Read Tras el incierto Horizonte Online
Authors: Frederik Pohl
—De acuerdo —dije—, tienes razón, ¿qué puedo decir? Vera, rebobina la partida y ponnos el programa de propulsión de la Factoría Alimentaria.
—Desde luego... Paul —dijo, y el tablero desapareció y en su lugar proyectó la imagen de la Factoría Alimentaria.
Había actualizado los espectros a partir de las imágenes telescópicas que habíamos obtenido, de modo que la Factoría nos fue mostrada completa, incluso con la nube de polvo y el cangilón color nieve sucia adherido a un lado.
—Borra la nube, Vera —ordené.
La bruma desapareció y la Factoría Alimentaria se redujo a un croquis de ingeniería.
—Muy bien, Janine, ¿cuál es el primer paso?
—Atracamos —dijo en seguida—. Confiamos en que la reproducción del módulo se ajuste y lo amarramos. Si no podemos aterrizar, lo sujetamos con abrazaderas a algún punto de la superficie; de cualquier modo, nuestra nave se convierte en una pieza rígida de la estructura, de manera que podemos usar nuestra propulsión para controlar la posición.
—¿Y entonces?
—Desmontamos el propulsor número uno y lo sujetamos a la sección de popa de la Factoría, ahí —señaló el lugar en la imagen—. Lo conectamos a nuestra computadora y tan pronto como esté instalado lo ponemos en marcha.
—¿Y cómo nos orientamos?
—Vera nos proporcionará las coordenadas... ¡ep! lo siento Paul.
Había perdido el equilibrio y se apoyó en mi hombro para volver a echarse hacia adelante. Pero dejó su mano allí apoyada
—A continuación repetimos el proceso con los otros cinco Cuando los tengamos a los seis en marcha, tendremos un Delta-V de dos metros por cada segundo saliendo del generador de plutotonio
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. Entonces empezamos a extender las láminas de reflexión.
—No.
—Oh, bueno, claro, echamos un vistazo a los amarres para comprobar que se mantienen firmes bajo la propulsión; en fin, daba eso por supuesto. Después empezamos con la energía solar, y cuando la tenemos totalmente extendida deberíamos alcanzar unos dos metros y cuarto...
—En primer lugar, Janine. Cuanto más nos acerquemos a esa cifra, más potencia obtendremos. Muy bien. Ahora vayamos al hardware. Estamos sujetando nuestra nave al casco de meta! Heechee; ¿cómo lo haces?
Me lo explicó, y continuó explicándome, y por Dios que se lo sabía todo. Sólo que su mano sobre mi hombro pasó a ser una mano bajo mi brazo, y la pasó por mi pecho, y la mano empezó a errar; y ella no hacía más que pasarme los esquemas de la soldadura en frío y de cómo lograr la colimación de los propulsores, con la cara totalmente seria y la mano acariciándome el vientre. Catorce años. Pero no parecía que tuviese sólo catorce, ni se comportaba como si los tuviera, ni olía como una cría de catorce (se había rociado con el último cuarto de onza de Chanel de Lurvy). Lo que me salvó fue Vera; menos mal, si tenemos en cuenta la situación, porque lo que es yo, había perdido todo interés en salvarme a mí mismo. La proyección quedó congelada mientras Janine añadía una nueva precisión acerca de los propulsores y Vera dijo:
—Estoy recibiendo un mensaje con instrucciones; ¿te lo leo en voz alta... Paul?
—Adelante.
Janine retiró la mano levemente, en tanto la imagen parpadeaba al borrarse, y la pantalla reprodujo el mensaje.
Se nos ha pedido que les solicitemos un favor. La próxima crisis del síndrome cuatrimestral tendrá lugar dentro de los próximos dos meses. HEW cree que si dedicamos un programa especial con ustedes cuatro en pantalla describiendo la Factoría Alimentaria y poniendo de relieve lo bien que va todo y lo importante que es, reduciremos considerablemente la tensión y el consiguiente perjuicio. Por favor, sigan el guión que les adjuntamos. Les pedimos que lo lleven a cabo lo antes posible para que podamos grabarlo y programar su emisión de cara a lograr el máximo efecto.
—¿Te paso el guión? —preguntó Vera.
—Adelante. Por escrito —añadí.
—Muy bien... Paul.
La pantalla empalideció y quedó vacía, y Vera empezó a arrojar unas tiras de papel impreso. Las cogí para leerlas mientras enviaba a Janine a despertar a su padre y a su hermana. No puso reparos. Le encantaba aparecer en la piezovisión para los muchachos de la Tierra, ya que ello significaba siempre cartas de admiración por la joven astronauta, de gente famosa.
