Todo bajo el cielo (44 page)

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Authors: Matilde Asensi

BOOK: Todo bajo el cielo
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Quizá fue la pena pero sentí que me mareaba un poco, que la pared se movía, o el suelo, como cuando íbamos a bordo del
André Lebon
. Ya no debía de faltar mucho para encontrarnos otra vez en el punto de partida. Habíamos doblado cuatro esquinas así que la puerta donde había dejado mi lápiz de color desconocido tenía que encontrarse cerca. Quizá fuera hambre aquella sensación de vaivén. Nunca es bueno caminar tanto con el estómago vacío. Y no estaba dispuesta a aceptar ninguna otra explicación.

Diez minutos después tenía mi lápiz abandonado entre las manos.

—Creo que no hemos adelantado mucho —dijo Fernanda enfurruñada—. Hemos vuelto al principio.

—Sí, pero también hemos eliminado una posibilidad. Ahora tenemos que probar otras.

—Es que estoy un poco mareada —protestó mi sobrina. Me alarmé.

—¿Cómo te encuentras tú, Biao?

—Mareado también, tai-tai. Pero no mucho.

—¿Y ustedes? —No hacía falta que dijera sus nombres, los dos se dieron por aludidos.

—Yo estoy bien —comentó Lao Jiang—. El problema es que llevamos mucho tiempo caminando a ciegas.

—Yo también estoy bien —dijo el maestro Rojo—. ¿Y usted,
madame
?

—Sí, bien —mentí. O encontrábamos la bajada hacia el tercer sótano inmediatamente o me llevaba a los niños corriendo al palacio funerario del piso de arriba—. ¿Alguien propone alguna solución rápida?

—Deberíamos examinar el suelo —titubeó el maestro Rojo—. Aunque si los niños se encuentran mal...

—Ya sabemos que estamos en un gran espacio rectangular —le atajó Lao Jiang—. Dividamos este espacio en franjas que marcaremos colocando los lápices de Elvira y nos echaremos al suelo para buscar la trampilla de este piso.

Tardaríamos una eternidad. No teníamos tanto tiempo.

—Les propongo que subamos al palacio para comer. Allí hay luz y necesitamos recuperarnos un poco. Después, bajaremos y revisaremos el suelo. ¿Qué les parece?

—Aún es pronto —desaprobó Lao Jiang—. Hagamos, al menos, una sección antes de subir.

—Una sección es demasiado —protesté sin saber a qué proporción se refería exactamente el anticuario. Pero éste me ignoró.

—Biao, da cinco pasos grandes hacia adelante y quédate allí mientras los demás comprobamos el terreno desde la pared hasta la línea que tú representas. Si nos perdemos, te llamaremos para que nos guíes con la voz. ¿Entendido?

—Sí, Lao Jiang, aunque me gustaría decir algo.

—No vuelvas a repetir que te encuentras mal... —le advirtió amenazadoramente.

—No, no... Lo que quería decir es que, bajo mis pies, hay una cosa extraña que no es una trampilla pero que tiene que ser importante porque parece uno de esos hexagramas del
I Ching
.

—¿Estás seguro? —saltó Lao Jiang como si le hubiera picado un avispón.

—Déjeme comprobarlo —pidió el maestro Rojo—. ¿Biao?

—Sí, soy yo, maestro. Agáchese. Es aquí, ¿lo ve?

—No, no lo veo —rió el maestro—, pero lo toco y, sí, desde luego es un hexagrama. Este suelo debe de ser de bronce pulido y el hexagrama está grabado en relieve.

—En bajorrelieve —constaté al tocarlo con mis propias manos y notar la tersura de las formas: seis líneas horizontales, unas enteras y otras partidas, formando un cuadrado perfecto de poco más de un metro por cada lado—. La figura apenas resalta sobre el plano. Podría confundirse con una simple irregularidad del suelo si no fuera tan grande.

