Read Tormenta de sangre Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
—¡Ah, ya veo! ¿Y quién controlará a Yasmir?
El noble rió entre dientes.
—Lo haré yo, por supuesto. —«Y tú serás la espada que haré pender sobre ella», pensó Malus.
Urial asintió con aire pensativo mientras repasaba con los dedos las runas que había en la cubierta del libro.
—Es un plan interesante, hermano, pero me preocupan los retrasos. Hay muchas cosas que pueden torcerse en un mes.
Incluso el drachau podría impacientarse y rescindir el poder, si así lo deseara.
Malus abrió las manos ante sí.
—No puedo hacer que los vientos soplen más de prisa, hermano. Pienso que Bruglir ni siquiera ha comenzado aún el viaje de regreso. Los estrechos que rodean Karond Kar continuarán congelados durante al menos un par de semanas más.
Urial le dedicó a Malus una sonrisa gélida.
—Perdona mi ignorancia. A diferencia del resto de vosotros, nunca se me permitió realizar una incursión propia. Nuestro padre no quiso arriesgarse al bochorno de no poder contratar una tripulación para que se hiciera a la mar bajo el mando de un tullido. Sin embargo —añadió al mismo tiempo que la sonrisa adquiría una expresión conspiradora—, ¿qué te parecería si te dijera que podemos ir a ver a Bruglir ahora mismo, encontrarnos con él mientras sus naves aún están en el mar, y comenzar de inmediato la expedición?
Malus entrecerró los ojos.
—¿Así que la magia es una herejía sólo cuando la practica alguien externo al templo?
—No intentes confundir los bajos rituales de los adoradores con las bendiciones del Señor del Asesinato —gruñó Urial.
Lo primero que el instinto le dijo a Malus fue que rechazara la oferta. No le gustaba la idea de que lo situaran en medio de la flota de Bruglir sin aviso ni preparación, sin tiempo para sondear a los miembros de la tripulación del hermano y poner también a prueba su lealtad con algunas monedas de oro. Por otro lado, el tiempo era el lujo que más precisaba, pero que menos podía malgastar. «Necesito hasta el último día que pueda ganar», pensó con tristeza. Entonces, su corazón se saltó un latido cuando, de repente, se dio cuenta de una cosa. «¿Acaso lo sabe? Tuvo el cráneo de Ehrenlish en su poder durante muchos meses. ¿Sabe de la existencia de Tz'arkan y las cinco reliquias? ¿Sospecha qué busco?»
—¿Importa eso? —preguntó Tz'arkan—. ¿Acaso cambia el hecho de que tienes que llegar hasta la isla para recuperar el ídolo, y que necesitas de su brujería para conseguirlo?
—No —murmuró Malus casi para sí—. No, por supuesto que no.
Urial asintió con brusquedad.
—En ese caso, dale la noticia a Yasmir y prepárate para el viaje. Tú y ella podéis llevar a un miembro de vuestra guardia, si queréis; un número mayor entrañaría un peligro demasiado grande para arriesgarse.
—¿Qué? —Malus despertó de la ensoñación con un sobresalto—. Quiero decir... sí, por supuesto. ¿Cuándo estarás a punto?
—Podemos partir al anochecer de hoy —replicó Urial, casi entusiasmado ante la perspectiva—. La luna y las mareas serán propicias. Acudid a mi torre al anochecer, justo antes de que comience a subir la niebla, y nos pondremos en marcha.
Antes de que Malus pudiera pensar una respuesta, Urial giró sobre los talones y salió cojeando de la habitación, mientras el noble se preguntaba en qué se había metido exactamente.
Cogió el poder y estudió las cubiertas de hierro, mientras sacudía la cabeza con tristeza. Efectivamente, se trataba de un poder absoluto.
* * *
La figura era de menos de treinta centímetros de alto, tallada en una única pieza de obsidiana, y representaba a una sacerdotisa del templo que bebía los sesos del cráneo de un enemigo derrotado. Tenía más de cien años; había sido tallada por el infame artista Luclayr antes de su espectacular suicidio. De un valor que fácilmente superaba el rescate de un noble, la figurilla zumbó agudamente al surcar el aire a toda velocidad, y estalló en esquirlas afdadas como navajas a pocos centímetros de la cabeza de Malus. El noble se agachó de forma instintiva, e hizo una mueca cuando le cayó encima la lluvia de afiladas esquirlas.
—¿Un viaje por mar? ¿Con él?
Los ojos violeta de Yasmir relumbraban de odio. Atravesó con paso majestuoso las sombras del otro extremo de su dormitorio, arrastrando la túnica de seda medio abierta como la mortaja de un espectro. Su piel era luminosa allá donde la tocaba la luz diurna; era una belleza druchii clásica, más atracciva cuando se enfadaba. Incluso Malus tuvo que admitir que era pasmosamente bella, pero mientras se arrancaba esquirlas negras de la mejilla, también reflexionó que cuanto más adorable se ponía ella, más atención tenía que dedicar él a la tarea de conservar la vida.