El guión era el que cabía esperar. Programé a Vera para que nos lo copiara a cada uno por escrito, a cada cual su parte, línea por línea, y habríamos podido leerlo en diez minutos. Pero no fue ése el problema. Janine insistió en que su hermana le arreglara el pelo, y la propia Lurvy decidió que tenía que maquillarse, y Payter quería que yo le arreglara la barba. Así, en total, contando con que repetimos las tomas unas cuatro veces, malgastamos seis horas, sin contar con que ello supuso el equivalente a un mes de energía, en la emisión televisiva. Nos reunimos ante la cámara con el aspecto de ser gente hogareña y dedicada a su tarea, y explicamos que íbamos a hacer una audiencia que no iba a vernos hasta el cabo de un mes, momento en que nosotros habríamos llegado a destino. Pero si iba a ayudarles, valía la pena. Habíamos atravesado ocho o nueve ataques de aquella fiebre alterna, cada ciento treinta días, desde que despegamos de la Tierra. En cada ocasión presentaba un síndrome distinto, depresión, amodorramiento o euforia. Me encontraba en el espacio cuando una de las crisis nos alcanzó —ésa fue la causa de que se rompiera el telescopio grande— y habían llegado a hacer una reñida apuesta por ver si era capaz o no de volver a traerlo a la nave. La verdad es que me trajo sin cuidado. Estaba padeciendo alucinaciones de soledad e ira, perseguido por seres de apariencia simiesca y con deseos de morirme. Y la Tierra, con millones de personas casi todas ellas afectadas en mayor o menor grado, de una u otra forma, cada vez que la fiebre sobrevenía, era un auténtico infierno. Se había estado produciendo durante diez años, ocho desde que se descubrió que era una plaga recurrente, y nadie sabía qué la causaba.
Pero todos querían que acabara de una vez.
Día 1288. ¡Por fin hemos llegado! Payter estaba a los controles, no se fiaba de Vera en una cosa así, mientras que Lurvy permanecía unida a la nave por encima de su cabeza para efectuar las correcciones de nuestro curso. Pudimos relajarnos un poco cuando pasamos la delgada nube de partículas de gas, apenas a un kilómetro de la propia Factoría Alimentaria.
Desde donde estábamos sentados Janine y yo con nuestros equipos de supervivencia, era difícil ver qué pasaba afuera. Más allá de la cabeza de Payter y de los gesticulantes brazos de Lurvy sólo podíamos echar vistazos a la vieja y enorme máquina, pero sólo eso, vistazos. Apenas un resplandor azul metálico y de vez en vez, un foso de amarre o la silueta de alguna de las viejas naves.
—¡Demonios, me estoy alejando!
—¡No, Payter! ¡Lo que pasa es que el maldito aparato lleva algo de aceleración!
Tal vez era una estrella. Lo cierto es que necesitábamos el equipo de supervivencia, y además Payter estaba dándonos unos mareantes bandazos. Hubiera querido preguntar de dónde procedía la aceleración, o por qué, pero los dos pilotos estaban ocupados y además supuse que no lo sabían.
—Eso es. Ahora métela en el centro de ese foso de amarre, en medio de esa hilera de tres.
—¿Por qué precisamente en ése?
—¿Y por qué no? ¡Porque lo digo yo y basta!
Avanzamos con cautela durante un par de minutos aún, y pudimos relajarnos de nuevo. Aproximamos la nave y aterrizamos. La cúpula Heechee de proa encajó limpiamente en el viejo foso de amarre.
Lurvy bajó a la superficie y desconectó la computadora, y nos miramos unos a otros. Habíamos llegado.
O, visto de otro modo, estábamos a mitad de camino. A medio camino de casa.
Día 1290. Lo extraño no era que los Heechees hubieran respirado un aire en el que nosotros pudiéramos sobrevivir. Lo extraño es que siguiera habiendo algo de aire después de decenas o cientos de miles de años desde que alguien lo había respirado por última vez. Y ésa no fue la única sorpresa. Las demás llegarían después y fueron peores y más atemorizantes.
No era el aire lo único que había sobrevivido. ¡La nave entera había sobrevivido en condiciones de ser utilizada! Lo supimos tan pronto como nos hallamos dentro y el analizador nos indicó que podíamos quitarnos los cascos. Las paredes de metal azul brillante estaban calientes al tacto, y pudimos experimentar una débil pero ininterrumpida vibración. La temperatura se mantenía en torno de los doce grados, fresca, pero no peor que algunos hogares de la Tierra en que había estado. ¿Les gustaría saber cuáles fueron las primeras palabras pronunciadas por un ser humano en el interior de la Factoría Alimentaria? Las dijo Payter, y fueron:
—¡Diez millones de dólares! ¡Jesús, tal vez hasta cien millones!
Y si no lo hubiera dicho él, cualquier otro de nosotros lo hubiera dicho. Nuestra bonificación iba a ser astronómica. El informe de Trish no decía si la Factoría funcionaba o no —por lo que había dicho, hubiera podido ser una carcasa agujereada, exenta de cualquier cosa que la hubiera hecho valer la pena. ¡Pero he aquí que nos habíamos topado con un artefacto Heechee completo y enorme, aún en condiciones de trabajo! No había nada con qué compararla. Los túneles de Venus, las viejas naves e incluso Pórtico mismo, habían sido cuidadosamente limpiados de prácticamente todo lo que contenían, casi medio millón de años antes. En cambio, este lugar estaba... ¡«amueblado»! Cálido, habitable, vibrante; abarrotado de débiles radiaciones de microondas; vivo, en suma. No parecía en absoluto viejo.
