Todo por una chica (23 page)

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Authors: Nick Hornby

BOOK: Todo por una chica
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—¿Cómo ha ido la cosa, Roof? —le pregunté.

Me miró. No tenía la menor idea de qué estábamos hablando. Se había olvidado de lo que habíamos ensayado.

—En el médico.

—Tenían un coche de bomberos —dijo Roof.

—¿Has sido valiente? —dije.

Volvió a mirarme. Veías claramente que estaba tratando de recordar algo, pero que seguía sin tener idea de qué podía tratarse.

—He sido un bombero valiente —dijo.

—Oh, bueno —dijo Alicia—. No parece muy molesto.

—No —dije—. Ha sido muy bueno.

—¿Quieres comer con nosotros? ¿O tienes que irte?

—Sí —dije—. Ya sabes.

Esperaba que ella
supiera
, porque yo no sabía a qué me refería.

—Te veré pronto, Roof —dije.

Era verdad, en cierto modo. Si se me proyectaba de vuelta al presente aquella noche, al acostarme —que era lo que había sucedido la vez anterior—, lo vería dentro de unas semanas, cuando naciera. Aquello me hizo sentirme raro. Quería abrazarlo, y decir algo sobre lo mucho que deseaba conocerlo, pero si lo hacía era posible que Alicia adivinara que yo no habitaba realmente el futuro (que para ella, por supuesto, no era ningún futuro). Habría sido algo muy difícil de adivinar, pero en todo caso seguro que habría pensado que algo no cuadraba en el hecho de que yo dijera que tenía unas ganas enormes de conocer a mi propio hijo.

Roof me mandó un beso, y Alicia y yo nos reímos, y yo me puse a andar de espaldas hacia la puerta para poder seguir mirándole unos segundos más.

Me fui a casa, y cuando llegué no había nadie, y me eché en la cama y miré al techo y me sentí estúpido. ¿Quién no querría trasladarse al futuro y ver lo que estaba haciendo la gente? Y aquí me tenía a mí mismo, en el futuro, y no se me ocurría nada que hacer. El problema era que aquello no era realmente el futuro
futuro
. Si alguien me preguntaba alguna vez cómo era el futuro, lo único que podría decirle era que yo tenía una hermanita y un hijo de dos años, lo cual no iba a parecerles las noticias más asombrosas que habían oído en su vida.

No sé cuánto tiempo estuve allí tendido, pensando, pero al cabo de un rato mi madre llegó con Emily y una gran bolsa de la compra, y la ayudé a llevarla a la cocina mientras Emily se sentaba en su pequeña mecedora y se ponía a observarnos.

De pronto necesité saber una cosa. De hecho necesité saber muchas cosas, como qué se suponía que tenía yo que hacer en todo el día. Pero lo que acabé preguntando fue:

—Mamá, ¿qué tal lo estoy haciendo?

—Muy bien —dijo ella—. No has tirado nada al suelo, al menos.

—No, no. No me refiero a lo de guardar y demás. ¿Qué tal lo estoy haciendo en..., en la vida?

—¿Qué quieres? ¿Quieres que te puntúe?

—Si no te parece mal.

—Siete.

—Muy bien. Gracias.

Un siete. Estupendo. Pero lo cierto era que no me decía lo que necesitaba saber.

—¿Contento? —dijo mi madre—. ¿Una nota demasiado alta? ¿Demasiado baja?

—Parece más o menos justa —dije.

—Sí. También me lo parece a mí.

—¿Dónde dirías que he perdido los tres puntos?

—¿Qué es lo que quieres preguntarme, Sam? ¿De qué va todo esto?

¿De qué iba todo aquello? Lo que yo quería saber, supongo, es si merecía la pena esperar al futuro, o si iba a haber montones de problemas. No había nada que yo pudiera hacer para remediarlo en un sentido o en otro, pero me resultaría útil averiguar si Basuras tenía o no razón. ¿Lo había jodido todo?

