Read Tormenta de sangre Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
—Ya has dejado claras las cosas, Urial —intervino el drachau—. Continúa.
—Malus nos reveló el emplazamiento de la cámara de iniciación, y sugirió que debía formar parte de las Madrigueras de debajo de la ciudad. Yo envié exploradores a las Madrigueras, y localizaron pasadizos que habían sido tapiados para aislar la cámara del resto de la red. —Urial se encogió de hombros—. Después de eso, sólo fue cuestión de alertar al templo e incitar a los santos guerreros a cumplir con su deber. Abrimos brechas en las paredes justo antes de que culminara la ceremonia e intentamos capturar a los apóstatas. —El acólito sonrió con frialdad—. Por fortuna, ellos prefirieron resistirse.
De repente, el resplandor blanco que iluminaba el cielo nocturno osciló y se apagó. El drachau miró hacia la claraboya de lo alto con evidente alivio, y luego desplazó su atención a Malus.
—¿Qué dices de ese hierofante del que ha hablado Urial?
—Luché contra él en la cámara de iniciación —dijo Malus, enronquecido—. Aunque lo herí gravemente, logró escapar. No obstante, creo que será fácil localizarlo. Al igual que los suplicantes, tiene que ser un noble de alto rango, alguien cercano a los líderes más poderosos de la ciudad.
Malus miró directamente a su padre.
—Yo sugeriría un registro de todas las torres del Hag, mis señores. Encontrad al noble que tiene la garganta herida, y tendréis al jefe de los apóstatas. Creo que no será necesario buscar muy lejos.
—¿Qué estás insinuando, bastardo patán? —Lurhan avanzó un paso hacia Malus, mientras su mano se desplazaba hacia la larga empuñadura de hueso que se alzaba por encima de su cadera izquierda—. Ya es bastante malo que, primero tú y luego tu hermana, hayáis manchado nuestro honor, ¿y ahora intentas amontonar más desgracias sobre nosotros?
—No estoy insinuando nada —contestó Malus—. Si tan celoso eres del honor de tu casa, envía a tus soldados a la torre de mi hermano Isilvar. Arrástralo hasta aquí desde sus antros de placer y pregúntale qué sabe de ese condenado culto. Te advierto, no obstante, que podría no estar en condiciones de hablar mucho.
—¡Cállate! —rugió Lurhan, que descendió los escalones como un rayo mientras la mano se cerraba sobre la empuñadura de la espada.
—¡Ni un paso más! —El drachau se puso en pie de un salto y señaló a Lurhan con la punta de su espada—. Conténte, vaulkhar. Creo que tus hijos tienen razón: pones el honor de tu casa por delante de la seguridad del Estado, y eso es un grave error. Debe descubrirse lo antes posible al sumo sacerdote. Registraremos el Hag como ha sugerido Malus, porque es algo que sirve a nuestros intereses. Ahora —ordenó—, háblame de Nagaira.
Malus iba a responder, pero Urial se le adelantó.
—Ya no está —dijo.
El drachau asintió con la cabeza.
—¿Y el incendio?
—Nacido de una tormenta del Caos, temido señor. Nagaira lanzó un poderoso hechizo en un intento de escapar y destruir las pruebas que podrían habernos conducido hasta su mentor.
—¿Mentor? —El drachau frunció el ceño—. ¿Te refieres al hierofante?
—En absoluto, temido señor. Me refiero a la persona responsable de enseñarle las artes prohibidas de la brujería y suministrarle la extensa biblioteca que ocupaba completamente la parte superior de su torre. Hace tiempo que era un secreto a voces que ella burlaba las leyes del Rey Brujo. —Urial le dirigió una feroz mirada acusadora a Lurhan—. Sin embargo, nadie se había decidido a actuar al respecto. Posiblemente porque nadie se había dado cuenta de que se había convertido en mucho más que una mera erudita de lo arcano..., o posiblemente debido a la identidad del mentor implicado.
