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Authors: Enrique Dans

Tags: #Informática, internet y medios digitales

Todo va a cambiar (2 page)

BOOK: Todo va a cambiar
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La toma de la decisión fue larga: por un lado, tras haberme negado a hacer el CAP (Curso de Adaptación Pedagógica) tras salir de mi carrera, opción que habían escogido un gran porcentaje de mis compañeros, la idea de dar clase me atraía más bien poco. Con un MBA recién terminado y con una buena nota en el año 1990, el mercado de trabajo era sumamente atractivo. Sin embargo, la idea de quedarme en el sitio donde había pasado el último año de mi vida, unida a la oferta económica y a la idea de trabajar con un Jose Mario que por alguna razón parecía confiar en mí más que yo mismo terminaron por convencerme. En pocas semanas, había hecho las correspondientes pruebas y me encontraba listo para empezar a dar clase a personas que, en muchos casos, eran mayores y con más experiencia que yo.

Bastaron unas pocas clases para que me diese cuenta de que aquello no tenía nada que ver con la idea tradicional de una clase. Alumnos motivadísimos, buenos medios, ideas ambiciosas... comparado con el concepto que se suele asociar a la idea de dar clase, hacerlo en el Instituto de Empresa era como hospedarse en el Ritz. Al llegar las primeras valoraciones de los alumnos, quedó bastante claro que había encontrado algo - o mejor, que Jose Mario me había dirigido hacia algo - que me encajaba muy bien. En aquellas aulas, con Jose Mario y con mi amigo Julián de Cabo, que entró prácticamente al mismo tiempo que yo, pudimos experimentar la evolución de los distintos programas: Lotus 1-2-3, WordPerfect, Harvard Graphics y Framework dieron paso a Windows y Office mientras dábamos innumerables horas de clase que intentaban enseñar a generaciones de directivos cómo sacar partido de aquellas herramientas. Miles de anécdotas, la llegada de los primeros virus, la evolución cada vez más rápida... En pocos años, hacia 1993 ó 94, presenciamos en primera fila la llegada de Internet: vivimos la época de las BBS, empezamos con cuentas individuales de CompuServe, pero en seguida empezamos a llevarnos el ordenador ya no a un aula de informática, sino a una clase normal, a tratar de que los alumnos viesen las posibilidades de aquella incipiente red. Finalmente, tras seis años de clases y de intensa colaboración con muchos profesores en proyectos de consultoría de todo tipo, decidí aceptar la oferta del Instituto de Empresa para completar mi formación con un doctorado en Sistemas de Información. Tras aplicar a varias universidades norteamericanas, me decidí por UCLA.

En Los Angeles pasé desde 1996 hasta 2000, cuatro años de intensa actividad, cuatro años ideales para pasarlos en una California en la que estaba pasando prácticamente todo: nuevas empresas, nuevos modelos de negocio, nuevas formas de hacer las cosas...

Cuando, en el año 2000, volvimos a España, la sensación fue la de volver a un mundo distinto: España, en esos cuatro años, también había cambiado muchísimo: el horizonte tecnológico conformaba un escenario efervescente, había muchísimas cosas que contar, y un académico con un título norteamericano, con aspecto de neutralidad y de ausencia de intereses comerciales parecía ideal para hacerlo. Mis clases también habían cambiado: ya no daba clase en aulas de Informática, y en su lugar me dedicaba a explicar a los alumnos temas como Sistemas de Información, CRM o, en general, los efectos de la tecnología sobre las personas, las empresas y la sociedad. De la noche a la mañana, bien dirigido desde el Instituto de Empresa, me encontré colaborando con varios diarios económicos y generalistas: mis primeras secciones en Expansión, las llamadas de periódicos como
El Mundo
o
El País
para hablar de temas relacionados con la tecnología... la prensa daba una cierta sensación de vértigo, pero me gustaba: trabajar con periodistas no era muy distinto a trabajar con alumnos, se trataba de ser didáctico y explicar conceptos aparentemente complejos de manera que tanto ellos como sus lectores pudiesen entenderlas bien.

En el año 2003, me encontré con una nueva herramienta: el blog. Aunque llevaba tiempo leyendo blogs de otras personas, fue la noticia de que Google adquiría Pyra Labs, una pequeña startup creadora de un servicio llamado Blogger, el 21 de febrero de 2003, la que me hizo decidirme: el comentario de esa noticia es, de hecho, la primera entrada en mi blog después de saludar. Cuando a principios de 2003, deslumbrado por la facilidad y versatilidad del formato blog, escribí en Expansión una de las primeras columnas que mencionaban en un diario español la palabra “blog” y terminaba con la frase “en el futuro, seguramente, habrá un blog en su vida” parece que no andaba del todo desencaminado: hoy, los blogs forman parte de la forma de comunicar de millones de personas, empresas y medios de comunicación de todo el mundo.