—¿Crees que las cosas van a salir bien? —dije. No sabía de qué cosas estaba hablando, o qué significaba «bien». Pero era un comienzo.

—¿Por qué? ¿En qué lío estás metido?

—No, no. No es nada de eso. Que yo sepa. Me refiero a lo de Roof y demás. La universidad. No sé.

—Creo que lo estás haciendo todo lo bien que podía esperarse —dijo mi madre—. Por eso te he puesto un siete.

«Todo lo bien que podía esperarse.» ¿Qué quería decir

eso?

Y de pronto comprendí que, incluso en el futuro, uno sigue queriendo saber qué va a pasar más adelante. Así que, desde mi punto de vista, TH no me había ayudado en absoluto.

Al cabo de un rato me fui a la Hondonada con la tabla, y nadie pareció sorprenderse de verme, así que comprendí que no había dejado de patinar en todo el tiempo que me separaba del presente. Y aunque me estaba muriendo de hambre le dije a mi madre y a Mark que no me apetecía cenar con ellos, porque no podía decir ni media palabra sobre las cosas del día actual o del día anterior o del siguiente. Estuve haraganeando en mi cuarto, jugué con la Playstation, escuché música y me fui a la cama. Y cuando me desperté ya no llevaba los pantalones llenos de bolsillos ni la camiseta de Hawk ardiendo, así que supe que había vuelto a mi tiempo.

13

Así que lo sabéis todo. No hay nada más que decir por mi parte. No sé si pensasteis que me estaba inventando todo lo del futuro, o si pensasteis que me había vuelto majara o algo, pero importa poco, ¿no? En la vida real tuvimos un bebé al que llamamos Rufus. Y eso es todo. Fin de la historia.

Ahora seguramente estaréis pensando: Si ése es el final de la historia, ¿por qué no se calla la boca, para que podamos ocuparnos de otra cosa? Lo cierto es que, cuando he dicho que lo sabíais todo..., estaba diciendo la verdad en cuanto a los hechos. Me refiero a que hay unos cuantos puntos que unir para tener el dibujo completo. Pero tuvimos un bebé, y mi madre tuvo un bebé, y Alicia y yo vivimos en su cuarto, y luego dejamos de vivir juntos. Pero se llega a un punto en el cual los hechos ya no importan, y en el que, aunque lo sepáis todo, no sabéis nada, porque no sabéis cómo se sienten las cosas. Es lo que tienen las historias, ¿no? Si quieres puedes contarle a alguien los hechos en diez segundos, pero los hechos no son nada. He aquí los hechos que se necesitan saber de la película
Terminator
: en el futuro, unos robots supercomputerizados quieren con trolar la Tierra y destruir la raza humana. La única esperanza que nos queda en el año 2029 es el líder de la resistencia. Entonces los robots mandan al pasado a Arnold Schwarzenegger, Terminator, para que mate al líder de la resistencia antes de su nacimiento. Y eso es todo, más o menos. También un miembro de la resistencia viaja al pasado para proteger a la madre del futuro líder. Por eso hay tanta lucha. Así pues, tenemos a una madre del futuro líder indefensa y a un luchador de la resistencia que combate a Arnold Terminator. ¿Habéis disfrutado con estos hechos? No. Por supuesto que no, porque no sentís nada, así que la cosa os trae al fresco. No estoy diciendo que la historia de Alicia y Roof y mía sea tan buena como la de Terminator. Lo que estoy diciendo es que si nos atenemos a los hechos, el interés de una historia se esfuma por completo. Así que aquí va el resto de la nuestra.

Una cosa que tenéis que saber es que me di un porrazo de mil demonios, en la Hondonada. Nunca solía hacerme daño allá abajo, porque es un sitio donde te montas en la tabla y no haces más que tonterías. Si has de tener una caída mala, lo más probable es que la tengas en Grind City, donde se hace skate como es debido, y los skaters son gente que sabe, y no a la vuelta de la esquina de mi casa, donde vas a practicar los cinco minutos que te quedan antes del té.

