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El piloto alderaaniano se encogió de hombros.

—La quinta vez siempre acaba conviniéndose en un auténtico amuleto de la suerte.

Wedge señaló con un dedo al grupo de pilotos que se iba alejando de ellos.

—¿Nunca te parecen unos críos que no deberían andar metidos en este tipo de cosas?

—Oh, Gavin sí y Ooryl también, pero en su caso es debido a la clase de vida extremadamente aislada que han llevado. Los demás sólo nos entregan un año o dos.

—Ya lo sé, pero casi parece como si la muerte del Emperador hubiera supuesto el final de una era. Todos se unieron a nosotros después del establecimiento de la Nueva República, ¿verdad? Antes de que eso ocurriera, no éramos más que unos fuera de la ley que se enfrentaban al gobierno legítimo. Ahora somos un movimiento que le está devolviendo la libertad a un número incontable de planetas. —Wedge meneó la cabeza—. A veces pienso que se han unido a nosotros únicamente por el atractivo romántico que envuelve al hecho de que la Rebelión le asestara un golpe mortal al Imperio. Acabamos con Darth Vader, matamos al Emperador y destruimos las Estrellas de la Muerte.

Tycho se apartó un mechón de cabellos castaños de la frente.

—Espero que tu mente no esté avanzando hacia la idea de que realmente no saben en qué se van a meter, Wedge. Me parece que recuerdo haber escuchado esa misma especulación sobre los pilotos que acababan de incorporarse al escuadrón antes de Endor, y fue justo entonces cuando tuviste ocasión de presenciar la destrucción de la primera Estrella de la Muerte como lo que marcó el final de toda una época.

Un torrente de recuerdos volvió a la cabeza de Wedge.

—Sí, supongo que ése era justo el tipo de cosas que pensaba entonces… Pero la situación era distinta.

—No, no lo era. Oye, Wedge, ninguno de nosotros ha pasado por todas las experiencias que tú has llegado a vivir. Me uní al escuadrón después de Yavin y eso quiere decir que llevo mucho tiempo aquí, pero para mí Biggs, Porkins y los demás sólo son leyendas. En cambio para ti son recuerdos…, amigos a los que perdiste. —Tycho deslizó un brazo sobre los hombros de Wedge—. Esos tipos también han perdido amigos. Todos saben que las probabilidades de sobrevivir a esta misión son…

Wedge alzó una mano.

—No me vengas con eso de las probabilidades. Ya sabes que los corellianos no soportamos tener que oír hablar de las probabilidades.

—Y ésa es la razón por la que hay tantos corellianos dispuestos a jugar al sabacc.

—Y por la que tantos de nosotros formamos parte de la Rebelión.

Los dos se echaron a reír y Wedge sintió cómo una gran parte de su tensión empezaba a disiparse. Mientras se secaba las lágrimas que la risa había hecho afluir a sus ojos, vio que una teniente del servicio de seguridad de la Alianza venía hacia ellos.

—¿Sí, teniente?

—Disculpe la intromisión, señor, pero quería recordarle al capitán Celchu que sólo puede entrar en esta zona cuando esté tomando parte en un ejercicio.

—No pasa nada, teniente. El capitán Celchu está conmigo.

—Sí, señor. —La teniente lanzó una mirada llena de preocupación a la entrada—. Esperaré ahí fuera.

—Enseguida me reuniré con usted, teniente.

Wedge frunció el ceño.

—Asumo personalmente cualquier posible responsabilidad en todo lo referente al capitán Celchu, teniente. Puede irse.

—Señor, mis órdenes proceden del general Salm y…

—Ya lo sé. Puede presentar una protesta oficial ante él.

—Sí, señor.

Wedge alzó la mirada y vio que Tycho estaba frunciendo el ceño.

—¿Qué pasa? —Volvió los ojos hacia la teniente, que ya se estaba alejando, y luego miró nuevamente a su amigo—. ¿Has establecido alguna clase de relación con ella? ¿Acabo de romper algo?

Tycho meneó la cabeza.

—Oh, no se trata de nada de eso. La teniente es una chica muy agradable y pasó varios años en Alderaan, así que podemos hablar de sitios que nunca volveremos a ver. Y además trabaja con dos hombres alistados, uno de los cuales me vigila continuamente. Confieso que la encuentro interesante, pero no estoy dispuesto a iniciar una nueva relación sin saber si la antigua ha tocado a su fin o todavía sigue en pie.

—Puedo entenderlo, desde luego.

Wedge todavía se acordaba de la mujer de la que Tycho se había enamorado hacía un par de años. Aquella mujer trabajaba en el departamento de suministros y aprovisionamiento de la Alianza, y se pasaba la mayor parte del tiempo llevando a cabo misiones secretas y dirigiendo operaciones en mundos enemigos para «liberar» materiales en poder del Imperio. La importancia de su trabajo y su naturaleza altamente delicada hacían que averiguar acerca de ella a través de los servicios de inteligencia fuese totalmente imposible, y la peculiar situación de Tycho incrementaba ese nivel de dificultad en todo un orden de magnitud.

Tycho incrustó un dedo en el pecho de Wedge.