—El acuerdo que teníamos no era éste —siseó Yasmir. Otro objeto, una copa de vino, chocó contra la pared con un tañido hueco, cerca del noble—. Me pediste ayuda para convencer a Bruglir de que apoyara tu expedición. Nada más. ¡A cambio, prometiste matar a Urial, no ponernos a merced de su magia sanguinaria!
—Los planes cambian, querida hermana —replicó Malus mientras se disponía a esquivar otro proyectil—. El drachau se interesó mucho por mi plan, y me otorgó apoyo ilimitado, como ya has visto —dijo, y señaló el poder que yacía, abierto, sobre una mesa pequeña situada cerca del centro de la estancia—. Con el poder en mano, pude ordenarle a Urial que nos transportara directamente hasta el barco de Bruglir, en lugar de esperar varias semanas hasta que la flota arribara a puerto. Esto es de vital importancia, Yasmir, y por tanto, debo insistir, lamentablemente, en que me acompañes.
—¡Insistir!
La palabra fue un chillido siseado. Una salva de zapatos voló al otro lado de la habitación, seguida de otra escultura pequeña que surcó el aire demasiado aprisa como para identificarla antes de que se hiciera pedazos contra el peto de Malus. El resto de la furiosa réplica de ella se descargó en un inarticulado grito de frustración; había leído el documento con sumo cuidado, y sabía que no tenía ningún poder real para resistirse a la petición.
Malus observó con considerable interés la pataleta de Yasmir, mientras se preguntaba cuándo había sido la última ocasión en que le habían ordenado algo. Había ido a verla en un momento anterior del día, pero los esclavos le habían dicho que se encontraba indispuesta. Con el paso de las horas, la mañana se transformó en mediodía y luego en bien entrada la tarde, y tras ser rechazado por tercera vez, Malus había enseñado el poder y había apartado a empujones de su camino a los atemorizados esclavos. Los guardias se habían lanzado hacia él como abejas de cadáver, pero, por una vez, les había resultado útil la educación de nobles, ya que una sola mirada a la placa de hierro había bastado para detenerlos en seco. Así que Malus había irrumpido en el dormitorio de Yasmir justo por detrás de una nube de esclavos tartamudeantes, y había hecho huir en desbandada a los ricos y poderosos compañeros de alcoba de Yasmir en busca de sus ropones.
Al principio, ella había reaccionado ante la intromisión con la misma calma lánguida que había exhibido en la plaza, pero sólo hasta que vio el poder. Entonces, la compostura cedió paso al enojo. «Se ha acostumbrado demasiado a ocupar una posición de control —pensó Malus—. Si se la arrebatas, se vuelve temerosa. Y peligrosa», se recordó a sí mismo.
—Nuestro trato continúa en pie, querida hermana. Sólo han cambiado las circunstancias —dijo, intentando hablar con tono conciliador—. Aún necesito tu ayuda para lograr la cooperación de Bruglir, y preciso a Urial para atravesar las defensas mágicas que rodean la isla. Una vez que lo hayamos logrado, podremos deshacernos de él a nuestro antojo. En el entretanto, podrás disfrutar de la compañía de tu amado Bruglir durante varias semanas más de lo que podrías hacerlo normalmente. ¿No has deseado siempre navegar con él en sus largas incursiones marinas, participar en las sangrientas batallas y escoger las más selectas chucherías del tesoro, como correspondería a una reina corsaria?
Yasmir se detuvo.
—Hay algo de verdad en lo que dices, supongo. Además, contaré con Bruglir y su tripulación para que mantengan a ese gusano de templo apartado de mí. —Malus oyó que inspiraba profundamente y luego avanzaba otra vez hasta la luz, mientras se componía el ropón en torno al grácil cuerpo—. Muy bien —dijo, intentando recuperar una pequeña dosis de la compostura anterior—. ¿Sólo un acompañante, has dicho? ¿Y debemos partir en...?
Malus estudió la luz exterior.
—En apenas unas pocas horas, hermana; justo antes de que llegue la niebla. Intenté decírtelo más temprano, pero...
—Sí, sí, ya lo sé. —Se irguió en toda su regia estatura—. Estaré lista a la hora señalada. Que no se diga que no cumplo los acuerdos al pie de la letra, Malus. Asegúrate de hacer lo mismo. —Yasmir recogió la placa de hierro de encima de la mesa y se la tendió—. Este poder no contará para mucho a cien leguas del Hag. En los mares, la única ley será nuestro querido hermano, el capitán del mar. —Los labios carnosos temblaron en una sonrisa cruel—. Decepcióname, y podría ser tu cabeza la que rodara por la cubierta, en lugar de la de Urial.
Malus cogió la placa que le tendía.
—No esperaba nada menos que eso —replicó.
* * *
—¿Por qué yo? ¿Por qué no Silar Sangre de Espinas o Arleth Vann?
Hauclir alzó los ojos hacia la ominosa mole de la torre de Urial, desde el desnudo patio que había ante las puertas rodeadas por bandas de hierro. El antiguo capitán de la guardia de la ciudad tenía una ligera tonalidad verdosa a la luz del anochecer; como casi todos los demás de Hag Graef, había oído leyendas sobre la temible torre del Rechazado. Malus lo miró con expresión algo divertida, y se preguntó qué diría el hombre si él le dijera que todas esas historias eran ciertas.