—Y, dime, Urial, ¿quién crees que debe de ser ese mentor?
Las cabezas se volvieron al oír la fría y poderosa voz. Eldire pareció materializarse de las mismísimas sombras y deslizarse silenciosamente por el suelo embaldosado hasta la tarima. Nadie había oído que las altas puertas se abrieran para dejarla entrar. Malus, francamente, no estaba seguro de que lo hubiesen hecho. La expresión feroz del vaulkhar desapareció, como si repentinamente hubiera olvidado su furia anterior. El drachau observó a Eldire con reserva, pero contuvo la lengua ante la inesperada llegada de la vidente.
Urial, cuyo rostro se mostraba duro e inexpresivo, se encaró con la bruja.
—Yo... tengo mis teorías, pero aún no dispongo de ninguna prueba. Sin embargo, en la ciudad no puede haber más que un puñado de personas que posean ese conocimiento..., y la mayoría de ellas residen en el convento de las brujas.
—Eso imagino —replicó Eldire con serenidad—. A fin de cuentas, el resto serían criminales contra el Estado, si enseñan artes arcanas a quienes no tienen ningún derecho de poseer ese conocimiento. Hombres como tú mismo, por ejemplo.
Malus se mordió la lengua y puso buen cuidado en mantener una expresión neutral mientras el aire se volvía denso a causa de la tensión. La expresión de Urial se volvió rígida, pero no replicó.
—Acudes a mi corte sin hacerte anunciar, Yrila —siseó el drachau.
—He venido a informar que el aquelarre de la ciudad ha extinguido el incendio de la torre —replicó Eldire con sequedad—. Pensé que te complacería saberlo. ¿Debo decirles a mis hermanas que vuelvan a encenderlo y esperen a que estés preparado para convocarnos?
—Eres demasiado impertinente, Eldire —dijo el drachau con tono beligerante—. Háblame de los desperfectos.
—Las energías liberadas por el hechizo han consumido casi la mitad de la torre; si no se hubiera extinguido el incendio, habría continuado ardiendo mientras hubiese habido piedra para alimentarlo. Se habría perdido toda la ciudad. —Eldire le lanzó una mirada colérica a Urial—. Si es verdad que Nagaira tenía un mentor, éste subestimó muchísimo el poder de ella. El hechizo que lanzó estaba fuera del poder de un solo brujo para controlarlo. Según las cosas, el resto de la torre tendrá que ser demolida, dado que la magia del Caos se ha infiltrado en ella hasta los cimientos. Si no intervenimos, esa contaminación se propagará por toda la ciudad.
«¿Era un mentor —se preguntó Malus—, o una mentora?» El noble contempló a su madre con nuevo respeto... e incertidumbre. «¿Eras tú quien supervisaba a Nagaira? Si es así, ¿por qué? ¿Y qué tengo que ver yo en todo eso?»
Tyr meditó las noticias y asintió con gravedad.
—Entonces, has cumplido bien con tu deber, Yrila. ¿Qué ha sucedido con los cuerpos de los nobles de la cámara de iniciación?
Eldire sonrió.
—Los cuerpos de los adoradores fueron entregados al fuego, mi señor. Me pareció lo más correcto.
—¿Los quemaste? ¿A todos? —El drachau se mostraba incrédulo—. ¡Es monstruoso! ¡Sus parientes se alzarán en armas cuando se enteren!
—Por el momento, esos adoradores están desaparecidos, no muertos —replicó Eldire con brusquedad—. La magia del Caos los consumió por completo; lo poco que quedó ni siquiera era reconocible como partes de un druchii, y mucho menos era posible determinar de quién se trataba realmente. Mañana, por el Hag correrá la historia de que Nagaira y los habitantes de su casa fueron consumidos por una conflagración bruja, que, sin duda, tanto mi esposo como el templo —Eldire dirigió una mirada autoritaria a Lurhan y a Urial— decretarán que es la justa suerte de todos los que se entrometen en las artes prohibidas. Se prometerá una investigación y se amenazará con castigar a cualquier otro brujo ilegal que sea hallado en la ciudad. Si en ese momento tus aliados quieren dar un paso al frente y proclamar públicamente que sus hijos e hijas estaban en la torre de la bruja cuando se incendió, me sentiré enormemente sorprendida.