—¡Qué curioso! —dijo el maestro—. Se trata del hexagrama
Ming I
, «El Oscurecimiento de la Luz». Sería muy significativo si no se tratara de un simple adorno.

—¿Qué adorno iban a poner en un sitio en el que no se ve nada? —se enfadó Fernanda—. Eso está ahí por algo.

—¿Se sabe usted el
I Ching
de memoria, maestro Jade Rojo? —le pregunté.

—Sí,
madame
, pero no es nada extraordinario —señalo con modestia.

—El maestro Tzau, de Wudang, también se lo sabía.

—El maestro Tzau es más que un sabio,
madame
. Es el mayor erudito del
I Ching
que existe en China. Vienen gentes de todas partes a consultarle. Me alegro de que tuviera ocasión de conocerle.

—¡Dejémonos de conversaciones de salón! —nos interrumpió Lao Jiang—. Interprete el signo, maestro Jade Rojo.

—Por supuesto, Da Teh. Le pido humildemente perdón.

—¡No pierda más tiempo! —le espetó Lao Jiang. Sorprendida, no daba crédito a la transformación radical que se había producido en el carácter del anticuario desde que habíamos entrado en el mausoleo. Era como si le molestásemos, como si cualquier cosa que hiciésemos o dijésemos le enfureciera. Desde luego, no se parecía en nada al elegante y educado anticuario que yo había conocido en las habitaciones de Paddy Tichborne en el Shanghai Club.

—El hexagrama
Ming I
, «El Oscurecimiento de la Luz» —estaba diciendo el maestro Rojo—, alude al sol que se ha hundido bajo la tierra provocando la oscuridad total. Un hombre tenebroso ocupa el puesto de mando y los sabios y capaces sufren por ello porque, aunque les pese, deben seguir avanzando con él. El dictamen del signo dice que la luz ha desaparecido y que, en estas condiciones, es propicio ser perseverante en la emergencia.

—No entiendo nada,
tai-tai
—me susurró Biao al oído. Le tapé la boca con la mano para que se callara. No quería más reprimendas de Lao Jiang.

—Supongo que, en la situación en la que nos hallamos —continuó diciendo el maestro—, la interpretación sería que hay algún riesgo que no vemos, alguna emergencia por la cual deberíamos movemos con rapidez. Creo que el hexagrama nos pide que busquemos rápidamente la luz porque corremos algún peligro.

Lo sabía. No me había vuelto loca. El aire estaba lleno de metano. Había que salir de allí cuanto antes.

—¡Aquí hay otro hexagrama! —exclamó mi sobrina en ese momento,

—¿Tan cerca? —se sorprendió Lao Jiang,

—Empezando desde la puerta y yendo en línea recta, primero está el que descubrió Biao y, después, a un par de metros, éste que acaba de encontrar Fernanda —le expliqué arrodillándome junto al nuevo relieve para examinarlo. En realidad, sólo lo toqué para comprobar que la niña no se había equivocado. Fue el maestro Rojo quien lo tanteó cuidadosamente para averiguar de qué hexagrama se trataba.


Sheng
—dictaminó tras estudiarlo con las manos—, «La Subida». Se refiere al árbol creciendo con esfuerzo desde la tierra. En realidad, habla de cualquier éxito conseguido desde una situación inferior gracias al tesón y al empeño personal. El dictamen dice que hay que poner manos a la obra y empezar a actuar sin miedo porque la partida hacia el sur trae ventura.

—¿La partida hacia el sur? —coreó Lao Jiang—. ¿Debemos ir hacia el sur desde aquí?

—Yo diría que sí.

—¿Y cómo vamos a saber dónde está el sur? —pregunté mientras intentaba dibujar un mapa mental del mausoleo en mi cabeza. La puerta por la que habíamos entrado en aquel recinto venenoso estaba al norte ya que se encontraba enfrente de los travesaños de hierro por los que habíamos bajado desde el fondo del palacio funerario. Ir hacia el sur, pues, significaba adentrarse en las sombras hacia adelante, desandar el camino que habíamos hecho arriba, caminar hacia las profundidades del monte Li.