El blog fue un auténtico descubrimiento: en pocas semanas, pasó a tener varias veces más visitas que la página personal en la que reseñaba mis artículos de prensa, además de darme algo mucho más valioso: retroalimentación inmediata en forma de comentarios y citas en otras páginas. Tras un primer año irregular, en febrero de 2004 empecé a escribir diariamente, en ocasiones varias veces al día. En realidad, el blog encajaba perfectamente en mi metodología de trabajo de profesor: me obligaba a leer noticias todos los días para mantenerme al día, y el esfuerzo extra de escoger alguna de ellas y comentarla, acostumbrado a escribir para las habitualmente cortas fechas límite de la prensa, era muy escaso. Además, el blog me permitía enriquecer mi opinión con las de otras personas en muchos casos muy bien informadas, que aportaban puntos de vista sumamente interesantes: en muchas de mis entradas, los comentarios son indudablemente mejores que lo que yo pude originalmente poner encima de la mesa para la discusión. Era como lo que me ocurría en mis clases con las intervenciones de mis alumnos, pero además, quedaba escrito. Y finalmente, podía utilizarlo como repositorio para mi propio trabajo (artículos, ideas a medio desarrollar, etc.), una función fundamental para una persona desordenada como yo: pronto, me convertí en el usuario más frecuente de la caja de búsquedas de mi blog.

El blog, en muchos sentidos, se convirtió en el centro de mi ecosistema informativo: a él recurro para preparar charlas y clases, para consultar mis publicaciones en medios, para revisar mis fuentes... es un complemento perfecto para mi trabajo de profesor. De hecho, me ha servido también para introducirlo como parte de mi metodología docente: muchos de mis alumnos optan por un blog para entregarme sus trabajos y análisis de clase, para sus reflexiones personales, o para crear un perfil profesional de cara al mercado de trabajo. En muchos sentidos, el blog ha representado la maravillosa posibilidad de pasar a mantener una interlocución directa con muchos miles de personas, con una calidad muy superior que la que tenía cuando únicamente publicaba en medios de comunicación unidireccionales. Antes de 2003, una de mis columnas o artículos en prensa podía ser leída por mucha gente, pero mis lectores eran eso, “gente”: una masa indiferenciada de personas indistinguibles, de los cuáles únicamente emergía alguno de vez en cuando si, al cruzarme con alguien por un pasillo, me decía eso de “te he leído, y me ha parecido muy interesante” (o “te he leído, y no me ha gustado nada”, que no todo iban a ser parabienes). Gracias al blog, una parte importante de esa hasta entonces masa indiferenciada de gente tomó carta de realidad, se convirtieron en personas con las que interaccionar, discutir, comentar; en personas que enriquecían en muchas ocasiones lo que yo había comentado aportando datos o análisis originales y diferentes, demostrando una de las grandes verdades de los medios sociales: siempre hay alguien ahí fuera que sabe más que tú, sea cual sea la temática. Nunca en mi blog he pretendido ser “el que más sabía de un tema”, y creo que el no hacerlo me ha funcionado muy bien: el blog es un libro vivo y en movimiento de cuya marcha estoy enormemente orgulloso.

En muchos casos, las ideas que encontrará en este libro se han beneficiado también de cientos de discusiones en mis clases en IE Business School, o en las conferencias que habitualmente imparto sobre estos temas. La idea de escribir un libro así me rondaba la cabeza desde hacía mucho tiempo: para que se materializase, ha sido clave el impulso de Roger Domingo, un editor activo e implicado hasta el límite con el que ha sido un verdadero placer trabajar. El libro que tienes entre manos es el intento de llevar a papel muchas de las reflexiones habituales en ese blog, tras enriquecerlas con comentarios. No ha sido tarea sencilla: las entradas en un blog tienen mucho de coyuntural, de secuencia, de aplicación a noticias del día o a reflexiones momentáneas motivadas por cuestiones diversas. Exprimir y estructurar esos contenidos, destilarlos de kilómetros de entradas y horas de charlas o conferencias tiene, para alguien sin experiencia en este tipo de cuestiones, una cierta dificultad. El blog me permite lanzar mis contenidos sin necesidad de estructurarlos, el libro obliga a hacerlo desde un primer momento, a escribir de otra manera, a sintetizar, a sujetarse a un esquema. Al lector corresponderá juzgar si el esfuerzo ha valido la pena. Si le gusta lo que lee, ya sabe: en el blog hay mucho, mucho más, y además podrá participar, que para eso es bidireccional.

En este libro se encontrará algo sumamente parecido a lo que intento hacer todos los días en mi blog o en mis clases: poner encima de la mesa elementos de reflexión, para que sirvan de base para la discusión, ese “food for thought” o “alimento para el pensamiento” que dicen los norteamericanos. En ningún caso piense que intento “venderle” nada: no vivo de vender tecnologías, ni tengo interés en dedicarme a ello. En la mayor parte de los casos, expondré hechos de manera rigurosa, sin definir si me parecen buenos o malos, sin juicios de valor, situaciones que, independientemente de lo que podamos pensar de ellas, son ya por sí mismas una realidad. Mi “contrato” con usted, lector, es el de intentar aportar ideas e interpretaciones para estructurar el sentido común sobre un campo de actuación nuevo, un campo en el que, se ponga como se ponga, le tocará moverse. Y un campo en el que, además, ha expresado usted mismo su interés mediante la adquisición de este libro. Veremos cómo se nos da.

