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—¿Puede salir de detrás del mostrador, señor? —preguntó uno de ellos.
—¿Qué es lo que pasa? ¿Pueden decirme de qué va todo esto?
Había seis o siete personas sentadas en el vestíbulo, a la espera de que les entregaran sus recibos. Todas alzaron la mirada de sus papeles y revistas.
—Por favor, salga de detrás del mostrador —dijo el policía.
Denny vaciló durante un instante antes de obedecer.
—Tenemos una orden para arrestarlo —dijo un policía.
—¿Por qué? —preguntó Denny—. ¿Puedo verla? Debe de haber algún error.
El policía le dio a Denny unos papeles. Mi amigo y amo los leyó.
—Esto es una broma —dijo.
—No, señor. —El policía tomó los papeles—. Por favor, apoye las manos sobre el mostrador y separe las piernas.
Craig, el jefe de Denny, salió de su despacho.
—Agentes —dijo, acercándose—. No creo que esto sea necesario. Y, si lo es, pueden hacerlo fuera.
—Señor, ¡no se acerque! —El policía hablaba en tono severo, apuntando a Craig con un largo dedo.
Craig tenía razón. Todo aquello parecía pensado para que fuese perjudicial para el negocio. Estábamos en el vestíbulo de un lugar de trabajo. Había gente esperando sus BMW, Mercedes y otros coches de lujo. No era necesario que la policía hiciese lo que tenía que hacer delante de ellos. Eran clientes. Confiaban en Denny, ¿y ahora era un delincuente? Lo que la policía hacía no estaba bien. Debía de haber una mejor manera de hacerlo. Pero tenían armas de fuego y porras. Tenían gas lacrimógeno y pistolas eléctricas. Y se sabe que los policías de Seattle suelen ponerse nerviosos con facilidad.
Denny siguió sus instrucciones. Apoyó las manos sobre el mostrador y separó las piernas. El policía lo cacheó a conciencia.
—Por favor, vuélvase y ponga las manos en la espalda —dijo el policía.
—No es necesario esposarlo —dijo Craig, airado—. ¡No se va a escapar!
—¡Señor! —gritó el policía—. ¡Silencio!
Denny se dio la vuelta y puso las manos como le indicaban. El policía lo esposó.
—Tiene derecho a permanecer en silencio. Todo lo que diga puede ser usado en su contra...
—¿Cuánto tiempo llevará esto? —preguntó Denny—. Debo ir a buscar a mi hija.
—Le sugiero que lo haga otra persona —dijo el otro policía.
—Puedo ir yo, Denny —se ofreció Mike.
—No estás en la lista de personas autorizadas.
—¿A quién llamo?
—Se le designará un abogado...
—Telefonea a Mark Fein —dijo Denny, desesperado—. Su número está en el ordenador.
—¿Entiende usted los derechos que acabo de leerle?
—¿Necesitas que pague tu fianza? —preguntó Craig—. Cualquier cosa que necesites...
—No tengo ni idea de lo que necesito —dijo Denny—. Llama a Mark. Tal vez él pueda recoger a Zoë.
—¿Entiende usted los derechos que acabo de leerle?
—¡Sí, los entiendo! —respondió Denny, impaciente—. Los entiendo.
—¿Por qué te arrestan? —preguntó Mike.
Denny miró a los policías, que no dijeron nada. Esperaron a que Denny respondiera a la pregunta. Sabían bien lo que hay que hacer para romper la resistencia de un acusado. Lograr que confiese su propio crimen.
—Abuso en tercer grado —dijo Denny.
—Estupro criminal —aclaró uno de los policías.
—Pero no violé a nadie —alegó Denny—. ¿Quién está detrás de esto? ¿De qué menor hablan?
Se produjo un largo silencio. Los que esperaban en el vestíbulo miraban, fascinados. Denny estaba de pie ante todos ellos, con las manos esposadas a la espalda. Todos veían que era un prisionero, que no podía usar sus manos, que no hubiese podido conducir un coche. La atención se concentraba en los policías, con sus camisas de color azul grisáceo, con hombreras, y sus negras pistolas, porras y fundas de cuero pendientes del cinturón. Era todo un espectáculo. Todos querían saber la respuesta a la pregunta: «¿Qué menor?».
—De la menor que violó —repuso secamente el policía.
Aunque me pareció despreciable, debo admitir que admiré su sentido de lo teatral. Sin una palabra más, los policías se llevaron a Denny.
No fui testigo de la mayor parte de lo que le ocurrió a Denny en el juicio por custodia ni en el proceso penal por estupro en tercer grado. Estos sucesos ocuparon casi tres años de nuestras vidas, pues una de las tácticas de Maxwell y Trish fue hacer que el proceso se prolongara para que Denny perdiera tanto su dinero como su voluntad de luchar. También, para manipular la situación a favor de sus deseos de que Zoë se criara en lo que consideraban que sería un ambiente de amor y atención. Se me negó acceso a mucha información. Por ejemplo, no se me invitó a ninguna de las instancias legales. Sólo se me permitió asistir a unas pocas de las reuniones que Denny mantuvo con su abogado, Mark Fein; para ser preciso, las que tuvieron lugar en el Café Victrola. Y es que a Mark le gustaba la chica del
piercing
en la ceja y los ojos marrón chocolate que trabajaba en la barra. No acompañé a Denny a la comisaría de policía cuando lo arrestaron. No estuve cuando le tomaron los datos, cuando se presentó a la audiencia preliminar, ni cuando lo sometieron al detector de mentiras.
