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Authors: Haruki Murakami

Tags: #Drama, #Romántico

Tokio Blues (40 page)

BOOK: Tokio Blues
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—Tu novia ya no te gusta demasiado, ¿verdad?

—Supongo que no —admitió Itô—. Además, yo no quiero ser profesor de arte. No quiero acabar mi vida enseñando dibujo a estudiantes de bachillerato, a unos maleducados alborotando como monos.

—¿Y no sería mejor para ambos que te separaras de ella? —dije.

—Tienes razón. Pero no sé cómo decírselo. Me sabe mal. Ella está convencida de que siempre estaremos juntos. No puedo decirle: «Nos separamos. Ya no me gustas».

Bebimos Chivas con hielo y, cuando terminamos el pescado, cortamos pepino y apio a tiras finas, que comimos bañados en
miso.
Mientras masticaba el pepino, me acordé del padre de Midori, muerto. Y me asaltó un sentimiento de angustia al pensar en lo tediosa que era mi vida desde que había perdido a esa chica. Su existencia había ocupado un gran espacio en mi corazón sin que yo me diera cuenta.

—¿Tienes novia? —me preguntó Itô.

Tras una pausa, le respondí afirmativamente. Sin embargo, en aquel momento una serie de circunstancias impedían que estuviésemos juntos.

—Pero os comprendéis el uno al otro.

—Eso quiero pensar. Es lo único que cabe pensar —bromeé.

Me habló con voz serena de lo maravillosa que era la música de Mozart. Conocía la genialidad de Mozart de la misma manera que los aldeanos conocen los senderos de montaña. Me dijo que a su padre le gustaba Mozart y que él lo escuchaba desde los tres años. Yo no era un entendido en Mozart, pero mientras escuchaba el concierto atendí a las oportunas y apasionadas explicaciones de Itô: «Mira, este pasaje…». O esto otro: «¿Qué te parece éste?». Sentí cómo, por primera vez en mucho tiempo, me invadía un sentimiento de paz.

Contemplamos la luna en cuarto creciente, que flotaba sobre el parque de Inokashira, y tomamos el último sorbo de Chivas. Era delicioso.

Itô me propuso que pasara allí la noche, pero me excusé diciendo que tenía un compromiso, le di las gracias por el whisky y salí de su apartamento antes de las nueve. De regreso a casa, entré en una cabina y telefoneé a Midori. Cosa rara, fue ella quien respondió al otro lado de la línea.

—Ahora no quiero hablar contigo —me dijo.

—Ya lo sé. Me lo has repetido muchas veces. Pero no quiero que nuestra relación acabe de este modo. Eres una de las pocas amigas que tengo y para mí es muy duro no verte. ¿Cuándo podré hablar contigo? Es lo único que quiero saber.

—Seré yo quien te hable. Llegado el momento.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—¡Pse! —exclamó. Y colgó.

A mediados de mayo recibí una carta de Reiko.

«Gracias por tus cartas. A Naoko le encantan. Me deja leerlas. ¿No te importa, verdad, que yo también las lea?

»Siento haber estado tanto tiempo sin poder escribirte. A decir verdad, estaba agotada y no había ninguna buena noticia que darte. Naoko no está bien. El otro día su madre vino de Kôbe y hablamos ella, Naoko, un médico especialista y yo. Finalmente, han optado por trasladarla a un hospital especializado donde pueda recibir una terapia intensiva y, a tenor de los resultados, decidir si podrá volver aquí. Naoko dice que preferiría quedarse; si se marcha, la echaré de menos y estaré preocupada por ella, pero la verdad es que cada vez ha sido más difícil tratarla. Normalmente no hay problema, pero de cuando en cuando su estado emocional se vuelve muy inestable y, en esos momentos, no puedo apartar los ojos de ella. Porque no sé nunca lo que puede ocurrir. Tiene unas alucinaciones auditivas muy violentas y se encierra en sí misma.

