la mirada hacia su cronómetro.

—Doce horas más para Horn y Darklighter, y entre veinticuatro y cuarenta y ocho para la piloto Andoorni Hui. Me han dicho que es algo relacionado con su metabolismo, pero sus heridas también eran más graves que las de ellos. Quiero celebrar un servicio conmemorativo en recuerdo de Lujayne lo más pronto posible. —Se frotó los ojos—. Gavin será uno de los más afectados, porque Lujayne le estaba ayudando a mejorar sus capacidades de astronavegación.

—Entonces parecería que no se puede hacer nada hasta que no haya transcurrido un mínimo de doce horas, ¿verdad?

Wedge meneó la cabeza.

—No. Tenemos que esperar.

—En su caso, lo único que usted tiene que hacer es dormir.

El corelliano se volvió hacia Ackbar.

—Ya podré descansar más tarde.

—Pero descansará ahora. Considérelo como una orden, comandante, o le ordenaré a un androide dosunobé que le administre un sedante. —El mentón de Ackbar se elevó mientras hablaba, y Wedge supo que el almirante estaba dispuesto a llevar a cabo su amenaza—. Quiero que usted y su oficial ejecutivo vengan a verme al
Hogar Uno
dentro de doce horas. Para entonces el general Salm ya habrá llegado.

—Si hubiera sabido que tendría que enfrentarme a una reprimenda oficial del general Salm, habría permitido que los soldados de las tropas de asalto acabaran conmigo.

—Sí, desde luego… A veces Salm puede producir ese efecto, ¿no? —La boca de Ackbar se abrió para acoger su broma con una carcajada silenciosa—. Pero el propósito de esa reunión no tiene nada que ver con las reprimendas.

—¿No?

—No. —El tono de Ackbar se volvió más calmado y suave, pero todavía más serio—. Alguien del Imperio ha atacado una de mis bases de avanzada. Si no devolvemos el golpe empleando la máxima fuerza posible, los imperiales podrían sentirse animados a seguir con tales actividades. No quiero que eso ocurra. El ala de bombarderos del general Salín debería bastar para infligir el castigo adecuado.

—Si quiere que el Escuadrón Rebelde se encargue de proporcionar cobertura a ese tipo de misión, puede contar con nosotros.

—Ésa era la reacción que esperaba de usted, comandante. Y ahora, váyase a dormir un poco.

—Sí, señor —dijo Wedge, y saludó a su superior.

«Dormiré, y soñar con el castigo que caerá sobre esos imperiales será realmente muy agradable…».

**

Corran no sabía qué era peor, si el regusto entre rancio y amargo que el bacta le había dejado en la garganta o el sentirse como si todavía estuviera flotando dentro del tanque. Le parecía que el bacta sabía exactamente igual que el lum después de llevar demasiado tiempo guardado dentro de la clase de barril de plástico en que solía ser almacenado, ese que le aportaba una cualidad aceitosa que volvía resbaladiza su lengua después de beberlo. El haz desintegrador había atravesado su pulmón derecho y un poco de bacta había sido introducido en el pulmón para que circulara por él, lo cual hacía que el asfixiante perfume del fluido invadiera la nariz de Corran cada vez que exhalaba.

Aparte de eso, se sentía bastante bien. Todavía tenía una mancha rojiza en el pecho para indicar el sitio en el que le habían disparado. Su marca tenía aproximadamente la mitad del tamaño de la de Gavin. Corran ya había comprendido que la armadura le salvó la vida al absorber una parte de la potencia del haz, pero no tenía ni idea de cómo se las había arreglado Gavin para sobrevivir a un disparo en el abdomen sin contar con absolutamente ninguna protección.

Gavin, que ocupaba la cama contigua a la suya, se dio la vuelta hasta quedar acostado sobre el flanco.

—Nunca había hecho eso antes.

—¿Te refieres a lo de entrometerte en un tiroteo lumínico o a pasar algún tiempo dentro de un tanque bacta?

—A las dos cosas. —El joven frunció el ceño—. No pensé que me estuviera metiendo donde no me llamaban, porque…

—Y no lo hiciste. —Corran meneó la cabeza y pegó los pies al cuerpo para poder sentarse—. Hubiese debido darme cuenta de que no sabías que debías esperar hasta que te indicara que el pasillo estaba despejado. Ni siquiera pensé en ello, y por eso acabaste en el suelo. Yo tengo la culpa de que te pegaran un tiro.