Me gustaría terminar esta introducción con algunos muy necesarios agradecimientos:

Nada de lo que hago sería posible sin Susana, mi mujer y mi cómplice en absolutamente todo desde hace más de veinticinco años. Ni sin Claudia, mi hija, de la que aprendo cosas nuevas todos los días. Si no estuviesen ahí y compartiesen muchas de mis pasiones, todo esto sería infinitamente más aburrido.

Mis padres, que me enseñaron fundamentalmente que educar era de esas “tareas 2.0” que no funcionan de manera unidireccional, sino que son, o deben ser, un constante intercambio. Y mis amigos “de primera necesidad” como Juan Freire, Kiko Rial, Wicho, Julián de Cabo, Julio Alonso, Olga Palombi, Jose Holguín, Beatriz Blanco, Carlos Carretero, Julio Rodríguez, Anil de Mello...

Soy de los que piensan que lo mejor que le puede ocurrir a una persona es tener un trabajo que de verdad disfruta haciendo. Llegué a él gracias a la confianza de una de las personas a las que más he admirado en mi vida y a la que más echo de menos desde que se fue: Jose Mario Álvarez de Novales. El próximo año hará veinte que disfruto intensamente de lo que hago, los veinte vinculado a la misma empresa. Una empresa que no dudó en apoyarme cuando me fui a hacer el doctorado a California durante cuatro años, cuando decidí tomarme unos meses para escribir este libro, o cuando, en numerosas ocasiones, personas que están en desacuerdo con algunas de las ideas que manifiesto en el blog creen que la mejor manera de callarme es dirigirse a mi empresa para intentar que me echen de ella. En todos esos casos, IE Business School ha estado ahí con su apoyo, y personas como Diego del Alcázar, Santiago Íñiguez, Julián de Cabo y muchos más que no podría nombrar han sido capaces de entender que la labor y el compromiso de un profesor con las cosas que enseña no deben terminar cuando éste sale del aula. Otros muchos compañeros de trabajo, como Víctor Torre de Silva, David Allen, Rafael Pampillón, Javier Vega o Gildo Seisdedos me han servido de inspiración, apoyo o fuente de conocimientos, y han conseguido que me sintiese mucho más seguro al tocar determinados temas de los que sabían mucho, muchísimo más que yo. O han soportado mis constantes olvidos, despistes y desastres cotidianos con paciencia y cariño infinitos, como tantas personas que podría citar dentro del personal administrativo de IE Business School: Julia Ortega, Arelí Castrejón, Begoña Sanz, Pilar Urbón, Angelines Armenteros, Elia Gil, Pilar Zamora, Elena Díaz, Dani Rivas, Leticia Fuentes...

A Fernando Serer y a todo su equipo en Blogestudio, a Luis Rull por estar siempre en todo y ser enormemente constructivo, a Burt Swanson por despertar en mí la pasión por la investigación y, por supuesto, a muchas personas a las que que leo todos los días en la red, a quienes ya en casi todos los casos conozco y aprecio, y que me aportan tantas opiniones e ideas nuevas: Eduardo Arcos, JJ Merelo, Bernardo Hernández, Mariano Amartino, Jose Luis Orihuela, Antonio Ortiz, Fernand0 Tricas, Genís Roca, Jesús Encinar, Manuel M. Almeida, los Microsiervos, Diego Martín Lafuente, Antoni Gutiérrez Rubí, Pedro Jorge, Pepe Cervera, Ricardo Galli, Rodolfo Carpintier, y tantas otras personas a las que no leo todos los días, pero en las que en tantas ocasiones descubro entradas interesantes.

Y por supuesto, a mis alumnos, a mis lectores y comentaristas en el blog, a los periodistas que me citan y me dejan espacio en sus medios, y a tantas personas de las que aprendo cosas todos los días. Este libro, y mi trabajo de todos los días, se apoya en ellos, y sería completamente imposible si no estuviesen ahí. En muchas, muchísimas de sus opiniones me he basado para construir argumentos y puntos de vista que reflejo en este libro. Los errores, por supuesto, son todos míos, y para discutirlos, ya sabes en donde estoy: soy muy fácil de encontrar.

Nos leemos,

E
NRIQUE
D
ANS
.

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Música, películas, mentiras e Internet

“Tratando a Napster como al anticristo del copyright, la industria asegura que el vector del desarrollo tecnológico en Internet creará rápidamente una herramienta distribuida, gratis y a prueba de juicios - exactamente lo que los dueños de propiedad intelectual quieren evitar. ¿Cómo de estúpido puedes llegar a ser?”

Scott Rosenberg en Salon.com, 2000

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