»Por todo esto, me parece que por ahora lo más conveniente es que ingrese en un centro adecuado y que allí se someta a una terapia. Es triste, pero no hay más remedio. Tal como te dije antes, hay que tener paciencia. Ir desenredando la madeja, hilo a hilo, sin perder la esperanza. Por más negra que esté la situación, el hilo principal existe, sin duda. Cuando uno está rodeado de tinieblas, la única alternativa es permanecer inmóvil hasta que sus ojos se acostumbren a la oscuridad.

»Cuando recibas esta carta, Naoko ya estará en el otro hospital. Siento no habértelo comunicado antes, pero todo ha sucedido muy deprisa. Es un buen hospital. Allí hay buenos médicos. Te anoto la dirección; a partir de ahora, envíale las cartas allí. A mí me irán informando sobre su estado, así que, si hay alguna novedad, ya te la comunicaré. Espero que sean buenas noticias. Para ti también debe de ser muy duro todo esto. ¡Ánimo! Aunque no esté Naoko, escríbeme de vez en cuando.

»Adiós.»

Aquella primavera escribí muchas cartas. Una por semana a Naoko, algunas a Reiko, y también a Midori. Las escribía en clase o en casa, sentado a mi mesa de trabajo con
Gaviota
subida a mi regazo, o las escribía en mis ratos libres, sentado a la mesa del restaurante italiano donde trabajaba. Confiaba en que esa carta evitara que mi vida se rompiera en pedazos. Le escribí a Midori:

«Al no poder hablar contigo, estos meses de abril y mayo han sido muy duros y solitarios para mí. No recuerdo haber vivido jamás una primavera tan amarga. Hubiera preferido tres febreros seguidos. No creo que sirva de nada decírtelo ahora, pero el nuevo peinado te sienta muy bien. Estás muy guapa. Ahora trabajo en un restaurante italiano y el cocinero me ha enseñado a cocinar espaguetis. Me gustaría que los probaras».

Iba a la universidad todos los días, trabajaba en el restaurante italiano dos o tres veces por semana, hablaba con Itô de libros y música, leí varios libros de Boris Vian que él me prestó, escribía cartas, jugaba con
Gaviota,
cocinaba espaguetis, cuidaba del jardín, me masturbaba pensando en Naoko y veía muchas películas.

A mediados de junio Midori volvió a hablarme. Habíamos estado dos meses sin decirnos nada. Al terminar la clase, se sentó a mi lado y permaneció un rato en silencio con la mejilla apoyada en la palma de su mano. Al otro lado de la ventana llovía. Era la lluvia, vertical, sin viento, propia de la estación de las lluvias, que lo empapaba todo de manera uniforme. Aún después de que los otros estudiantes se hubieran ido, Midori seguía callada e inmóvil. Luego sacó un cigarrillo Marlboro del bolsillo de la chaqueta tejana, se lo llevó a los labios y me entregó una caja de cerillas. Yo encendí una cerilla y le prendí el cigarrillo. Midori, frunciendo los labios, lentamente, me echó una bocanada de humo a la cara.

—¿Te gusta mi peinado?

—Es precioso.

—¿Cuánto? —preguntó Midori.

—Es tan bonito que podría derribar todos los árboles de todos los bosques de la Tierra —le dije.

—¿Lo piensas de veras?

—Sí.

Midori se quedó mirándome a los ojos un momento y me tendió la mano derecha. Yo la presioné. Ella pareció sentir un alivio mayor que el que yo sentía. Tiró la colilla al suelo y se levantó.

—Comamos algo. Estoy hambrienta.

—¿Dónde?

—En el comedor de los grandes almacenes Takashimaya, en Nihonbashi.

—¿Por qué quieres ir tan lejos?

—A veces me apetece ir a esos sitios.

Así que cogimos el metro y fuimos hasta Nihonbashi. Dado que había estado lloviendo durante toda la mañana, los grandes almacenes estaban casi desiertos. Dentro olía a tierra mojada. Nos dirigimos al comedor del sótano y, tras estudiar atentamente la comida expuesta en el escaparate, nos decidimos por un
maku no uchi-bentô
[26]
. Pese a ser la hora del almuerzo, el comedor no estaba lleno.