Gavin cubrió el área rojiza de su estómago con la mano.

—Me dolía muchísimo, y luego supongo que me desmayé.

—Por suerte para ti, eso fue lo único que hiciste. Ese disparo tendría que haberte matado.

—Sé que disparé contra el soldado de las tropas de asalto. ¿Le di?

—No lo sé, Gavin. A menos que dispongas de una grabación holográfica de un tiroteo, tratar de reconstruirlo después de que haya terminado es prácticamente imposible. —Corran se puso en pie y descubrió que sus piernas eran capaces de sostenerle con sólo unos cuantos temblores menores—. Él y sus compañeros murieron, y eso es lo único que importa.

—¿Mataron a alguno de los nuestros?

Corran se acordó de la inexplicable impresión de muerte que había experimentado en el pasillo, pero meneó la cabeza.

—No lo sé, Gavin.

La compuerta del centro médico se abrió y Wedge Antilles cruzó el umbral. Al principio su sonrisa se volvió un poco más grande, y luego se encogió levemente. El comandante se quedó inmóvil y devolvió los apresurados saludos que Gavin y Corran consiguieron dirigirle.

—Me alegra veros tan sanos y con tantos ánimos.

—Quizá tengamos muchos ánimos, señor, pero tendremos que dedicar un cierto esfuerzo a lo de ponernos realmente sanos. —Corran hizo que su brazo derecho describiera un círculo en el aire—. Una noche de descanso debería obrar auténticas maravillas.

—¿Y tú, Gavin? ¿Qué tal te sientes?

—Estupendamente, señor. Si me necesitan, podría volar ahora mismo.

—Por el momento eso no será necesario. —El rostro de Wedge se ensombreció—. Hemos abandonado Talasea, y hemos conseguido terminar la evacuación sin problemas. Capturamos a los soldados de las tropas de asalto y su nave de transporte. El análisis forense de los cuerpos nos ha proporcionado una buena indicación de su punto de origen. Voy a reunirme con el almirante Ackbar y el general Salm para planear una misión de represalia contra su base.

—Cuente conmigo.

—Y conmigo. —Gavin saltó de la cama. Las rodillas se le doblaron, pero se agarró al borde de la cama y consiguió permanecer erguido—. Quiero cobrar mi parte de esa deuda pendiente que tenemos con ellos.

Wedge asintió, y Corran enseguida supo que se disponía a llegar a la peor parte del informe.

—Al final acabamos dando más de lo que recibimos durante la incursión…, pero tuvimos bajas. Seis de nuestros centinelas murieron. Vosotros dos y Andoorni resultasteis gravemente heridos. —Wedge bajó la mirada hacia la cubierta, y luego miró a Gavin—. Los soldados de las tropas de asalto mataron a Lujayne Forge.

Gavin tuvo que apoyarse en la cama.

—¿Lujayne ha muerto?

Corran se sentó en el suelo. La había sentido morir —lo sabía, estaba totalmente seguro de ello—, y sin embargo le resultaba tan imposible de creer como a Gavin. Lujayne siempre había sido el miembro del escuadrón que se preocupaba por el bienestar de los demás, y esa preocupación incluía no sólo el bienestar físico sino también el cómo se sentían. «Formó el corazón de nuestra unidad, y nos ayudó a convertirnos en un todo. ¿Por qué ha tenido que ser la primera de nosotros en morir?».

Bajó los ojos hacia sus manos vacías. «Ni siquiera llegó a cobrarse ese favor que le debía por haber reparado mi ala-X, y ahora ya no esta entre nosotros…».

Gavin meneó la cabeza.

—No puede estar muerta. Me estaba dando clases de astronavegación. Lujayne… —El muchacho apretó los puños y los dejó caer sobre el borde de la mesa—. Muerta…

Wedge suspiró.

—Perder a un amigo siempre es muy duro, Gavin.

Gavin alzó un puño como si quisiera volver a usarlo para golpear algo, pero luego permitió que descendiera lentamente hacia su costado.

—Es la primera vez que alguien a quien conozco muere.

Corran enarcó una ceja.

—¿De veras?

—Gavin todavía es muy joven, Corran.