El drachau se recostó en el respaldo del trono y se frotó una mejilla con aire pensativo.
—¿Y qué diremos de la presencia de los ejecutores, por no hablar de las Novias de Khaine que estuvieron allí?
Urial se encogió de hombros.
—Entraron a través de las Madrigueras y se marcharon por el mismo camino. Sólo se vio entrar en la torre a mis guardias y a los soldados del vaulkhar, y puede decirse, sin faltar a la verdad, que fueron allí para poner fin a las prácticas mágicas de Nagaira.
Tyr asintió con la cabeza mientras una sonrisa astuta aparecía en su rostro.
—Entonces, ésa será la historia que contaremos —declaró—. Sin duda, habrá protestas privadas, pero eso puede arreglarse con tiempo y favores. Sólo nos queda un último asunto.
—¿De qué se trata, temido señor? —preguntó Malus, que tenía sus propios asuntos que tratar, si se presentaba la oportunidad.
La expresión del drachau se tornó fría.
—Si matarte ahora o ejecutarte públicamente como adorador de Slaanesh.
—¿Matarme? El culto fue descubierto gracias a mí...
Malus miró a Urial en busca de apoyo. El antiguo acólito no dijo nada, mientras observaba al drachau con cierta precaución.
Uthlan Tyr sonrió cruelmente.
—Ya conoces la ley, Malus. Cualquier druchii que deguste el fruto prohibido de Slaanesh debe morir. Tú mismo has admitido haberlo hecho, ¿no es así?
—Pero no puedes ejecutarme sin aceptar que el culto estaba aquí, oculto ante tus propias narices —le contestó Malus—. Y entonces, tus aliados pedirán tu piel, temido señor.
Tyr se levantó del trono.
—En ese caso, te mataremos ahora, lejos de miradas indiscretas. —El drachau hizo caso omiso de la mirada asesina de Eldire, y en cambio se volvió a mirar a Lurhan y Urial—. ¿Tenéis alguna objeción al respecto?
Lurhan miró a Eldire, y luego a su señor.
—Mi deber es serviros —dijo, algo nervioso—. Haz lo que te plazca, temido señor.
El drachau le respondió al señor de la guerra con un asentimiento de cabeza.
—¿Urial?
Urial tenía los duros ojos clavados en Malus. La cólera, el deseo y la frustración guerreaban entre sí en su mirada. Finalmente, se volvió hacia el drachau y negó con la cabeza.
—No estoy de acuerdo. Por el momento, es un agente del templo y está fuera de tu alcance, Uthlan Tyr.
Tyr retrocedió al mismo tiempo que sus ojos se abrían de sorpresa.
—¿Estás loco? ¿No te has pasado todo el invierno pidiendo su sangre a gritos? —El drachau le tendió la espada a Urial—. Toma. Córtale la cabeza tú mismo. ¡Báñate en su sangre corrupta! ¿No es lo que querías?
Urial apretó las mandíbulas, y una sonrisa amarga contorsionó sus labios.
—Lo que hago lo hago por el bien del templo —dijo—. Hay una tarea que tiene que desempeñar para mí. Hasta entonces, nadie lo amenazará mientras yo viva.
El drachau sacudió la cabeza.
—¡Eres un estúpido, Urial! —Bajó la espada—. No soy un oráculo, pero te garantizo que no volverás a tener una oportunidad como ésta. —Tyr le dirigió a Malus una mirada feroz—. Es la segunda vez que escapas de morir por mi mano, Darkblade. Tu suerte no puede durar eternamente.