En realidad no fue culpa mía, aunque supongo que yo tengo que decir eso, ¿no? Ni siquiera estoy seguro de que pueda considerarse oficialmente una caída. Lo que sucedió fue lo siguiente. La única manera de divertirte un poco patinando en la Hondonada es llegar desde un lado y hacer un «aire» —o incluso algo más vistoso si estás de humor— sobre los tres escalones, y caer directamente en la Hondonada. Ésta tiene que estar vacía, como es lógico, pero aun cuando está oscuro puedes ver y oír con mucha antelación si hay alguien en el fondo de la Hondonada. Siempre, claro, que ese alguien no esté dormido en medio del fondo de la Hondonada, con la tabla de almohada. Y eso es lo que estaba haciendo precisamente Conejo, aunque yo no lo supe hasta que estuve en el aire y a punto de aterrizar sobre su panza. ¿Era eso una caída? ¿Cuando caes encima de alguien que está durmiendo?

Nadie en el mundo se habría quedado en la Hondonada en semejante estado, así que no eché la culpa a mi falta de pericia. Eché la culpa a Conejo. Y lo hice nada más recuperar el resuello y cuando el dolor que me subía y bajaba por la muñeca dejó de serme insoportable.

—¿Qué coño estás haciendo, Conejo?

—¿Que qué estoy haciendo? —dijo él—. ¿Yo? ¿Y qué me dices de ti?

—Yo estaba patinando, Conejo. En la Hondonada. Para eso es la Hondonada. ¿A quién se le ocurre ponerse a dormir en el fondo de un cuenco de hormigón, donde la gente patina?

Conejo se echó a reír.

—No tiene gracia. Me podía haber roto la muñeca.

—No. Sí. Perdona. Me estaba riendo porque has pensado que estaba durmiendo.

—¿Qué estabas haciendo, entonces?

—Estaba echando una cabezadita.

—¿Cuál es la maldita diferencia?

—Todavía no he dormido ahí ninguna vez. Sería raro.

Me fui. Hay que estar de humor para hablar con Conejo, y yo no estaba de humor.

Mi madre me llevó a que me hicieran una radiografía de la muñeca, por si acaso. Tuvimos que esperar siglos, y al final nos dijeron que no era nada, aparte del dolor, que era tremendo.

—No creo que puedas seguir haciendo esto —dijo mi madre mientras esperábamos. No sabía a qué se estaba refiriendo. ¿Hacer qué? ¿Esperar en hospitales? ¿Ir a sitios con ella?

La miré, para que se diera cuenta de que no la había entendido.

—Patinar —dijo—. No estoy segura de que puedas seguir practicando. Al menos, de momento no.

—¿Por qué no?

—Porque durante los próximos dos años la vida, para ti, no va a ser más que empujar y llevar, y a Alicia no va a hacerle ninguna gracia que te rompas una pierna o un brazo y no puedas hacer nada.

—Pero si no ha sido más que la estupidez de Conejo... —dije.

—Sí, como si no hubieras tenido otros percances antes...

Era cierto; había habido un par de roturas y demás: dedos de las manos y los pies. Nada que fuera a impedirme llevar a un bebé de una parte a otra.

—No voy a dejarlo.

—Eres un irresponsable.

—Vale, muy bien —dije—. Nunca he pedido tener un hijo.

Mi madre no dijo nada. Podría haber dicho muchas cosas, pero no lo hizo. Y yo seguí patinando, y no me caí ni una vez más. Pero porque tuve suerte. Y porque a partir de entonces Conejo dejó de usar la Hondonada para echar una cabezadita.