Buena parte de lo que les contaré sobre el calvario que siguió a la muerte de Eve es una reconstrucción compilada por mí a partir de información de segunda mano, conversaciones espiadas y procedimientos legales que aprendí en la tele, en particular en
Ley y orden
y sus derivados, como
Unidad de víctimas especiales
,
Acción criminal
y el injustamente vapuleado
Proceso con jurado
. Otros detalles vinculados a los métodos y la terminología policial proceden de uno de los mejores programas de la historia de la televisión,
Los casos de Rockford
, protagonizado por James Garner, quien también tuvo un papel destacado en
Grand Prix
, ese clásico del automovilismo cinematográfico. Y, claro, del mejor programa policial de todos los tiempos,
Colombo
, con el fabuloso, excepcionalmente inteligente Peter Falk en el papel que le da nombre a la serie. (Peter Falk está sexto en mi lista de actores preferidos). Y, en fin, mi conocimiento de lo que ocurre en un tribunal se basa únicamente en la obra del mayor dramaturgo judicial de todos los tiempos, Sidney Lumet, cuyas películas, entre ellas
Veredicto final
y
Doce hombres sin piedad
, me han influido mucho. Y hago un inciso para decir que el hecho de que Lumet haya seleccionado a Al Pacino para
Tarde de perros
linda con la genialidad.
Lo que busco es relatar nuestra historia de una manera que combine lo dramático con lo verídico. Aunque los hechos no hayan ocurrido exactamente como los presento, por favor entended que las emociones son verdaderas. Mi intención es verdadera. Y, en dramaturgia, la intención lo es todo.
Lo llevaron a una habitación pequeña con una mesa grande y muchas sillas. En los muros se abrían ventanas que daban a la oficina adyacente, llena de detectives que hacían su labor policial sentados ante sus escritorios, tal como se ve en
Ley y orden
. Persianas de madera filtraban la luz azul que entraba en la habitación, pintando la mesa y el suelo con largas sombras ondulantes.
Nadie lo molestó. No había un policía malo que le tirase de las orejas ni lo golpease con la guía telefónica, le aplastara los dedos en la puerta o le estrellase la cabeza contra la pared, como suele ocurrir en la tele. No. Tras registrar su ingreso, tomarle las huellas dactilares y fotografiarlo, lo dejaron solo en el cuarto, como si la policía se hubiera olvidado de él. Se quedó allí sentado, a solas. Durante horas, sin nada. Ni café, ni agua, ni lavabo, ni radio. Sin distracciones. Su crimen, su castigo y él. Nada más.
¿Se desesperó? ¿Despotricó contra sí mismo en silencio por haber permitido que eso ocurriese? ¿O se habrá dado cuenta, al fin, de lo que se siente al ser, como yo, un perro? Con el correr de esos minutos interminables, ¿entendió que estar solo no es lo mismo que sentirse solo? ¿Que estar solo es un estado neutral? ¿Que es como ser un pez ciego en el fondo del mar, sin ojos, y, por lo tanto, sin discernimiento? ¿Es posible? Lo que me rodea no afecta a mi ánimo. Mi ánimo afecta a lo que me rodea. ¿Es verdad? ¿Es posible que Denny haya apreciado la naturaleza subjetiva de la soledad, que es algo que sólo existe en la mente, no fuera de ella, y, que, como un virus, es incapaz de sobrevivir sin un anfitrión que lo acoja?
Me gusta pensar que, durante ese lapso, estuvo solo pero no se sintió solo. Me gusta pensar que pensó en lo que le ocurría, pero sin desesperar.
Entonces, Mark Fein irrumpió en la comisaría Este de la policía de Seattle. Irrumpió y se puso a gritar. Ése es el estilo de Mark Fein. Vehemente. Osado. Espectacular. Belicoso. Brama. Ruge. Intimida. Irrumpió, arremetió contra el mostrador de recepción, apabulló al sargento de guardia, sacó a Denny bajo fianza.
—¿De qué mierda va esto, Denny? —Mark lanzó la pregunta en cuanto llegaron a la esquina.
—No es nada. —Denny no tenía ganas de hablar.
—¿Cómo que «nada»? ¡Ella tiene quince años, hombre de Dios! ¿Cómo que no es nada?
—Miente.
—¿Sí? ¿Tuviste relaciones con esta chica?
—No.
—¿Penetraste alguno de sus orificios con tus genitales o con cualquier otro objeto?
Denny le clavó la mirada a Mark Fein, pero no respondió.
—Esto es parte de un plan, ¿no te das cuenta? —dijo Mark, frustrado—. No podía entender por qué se embarcaban en un pleito de custodia sin tener argumentos, pero esto lo cambia todo.