Malus sonrió al percibir que había llegado su oportunidad.
—Sin duda, estás en lo cierto, temido señor. Así pues, debo aprovechar la ventaja que tengo mientras pueda. Te exijo que me des un poder de hierro.
Uthlan Tyr rió.
—¿Y te doy también mis concubinas y mi torre?
—No, eso no será necesario —replicó Malus con tono sereno y mesurado—. Será suficiente con el poder.
—Basta de impertinencias —gruñó Lurhan, y alzó un puño—. ¡El drachau debe someterse a los deseos del templo, pero yo no!
—No, tú debes tener en cuenta otros juramentos —dijo Eldire—. Y las consecuencias de romperlos serán mucho más terribles.
Lurhan se detuvo en seco al mismo tiempo que palidecía. La alarma de Tyr aumentó al observar el intercambio de palabras. Se volvió a mirar a Malus, sin rastro del humor de antes.
—¿Qué te induce a pensar que le daré un poder semejante a un hombre como tú?
—Lo harás por todas las razones correctas: porque intento servir al Estado en una gran empresa, y obtener honor para ti y para la ciudad —replicó Malus—. Y para asegurarte mi silencio sobre lo que realmente sucedió dentro de esa torre, por supuesto.
—¿De qué empresa hablas, exactamente? ¿Acaso planeas beberte todo lo que haya en la ciudad y agotar todos los lupanares del barrio de los Corsarios?
Malus sorprendió a Tyr con una vigorosa carcajada.
—¿Me darías un poder para algo así? En ese caso, lo recibiré de buen grado. No, preciso tu autoridad para organizar una expedición. Necesitaré barcos, marineros e incursores experimentados, y tengo poco tiempo.
—¿Con qué propósito?
El noble meditó con cuidado la respuesta.
—Recientemente he descubierto el islote perdido de Morhaur —dijo—, y tengo intención de expulsar a los skinriders de los mares del norte.
Uthlan Tyr negó con la cabeza; su expresión era de incredulidad.
—Eso es imposible. ¿Dónde averiguaste algo así?
—Cómo lo averigüé carece de importancia —dijo Malus—. En cambio, piensa en lo que estoy ofreciéndote. Los skinriders han acosado a nuestros barcos corsarios y han competido con nosotros por el botín. Si lo logro, multiplicaremos por dos nuestras ganancias durante años por venir, por no mencionar que el islote es legendario por los barcos y tesoros que se perdieron en sus costas. Como autor del poder de hierro, no sólo compartirás la gloria, sino también el botín. Las fortunas de nuestra ciudad han sufrido enormemente a causa del largo enfrentamiento con Naggor, y eso podría cambiar en cuestión de pocos meses. Lo único que necesito es el poder.
El drachau comenzó a protestar, pero Malus vio una chispa de interés en sus ojos.
—No tendrías ni una posibilidad. Los skinriders te matarían antes de que llegaras a una milla del islote.
—Para ser un hombre que estaba a punto de hacerme ejecutar, tu repentino interés en mi bienestar resulta algo sorprendente.
El drachau miró a Urial.
—¿Qué dice el templo sobre esta disparatada empresa? ¿No acabas de mencionar que había una tarea que debía llevar a cabo?
Urial suspiró.
—Dale el poder, Uthlan Tyr. No me gusta más que a ti, pero en esto también sirve a los intereses del templo.
La mano del drachau se tensó sobre la espada.
—En ese caso, estoy asediado por todas partes —dijo con silenciosa exasperación—. Muy bien, Malus, tendrás el poder de hierro —añadió—. Espero que te proporcione una recompensa de sangre y fuego.
—De eso tengo pocas dudas, temido señor —replicó Malus con una acerada expresión de triunfo en el rostro—. Y te juro que, llegado el momento, compartirás los frutos.