Mark se vino a vivir a casa poco después de que yo me fuera a vivir a casa de Alicia. ¿Puede una persona ser la contraria a otra? Si la respuesta es sí, Mark es el contrario de mi padre, en todos los sentidos, aparte de que los dos sean tipos ingleses de la misma altura y color, y similares gustos en cuanto a mujeres. Ya sabéis a lo que me refiero. Eran opuestos en todos los demás sentidos. A Mark le gustaba Europa, por ejemplo, y la gente que vive en Europa. Y a veces apagaba la televisión y abría un libro. Y leía periódicos con mucho texto. Me gustaba Mark. Me gustaba lo suficiente, en cualquier caso. Y me alegro por mi madre de que esté en casa. Mi madre iba a ser una abuela de treinta y dos años, una abuela de treinta y dos años
embarazada
, y eso, para ella, era un paso hacia atrás. Y Mark es un paso hacia delante. Así que mi madre acabará exactamente donde estaba antes (lo cual es mucho mejor de lo que podía haber sido).

Mi madre, como es lógico, acabó diciéndome que estaba embarazada. Me lo dijo no mucho después de saberlo, pero bastante después de que lo supiera yo. A veces me gustaría haberle dicho: Mira, no te preocupes por eso. Creo que me proyectaron al futuro, así que lo sé todo. Eso es lo que sentí cuando mi madre estaba tratando de darse ánimos para decirme que estaba embarazada.

Para ser sincero, creo que lo habría adivinado aunque no me hubieran proyectado hacia el futuro, porque ella y Mark eran pésimos tratando de ocultarlo. Todo empezó justo antes de irme de casa, cuando me di cuenta de que mi madre dejaba de beber su vasito de vino en la cena. No habría sabido que muchas mujeres no beben alcohol cuando están embarazadas —sobre todo en las primeras semanas— si no hubiera sido por Alicia. Pero ahora lo sabía, y mi madre sabía que lo sabía, así que se servía el vasito de vino todas las noches, pero lo dejaba intacto, como si por mucho que lo hiciera fuera a conseguir engañarme. El caso es que me tocaba a mí recoger la mesa después de la cena, así que durante cinco noches seguidas tuve que llevarme el vaso lleno después de preguntarle: Mamá, ¿quieres esto? Y ella decía: No, gracias, no me apetece. ¿Te apetece a ti, Mark? Y él decía: Si tengo que hacerlo... Y se lo tomaba a sorbitos mientras veía la tele. Qué locura. Si no me hubiera dado cuenta de por dónde iban los tiros, habría dicho..., bueno, algo así como: «Mamá, ¿por qué todas las noches te pones vino si luego no vas a bebértelo?» Y ella seguramente habría empezado a beber agua en la cena. Pero yo sabía de qué iba todo aquello, y no decía ni pío.

Y entonces, una mañana, Mark se ofreció a llevarnos a mi madre y a mí en el coche, porque aquel día tenía que sacarlo y pensaba pasar por mi colegio y por el trabajo de mi madre. Y llegábamos tarde, porque mi madre estaba en el cuarto de baño con náuseas. Oía cómo intentaba vomitar, y Mark oía cómo intentaba vomitar. Y como él sabía por qué, y yo sabía por qué, nadie dijo ni media palabra. ¿No es un disparate? Él no dijo ni media palabra porque no quería ser el que me lo dijera. Y yo no quería decir ni media palabra porque se suponía que no sabía nada. Miré a Mark, y Mark me miró a mí, y era como si hubiéramos estado oyendo ladrar a un perro, o a un disc-jockey por la radio, o algo que estás todo el tiempo oyendo y sobre lo que no tienes ninguna necesidad de comentar ni media palabra. Y de pronto nos llegó aquella estruendosa náusea; yo hice una mueca sin querer, y Mark se dio cuenta, y dijo:

—Tu madre no se siente demasiado bien.

—Oh —dije—. De acuerdo.

—¿Estás bien? —le preguntó Mark cuando la vio salir. Y ella le devolvió una mirada de «cállate la boca», y dijo:

—Estaba buscando el móvil.

Y Mark dijo:

—Acabo de decirle a Sam que no te encontrabas muy bien.

—¿Por qué tienes que decirle eso?

—Porque estabas vomitando tan fuerte que las paredes temblaban —dije yo.

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