—Con el
Luo P'an
,
madame
, puedo localizar los ocho puntos cardinales porque están tallados en la madera y, tocando la aguja levemente con los dedos, puedo averiguar hacia dónde señala.

¿Qué hubiéramos hecho sin el genial maestro Rojo? Me felicité por haber sido yo quien tuvo la maravillosa idea de pedirle al abad que nos proporcionara algún monje experto en ciencias chinas. Ahora estábamos en disposición de empezar a movernos. El problema era cómo podría yo señalizar el camino para el regreso, igual que había despejado de dardos el salón del trono, me habría gustado marcar el suelo con algo para que, a la vuelta, solo hubiera que seguir aquel rastro hasta la puerta. Pero no podía pensar con claridad, estaba muy mareada y, además, empezaba a notar un pequeño dolor de cabeza que me asustaba un poco.

—Encuentre el sur de una vez, maestro Jade Rojo —ordenó el anticuario.

¿Qué tenía yo en mi bolsa que pudiera utilizar...? ¡Las piedras preciosas! Ese hermoso puñado de turquesas verdes que había cogido del altar antes de seguir a Lao Jiang. Apenas eran del tamaño de un garbanzo y resultarían difíciles de localizar en la oscuridad pero no había otra cosa, así que tendrían que servir. Mientras el maestro Rojo continuaba con sus cálculos, rebusqué en el fondo de mi bolsa y recuperé las piedras, guardándomelas en un par de bolsillos de la chaqueta. Como no me atreví a tirar la primera porque se iba a escuchar el ruido, me agaché discretamente y la dejé en el suelo con toda delicadeza. De algo tenían que servir los cuentos infantiles, ¿Acaso no había sido el pequeño Pulgarcito quien había dejado en el bosque un rastro de piedrecitas blancas para poder encontrar el camino de regreso a casa? Pues, mira por donde, aquel viejo cuento de Charles Perrault me iba a resultar muy útil.

Por fin, al cabo de un momento, el maestro dijo:

—Cójanse a mi túnica y formen una fila. Yo iré delante.

Era muy tonto caminar así, todos de la mano (menos cuando yo me soltaba unos segundos para dejar una turquesa en el suelo), pero estábamos tan mareados y con tanta angustia que nadie gastó una broma o hizo un comentario gracioso ni siquiera cuando el maestro Rojo se detuvo y chocamos unos contra otros. Ésa fue otra prueba más de que los efectos del gas iban en aumento. ¿Por qué no habría insistido para que volviéramos al salón del palacio funerario? Ahora me sentía culpable pero es que no había querido causar una alarma general porque, al principio, no había estado segura de que hubiera realmente metano, no hasta que el maestro Rojo había interpretado el primer hexagrama y, luego, Lao Jiang había empezado a meternos prisa y a enfadarse y todo se había vuelto confuso.

—Tres rayas Yin, una Yang, otra Yin y otra Yang —estaba diciendo el maestro Rojo—. Por lo tanto, es el hexagrama
Chin
, «El Progreso».

—Eso quiere decir que vamos bien —comenté, intentando parecer optimista.

—El sol se eleva sobre la tierra de manera rápida —explicó el erudito—. El dictamen de «El Progreso» dice que el príncipe fuerte es favorecido con caballos en gran número. Yo diría que este signo lo que indica es que debemos correr, avanzar rápidamente como caballos al galope hacia el siguiente hexagrama.

—Pero ¿debemos seguir hacia el sur? —pregunté. El dolor de cabeza se iba agudizando por momentos y cada vez que me inclinaba para dejar una turquesa me parecía que dejaba también una parte de mi cerebro pegada al suelo.

—Sí,
madame
, puesto que el hexagrama no menciona otra dirección, debemos seguir hacia el sur. Cójanse otra vez y síganme lo más rápido que puedan, por favor.