Denny seguía sin responder.
—Un pedófilo. Un delincuente sexual. Un estuprador. Un abusador de menores. ¿Te parece que esos términos sugieren algo beneficioso para tu hija?
Denny rechinó los dientes. Los músculos de sus mandíbulas se tensaron.
—Nos vemos en mi despacho mañana a las ocho y media —dijo Mark—. En punto.
Denny ardía de furia.
—¿Dónde está Zoë? —preguntó.
Mark Fein se plantó sobre la acera.
—La recogieron antes de que yo pudiese hacerlo. Parece que fue una operación bien sincronizada.
—Voy a buscarla —dijo Denny.
—¡No! —ladró Mark—. Déjalos en paz. No es momento de hacerse el héroe. Cuando caes en arenas movedizas, lo peor que puedes hacer es moverte.
—¿Así que caí en arenas movedizas? —preguntó Denny.
—Denny, en este momento estás en la más movediza de las arenas, en el pantano más peligroso.
Denny se dio la vuelta y emprendió la marcha.
—Y no abandones el estado —dijo la voz de Mark a sus espaldas—. Y, por Dios, Denny, no se te ocurra ni siquiera mirar a otra chica de quince años.
Pero Denny ya había dado la vuelta a la esquina.
Las manos son las ventanas que dan al alma.
Mira las filmaciones de carreras que se hacen desde el interior de la cabina de un coche, y verás que lo que digo es cierto. La presa tensa y rígida sobre el volante de cierto piloto refleja su estilo de conducción tenso y rígido. La forma nerviosa en que algún otro cambia las manos de lugar refleja que no está cómodo en su vehículo. Las manos de un piloto deben mantenerse relajadas, sensibles, conscientes. El volante de un coche transmite mucha información. Una presa demasiado ceñida o nerviosa impide que esa información llegue al cerebro.
Dicen que los sentidos no operan en forma independiente, sino que se combinan en una parte especial del cerebro que crea una representación de la totalidad del cuerpo. Los sensores de la piel le cuentan al cerebro todo lo relativo a la presión, el dolor, el calor; los sensores de las articulaciones y los tendones le hablan al cerebro de la posición del cuerpo en el espacio; los sensores del oído informan del equilibrio, y los de los órganos internos, del estado emocional. Que un piloto restringiera voluntariamente un canal de información sería una estupidez; por el contrario, permitir que toda la energía fluya libremente es divino.
Ver que las manos de Denny temblaban me preocupó, y también a él. Tras la muerte de Eve, solía mirarse las manos, poniéndoselas frente a los ojos como si no le pertenecieran. Las alzaba y las veía temblar. Trataba de hacerlo cuando nadie lo veía.
«Nervios», me decía, cuando notaba que yo miraba. «Tensión». Se las metía en los bolsillos del pantalón y las dejaba allí, donde nadie las veía.
Cuando Mike y Tony me llevaron a casa, más tarde esa noche, Denny aguardaba en el porche, a oscuras y con las manos en los bolsillos.
—No sólo no quiero hablar —dijo—, sino que Mark me dijo que no lo hiciera. Así son las cosas.
Se quedaron en el caminillo de entrada, mirándolo.
—¿Podemos pasar? —preguntó Mike.
—No. —Denny no estaba para charlas. Luego, consciente de su brusquedad, quiso explicarse—. No tengo ganas de estar con nadie.
Se lo quedaron mirando.
—No hace falta que hables de lo que está ocurriendo —dijo Mike—. Pero hablar es bueno. No puedes guardarlo todo en tu interior. No es saludable.
—Es probable que tengas razón —replicó Denny—. Pero no funciono así. Necesito... asimilar... lo que ocurre antes de hablar. Pero ahora no puedo hacerlo.
Ni Mike ni Tony se movieron. Era como si estuviesen decidiendo si debían respetar el deseo de soledad de Denny, o irrumpir en la casa para acompañarlo por la fuerza. Se miraron y olí su ansiedad. Deseé con todas mis fuerzas que Denny entendiera cuánto se preocupaban por él.
—¿Estarás bien? —preguntó Mike—. ¿No tenemos que preocuparnos por la posibilidad de que dejes abierto el horno de gas y enciendas un cigarrillo o algo así?
—Es eléctrico. Y no fumo.
—Estará bien —le dijo Tony a Mike.
—¿Quieres que Enzo venga con nosotros o alguna otra cosa? —preguntó Mike.
—No.
—¿Quieres que te hagamos algo de compra?
Denny meneó la cabeza.
—Estará bien.—Tras repetir su comentario, Tony tiró del brazo de Mike encaminándose hacia su coche.
—Mi teléfono siempre está encendido —dijo Mike—. Admito consulta por todo tipo de crisis las veinticuatro horas. Si necesitas hablar, o cualquier otra cosa, llámame.
Se retiraron por la senda. Cuando se alejaban Mike gritó:
—¡Ya le dimos de comer a Enzo!
Se marcharon, y Denny y yo entramos. Sacó las manos de los bolsillos y se las miró. Temblaban.