—Hace tiempo que no comía en unos grandes almacenes —comenté tomando un sorbo de té verde en una de esas tazas blancas y lisas que sólo se encuentran en estos comedores.

—A mí me gusta —dijo Midori—. Me da la sensación de estar haciendo algo especial. Quizá sea porque, de niña, mis padres apenas me traían.

—A mí me da la impresión de que siempre debía de estar metido en sitios así. Porque a mi madre le encantaban los grandes almacenes.

—¡Qué suerte!

—Qué quieres que te diga. A mí no me gustan demasiado.

—No, no es eso. Tuviste suerte de que se ocuparan tanto de ti.

—Soy hijo único —dije.

—Yo, de niña, pensaba que cuando fuera mayor iría sola a los grandes almacenes y comería hasta hartarme todas las cosas que me gustaran. Es patético: estar comiendo a dos carrillos tú sola en un lugar así. No es muy divertido. Tampoco puede decirse que la comida sea deliciosa. Son restaurantes tan grandes y siempre están tan llenos… Y hay ruido. Además, el aire está cargado. Con todo, a veces me entran ganas de pasarme por aquí.

—Durante estos dos meses me he sentido muy solo —tercié.

—Sí, ya me lo decías en tu carta —añadió Midori con voz átona—. En fin, será mejor que comamos. En este momento es lo único en que puedo pensar.

Terminamos toda la comida que nos sirvieron dentro de las cajas lacadas con forma semicircular, tomamos la sopa y bebimos una taza de té verde. Midori encendió un cigarrillo. Después, sin mediar palabra, se puso en pie y agarró el paraguas. Yo hice lo propio.

—¿Adónde vamos? —le pregunté.

—Hemos almorzado en el restaurante de unos grandes almacenes. El siguiente paso es ir a la azotea —dijo Midori.

En la azotea, bañada por la lluvia, no había nadie. No se veía a ningún dependiente en la sección de artículos para animales de compañía, y tanto los quioscos como las taquillas de las atracciones para niños tenían el cierre echado. Con el paraguas abierto, paseamos entre los caballos de madera, mojados, las tumbonas y las casetas. Me sorprendió comprobar que en pleno centro de Tokio existiera un lugar tan desierto y desolado como aquél. Midori quería mirar por el telescopio, así que metí una moneda en la ranura y sostuve su paraguas mientras ella miraba.

En un rincón de la azotea había un área de juegos cubierta, donde se alineaban un montón de artilugios mecánicos para los niños. Midori y yo nos sentamos, uno al lado del otro, en una especie de plataforma y nos quedamos contemplando la lluvia.

—Háblame —me rogó Midori—. Querías decirme algo, ¿verdad?

—No pretendo justificarme, pero aquel día estaba exhausto, aturdido —dije—. No percibía bien las cosas. Sin embargo, al dejar de verte, lo he comprendido. Hasta ahora, he tirado hacia delante porque tú estabas a mi lado. Sin ti me siento desesperado, solo.

—No lo sabes… No sabes lo desesperada y sola que me he sentido sin ti durante estos dos meses.

—No, no lo sabía. —Me sorprendió—. Creía que estabas enfadada y que no querías volver a verme.

—¿Serás estúpido…? ¿Cómo podía no querer volver a verte? Te dije que me gustabas, ¿no es cierto? Cuando me gusta alguien, no deja de gustarme así como así. ¿Ni siquiera sabes eso?

—Lo sabía, pero…

—Si me enfadé fue por lo siguiente. Y mira que estaba tan furiosa que te hubiera dado cien patadas. Hacía tanto que no nos veíamos, y tú, con la cabeza en las nubes, pensabas en la otra chica, sin mirarme ni un instante. Tenía todo el derecho de enfadarme. Aparte de esto, me dio la impresión de que me iría bien estar un tiempo separada de ti. Para aclarar las cosas.