—¿Seguro que usted se encuentra bien, maestro Jade Rojo? —pregunté mientras sujetaba las manos heladas de los niños. Si él se desorientaba o perdía el conocimiento, los demás estábamos muertos.

—Sí,
madame
. Me encuentro perfectamente.

—Yo tengo angustia, tía —lloriqueó la niña—. Y me duele la cabeza.

—Eso son tonterías —exclamó Lao Jiang con voz dura—. En cuanto salgamos de aquí se te pasará todo. Es por la oscuridad.

—Yo también me encuentro mal,
tai-tai
—murmuró Biao.

—¡Silencio! —ordenó el anticuario.

Él lo sabía. Lao Jiang sabía que estábamos en una trampa de grisú. Lo había comprendido al mismo tiempo que yo y había decidido, en nombre de todos, que había que correr el riesgo. Supongo que pensaba que nadie más se había dado cuenta.

—Caminad más rápido, niños —les pedí, empujando con el hombro a Biao y tironeando de la mano fría de Fernanda.

¿Qué pasaba por la mente del anticuario? Algo le ocurría y necesitaba saber qué era. Dejé una nueva turquesa en el suelo y, cuando me incorporé, además de luchar por mantener el equilibrio, tropecé con la cara de mi sobrina que se había inclinado para hablar conmigo sin que los demás se enteraran.

—¡Ay! —exclamé, llevándome una mano a la cabeza. El mentón de Fernanda casi me había agujereado el cráneo.

—¡Uf! —dijo ella al mismo tiempo.

—¿Qué les pasa? —gruñó Lao Jiang.

—Nada, siga caminando —le respondí desabridamente.

—¿Por qué me suelta la mano y se agacha de vez en cuando, tía? —me susurró la niña al oído.

—Porque estoy dejando un rastro de piedrecitas blancas como Pulgarcito.

No sé si me creyó o si pensó que su tía se había vuelto loca de remate, pero no dijo nada. Me sujetó la mano con fuerza y seguimos avanzando. A partir de ese momento, noté que, cada vez que la soltaba y la volvía a coger, sus dedos apretaban los míos afectuosamente, como aprobando lo que hacía. Aquella niña era un tesoro. En bruto, desde luego, pero un tesoro.

—Otro hexagrama —anunció el maestro—. Permítanme comprobar cuál es.

Nos quedamos quietos, a la espera.


K'un
, «Lo Receptivo». Este signo es complicado y suele interpretarse en conjunción con el anterior,
Ch'ien
, «Lo Creativo». Ambos son como el yin y el yang.

—Al grano, maestro Jade Rojo —le ordenó el anticuario.

—Ciñéndonos al dictamen —abrevió éste, un tanto apurado—, «Lo Receptivo» implica que si el noble quiere avanzar solo, puede extraviarse mientras que si se deja conducir por otros con la perseverancia de una yegua, animal que combina la fuerza y la velocidad del caballo con la suavidad y docilidad de lo femenino, alcanzará el éxito.

—¿Eso es todo? —se enfadó Lao Jiang—. ¿Hemos de cambiar la anterior velocidad del caballo por la de la yegua de ahora? O sea, que este hexagrama es otro recordatorio de que debemos continuar hacia el sur a toda velocidad.

—No, hacia el sur ya no —denegó el maestro—. «Es propicio encontrar amigos al Oeste y al Sur y evitar los amigos al Este y al Norte», declara el dictamen.

—¿Por qué no hablan más claro estos hexagramas? —se quejó mi sobrina.

—Porque su función no es ésta, Fernanda —le expliqué—. Se trata de un libro milenario que se utiliza como texto oracular.

—Muy bien, entonces hay que evitar el este y el norte, que es de donde venimos —resumió Lao Jiang—, y dirigirnos hacia el sur y el oeste. ¿No es así? Pues vayamos hacia el sudoeste.

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