—Lo sé, señor, pero su primo…

Gavin meneó la cabeza.

—He conocido a personas que luego murieron. Todavía me acuerdo del señor Owen y la tía Beru… Así es como los llamaba el par de veces que Biggs permitió que le acompañara cuando fue a visitar a Luke en la granja de los Lars. Cuando murieron, mi padre se quedó con la granja…

Wedge frunció el ceño.

—Tenía entendido que Luke se la había cedido a un alienígena.

—Sí, a Throgg… Se ocupó de ella durante un par de estaciones, pero mi tío quería añadir esa granja a sus propiedades, así que hizo que el Consejo Municipal de Cabeza de Ancla pusiera en vigor un impuesto para las tierras trabajadas por alienígenas tan elevado que Throgg nunca podría llegar a pagarlo. Mi padre no aprobaba las tácticas de su hermano, así que papá le compró la granja a Throgg, pagándole lo que valía en vez de permitir que el tío Huff la comprara en una subasta por impago de impuestos. —Gavin se encogió de hombros—. Al haber crecido cerca de esa granja podía acordarme de haber visto a los Lars, pero en realidad nunca llegué a conocerlos. Por aquel entonces yo era realmente muy, muy joven. Siempre fueron amables conmigo, pero…

—Pero no los conocías. —Corran subió las rodillas hasta dejarlas pegadas al pecho—. Lo entiendo. Aun así, Biggs, tu primo…

—Biggs tenía ocho años más que yo. A veces le gustaba tenerme cerca, y a veces no. Cuando ocurría lo segundo, yo nunca conseguía entender por qué. —Gavin volvió a encogerse de hombros—. Desde entonces he crecido, así que se podría decir que ahora lo entiendo, pero la verdad es que nunca llegué a conocerle. Y no verle ni a él, ni a los tíos de Luke, después… Bueno, no es como si realmente supiera que se han ido para siempre. Lo sé, claro, pero…

—Comprendo. —Wedge se cruzó de brazos—. Yo estaba allí cuando Biggs murió. Me habían dado, y salí de la fisura siguiendo las órdenes de Luke. Tu primo y yo sabíamos que en realidad estábamos allí para cumplir las funciones de un conjunto de escudos añadidos que protegieran a Luke, pero eso nunca nos molestó. Sabíamos que él hubiese hecho exactamente lo mismo por nosotros, y también sabíamos que teníamos que destruir la Estrella de la Muerte. Biggs se quedó en la canalización, manteniendo a raya a los cazas TIE, y murió allí. Y aunque murió, le proporcionó a Luke el tiempo que necesitaba para poder llegar a destruir la Estrella de la Muerte.

El comandante rebelde clavó la mirada en la lejanía, y sus ojos estuvieron a punto de cerrarse.

—Ya había volado con Biggs antes de Yavin, y era realmente muy bueno. Parecía como si pudiera leer la mente de los pilotos de Ios cazas TIE. Sabía cuándo había que virar y cuándo había que disparar, y hacía todo lo que fuese necesario para seguir el rastro de sus emisiones iónicas y hacerlos pedazos. Estaba orgulloso de sus victorias y de su capacidad, pero no era arrogante.

Gavin sonrió.

—Pero tenía esa sonrisita… Ya sabe, la que usaba siempre que había hecho algo que tú eras incapaz de hacer.

Wedge soltó una suave carcajada.

—Yo solía odiar esa sonrisita suya, pero no me la dirigía con demasiada frecuencia. En su primera misión nos enfrentamos a un convoy imperial justo después de que hubieran empezado a asignar fragatas de la clase Nebulón B, como la Aplazamiento, a los convoyes para que se encargaran de darles cobertura. La fragata lanzó al espacio dos docenas de TIE contra nuestro escuadrón. Biggs vaporizó a cinco, lo cual le convertía en un as, pero otro piloto reclamó su tercera presa. Esa victoria convenía al otro piloto en un as… Creo que ésa era su misión número quince, por cierto. Biggs le administró la sonrisita y dejó que aquel tipo se saliera con la suya. Y después, cuando Biggs obtenía cinco victorias del tipo que fueran, le regalaba la tercera a aquel tipo. Nunca se burlaba abiertamente y nunca presumía, pero no permitió que ese piloto pudiera llegar a olvidar lo que había hecho.

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