—¿Qué cosas?

—Nuestra relación. En fin, yo cada vez lo paso mejor contigo. Mejor que cuando estoy con mi novio. Y eso, la verdad, no es muy normal, no es un buen síntoma, ¿no crees? Él me gusta, por supuesto. Es un poco egoísta, estrecho de miras, algo facha, pero tiene muchas cosas buenas, y es el primer chico que me ha gustado. Pero tú…, tú eres alguien muy especial. Cuando estoy contigo, siento que nos entendemos. Confío en ti, me gustas, no quiero dejarte escapar. Ese día me marché furiosa, así que le pregunté a él con toda franqueza qué creía que debía hacer. Y me dijo que no te viera más. Y que si volvía a verte, rompiera con él.

—¿Y qué hiciste?

—Rompí con él. Así de simple. —Se llevó un cigarrillo a los labios, lo encendió cubriendo la cerilla con una mano e inhaló una bocanada de humo.

—¿Por qué?

—¿Por qué? —gritó Midori—. ¿Estás mal de la cabeza? Sabes el modo condicional de los verbos ingleses, entiendes las progresiones, puedes leer a Marx… ¿Por qué esto no lo entiendes? ¿Por qué me lo preguntas? ¿Por qué le haces decir esto a una chica? Rompí con mi novio porque me gustas más que él. Yo hubiera querido enamorarme de un chico más guapo. Pero qué vamos a hacerle… Me he enamorado de ti.

Intenté decir algo, pero se me hizo un nudo en la garganta y no pude articular palabra.

Midori arrojó la colilla en un charco.

—No pongas cara de espanto. Me deprimes. Tranquilo, ya sé que te gusta otra chica; no espero nada del otro mundo. Pero abrázame. Eso sí podrías hacerlo por mí. Durante estos dos meses lo he pasado muy mal.

Nos abrazamos en el fondo de la sala de juegos, bajo el paraguas. Nos estrechamos con fuerza el uno contra el otro; nuestros labios se buscaron. Su pelo y la solapa de su chaqueta tejana olían a lluvia. «¡Qué suave y cálido es el cuerpo de una mujer!», pensé. Percibía el tacto de sus senos contra mi pecho a través de la chaqueta. Me daba la sensación de haber estado mucho tiempo sin haber tenido contacto físico con otro ser humano.

—La última noche en que nos vimos hablé con mi novio. Y rompimos —dijo.

—Midori, me gustas mucho. No quiero que te alejes de mí. Pero es imposible. En este momento estoy atado de pies y manos.

—¿A causa de ella?

Asentí.

—Dime, ¿te has acostado con ella?

—Una vez, hace un año.

—¿Has vuelto a verla?

—Sí, en dos ocasiones. Pero no hemos hecho nada.

—¿Por qué? ¿Ella no te quiere?

—Quién sabe —reconocí—. La situación es muy compleja. Tenemos varios problemas. Todo esto hace mucho tiempo que dura, y yo, la verdad, he acabado por no entender las cosas. Ni las entiendo yo, ni las entiende ella. Lo único que sé es que, como ser humano, siento cierta responsabilidad hacia ella. Y no puedo desvincularme. Al menos así lo siento ahora. Aun en el caso de que ella no me quiera.

—Soy una mujer de carne y hueso. —Midori presionó su mejilla contra mi cuello—. Estoy entre tus brazos y confesándote que te quiero. Haré lo que tú me digas. Soy un poco alocada, pero me tengo por una chica honesta, una buena chica. Soy trabajadora, guapa, tengo los pechos bonitos, sé cocinar, tengo un depósito en fideicomiso en el banco con lo que me dejó mi padre. ¿No te parezco un buen partido? Si no te quedas conmigo, acabaré yéndome a otra parte.

—Necesito tiempo —dije—. Tiempo para pensar, para arreglar las cosas, para decidir qué es lo mejor. Lo siento, pero por ahora eso es lo único que puedo prometerte.

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