—Me parece que estás cambiando de tema para evitar hablar del verdadero motivo que ha originado tu pregunta anterior.

Wedge enarcó una ceja.

—Oh. ¿Y cuál es el auténtico motivo?

—Temes estar empezando a volverte un poco demasiado viejo para lo que siempre nos hemos dicho a nosotros mismos que es un juego reservado a los jóvenes.

—Si eso es lo que crees, estás tan hecho un lío como un gamorreano colocado entre dos jarras de lum llenas hasta el borde. —El corelliano frunció el ceño—. En primer lugar, eres un año más viejo que yo.

—Nueve meses.

—Lo cual se acerca bastante a un año, amigo mío.

—Cierto, pero los años no son la única forma de medir el paso del tiempo. —Tycho extendió la mano, y las puntas de sus dedos rozaron la insignia de rango adherida al cuello del traje de vuelo de Wedge—. Eres comandante, ¿no? Antes de que renunciara a su rango, Luke había llegado a general. Han Solo y Lando Calrissian son generales. La mayoría de los oficiales que llevan tanto tiempo con la Alianza como tú ya son coroneles…, y eso como mínimo.

—Y tú sólo eres capitán, Tycho.

—Y si Salm tiene algo que decir al respecto, nunca iré más allá.

—Bueno, pues yo tuve derecho a decir lo que pensaba acerca de mi rango y ahora me encuentro muy a gusto donde estoy. Me gusta dirigir un escuadrón.

—Ya lo sé. —El alderaaniano se encogió de hombros y cruzó los brazos delante de su pecho—. Pero no puedes evitar preguntarte si rechazar todos esos ascensos realmente era la decisión correcta.

—Eso es verdad. —Wedge alzó la mirada hacia su amigo—. Bien, ¿soy demasiado viejo para esto?

—Wedge, durante los últimos cuatro meses me he enfrentado a todos y cada uno de los chicos que tomarán parte en esta misión…, y los he derribado. Tú has hecho exactamente lo mismo, ¿no? —Tycho permitió que una risita ahogada surgiera de las profundidades de su garganta—. Si eres demasiado viejo para esto, creo que la Nueva República haría bien dándose por vencida ahora mismo. Dejando aparte el que un escuadrón de Caballeros Jedi llamara a nuestras puertas para unirse a nosotros, eres lo mejor de que disponemos. Eso tal vez no te impresione, pero ahí fuera hay muchos pilotos imperiales que se pasan la noche en vela porque tienen miedo de soñar contigo.

31

Corran sonrió cuando Erisi se unió al grupo.

—Lo hiciste bastante bien en el simulador, Erisi.

—Tratar de derribarte hizo que me sintiera un poco rara.

—Pon un poco más de énfasis en el «tratar» —dijo Bror, dirigiéndole una sonrisa de depredador—. Tuviste tan poco éxito en tu intento como lo tendrán ellos mañana.

Nawara Ven fulminó con la mirada a su hombre de ala.

—Si has encontrado una forma de alimentar tus escudos con las energías de tu ego, desearía que la compartieras conmigo. Rhysati meneó la cabeza.

—Bastará con que le pidas que expanda sus escudos para que nos cubran a todos. Tiene reservas de ego más que suficientes para poder hacerlo.

Bror se volvió hacia Corran.

—¿No te parece que los maullidos de nuestros inferiores están empezando a volverse un poco pesados?

Corran no pudo evitar quedarse boquiabierto durante unos segundos. No estaba muy seguro de qué le sorprendía más, si la forma en que Bror había rebajado a los demás o el hecho de verse repentinamente ascendido al grupo de sus iguales.

—Yo no los llamaría «maullidos», y no los considero inferiores a nosotros. Todo el mundo se ha esforzado muchísimo y ha tenido que pasar por pruebas muy duras. Gavin y yo hemos sido heridos, al igual que Shiel, y sólo tú y Rhysati habéis conseguido evitar sufrir daños personales o que los sufrieran vuestras naves. Quizá hayamos acumulado unas cuantas victorias más que ellos, pero el tiempo acabará eliminando esa pequeña ventaja inicial.

El thyferrano puso cara pensativa durante unos momentos, y luego asintió.

—Es algo que considerar, ciertamente. Y con mi comentario no pretendía insultaros a ninguno, aunque resulta obvio que ha sido tomado como un tanto despectivo. Os respeto a todos y creo que todos sois capaces de mucho más. Me honrará poder volar con vosotros mañana.

—Y aprovechando la ocasión de unirme a esa despedida… —Nawara Ven saludó a sus compañeros con una inclinación de cabeza, permitiendo que sus colas cefálicas se extendieran sobre sus hombros—. Os veré a todos mañana por la mañana.

—Un momento. —Rhysati extendió la mano hacia él—. Yo también me iré. Dormid un poco, porque nos va a hacer falta.

Gavin sonrió, y luego se desperezó y bostezó.

—Quiero grabar un mensaje para mis padres. Biggs nunca tuvo ocasión de hacerlo, y el tío Uff nunca se lo perdonó.

Corran le guiñó el ojo.