—Porque Silar dirige mi casa y aún está en el proceso de reconstruirla, y Arleth Vann no tiene buenas relaciones con los miembros del templo —replicó el noble—. Tú, por otra parte...
—Soy prescindible —concluyó Hauclir con expresión ceñuda.
El guardia llevaba la armadura completa sobre el kheitan y el ropón, y junto a su cadera pendía una sola espada. En un zurrón grande que le colgaba de un hombro, llevaba ropa y provisiones, tanto para sí mismo como para su señor.
Malus le dio una palmada en la espalda.
—Vamos, Hauclir, que no es así. Todos mis guardias son prescindibles. Lo único que sucede es que, en este momento, eres más prescindible que los otros.
—Y pensar que esto me lo busqué yo mismo... —refunfuñó Hauclir mientras acomodaba mejor el zurrón.
—En efecto, así es —asintió Malus—. Delicioso, ¿no es cierto?
Justo en ese instante, Malus vio que un grupo de druchii entraban en el patio desde el lado contrario. Yasmir caminaba en medio de un puñado de acongojados guardias, de los cuales varios llevaban globos de luz bruja en el extremo de largas pértigas para iluminar el camino. Una esclava avanzaba varios pasos por detrás del grupo, casi doblada en dos por el peso del enorme bulto que cargaba sobre los hombros.
Malus hizo una reverencia cuando se acercaron.
—Bien hallada, hermana. ¿Estás ansiosa por reunirte con nuestro noble hermano?
Malus saboreó las expresiones heridas del cortejo de Yasmir cuando ella asintió con la cabeza.
—En efecto, así es. Es la única parte de este maldito viaje con la que espero disfrutar algo.
Yasmir iba toda vestida de negro, con finos ropones de lana y una larga cota de buena malla negra que le cubría los brazos y bajaba hasta justo por encima de las rodillas. Un ancho cinturón de piel de nauglir le rodeaba la estrecha cintura, y de él pendían dos largas dagas, una a cada lado de la cadera. Aunque la niebla aún no había comenzado, llevaba un
caedlin
. A diferencia de muchos nobles que se cubrían el rostro con máscaras nocturnas con forma de monstruos o demonios, la de Yasmir era un inquietante espejo de su propio semblante, casi como una máscara mortuoria. Malus imaginó la conmoción que debían sufrir los desconocidos al ver aquella etérea máscara, que luego se retiraba para dejar a la vista la asombrosa realidad de debajo.
—En ese caso, envía a tus sabuesos de regreso, querida Yasmir. Las lunas se han alzado, y Urial espera.
Para mérito suyo, Yasmir no puso en escena ninguna despedida melodramática; se limitó a llamar a la esclava con un gesto, y se alejó de los nobles sin pronunciar una sola palabra. Mientras conducía a Yasmir hacia las altas puertas de la torre, Malus percibió el odio de los guardias a través de las miradas que le clavaban en la nuca. Cuando alzó un puño para golpear la envejecida madera, el portal se abrió en silencio y por él salió un resplandor rojo que bañó el empedrado exterior.
Uno de los guardias de Urial, con el rostro cubierto por la máscara de calavera, le hizo un gesto al noble para que él y sus acompañantes entraran. Malus atravesó la puerta con cierta agitación. No pudo evitar experimentar un escalofrío al ver las filas de máscaras de plata alineadas contra los muros de la sala circular, demasiado conocedor de los seres malevolentes que observaban desde detrás de esas máscaras sin ojos.
Urial aguardaba en el centro de la estancia, de pie ante un gran caldero de latón lleno de sangre hasta el borde. Detrás del caldero se alzaba lo que parecía ser el marco de un espejo muy alto, de latón labrado. Le faltaba el cristal del interior, y Malus vio que habían colocado una pequeña escalera ante el óvalo de latón vacío. Media docena de guardias de Urial se encontraban situados a una distancia discreta de su señor, junto con un grupo de acólitos ataviados con ropón que tenían la cabeza inclinada, sumidos en estado de concentración. Malus oyó que salmodiaban en un idioma que le erizaba el pelo.
—Llegáis en el momento oportuno —declaró Urial—. La luna está correctamente alineada. De todos modos, una vez que se abra la puerta tendréis que moveros con rapidez; dispondremos de poco tiempo. —Dicho esto, se volvió hacia el caldero y desplegó los brazos.
Una salmodia sonora manó por los labios de Urial, y los acólitos cercanos la repitieron como un eco. Yasmir miró a Malus; el noble se encogió de hombros y avanzó hacia el caldero.
Dentro del recipiente de latón, la sangre comenzaba a agitarse como movida desde el interior por manos invisibles. De la superficie ascendía vapor que formaba una niebla rojiza ante el marco de espejo. La salmodia aumentó de volumen, y Malus vio que gruesos jirones de vapor comenzaban a enroscarse como el embudo de un remolino y a extenderse inexorablemente hacia el marco de latón vacío.