Había poco tiempo para explorar; cuanto antes empezáramos a mover el aparato a la Tierra, antes nos embolsaríamos lo que se nos había prometido. Nos permitimos vagar durante una hora a través de aquel aire respirable, metiéndonos en cámaras llenas de grandes estructuras metálicas azules y grises, deslizándonos pasillo abajo, comiendo mientras caminábamos, explicándonos unos a otros a través de los comunicadores de bolsillo (y transmitiéndolo a la Tierra vía Vera), lo que encontrábamos. Y después, a trabajar. Volvimos a vestirnos dimos comienzo a la tarea de cambiar de emplazamiento los depósitos laterales.
Y ahí fue donde nos encontramos con el primer problema
La Factoría Alimentaria no se movía en una órbita libre Tenía una cierta aceleración, llevaba alguna clase de propulsión. No era mucha, menos de un uno por ciento de G.
Pero los anclajes de los cohetes eléctricos pesaban más de diez toneladas cada uno.
Incluso con sólo un uno por ciento del peso total, eso significaba más de cien kilos, sin contar con las diez toneladas de inercia reales. En cuanto comenzamos a descargar el primer éste se soltó de un extremo y empezó a desprenderse. Payte estaba listo para detenerlo pero pesaba más de lo que podría aguantar durante mucho rato; me acerqué por encima y me aferré al depósito lateral con una mano y a la abrazadera a la que había estado sujeto con la otra, y conseguimos mantenerlo en su lugar hasta que Janine pudo asegurar un cable alrededor.
Entonces nos retiramos al interior de la nave para volver a plantearnos las cosas.
Estábamos exhaustos. Después de más de tres años confinados en nuestros cuartos, no estábamos preparados para trabajo tan duro. La unidad bioanalítica de Vera nos informó de que estábamos acumulando toxinas por el esfuerzo. Discutimos y nos preocupamos mutuamente un rato, después Lurvy y Payter se fueron a dormir mientras Janine y yo ideábamos un aparejo que nos permitiera asegurar cada uno de los depósitos antes de soltarlo y moverlo en torno a la Factoría sujeto a tres largos cables y asegurado por otros cables más pequeños, de modo que no se estrellara contra el casco al final del trayecto y se convirtiera en chatarra. Nos llevó tres días conseguirlo con el primero. Al acabar de asegurarlo estábamos rígidos, con los ojos desorbitados, el corazón desbocado y los músculos convertidos en una doliente masa compacta. Establecimos turnos para descansar y para deambular por el interior de la Factoría antes de volver para asegurar el cohete y poder ponerlo en marcha. Payter era el más activo de todos, anduvo merodeando tan lejos como pudo por una docena de corredores.
—Todos acaban en callejones sin salida —explicó al volver—. Parece que sólo es accesible la décima parte del aparato, a menos que agujereemos las paredes que los bloquean.
—Ahora no —le dije.
—¡Ni ahora ni nunca! —atajó Lurvy—. Lo único que vamos a hacer es llevarnos esto de vuelta. ¡Si alguien quiere agujerear algo, que se espere a que nos hayan pagado! —Se frotó los bíceps, con los brazos cruzados sobre el pecho, y añadió arrepentida—: Podríamos empezar a asegurar el cohete.
Nos llevó dos días hacerlo, pero por fin lo pusimos en su sitio. Los sopletes de fusión que nos habían dado para asegurar el acero al metal Heechee funcionaron bien. Hasta donde podíamos deducir de una inspección estática, se mantenía firme. Nos retiramos a la nave y le ordenamos a Vera que efectuara una propulsión del diez por ciento.
Sentimos inmediatamente una débil sacudida. Nos sonreímos unos a otros y me dirigí a mi reservado a por la botella de champaña que había estado reservando para esta ocasión.
Nueva sacudida.
Una a una nuestras cuatro sonrisas se borraron. Sólo hubiéramos debido notar una aceleración.
Lurvy saltó hacia la consola.
—¡Vera, informa sobre Delta-V!
La pantalla se iluminó con un diagrama de fuerzas: la Factoría Alimentaria estaba representada en el centro, con flechas de fuerza señalando direcciones opuestas. Una de ellas era la de nuestro propulsor. La otra no era nuestra.
—Hay una fuerza adicional interfiriendo en el curso... Lurvy —informó Vera—. El vector resultante es igual ahora en dirección y magnitud a la del Delta-V.
Nuestro cohete estaba empujando contra la Factoría Alimentaria. Pero no estaba haciendo gran cosa. La Factoría estaba empujando en sentido contrario.
Día 1298. Así que hicimos lo que teníamos que hacer. Lo desconectamos todo y gritamos pidiendo ayuda.
Dormimos, comimos y nos paseamos por la Factoría Alimentaria durante lo que nos pareció toda una vida, deseando de todo corazón que no existiera el retraso de veinticinco días en las comunicaciones. Vera resultaba de poca ayuda.
—Transmitan por telemetría —dijo—, y manténganse a la espera de nuevas directrices.
Bien, eso era lo que estábamos haciendo.