—Harás que se sientan orgullosos de ti, Gavin.

Bror le hizo una pequeña reverencia.

—Yo también grabaré un mensaje para mis padres.

Todos se fueron, dejando a Corran a solas con Erisi.

—Bien…

—Exacto, Corran. —Erisi extendió el brazo y le tomó la mano izquierda—. Ojalá pudiera ir contigo mañana.

—Nos gustaría poder contar con tu ayuda. —Corran permitió que Erisi tirase suavemente de él hacia los alojamientos que compartía con Rhysati—. Pero tal como están saliendo las cosas, quizá debas considerarte afortunada por no ir.

—No digas eso. —Erisi bajó la voz hasta convertirla casi en un susurro, y una lágrima se formó en su ojo derecho—. Sobrevivir a esta misión aquí será bastante peor que morir en ella. Si la misión fracasa, si no volvéis… Bueno, en ese caso no podré evitar preguntarme si mi presencia hubiese podido contribuir a cambiar el curso de los acontecimientos.

—Morir ahí fuera quizá resulte menos agotador en el aspecto emocional, pero no creo que estemos ante el menor de dos males.

Erisi se limpió la lágrima con la yema de un dedo.

—Tienes razón, por supuesto, y yo estoy siendo muy egoísta porque… —Se interrumpió y volvió el rostro hacia él—. ¿No te molesta un poco que ni siquiera conozcas el nombre del mundo en el que puedes morir?

«Bueno, de hecho conozco el nombre… Wedge y yo somos los únicos que lo conocemos, aunque no creo que eso haga que esta misión sea más fácil».

—Si quieres que te sea sincero, Erisi, la verdad es que no he pensado demasiado en ello. Los imperiales estacionados en ese sitio quieren verme muerto, y yo tampoco tengo muchas ganas de querer hacerme amigo suyo. El lugar en el que acabemos enfrentándonos no tiene excesiva importancia para mí.

—Pues para mí sí la tiene. —Erisi echó a andar de nuevo, y su mano ascendió hasta la parte interior del codo de Corran para guiarle hacia adelante—. Si las cosas van mal, he pensado que iría a ver ese sitio o que me aseguraría de que erigiesen un monumento conmemorativo. Incluso…

Y entonces se le quebró la voz de repente, y Corran sintió cómo un estremecimiento recorría todo su cuerpo.

—Eh, Erisi, todo va a ir estupendamente. ¿Te acuerdas de que el comandante nos advirtió de que nunca conseguiríamos llegar a superar en heroísmo a todos los que ya han muerto en acto de servicio formando parte del Escuadrón Rebelde?

—Sí —resopló Erisi.

—Bien, pues estaba equivocado. Podemos ser más grandes, pero sólo viviendo más tiempo y haciendo las cosas mejor de lo que jamás consiguieron llegar a hacerlas ellos. Tal como estaba diciendo el comandante Antilles hace un rato, en esos días luchaban por la supervivencia. Nosotros estamos luchando por el futuro. Si hacemos bien esto, Biggs y el resto no serán recordados como los héroes más grandes del Escuadrón Rebelde, sino como los predecesores de los héroes más grandes del Escuadrón Rebelde. —Corran le dirigió una gran sonrisa—. Mis planes incluyen seguir por aquí para conseguir que esa predicción se convierta en realidad.

Erisi también sonrió, pero las comisuras de sus labios estaban temblando.

—Y probablemente lo hagas, Corran. Espero que así sea. Ojalá supiera hacia dónde vais a poner rumbo… ¿Es que no sientes ni la más mínima curiosidad?

—Puede que para mis memorias… Oh, claro que sí. —Corran extendió el brazo y le secó las lágrimas de las mejillas—. Dentro de unos cincuenta años la operación dejará de estar considerada como alto secreto, y la desclasificación llegará justo a tiempo para que pueda incluir el lugar en mi autobiografía.

—Aunque tuviera que esperar cincuenta años, haría que te construyeran un monumento conmemorativo. —Erisi se detuvo delante de la puerta abierta de su alojamiento—. Corran, ya sabes que Rhysati no va a volver por aquí esta noche. Si quieres, puedes quedarte.

—No debería hacerlo, Erisi.

—¿Estás seguro? —La decepción que había en su voz se convirtió en una jovialidad forzada—. Considéralo como un capítulo para tus memorias.

—Estoy seguro de que harían falta dos capítulos enteros para contarlo —dijo Corran, y dejó escapar un prolongado suspiro—. El problema está en que me temo que entonces no dormiría ni cinco minutos, y eso me mataría. Moriría feliz, pero me temo que nuestros compatriotas no.

Erisi asintió lentamente y bajó la vista.

—Comprendo.

«Debo de estar loco. Acabo de decirle “no" a una de las mujeres más deseables que he conocido jamás —pensó Corran, y sonrió—. Por supuesto que estoy loco. Me he ofrecido voluntario para volver a Borleias, ¿no?».

—¿A qué viene esa sonrisa?

Corran le acarició la mejilla.

—Estaba pensando que eres un incentivo más que suficiente para impulsarme a hacer todo lo posible con vistas a volver.

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